8. PRESENCIA DE LOS RESUCITADOS EN EL REINO
Es evidente que si Cristo ha de venir a juzgar y reinar entre los vivos,
que ha de estar entre los hombres con una presencia diferente de la que antes
tenía. Esa será la parusía.
Pero una cosa es la presencia, todo lo real y eficaz
que se quiera y otra la visibilidad[1].
Según la respuesta del S. O. del 12 de julio de 1944, ésta no se puede enseñar
seguramente: "vendrá visiblemente
a esta tierra para reinar… no puede
enseñarse sin peligro", al menos por lo que atañe al reinado
de los mil años, que es el objeto directo del decreto.
Y nosotros, algunos años
antes en nuestra Summa
isagogico-exegetica in libros [N.T.][2],
Romae, 1940, pág. 280/281, haciendo extensiva la doctrina a los santos
correinantes, escribíamos:
“Cristo y los santos que han de
resucitar, que serán dignos de aquel siglo y de la resurrección, no
permanecerán en la tierra como sostuvieron los quiliastas insanos (Cerinto,
Montano, Nepos, Apolinario), y tal vez también los sanos (Justino, Ireneo,
Hipólito, Tertuliano, Lactancio y otros), sino más bien invisibles, como
corresponde a los cuerpos incorruptibles. En efecto, el descenso [del Señor]
destruirá el efecto de la Ascensión; por lo cual Cristo y los santos estarán en
el reino futuro de los mil años entre los hombres [viadores], pero casi en el
mismo estado en el que estaba Cristo resucitado durante los 40 días antes de su
Ascensión”[3].
En sustitución de dos llamadas, no tan acertadas según nuestro modo de
ver actual, se han entreverado esas dos palabras, que van entre corchetes. Lo
demás está como en la Summa, que
puede así considerarse como un feliz antecedente del decreto del S.O.
Hoy nos atreveríamos a precisar más la doctrina
invisibilista tomándola no sólo por más segura, sino por cierta[4]. El Señor tras su espectacular Descenso (Script.
pass.), bien diferente de su primera
aparición y la de su obra entre los hombres (cf. Lc. XVII, 20), se hace
"el Dios escondido", de que nos habla Is. XLV, 15. Lugar de su
escondimiento, desde donde hará sentir fuertemente su presencia invisible, el
novísimo Templo de Jerusalén, dedicado al culto cristiano, y no al mosaico pese
a ciertas apariencias y de cuya futura existencia apenas es posible dudar, dado
que el último anticristo se lo disputará temerariamente al mismo Cristo, según
II Thes. II, 4; Ap. XI, 1 ss.; XIII, 6; cf. Ez. XLIII, 7; Ag. II, 7-10; Mal. III, 1 etc. etc.[5]
El nombre que al tenor se le dará en ese nuevo estado
es el de “Señor de toda la tierra", como es de ver en Miq. IV, 13; Zac.
IV, 14; Ap. XI, 4, etc., con relación manifiesta al novísimo templo. La nueva
denominación rima bien con la doctrina de San Pablo sobre la sujeción a Cristo
Jesús del futuro orbe de la tierra,
sujeción que todavía no es un hecho, pero que lo será algún día (Hebr. II, 5
ss.; cf. X, 13). Ni son estos los únicos textos que ilustran
tales atisbos.
La misma invisibilidad que a Cristo Rey hay que
atribuir a los santos correinantes. Aun suponiendo que su resurrección es
corporal, los santos han de estar en estado de invisibilidad respecto a los
hombres viadores lo mismo que Cristo, de cuya gloria y poder participan, y al
parecer ni si quiera se establecerán en nuestro suelo sino que quedarán con
Cristo en la región del aire, a donde subirán a encontrarle en su venida. A
ellos se unirán no pocos de los que aún vivan, pasando de un vuelo de la vida
mortal a la inmortal:
“Porque el mismo Señor, dada la señal, descenderá del cielo, a la voz
del arcángel y al son de la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo
resucitaran primero. Después, nosotros los vivientes que quedemos, seremos
arrebatados juntamente con ellos en nubes hacia el aire al encuentro del Señor;
y así estaremos siempre con el Señor. (I Tes. IV, 16-17)”.
Es bien de notar esa
asunción a la vida inmortal de los que aún viven la vida terrestre, tan en
conformidad con estas palabras del Maestro: "Entonces, estarán dos en el
campo, el uno será tomado y el otro dejado; dos estarán moliendo en el molino,
la una será tomada y la otra dejada”. (Mateo
XXIV, 40 s. y par). Los que quedan
aquí, naturalmente continúan su vida de viadores. Los que son arrebatados,
comienzan a vivir su vida inmortal con Cristo, y con El juzgan a los
sobrevivientes, y reinan sobre los hombres por mil años.
Si tras todo lo alegado, y
serenamente expuesto, alguno exclamara todavía, como los cafarnaítas: "Dura es esta doctrina: ¿Quién puede escucharla?” (Jn. VI, 60), sin quitar una jota ni una
tilde de lo dicho les podríamos responder con el Maestro: "Las palabras que Yo os he dicho, son espíritu y son vida"
(Jn. VI, 63). Quitad de una vez para siempre de la imaginativa el espectro
milenarista del visibilismo condenado. Trasformad, si os place, ese reinado
de Cristo con sus santos en una peculiar protección y mimo (cf. Is. LXVI, 12 ss.; al. pass.) de Cristo
y de los santos para con su Iglesia, la dulce esposa y madre dolorida. ¿Es que
no ha de tener también ella su respiro en este suelo? ¿No lo tuvo Cristo su
Maestro durante los 40 días que permaneció con sus discípulos, hablándoles
cabalmente del reino de Dios?
