II
CRISTO EN LA IGLESIA Y LA IGLESIA
EN CRISTO
Todo
el misterio de la Iglesia reside en la ecuación y la convertibilidad de estos
dos términos: Cristo y la Iglesia.
Este
principio aclara todos los axiomas teológicos que se refieren a la Iglesia. Por
ejemplo: Fuera de la Iglesia no hay salvación —no significa realmente
otra cosa que—: Fuera de Cristo no hay salvación.
Asimismo,
ese principio aclara o más bien invoca y exige los cuatro grandes atributos de
la verdadera Iglesia: ¿por qué la unidad? Porque la Verdad está en la Iglesia y
la Iglesia en la Verdad. ¿Por qué la Santidad? Porque la Gracia está en la
Iglesia y la Iglesia en la Gracia. ¿Por qué la catolicidad? Porque la Redención
universal se hace por la Iglesia y la Iglesia se hace por la Redención Universal.
¿Por qué la apostolicidad? Porque Cristo está en los Apóstoles y los Apóstoles
en Cristo.
§ Ahora
bien, este primer principio: Cristo en la Iglesia y la Iglesia en Cristo, se desprende
del hecho mismo de la Encarnación. Porque, al asumir una naturaleza humana; el
Hijo de Dios empieza por vaciarla de su personalidad, y en su lugar pone su
propia Persona divina. Sólo a Dios le es posible alcanzar esa profundidad de
nuestra naturaleza, y operar un despojamiento tan íntimo. ¿Para qué lo hace,
sino para atestiguar la realidad de su desposorio con la Humanidad? ¿Puede
haber una unión más estrecha?
Precisamente,
esta asunción por el Verbo de una naturaleza humana impersonal, indica
que el plan de la Redención pone sus miras, antes que en los individuos humanos,
en la humanidad entera, regenerada y unida en Cristo, es decir, en la Iglesia.
§
"¿Qué es la Iglesia?, dice Bossuet[1].
Es la Asamblea de los Hijos de Dios, el ejército de Dios vivo, su reino, su
ciudad, su templo, su trono, su santuario, su tabernáculo. Digamos algo más
profundo: la Iglesia es Jesucristo, pero Jesucristo propagado y comunicado".
§ Llama
la atención que de las cuatro Notas, la que haya prevalecido para caracterizar
a la Iglesia verdadera, sea la de Catolicidad. Es que ésta comprende a las
otras y les comunica, en su conjunto, una singular fuerza de testimonio. La
Catolicidad implica esencialmente la Unidad: es la Unidad difundida. Ahora
bien, la Unidad reclama una Jerarquía, y una Tradición apostólicas, y así arrastra
consigo la Santidad, que no es más que la Unidad de la Moral con la Doctrina.
Así,
la Catolicidad es la Unidad amplificada, organizada y resplandeciente. Por eso,
al añadir fecundidad y gloria a la Unidad, se convierte, para la Iglesia, en el
signo más estable de su institución divina y de su idealidad con Cristo.
Yo
no puedo admitir que nuestro Dios se haya encarnado para hacer una obra no tan
vasta ni tan bien ordenada como el mundo. "Ecce enim ego creo coelos novos et terram novam"[2].
[Porque he aquí que Yo creo nuevos cielos y nueva tierra.] Este será, pues, un
orden tan inmenso y aun más perfecto que el de los cielos, tan vasto como la
tierra; pero más efectivo y más benéfico que el de todos los reinos.
§ Si
se separara a Nuestro Señor de la Iglesia y a la Iglesia de Nuestro Señor, ¿cómo
podría justificarse los títulos con que el Profeta saluda a Nuestro Señor?
[Is., IX, 6.].
Admirable
Consejero o Maravilla de Consejo: eso no sólo quiere decir que Él deba ser el oráculo
del mundo por su iglesia, sino que Él mismo debe mostrar, ante todo, la
Sabiduría sobrehumana de sus consejos, disponiendo su obra de acuerdo con un
plan bien concebido y sólidamente cimentado. De otro modo, ni siquiera sería el
buen arquitecto que San Pablo pretendía ser[3].
