Como
recordará el lector, durante las primeras cuatro partes nos propusimos demostrar
la diferencia entre lo que trae Lc XXI por una parte y lo que Mt-Mc
nos dejaron por la otra. Nuestra tesis principal es que se trata de dos
discursos diferentes, y después de hablar sobre todo lo relativo a la(s)
pregunta(s) vamos a comenzar ahora mostrando las diferencias en la(s)
respuesta(s) de Nuestro Señor.
Para
resumir en dos palabras las estructuras de ambas respuestas podemos dar el
siguiente cuadro:
En el caso de San Lucas tenemos[1]:
1) Sucesos anteriores a la destrucción de Jerusalén pero que, sin
embargo, no son signos (vers. 8-19).
2) El signo propiamente tal de la destrucción: sitio a Jerusalén
por los ejércitos (vers. 20) seguido de las calamidades que le han de
acaecer a los judíos, las cuales Nuestro Señor extiende hasta el cumplimiento
de “el tiempo de los
gentiles” (vers. 21-24).
3) De aquí pasa Nuestro Señor directamente a la Parusía (v.
25-28), seguido de la parábola de la higuera y de los otros árboles
y de la exhortación a la vigilancia (vers. 29-36).
En el caso de San Marcos (y Mt) tenemos:
1) Sucesos anteriores a la
Parusía pero que, sin embargo, no son signos (vers. 5-13)
sino tan sólo el comienzo de los dolores.
2) El signo propiamente tal de la Parusía que es el Anticristo profanando el
Templo (vers. 14-23).
3) La Parusía (vers. 24-27), seguido de la parábola de la
higuera y de la exhortación a la vigilancia[2] (vers. 28-37).
La primera serie de artículos estarán dedicados a lo que hemos dado en
llamar “sucesos anteriores del signo”. Las diferencias no son mayores pero
creemos que son lo suficientemente claras para dejar ver una duplicidad de
discursos.
Veamos:
Mateo XXIV
4 Y Jesús les respondió diciendo:
"Cuidaos que nadie os engañe.
5 Porque muchos vendrán bajo mi nombre[3], diciendo: "Yo soy el Cristo", y a muchos engañarán.
Marcos XIII
5 Y Jesús se puso a decirles: "Cuidaos
que nadie os engañe.
6 Muchos vendrán bajo mi nombre diciendo:
"Yo soy (el Cristo)", y a muchos engañarán.
Lucas
XXI
8 Y El dijo: "cuidaos que no os engañen;
porque muchos vendrán bajo mi nombre diciendo: "Yo soy” y “el tiempo
está cerca". No les sigáis.
Hasta aquí los textos. La
principal diferencia entre ellos radica en que Lc agrega “el tiempo
está cerca” (en griego ὁ καιρὸς) lo cual algunos autores como Schmid,
Lagrange y Oñate identifican con el pasaje de Dn VII, 22: “hasta que vino el Anciano de días
y el juicio fue dado a los santos del Altísimo y llegó el tiempo (ὁ καιρὸς) en que los santos tomaron
posesión del reino”, lo cual prueba que el argumento de que Lc evitó
usar ciertos términos y pasajes del AT en atención a los destinatarios de su
Evangelio cae por su base.
Acaso podría llamar la atención que la frase “el
tiempo está cerca” se encuentre sólo en Lc referida a la destrucción
de Jerusalén y no en el discurso traído por Mt-Mc que se refiere
a la Parusía. Entramos acá en un tema muy interesante y es el siguiente ¿a qué tiempos
se refiere? Como a menudo sucede es la misma Escritura la que nos da la
respuesta:
Por Mc. I, 15 sabemos que Nuestro Señor comenzó
su vida pública diciendo “el tiempo
(ὁ καιρὸς) se ha cumplido y ha llegado el
reino de Dios, arrepentíos y creed en la Buena Nueva[4]” y luego
en Lc XII, 56 Nuestro Señor reprende a los fariseos: “Hipócritas, sabéis
conocer el aspecto de la tierra y del cielo; ¿por qué entonces no conocéis el
tiempo (τὸν καιρὸν)?” y en
Lc. XIX, 41-44: “Y cuando estuvo cerca, viendo la ciudad lloró sobre
ella y dijo: “¡ah si en este día conocieras también tú lo que sería para
la paz! Pero ahora está escondida a tus ojos. Porque días vendrán sobre ti, y
tus enemigos te circunvalarán con un vallado, y te cercarán en derredor y te estrecharán
de todas partes; derribarán por tierra a ti, y a tus hijos dentro de ti, y no
dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no conociste el tiempo (τὸν καιρὸν) en que
has sido visitada”; y en Jn. VII, 1-8, vemos aún más claro el sentido: “Después désto Jesús anduvo por Galilea; pues no
quería andar (más) por Judea porque los judíos trataban de matarlo.