Lo de que la iglesia, es y será siempre militante en este suelo, tiene
su más y su menos. Así lo pensaba el profeta Isaías, cuando cantaba alborozado: "Loquimini ad cor Jerusalem
et advocate eam, quoniam completa est militia ejus" (Is. XL, 2). Dice que ha dejado de ser militante, completa est militia ejus, que así hay que leer con el hebr. tsabá, y no malitia que se introdujo en la Vulgata. La razón de esa afirmación
es clara. No hay militia, sin
enemigos que vencer, normalmente externos, y los dos grandes enemigos que la
Iglesia tenía, el mundo y el demonio, están o van a estar muy pronto fuera de
combate. He ahí la razón de las albricias del profeta cien veces repetidas en
esta segunda parte de su profecía que es la consolatoria[6].
Queda, es verdad, el enemigo doméstico del fomes peccati, que
seguirá moviendo guerra al hombre hasta su muerte, mas por ser de carácter
personal, no afecta directamente a la sociedad, ni aun casi indirectamente, sin
los otros dos. Dadme una sociedad donde se repriman
eficazmente los escándalos públicos y no se dejen aflorar las sugestiones
infernales, y yo os la doy pacífica y sosegada, no sólo con esa paz y seguridad
interna, que siempre tuvo y tendrá la Iglesia, sino con esotra externa y
social, que le hacía falta, y de que hablan en primer término con profusión de
figuras, los profetas.
¿Garantía de todo este orden de cosas? Cristo y los santos entre bastidores,
en plan de protección perenne.
[1] Este ha sido un feliz cambio en la exégesis del gran sacerdote español.
Antes de haber podido leer este artículo, ya le habíamos criticado su
distinción entre el mero “advenimiento” de Cristo y su “presencia” o Parusía. Aquí el autor modifica su postura anterior
y simplemente distingue entre Presencia “visible” e “invisible”, ni más ni
menos que lo que hicimos nosotros, siguiendo la huella del famoso decreto del
´44 y al mismísimo Lacunza. Ver AQUI.
[2] Libro inhallable. Si el
lector amable nos podría ayudar a conseguirlo, se lo agradeceríamos
eternamente.
[3] “Christus vero et
sancti suscitandi, qui digni habebuntur saeculo illo et resurrectione, non
remanebunt in terra ut tenuerunt chiliastae insani (Cerinthus, Montanus, Nepos, Apolinaris), forsitan et chiliastae sani (Justin., Iren., Hipol., Tertull., Lactant.,
alii), sed potius invisibiles, ut decet corpora incorruptibilia. Nimirum
Descensio [Domini] destruet effectum Ascensionis; quare Christus et sancti in
futuro regno mille annorum, erunt quidem inter homines [viatores], sed in eo
ferme statu, in quo erat Christus suscitatus per 40 dies ante Ascensionem
suam."
[4] Como se vé, el cambio ha sido bastante radical,
pero para quien sigue la letra de las Escrituras la certeza de un reino
presente, aunque invisible, de Cristo con sus Santos se impone necesariamente.
[5] Muchísimas cosas para decir en este párrafo que, junto con los
siguientes, nos parecen lo mejor de todo este trabajo y nos recuerdan por
momentos a Lacunza.
Digamos aunque
más no sean tres palabras:
a) La exégesis de Isaías sobre el
“Dios escondido” es simplemente sublime.
No la habíamos visto en ningún otro autor y nos parece un hallazgo felicísimo
de Ramos García. El contexto muestra a las claras que la referencia es
posterior a la liberación y fin del cautiverio de Israel y que coincide con la
conversión de las Naciones.
b) El autor afirma claramente que
el Anticristo profanará el Templo de Salomón reconstruído. Esto nos parece
bastante obvio pero lamentablemente son muchos, y entre ellos algunos
milenaristas, los que alegorizan todos esos pasajes.
c) El tema de los sacrificios judíos en el Templo es demasiado complejo
como para decir algo definitivo al respecto. Nosotros seguimos a Lacunza en
este escabroso tema pero aquí, sin entrar en disputas, nos basta con que el
autor reconozca que “en apariencia”, léase: “según la letra del Texto”, el nuevo Templo va a ser consagrado al
culto mosaico.
A la afirmación
del autor nos parece que le faltan dos pequeñas precisiones: por un lado que el
culto mosaico no solo que no sería exclusivo sino que será totalmente secundario del culto Cristiano, es decir
de la Misa; y por otro lado no volverían todos los ritos, ceremonias y sacrificios
sino sólamente algunos.
[6] Independientemente de la traducción que corresponda, creemos que yerra
aquí el autor, y por las siguientes razones:
1) Isaías no está hablando de la
Iglesia sino de Israel:
a) El misterio del Cuerpo Místico es una revelación del Nuevo Testamento (Ef. III, 8 s; Col. I, 25 s.).
b) Sin salirnos del capítulo XL,
vemos que le habla a Jerusalén (v. 1), a Sión-Jerusalén-ciudades de Judá (v. 9) y a Jacob-Israel (v. 27).
c) Al pueblo de Dios se le consuela
porque ha sido expiada su culpa y
porque ha recibido el doble por sus
pecados. Nada de ésto se puede decir de la Iglesia.
2) Comparemos el texto de Isaías
con el del Eclesiástico y veremos
que son como un eco el uno del otro:
Is. XL, 1: “Consolad, consolad a mi pueblo dice Dios, etc.”.
Eccli. XLVIII, 27: “Isaías vio la gloria de Dios y consoló a los que lloraban en Sión, etc.”.