sábado, 29 de julio de 2023

Orgulloso de ser romano, por John Daly (VII de XI)

 Comunión: Consideremos ahora hasta qué punto el tradicionalista sedeplenista es fiel a los deberes de comunión con Roma, los obispos enviados por Roma y los fieles reconocidos por Roma.

El deber de comunión con Roma aparece a primera vista como una bendición para quienes están ansiosos por convencerse de que los sedeplenistas son más leales a Roma que los sedevacantistas. Si se examina más de cerca, surge lo contrario.

En primer lugar, hay que señalar que el Vaticano II enturbió las aguas de la comunión eclesiástica al inventar su novedosa doctrina de que la comunión con la Iglesia Católica es una cuestión de grado. En días más felices, la Santa Sede había enseñado inequívocamente que la sumisión al Romano Pontífice es necesaria para la salvación[1] y que el Cuerpo místico de Cristo es una y la misma cosa que la Iglesia Católica y romana[2]. Por lo tanto, en palabras del P. Faber: 

"Ninguna creencia exacta, ninguna simpatía correcta, ninguna opinión generosa, ningún acercamiento cercano, ninguna devoción sensible, ninguna gracia actual sentida, harán de un hombre un miembro vivo de Jesucristo, sin la comunión con la Santa Sede" (La Preciosa Sangre, pág. 186). 

En la Unitatis Redintegratio § 3 del Vaticano II, por el contrario, se nos informa que todos los creyentes bautizados están en una cierta comunión, aunque "imperfecta", que se espera llegue a ser perfecta gracias al ecumenismo. En Lumen Gentium (§ 14) se nos dice que la Iglesia "se sabe unida" a los cristianos bautizados que no profesan la fe en su integridad ni guardan la unidad de comunión bajo el sucesor de Pedro. Y, por supuesto, Lumen Gentium (§ 8) ya ha declinado declarar la identidad de la Iglesia de Cristo con la Iglesia de Roma, prefiriendo adoptar la deliberadamente tendenciosa ambigüedad ratzingeriana de que la primera subsiste en la segunda[3].

Todo esto es pura novedad y no tiene más sentido que para un biólogo declarar que las medusas se encuentran en un estado de comunión imperfecta con los vertebrados. Pero ha dado lugar a la curiosa paradoja de que la Iglesia conciliar reconoce que gozan de su "comunión perfecta" sólo quienes aceptan el Vaticano II con su falsa noción de "comunión imperfecta". La nueva doctrina, que en un principio pretendía elevar a los herejes y cismáticos a la comunión parcial, sirve ahora para degradar al mismo nivel a todos los que insisten en el concepto tradicional de comunión y se niegan a aceptar que la "comunión imperfecta" sea sana doctrina.

En este contexto, observemos:

martes, 25 de julio de 2023

Orgulloso de ser romano, por John Daly (VI de XI)

 8. Los sedeplenistas y la Fidelidad a Roma 

Algunos tradicionalistas sedeplenistas[1] están, de hecho, en sumisión activa a las autoridades postconciliares a las que Mons. Lefebvre se refirió como la Roma anticristo. Aunque utilizan los ritos y catecismos tradicionales, de hecho reconocen el Vaticano II como concilio católico legítimo y utilizan sus textos, junto con las encíclicas postconciliares y el "Catecismo de la Iglesia Católica"[2] de 1992 como fuentes doctrinales; reconocen que el Código de Derecho Canónico de 1983 ha substituido totalmente al Código de 1917. Su ministerio se ejerce en virtud de una misión derivada de estas autoridades impugnadas. Las órdenes de sus sacerdotes proceden en gran medida de obispos consagrados en los nuevos ritos. Aun así, rara vez se muestran entusiastas e incondicionales en su sumisión. Son conscientes de la tensión entre cómo les gustaría que fuera Roma y cómo es de hecho. Su romanidad está en constante tensión. Su situación será objeto de un próximo artículo en www.romeward.com, pero por el momento los dejaremos, y el término "sedeplenistas" no se referirá a ellos en el resto de este artículo.

