El Reino de Cristo consumado
en la tierra, por J. Rovira, S.J. (Reseña)
J. Rovira, S.J., El
Reino de Cristo consumado en la tierra, vol. 1. Ed. Balmes, España, 2016. Pag.
411. Ver AQUI.
La
editorial Balmes ha tenido la felicísima idea de publicar un magnífico libro
del P. Rovira, reconocido exégeta que ya todos conocíamos por su excelente
artículo Parusía en la enciclopedia
Espasa-Calpe (ver AQUI)
y en menor medida por su conferencia intitulada “De opere Messianico”,
traducida con el título “El reino Mesiánico” y publicada por la Fundació Ramón Orlandis i Despuig, en
2013, obra que terminaba con esta promesa:
“Ahora deberíamos tratar ya, conforme a lo
propuesto, sobre la consumación del reino mesiánico en la tierra; pero puesto
que esto no puede ser tratado aquí de la forma debida, y esta obra, ya bastante
larga de por sí, crecería demasiado y su publicación se diferiría, por esta
razón consideramos más prudente omitirlo ahora y dejarlo para otro momento”.
Promesa
que pudo cumplir, a Dios gracias.
I) El Autor.
Brevitatis causa transcribimos el breve resumen de su vida que puede
leerse AQUI.
“Juan Rovira nació en Palma de Mallorca el 4 de
octubre de 1877. Entró en la Compañía de Jesús el 25 de noviembre de 1895.
Cursó Filosofía en Veruela (Zaragoza), Tortosa y Granada, obteniendo el grado
académico en 1904. Estudió Teología en Tortosa, donde fue ordenado sacerdote el
26 de julio de 1909. Entre 1912 y 1914 se formó en el Instituto Bíblico de
Roma. En 1916 enseñó Antiguo Testamento en el Colegio Máximo de Sarriá,
Barcelona, además de hebreo y Arqueología bíblica. Entre 1916 y 1920 tuvo a su
cargo las lecciones sacras en la iglesia del Sagrado Corazón. En 1928 fue
enviado a Tortosa teniendo como Superior al P. Audí, su compañero en el
martirio, sucedido el 5 de septiembre de 1936”.
II) La Obra.
Comencemos
por citar en líneas generales el contenido de la obra tal como leemos en la reseña
de la editorial, citada más arriba.
“… cabe preguntarse si existe la posibilidad de una
consumación futura del Reino mesiánico en la tierra. Todo el estudio está, por
tanto, orientado a responder con fundamento escriturístico a esta pregunta.
Para el tratamiento de esta cuestión Rovira divide su obra en cuatro partes:
introducción, libro primero, libro segundo y epílogo
(…)
Esta consumación o perfeccionamiento de la Iglesia
en la tierra, en su estado actual, es –según Rovira– posible en un triple
sentido:
a) En
una mayor extensión o difusión de la fe entre los pueblos y naciones de la
tierra;
b) En
una mayor intensidad de fe, santidad y justicia entre sus miembros; y
c) En
una menor presencia de aquellos impedimentos y escándalos contrarios a la
difusión del Reino mesiánico.
(…)
Tras el detallado estudio concluye Rovira que, según
las Sagradas Escrituras y también conforme a los Santos Padres –incluso
aquellos que impugnan el milenarismo–, habrá un tiempo futuro posterior a la
destrucción del Anticristo en el Segundo Advenimiento y previo al fin de la
sociedad humana. Este tiempo que todos admiten, de diversa manera, es aquella
época de mayor plenitud de la Iglesia o consumación intrahistórica del Reino
mesiánico en la tierra. Por tanto, “la cuestión no es sobre el tiempo más o
menos largo que pueda ser admitido después del Anticristo, sino acerca de lo que
ha de suceder en aquel tiempo”. En qué sentido deberá entenderse, por tanto,
esta época que corresponde al Reino de Cristo consumado es el objeto del
segundo libro de la obra del padre Rovira. En este primer volumen se publica
solamente la Introducción y el Libro Primero, dejando para volúmenes
posteriores el resto de la obra”.
***
Bien.
Entrando de lleno en el contenido del primer volumen, podemos ver un comienzo
más que interesante (pag. 23-119) cuando el autor recorre, uno a uno, y en una
enumeración que nada tiene que envidiar a la del P. Alcañiz, la opinión de los
Padres a favor y en contra, seguido en cada caso de atinadísimas observaciones
y aclaraciones, como cuando demuestra que el famoso presbítero Juan del que nos habla Papías no puede ser otro sino el
Apóstol, autor del Apocalipsis[1],
como así también las conclusiones generales después de cada uno de los grupos.
Siguen
tres disquisiciones muy importantes sobre el origen, difusión y disminución de la doctrina que el autor
llama la consumación del reino en la
tierra[2].
a) La primera parte es muy importante porque
deshace fácilmente la objeción tan repetida que dice que esta doctrina está
tomada de los rabinos; afirmación que resumía San Jerónimo brutalmente
llamándola “fábulas judaicas” y que siguiendo sus pasos repitieron otros
autores, como el gran Cardenal Billot.
Prueba el autor la falsedad
de esta afirmación con dos argumentos contundentes que demuestran sendos
aspectos exclusivamente cristianos de
esta doctrina: el número de mil años
(tomado claramente del Apocalipsis) y la aplicación de la semana de la
creación al plan de las edades, la última de las cuales corresponde al descanso
de Dios el séptimo día.
b) Con respecto a la difusión nota, con una exquisita prudencia, que la Iglesia nunca
aprobó ni rechazó esta doctrina (y que por lo tanto nunca hubo tradición
unánime de los Padres), sino que siempre se mantuvo en el estado de una mera
opinión. Exceso del cual muchas
veces no están exentos los impugnadores de esta doctrina como así tampoco, a
veces, sus mismos defensores.
c) La tercera parte es muy importante y creemos
que la prueba convincentemente. Entre las causas del decaimiento enumera: la
paz de Constantino que dio término al período de las persecuciones romanas, algunas
expresiones no muy felices de Papías, el hecho de ir mezclada a menudo con
groseros errores, la autoridad de los impugnadores, la ignorancia de la
verdadera tradición, es decir, “muchos antiguos documentos y escritos de los
Padres de la antigüedad permanecieron desconocidos de los autores del Medioevo
y también de la edad moderna” (Didaché, San Hipólito, San Victorino, epístola
de Bernabé, San Ireneo, etc.), el obscurecimiento de la verdadera y genuina
doctrina y, por último, el nombre ambiguo de milenarismo.
[1] A la misma conclusión llega el P. Murillo en Estudios Eclesiásticos, año 7 (1928),
pag. 432 ss.
[2] El Autor rechaza explícitamente el nombre Milenio en la nota 2 de la pag. 23, pero
bueno, como decían los antiguos, de
nominibus non est disputandum.