Estando próxima la fiesta judía de los Tabernáculos, sus hermanos le dijeron:
“Trasládate a Judea, para que tus discípulos también (allí) vean qué obras
haces. Ninguno esconde las propias obras cuando él mismo desea estar en
evidencia. Ya que Tú haces tales obras, muéstrate al mundo”. Efectivamente ni sus
mismos hermanos creían en Él. Jesús,
por tanto, les respondió: “El tiempo (ὁ
καιρὸς) no ha llegado aún para Mí; para
vosotros siempre está a punto. El mundo no puede odiaros a vosotros; a Mí,
al contrario, me odia porque Yo testifico contra él que sus obras son malas. Id
vosotros a la fiesta; Yo, no voy a esta
fiesta, porque mi tiempo (ὁ ἐμὸς καιρὸς) aún no ha llegado”.
Es decir, lo que no había llegado era el
tiempo de presentarse al pueblo como Rey, puesto que lo que sus parientes
le pedían era que hiciera las mismas obras que en Galilea para que fuera
proclamado como Mesías en Jerusalén, la capital, y en una de las tres fiestas
principales.
Y no se diga que aquí Nuestro Señor está hablando de su pasión como parece
indicarlo el vers. 30: “Buscaban entonces apoderarse de Él, pero nadie
puso sobre Él la mano, porque su hora no
había llegado aún” y esto por dos razones: la primera porque Jesús no
se niega ir a la fiesta sino que se niega ir con sus parientes y hacer en
público los mismos milagros que hacía allí. De hecho como lo indica el
texto (VII, 9 y ss.), Él sí fue a la fiesta, pero en secreto. Por eso cuando les responde: “Yo no voy a
esta fiesta”, el sentido es: “Yo no voy con
vosotros en público”, como lo
indica Rene Thibaut S.J. en su preciosa
obrita “Le sens des paroles du Christ”[5] y la segunda razón es que el texto no dice que “el tiempo” no había
llegado sino “su hora” (ἡ ὥρα αὐτοῦ), al igual que en Jn. VIII, 20 y II, 4 cuando Jesús
dice: “mi hora (ἡ ὥρα μου) no ha llegado”. En el primer caso el
Evangelista quiere decir que no había llegado el momento de que lo apresaran y
en el segundo que no había llegado la hora de dar comienzo a sus milagros, como
consta por los textos.
El hecho de que no había llegado el tiempo se ve también en Jn
VI, 14-15 cuando después de la primera multiplicación de los panes:
“Aquellos hombres, a la vista del milagro que acababa de hacer, dijeron: “este
es verdaderamente el profeta[6], el que ha de venir al mundo[7]”. Jesús sabiendo, pues, que
vendrían a apoderarse de Él para hacerlo rey, se alejó de nuevo a la
montaña, Él solo”.
Cfr. también Mt. III, 2; IV, 17-23; X, 7; XVI, 1-4;
Lc. IX, 2 y X, 9; II Cor. VI, 2; Is. XLIX, 8.
En definitiva, creemos sin más que Nuestro Señor está
hablando del Reino Milenario prometido a los judíos durante todo el
Antiguo Testamento. Reino que iba a traer e inaugurar el Mesías y cuyos tiempos
ya se estaban cumpliendo (Dn. IX, 24-26). Habiendo llegado el tiempo
previsto Nuestro Señor vino a recoger los frutos de la Higuera (Israel), (Mt.
XXI, 33 ss., Lc. XX, 9 ss), pero la misma estaba seca y no dio fruto alguno
(Mt. XXI, 18 ss; Mc. XI, 12 ss) ya que “vino a su casa y los suyos no
lo recibieron” como dice San Juan, pues de lo contrario, si los
judíos hubieran recibido a su Mesías el
domingo de Ramos entonces el Milenio, es decir el Reinado de facto de Nuestro Señor, hubiera
tenido lugar ya que como lo indica el Salmo CXVII (CXVIII), que hace una
clara referencia al Milenio, “este es el día que hizo Yahvé” (v. 24)
y el pueblo comprendió perfectamente bien el significado y el cumplimiento de
lo profetizado en este Salmo cuando aclamó a Jesús, por medio de una
procesión con ramos frondosos (v. 27), como “al que viene en nombre de
Yahvé” (v. 26) agregando “¡Bendito sea el advenimiento del reino de
nuestro padre David!” (Mc. XI, 10), y esto mismo entendieron los
Fariseos cuando le dijeron a Nuestro Señor que hiciera callar a los que lo
alababan, ya que sabían muy bien lo que estaba sucediendo, puesto que los
Profetas habían anunciado esta entrada triunfal del Mesías Rey en Jerusalén (Dn.