Lo que nos preocupa hoy son aquellos que nominalmente reconocen a las autoridades ubicadas en Roma, pero que en la práctica se niegan a aceptar gran parte de su magisterio ordinario, su liturgia, sus actividades pastorales y el espíritu que las anima. Algunos de ellos (por ejemplo, el "ala derecha" de la SSPX y la "Resistencia") no desean ser reconocidos por hombres que consideran legítimos, pero manifiestamente en el error. Otros (por ejemplo, el "ala izquierda" de la SSPX y grupos similares) están ansiosos por obtener el reconocimiento, pero de hecho siguen ejerciendo su ministerio sin tenerlo y no están dispuestos a comprar el reconocimiento a costa de reconocer que las doctrinas del Vaticano II y la liturgia que emerge de él son ortodoxas y beneficiosas para las almas. Aunque estas divergencias entre las dos escuelas de tradicionalistas sedeplenistas son graves, son irrelevantes para el presente estudio. Para evaluar su fidelidad a los deberes eclesiales católicos podemos tratar a ambos grupos juntos. Examinemos su caso bajo los mismos epígrafes de Creencia, Comunión, Obediencia y Romanidad.

Creencia: La posición de los sedeplenistas que se niegan a subscribir los errores del Vaticano II o la licitud del uso de los nuevos ritos implica necesariamente puntos de vista doctrinales incompatibles con los autorizados por la Santa Sede antes del Vaticano II. He aquí algunos de los ejemplos más flagrantes.

1. Los Sedeplenistas no pueden tener ninguna objeción razonable para subscribir el Artículo 19 de los 39 Artículos de la Iglesia de Inglaterra: 

"Así como la Iglesia de Jerusalén, Alejandría y Antioquía han errado, también la Iglesia de Roma ha errado, no sólo en su forma de vivir y celebrar las Ceremonias, sino también en cuestiones de Fe". 

viernes, 21 de julio de 2023

Monseñor Joseph Clifford Fenton, La Iglesia Católica y la Salvación: A la luz de los recientes pronunciamientos de la Santa Sede (Reseña)

 Monseñor Joseph Clifford Fenton, LA IGLESIA CATÓLICA Y LA SALVACIÓN: A LA LUZ DE LOS RECIENTES PRONUNCIAMIENTOS DE LA SANTA SEDE, CJ Traducciones. Córdoba, Argentina, 2023, p. 249. 

Seguramente los lectores de este blog ya conocerán al autor y al libro, que publicamos en su momento y que, revisado y corregido de no pocos errores, se presenta por primera vez disponible en papel.

Mons. Joseph Clifford Fenton (16 de enero de 1906-7 de julio de 1969), nacido en Massachusetts, Estados Unidos, fue uno de los teólogos más brillantes del siglo XX, dedicado en particular al estudio del tratado De Ecclesia. Editor durante veinte años del periódico influyente y antimodernista American Ecclesiastical Review (1943-1963) iluminó con sus numerosos artículos la porción de la teología dedicada al estudio de la Iglesia de Cristo. Numerosos errores, que después tendrían su eco en el concilio Vaticano II, encontraron en él un acérrimo opositor.

Ordenado sacerdote en 1930, obtendrá al año siguiente el doctorado en Teología en el Angelicum bajo la dirección del P. Reginald Garrigou-Lagrange, O.P. con una tesis sobre “El concepto de la Sagrada Teología”.

En 1958 publicó este libro (reeditado en 2006 por Angelus Press), que sin dudas es el tratado más completo y preciso que existe sobre la explicación de un dogma tan atacado como olvidado: Fuera de la Iglesia no hay salvación.

El libro se divide en dos partes: en la primera, se analizan ocho pronunciamientos doctrinales de la Iglesia que tratan sobre este dogma, mientras que, en la segunda, se explican sus antecedentes teológicos e históricos.

Lectura obligada para todos aquellos que quieran tener una comprensión acabada de este dogma, así como también para combatir sus erróneas interpretaciones, hoy más actuales que nunca.

El libro está disponible en Amazon AQUI.

martes, 18 de julio de 2023

Orgulloso de ser romano, por John Daly (V de XI)

 7. Los sedevacantistas y la Fidelidad a Roma 

Para responder a esta pregunta debemos recordar primero qué significa sedevacantismo. Es la creencia de un católico de que el hombre que se cree comúnmente que es Papa no es el legítimo sucesor de San Pedro. En nuestros días muchos han adoptado esta posición con respecto a algunos de o todos los pretendientes del Vaticano II: Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y II, Benedicto XVI y Francisco.