Para que ese Consejo sea enteramente una maravilla, deberá contener Cielo y
Tierra, y realizar la unión de las cosas visibles con las cosas invisibles: Sicut
in coelo et in terra. Ese plan no ha de ser meramente terreno ni
puramente espiritual: comprenderá ordenadamente, como en Cristo, lo divino y lo
humano.
Dios
fuerte: he
aquí la Iglesia militante investida de la fuerza misma de Dios. "Non
veni
pacem mittere sed gladium"[4]. [No vine a traer la paz, sino
la espada.] Nuestro Señor no sería tan combatido, no aparecería tan
victorioso, si sólo viviera en lo secreto de las almas. El es el invencible en
su Iglesia: "Portae inferi non praevalebunt adversus eam[5]". [Las puertas del infierno
no prevalecerán contra ella.].
Padre
del siglo venidero: necesita una esposa para engendrar al nuevo Israel, una esposa siempre
joven e inmortal y que engendre para la Eternidad.
Príncipe
de la Paz: mucho
mejor que la paz de Augusto, la paz de Cristo es un don regio y
universal. La paz de Cristo es obra de su realeza, porque sólo su realeza
pone orden en el mundo y en las almas. Pero, sin una Iglesia visible y jerárquica,
¿dónde estaría la dignidad real de Jesucristo?
§
También oímos a Nuestro Señor manifestar desde un principio, y no con el acento
febril de la ambición humana, sino con autoridad y certidumbre incomparables,
los designios de universalidad que atribuye a su obra. “Vosotros sois
la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo"[6].
Y que aquí no se trata solamente del efecto edificante que producen las buenas
obras individuales "ut videant opera vestra bona, et glorificent Patrem...”[7]
[Para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre], que no se
trata sólo de eso, resulta evidente por la imagen de la Ciudad edificada sobre
un monte y por la imagen de la Casa, figuras que Nuestro Señor emplea en ese
mismo momento, y que anuncian la Iglesia. Lo mismo se desprende de las palabras
subsiguientes, dichas por el Señor como soberano legislador de todos los
siglos: "Non venim legem solvere, ser adimplere... donec omnia fiant"[8].
[No penséis que he venido a abrogar la ley, o los Profetas: no he venido a
abrogarlos, sino a darles cumplimiento. Porque en verdad os digo, que hasta que
pase el cielo y la tierra, no pasará de la ley ni un punto ni una tilde, sin
que todo sea cumplido]. Pero lo importante es advertir que esta doble
imagen, celestial y terrestre, de la luz y la sal, anuncia algo sublime y
positivo a la vez —una doctrina hermosa como la luz y que se mantendrá
incorruptible como la sal, una santidad que no reposa en el sentimiento
individual, sino que se sumerge en la luz de la doctrina—; en fin, que la sal
apostólica no deberá ser pisada por los hombres. Todo eso, en la Iglesia ha de
realizarse.
§ Por
lo demás, cuando libra a su Iglesia del estrecho marco de la vida nacional judía,
Nuestro Señor no deja de proceder con significativos miramientos. Declara que
no ha sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel[9].
No obstante haberlos destinado a evangelizar todos los pueblos, en un primer
momento detiene a sus Apóstoles en los umbrales de la Gentilidad[10].
Y en el Monte de las Olivas, cuando llora a la vista de Jerusalén, el "Quoties volui congregare
filios tuos"[11]
[Cuántas veces
quise congregar tus hijos], da testimonio de que llora la pérdida de la
primacía que de haberle sido fiel, Israel hubiera conservado, aún dentro de la
Iglesia universal.
¿Por
qué esos miramientos? No tan sólo para mostrar que Dios mantiene su gran
promesa mesiánica; también porque, si Nuestro Señor hubiese repudiado bruscamente
a Israel, hubiéramos podido creer que repudiaba en todo sentido la Teocracia y
dejaba anonadar a su Iglesia en el individualismo religioso. Nuestro Señor no
ha querido una religión individual ni una iglesia nacional (en el sentido
mosaico o cismático de la palabra): ha querido que su Iglesia mantuviera su
carácter de reino. El historiador Josefo[12]
creía haber inventado ese gran nombre de Teocracia (que hoy nos espanta porque
le referimos nuestras ideas confusas). Mejor hallazgo había hecho Nuestro Señor
al hablarnos del Reino de Dios, de su Reino y de su Iglesia.