IX, 25; Zac. IX, 9; Is. LXII, 11; Mal. III, 1). De aquí que el Martes
Santo, una vez que ya se había producido el rechazo, les vuelve a citar el
Salmo (v. 22-23) cuando les narró la parábola de los viñadores
homicidas (Mt. XXI, 42, Mc. XII, 10 s; Lc. XX, 17 s.) a fin de
anunciarles que la viña iba a pasar a ser arrendada por los gentiles: “la
piedra que rechazaron los constructores ha venido a ser la piedra angular. Obra
de Yahvé es esto, admirable ante nuestros ojos”; pero como Dios nunca
anuncia males o castigos sin dar alguna esperanza, les profetizó allí mismo la
futura, total y plena conversión con su segunda Venida al decirles “por eso
os digo, ya no me volveréis a ver, hasta que digáis: “¡Bendito el que viene en
nombre del Señor!” es decir que al haberlo rechazado en su primera Venida
no queda más alternativa que inaugurar el Reino Milenario cuando Jesucristo
venga “en gloria y majestad” por segunda vez[8].
Por eso es que pasado el domingo de Ramos Nuestro Señor ya no habla de el
tiempo, sino de mi tiempo: ὁ καιρός μου, (Mt. XXVI, 18)
referido a su Pasión. Ahora sólo resta esperar la plenitud de los tiempos (Ef.
I, 10), los tiempos del refrigerio (Hech. III, 20),
que se cumplan los tiempos de los gentiles (Lc. XXI, 24),
los tiempos de la restauración de Israel cuyos momentos Nuestro Señor no quiso
revelarnos (Hech. I, 6-7; I Tes, V, 1; II Ped. III, 10; Apoc. XVI, 15; Mc. XIII,
32; Lc. XII, 40; Mt. XXIV, 36), sino que sólo nos advirtió que
velásemos porque están cerca (Apoc. I, 3; XXII, 10).
Hasta
aquí la primera diferencia en las respuestas de ambos discursos. Puede no decir
mucho, es cierto, pero esperamos que valga como un pequeño comienzo. Hay mucha
tela para cortar sobre lo que acabamos de decir pero no podemos extendernos ya
que nos desviaría un poco del fin inmediato destos artículos.
Vale!
[2] No deja de llamar la atención que la liturgia
toma para el Domingo XXIV después de Pentecostés los versículos 15-44
de San Mateo, mientras que en el
I Domingo de Adviento toma a San
Lucas desde los versículos 25
a 36, ignorando así, en ambos casos, los versículos
anteriores que se refieren a la primera mitad de la septuagésima semana y a la
destrucción de Jerusalén respectivamente.
[3] “Vendrá bajo mi nombre”: uno podría
estar tentado a adoptar la traducción más usual: “vendrán en mi nombre”, en
decir, se presentarán como mis enviados. Pero no se comprende que estos
impostores busquen hacerse pasar por Mesías. Evidentemente el enviado no es el
Maestro. Así, pues, hay que respetar el matiz de la preposición griega y
traducir: “vendrán bajo mi nombre”, es decir, se atribuirán mi
calidad de Mesías, palabras y obras”. Buzy, en su comentario a San
Mateo en La Sainte Bible, de L. Pirot.
[7] Straubinger in
Jn XI, 27 comenta magistralmente: “El
que viene: en griego ὁ ἐρχόμενος, participio presente que traduce literalmente la
fórmula hebrea: Ha-ba, con que el
Antiguo Testamento anuncia al Mesías Rey venidero. Así lo vemos en Mt. XI, 3; XXI, 9; en Lc. VII,
19 y en Jn. VI, 14, etc. aplicado como aquí en el sentido de “el que había de venir”. En Mt. XXIII,
39 (véase la nota) Jesús se
aplica la misma palabra griega correspondiente a la misma expresión hebrea del Sal.
CXVII (CXVIII), 26 que Él cita allí, pero esta vez con relación a su
segunda venida. Lo mismo hace en Mt. XVI, 28; XXVI, 64; Mc. XIII, 26; XIV,
62 etc. anunciando la primera vez su Transfiguración, y todas las demás
veces su Parusía, y usando siempre esta palabra en el sentido de futuro en que
lo había usado el Bautista al
anunciar la primera en Mt. III, 11 donde la Vulgata la traduce por venturus (venidero). Es decir que
aunque Jesús ya vino, sigue siendo el que
viene, o sea el que ha de venir, pues cuando vino no lo recibieron (Jn. I,
11) y entonces Él anunció a los judíos que vendría de nuevo (Cfr. Heb. IX, 28;
Hech. III, 20 ss; Fil. III, 20 s., etc.), por donde en adelante el participio
presente tiene el sentido de futuro como lo usa Jesús en los anuncios de su
Parusía que hemos mencionado. Cfr. II Jn. 7; Apoc. I, 8. Así lo hace
también S. Pablo (Cfr. Heb. X, 37
y nota), tomando esa palabra que Habacuc
(II, 3 s.) usa en los LXX para anunciar al Libertador de Israel, y
aplicándola como dice Crampon, al Cristo venidero en los tiempos
Mesiánicos, o sea, como dice la reciente Biblia de Pirot, “cuando venga a juzgar al mundo”.
[8] Exceptuando el llamado tiempo apostólico,
tiempo que Jesucristo les otorgó para que se convirtieran.