Considerada en abstracto y sin referencia a las circunstancias actuales, la tesis de que un hereje manifiesto no puede ser Papa, y que no es necesario ningún proceso o declaración legal para privarle de lo que en primer lugar no posee es ciertamente romana. Aunque no es un dogma, y es impugnada por algunos teólogos, es la enseñanza de los teólogos más aprobados por Roma y sustenta la sentencia del Papa Pablo IV en Cum Ex Apostolatus y del Papa San Pío V en Inter multiplices. Es una aplicación del principio según el cual el hereje, estando fuera de la Iglesia por el hecho de no profesar su fe, no puede desempeñar cargos dentro de ella: principio consagrado en el canon 188.4 del Código de Derecho Canónico de 1917. Lo enseñan varios Doctores de la Iglesia[1], más explícitamente San Roberto Belarmino, cuya doctrina sobre el papado la Iglesia alaba y recomienda a sus hijos[2].

Volviendo a las circunstancias de nuestro tiempo, la presencia de innumerables actos (privados y públicos, palabras, hechos y omisiones) por parte de estos pretendientes papales que levantan al menos una sospecha de herejía no es discutida por los tradicionalistas sedeplenistas y fue plenamente admitida por Mons. Lefebvre[3]. Todos los católicos tradicionales están de acuerdo en que los nuevos ritos, doctrinas, actitudes, canonizaciones, etc., del Vaticano II y lo que le siguió han alterado drásticamente el paisaje eclesiástico, de modo que se necesitan urgentemente nuevos mapas.

En el sedevacantismo, pues, tenemos una tesis que es romana en su teología y un conjunto de hechos sobre Roma desde 1958 que invitan a preguntarse: ¿se ajusta la tesis a los hechos? Todos reconocen que existe, como mínimo, un caso prima facie al que hay que responder. Incluso quienes piensan que la respuesta es No, no pueden escandalizarse legítimamente de que un número cada vez mayor piense que es .

Los criterios para aplicar la tesis papa hæreticus est depositus[4] a nuestra situación han sido sopesados con sobriedad: ¿las palabras y hechos de los demandantes se oponen real y directamente a un dogma de fe? ¿Son incompatibles con la intención habitual de sumisión a la enseñanza de la Iglesia? Considerados individualmente y en su conjunto, en texto y en contexto, ¿es creíble para un hombre razonable, en la medida en que se presume con razón que los actos externos representan disposiciones internas, que los demandantes papales del Vaticano II eran de hecho católicos en la fe y se equivocaron sólo por inadvertencia? (En otras palabras, ¿es moralmente cierta su pertinacia, es decir, la conciencia de que su doctrina se opone al dogma católico)?

viernes, 14 de julio de 2023

Orgulloso de ser romano, por John Daly (IV de XI)

 5. Los católicos conciliares y la Fidelidad a Roma 

Todos sabemos que, en nuestros días, pocos de los que se dicen católicos respetan estos deberes. Consideremos en primer lugar el caso de aquellos que han sido arrastrados por la revolución del Vaticano II, para quienes el concilio, la nueva liturgia y los pastores que los imponen gozan de un reconocimiento sin reservas. ¿Respetan los deberes eclesiales católicos de fe, comunión, obediencia y romanidad?

Creencia: Incluso entre los fieles que se identifican como católicos, un gran número niega verdades elementales del Credo Romano como la existencia del Infierno, la Resurrección corporal de Cristo, la transubstanciación, la demostración de la existencia de Dios o la indisolubilidad del matrimonio sacramental, mientras que las enseñanzas morales como la pecaminosidad intrínseca de la anticoncepción son ignoradas tanto en la teoría como en la práctica. 