§ La
claridad con que aparece la idea de la Iglesia en ciertas palabras de Nuestro
Señor, tales como los tres grandes textos relativos a la Primacía de Pedro, es
de veras adorable. Sin embargo, tiene más interés y es más grato, si esto puede
decirse, sentir cómo circula esa misma idea de la Iglesia a través de otras
muchas palabras, latente, pero con el calor de las emociones del Corazón divino
—o, simplemente—, verla significada por ciertas actitudes del Señor.
Sin
buscar en otros pasajes, donde la Iglesia es figurada con un edificio, un
redil, una viña, un reino, un organismo vivo, he aquí las más bellas y fuertes
de esas imágenes, surgiendo alternativamente de las palabras y de la actitud de
Nuestro Señor, en el episodio de la fiesta de la Dedicación según el relato de San
Juan, X, 22.
"Era
invierno. Y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón."
Ese rasgo inesperado que parece asimilar al Señor a la muchedumbre banal de
gente ociosa, señala, en realidad, su carácter de Maestro de la Sabiduría y de
jefe de Escuela. El verdadero Peripatético es Él; pero su escuela y su universidad
es el Templo, y no un recinto reservado a un pequeño grupo de discípulos
inscritos. La arquitectura de ese pórtico salomónico simboliza cumplidamente,
no sólo el orden, la precisión, la grandeza armoniosa del edificio doctrinal
que la fe de su Iglesia levantará en el mundo, sino también la abundancia de
aire y de luz que en él circula, la universalidad y la vida de la síntesis teológica.
Se diría que ese simple rasgo ha venido a la pluma del Evangelista traído por
la viva impresión del contraste de las Escuelas griegas, que tuvo ante sus
ojos. Yo veo en eso una ilustración o una equivalencia del Docete omnes
gentes.
Los
judíos no tardan en rodear al Maestro y le proponen una pregunta airada. Jesús
contesta: "Vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas
oyen mi voz: y yo las conozco, y me siguen." La Escuela, el Pórtico se
abren de pronto sobre una escena pastoril. ¡Cómo conviene este juego de
imágenes a la Iglesia, aprisco del Único Amor y escuela de la Única verdad!
Estas de que habla Nuestro Señor, son ovejas inteligentes y atentas, y no como
las de Dante[13].
"Yo
les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y ninguno las arrebatará de mi mano.
Lo que me dio mi Padre, es sobre todas las cosas: y nadie lo puede arrebatar de
la mano de mi Padre"[14].
He
ahí la unidad viviente e inquebrantable del Cuerpo místico de Cristo. He ahí la
importancia capital de la Iglesia: majus est omnibus. Ella está unida al
Hijo con el mismo vínculo que une el Hijo al Padre; está en la mano del Padre
como en la mano del Hijo, su Esposo. He ahí el misterio de Cristo en la Iglesia
y la Iglesia en Cristo.
§ Cuanto
más se aproxima Nuestro Señor a su Sacrificio en la Cruz, más fuerza y amor
pone en hacernos entender el misterio de la Iglesia. Los discursos y la Oración
durante la Cena y después de la Cena, que debemos considerar corno arquetipo de
la Liturgia, son el testamento dejado por el Señor a su Iglesia:
"Yo
sé los que escogí."
"El
que recibe al que Yo enviare, a Mí me recibe: y quien me recibe a Mí, recibe a
aquél que me envió."
"Ahora
es glorificado el Hijo del hombre; y Dios es glorificado en Él."
"En
esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviéreis caridad entre vosotros"[15].
"Vendré
otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que en donde Yo estoy, estéis también
vosotros."
"El
que en Mí cree, él también hará las obras que Yo hago, y mayores que éstas
hará."
"El
espíritu de la verdad, a quien no puede recibir el mundo, porque ni lo ve ni lo
conoce: mas vosotros lo conoceréis: porque morará con vosotros y estará en vosotros."
"Todavía
un poquito: y el mundo ya no me ve. Mas vosotros me véis: porque Yo vivo, y vosotros
viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros
en mí, y yo en vosotros."
