III
LAS LÁGRIMAS Y EL PERDON
Se apartó un momento y lloró.
(Génesis, cap. XLII, vers. 24).
La
historia de José está llena de lágrimas. Está, por lo tanto, llena de victorias.
Jacob lloró cuando creyó muerto a José.
Pero José no había muerto y Jacob lo volvió a ver en Egipto,
traído directamente por la mano del Señor.
José
llora también y sus lágrimas señalan la victoria que sus hermanos arrepentidos
van a obtener sobre él: cuando reconoce a sus hermanos, en Egipto, a sus hermanos suplicantes,
que no lo reconocen, pero que se acusan y declaran haber merecido por su pasado
crimen su actual desdicha, José se aparta un tanto para llorar; pues no
se da a conocer aún; pero ha llorado. Vence a la cólera y sus hermanos arrepentidos
son en el fondo sus vencedores.
Y
cuando se descubre al fin, llora y se arroja llorando al cuello de Benjamín.
Las lágrimas anteriores hablan preparado y anunciado su victoria. Las lágrimas
de hoy, la consagran y celebran.
—
Soy José. ¿Vive aún mi padre?
La
escena es inmortal y demasiado sencilla para ser relatada. No me atrevo a referirla. Ha sido
consagrada por las lágrimas de las generaciones: las lágrimas de José
han despertado ecos que se elevaron de siglo en siglo, hablándose y
respondiéndose.
Luego
Jacob moribundo solicita a José el perdón de sus hermanos. José llora, José
responde con lágrimas. Por lo tanto, José es el vencedor. El perdón ha sido
concedido, puesto que las lágrimas corren.
Y el
espíritu se movía sobre la Faz del abismo.
Jacob constituía entre José y
sus otros hijos algo así como la orden paterna de Perdonar. Era un Perdón
augusto y viviente que andaba en majestad patriarcal en medio de sus hijos
otrora desavenidos. Pero Jacob muere; sus hijos tiemblan; recuerdan a José
las recomendaciones de su padre muerto; citan con los propios términos las
palabras del gran Patriarca; José llora; el Perdón está confirmado.
La
victoria del padre muerto está atestiguada por las lágrimas del hijo poderoso.
¡Cuántas
lágrimas y cuántas victorias en esta vida de José!
Soy
Faraón, había dicho el rey de Egipto. Nadie sin orden tuya podrá mover la mano
o el pie en toda la tierra de Egipto.
Esta
frase contiene una magnífica afirmación de soberanía.
Esta
afirmación constituye una delegación. Es en el momento en que confía todo el
poder a otro, que Faraón se siente poderoso y realiza un acto de poder. La
conciencia de su soberanía se despierta y se afirma en él, en el momento en que
delega el poder. ¡Soy Faraón!, dice. Luego otorga a José la autoridad. Sólo
entonces se siente rey y exclama: ¡Soy Faraón!