Comunión: El concepto de comunión eclesiástica como vínculo que une a los católicos y excluye a todos los demás bautizados (cismáticos, herejes, apóstatas, etc.) como no-miembros de la Iglesia ha dado paso a gran escala a una noción en la que la hermandad religiosa es co-extensiva con la hermandad de la raza humana ("solidaridad") y la comunión es un asunto de múltiples capas, como una cebolla. No es de extrañar, pues la propia Iglesia conciliar ha corrompido gravemente el principio de comunión eclesial. Desde que Pablo VI invitó al laico herético conocido como Arzobispo de Canterbury a "bendecir" a las multitudes en marzo de 1966[1], hasta que Juan Pablo II se hizo "bendecir" por una pandilla de rabinos en el Vaticano[2] y hasta que Francisco Bergoglio se alegró de la intercomunión de facto con los anglicanos practicada en Argentina y fomentó la intercomunión desde su elección[3], está claro que esta organización no es, para sus dirigentes, un cuerpo divinamente animado que actúa en unión espiritual para la gloria de Dios, sino una empresa global que evita concienzudamente las tendencias monopólicas y está siempre dispuesta a negociar acuerdos con rivales fuertes y a subcontratar partes de sus actividades a otras corporaciones. 

lunes, 10 de julio de 2023

Orgulloso de ser romano, por John Daly (III de XI)

 3. ¿Católico romano? 

El corolario de la cristiandad de Roma es la romanidad de la Iglesia.

La razón por la que la Iglesia Católica, que es idéntica y sinónimo de la única y verdadera Iglesia de Cristo[1], se ha opuesto en el mundo de habla inglesa a la designación "católico romano" es que es fácil, pero herético, entender que el adjetivo "romano" denota una determinada categoría de católicos y, por lo tanto, implica que también pueden existir otras categorías de católicos que no sean romanos[2]. Nos referimos al hombre como animal racional porque existen animales que no son racionales. El adjetivo denota una diferencia específica. Nos referimos a las campanillas como flores azules porque algunas flores no son azules. Es evidente que no podemos referirnos a un católico como romano en ese sentido, porque no puede haber católicos que no sean romanos.

Sin embargo, a veces los adjetivos son más esclarecedores que diferenciales, es decir, proporcionan información que ya se aplica necesariamente al substantivo. Así, a veces se habla de don gratuito, Dios todopoderoso, moabitas incircuncisos, sidra de manzana, etc., aunque en realidad todos los dones son gratuitos, el único Dios es todopoderoso, ningún moabita estaba circuncidado y la sidra sólo puede hacerse con manzanas. En este sentido, describir a la Iglesia Católica como romana y a sus miembros como católicos romanos es inobjetable e indudablemente cierto, si es que no una perogrullada. De hecho, el nombre oficial que la Iglesia Católica eligió para designarse a sí misma en el Concilio Vaticano de 1870[3] fue Sancta catholica apostolica romana Ecclesia ("Santa Iglesia católica apostólica romana").

Espero que vaya quedando claro lo que quiero decir con la afirmación del título de este artículo de que los católicos deben estar orgullosos de ser romanos. Todo católico está ligado a Roma: nuestra fe es romana, nuestra Iglesia es romana, nuestra civilización es romana, nuestra herencia es romana. Estamos orgullosos de ser romanos: fuera de las fronteras de la romanidad, ya sean geográficas o culturales, sólo existen los enemigos de nuestra fe y los de nuestra libertad, los que pueden destruir, pero nunca construir.

Pero nuestra condición de romanos por cultura implica deberes hacia Roma como eje de nuestra civilización, y nuestra condición de romanos por religión implica deberes hacia Roma como manantial del catolicismo de donde sólo surgen hasta el fin de los tiempos los oráculos de la verdad divina y la misión apostólica de enseñar, gobernar y santificar. 


4. Nuestros deberes para con la Iglesia de Roma 

jueves, 6 de julio de 2023

Orgulloso de ser romano, por John Daly (II de XI)

 2. La Iglesia y Roma 

Si Roma no hubiera sido más que el nombre de una ciudad-estado en la costa occidental de la península itálica, todo esto sería realmente misterioso. Pero Roma era mucho más. Mientras Dios seleccionaba a los israelitas para recibir su revelación y de quién nacería en la persona del Verbo eterno, también estaba preparando misteriosamente a Roma para el gran destino que le aguardaba, como sabrán los lectores de Dión y las Sibilas (AQUÍ) –posiblemente la más grandiosa de las novelas cristianas–[1]. Al extender su imperio por tierras civilizadas y semi-civilizadas, Roma había extendido gradualmente el derecho a su ciudadanía mucho más allá de sus propios nativos. Ya antes del nacimiento de Cristo había muchos romanos que nunca habían visto Italia, y en el año 212 d.C. el emperador Caracalla admitió a todos los hombres libres del Imperio como ciudadanos romanos.