"El
que me ama, será amado de mi Padre: y yo le amaré, y me le manifestaré a Mí
mismo."
"Si
alguno Me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y
haremos morada en él."
"El
Consolador, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, Él os enseñará
todas las cosas, y os recordará todo aquello que Yo os hubiere dicho."
"La
paz os dejo, mi paz os doy: no os la doy yo como la da el mundo"[16].
"Yo
soy la verdadera vid: y mi Padre es el labrador." "Estad en mí, y Yo
en vosotros. Como el sarmiento no puede de sí mismo llevar fruto, si no estuviere
en la vid: así ni vosotros, si no estuviéreis en Mí."
"Como
el Padre me amó, así también Yo os he amado. Perseverad en mi amor."
"No
os llamaré ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. Mas a vosotros
os he llamado amigos: porque os he hecho conocer todas las cosas, que he oído
de mi Padre."
"Porque
no sois del mundo, antes yo os escogí del mundo, por eso os aborrece el
mundo"[17].
"Cuando
viniere aquel Espíritu de verdad, os enseñará toda la verdad. El me glorificará
porque de lo mío tomará, y lo anunciará a vosotros."
"Y
en aquel día no me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo: que os dará
el Padre todo lo que le pidiéreis en mi nombre. Pediréis en Mi nombre; y no os
digo que Yo rogaré al Padre por vosotros: porque el mismo Padre os ama, porque
vosotros me amasteis, y habéis creído que yo salí de Dios"[18].
"Padre,
viene la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a Ti. Como
le has dado poder sobre toda carne, para que todo lo que le diste a Él, les dé
a ellos vida eterna."
"He
acabado la obra que me diste a hacer... He manifestado Tu nombre a los hombres
que me diste del mundo... Porque les he dado las palabras que me diste."
"Yo
ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por éstos, que me diste, porque
tuyos son."
"Ya
no estoy en el mundo, mas éstos están en el mundo, y Yo voy a Ti. Padre santo,
guarda por tu nombre a aquéllos que me diste: para que sean una cosa, como
también nosotros."
"Santifícalos
con tu verdad. Tu palabra es la verdad."
"Como
Tú me enviaste al mundo, también Yo los he enviado al mundo. Y por ellos Yo me
santifico a Mí mismo, para que ellos sean también santificados en verdad."
"Mas
no ruego tan solamente por ellos, sino también por los que han de creer en Mí
por la palabra de ellos: Para que sean todos una cosa, así como Tú, Padre, en Mí,
y Yo en Ti, que también sean ellos una cosa en nosotros: para que el mundo crea
que Tú me enviaste."
"Yo
les he dado la gloria que Tú me diste: para que sean una cosa, como también
nosotros somos una cosa."
"Yo
en ellos, y Tú en Mí: para que sean consumados en una cosa: y que conozca el
mundo que Tú me has enviado, y que los has amado, como también me amaste a Mí."
"Y
les hice conocer tu nombre, y se lo haré conocer: para que el amor con que me
has amado esté en ellos, y Yo en ellos"[19]
".
Así es
como, abarcando toda su Iglesia, la Iglesia universal de todos los tiempos, el
Señor Jesús le aseguraba esa maravillosa participación de la Unidad Divina y de
su propia gloria divina: claritatem quam dedisti mihi, dedi eis, ut sint unum sicut et nos; la participación de su
santidad, de su misión, el crédito ilimitado sobre sus méritos y la
participación de la omnipotencia de su oración; y la de su paz, y la de su
beatitud; y también la de su imperio visible y temporal sobre toda carne, potestatem omnis carnis, en atención al fin supremo de la
vida eterna. En fin, para que nada falte, la participación del odio del mundo y
la participación de la Cruz, propterea odit vos mundus.
Esas
son las joyas de la Esposa. Ese es el contrato de la alianza, fechado en la
hora de la Cena y sellado con la Eucaristía. En él se estipula la dote regia de
la Iglesia, a la espera del sangriento desposorio sobre la Cruz y las nupcias
abrasadas de Pentecostés.
[1] Bossuet, Notes sus l'Eglise, tirées d'une Allocution aux Nouvelles Catholiques,
d'avant son épiscopat. Lebarq, t. VI.