Un siglo más tarde, el avance de la conversión del Imperio –incluido el propio Emperador– hizo que los términos romano y cristiano fueran intercambiables. Esto no se debió a que no quedaran paganos tras la conversión de Constantino, sino a que, como señala el P. Daniel Quinn[2]: 

"Después de que la mayoría de los romanos se hiciera cristiano, la lógica y el lenguaje populares consideraban romanos sólo a los que eran de religión cristiana… Así, en los países griegos del este, los cristianos se llamaban a sí mismos romanos y eran llamados así por los demás, mientras que los griegos que habían permanecido paganos eran conocidos como helenos"[3]. 

Y esto es bastante natural, ya que la lealtad del cristiano es a una entidad supranacional en la que "no hay judío ni griego" (Gál. I, 28).

Durante tres siglos, la Roma pagana se había cebado con la sangre de los mártires. Por ser cristianos, fueron condenados a muerte. Por ser romanos, morían diciendo Ave Cæsar morituri te salutamus - Salve César, a punto de morir te saludamos. Los Vicarios del único Dios verdadero que residían dentro de sus muros eran invariablemente ejecutados, no por adorar a Cristo, sino por negarse a adorar a los dioses del panteón pagano y, en concreto, al "divino emperador"[4]. Era imposible que la verdad y el error se pusieran de acuerdo. Por una inspiración providencial, Constantino, tras su conversión, puso fin a la paradójica cohabitación del Papa y el emperador, los supremos poderes religioso y civil respectivamente, en la ciudad de Roma, trasladando la capital imperial a Bizancio (rebautizada Constantinopla) en el Bósforo[5]. Pero el imperio que dirigía seguía siendo el Imperio Romano.

La sentencia divina de destrucción contra este sanguinario imperio había sido pronunciada hacía tiempo por el profeta Daniel[6] y renovada por el profeta de Patmos (Apoc. XVII). La libertad, deber y autosuficiencia se olvidaron en una vorágine de lujo, dependencia del Estado, socialismo, deuda desorbitada, vicio y brutalidad, corrupción política, democratización, sincretismo religioso y filosófico, pan y circo, es decir, el clamor por las dádivas del Estado y los deportes gratuitos[7]. Roma debía sufrir el castigo merecido por sus crímenes y sucumbir a las enfermedades engendradas por sus vicios. En Occidente, el Imperio caería en manos de los bárbaros invasores en el siglo V[8].

domingo, 2 de julio de 2023

Orgulloso de ser romano, por John Daly (I de XI)

Orgulloso de ser Romano

   Nota del Blog: No acostumbro publicar artículos de autores contemporáneos ni sobre estos temas, pero tanto por el hecho de que el autor me honra con su amistad, como, sobre todo, por la claridad de este trabajo, que creo arroja gran luz en medio de tanta confusión, por estos hechos digo, me he permitido una excepción. 


***

 1. Cristo y Roma 

Este sitio web (AQUÍ) invita a sus lectores a volverse hacia Roma, a ser fieles a Roma y a llenarse de romanidad. Pero, ¿qué es "romanidad"?

Romanidad significa ser romano, igual que cristianismo significa ser cristiano. Lo que es menos obvio es la estrecha relación que existe entre ambos conceptos.

Dios preparó el Imperio Romano para que el Evangelio pudiera ser predicado fácilmente en todo el mundo civilizado, tal como nos dice el Misal Romano[1]. De ahí que Nuestro Señor Jesucristo naciera súbdito, aunque casi con toda seguridad no ciudadano, del Imperio Romano. Demostró una extraordinaria docilidad a su autoridad civil al no retrasar ni un solo día su inscripción en el censo del Emperador[2]. Ordenó a los díscolos judíos que rindieran tributo a César (Mc. XII, 17). Varios intentos de infligirle la pena de muerte judía por lapidación fracasaron ignominiosamente[3]. Al final, el Sanedrín sólo consiguió su condena renunciando a la última pretensión de Israel de ser independiente de Roma:

 

"¡Nosotros no tenemos otro rey que el César!" (Jn. XIX, 15).

 

Cristo aseguró a Pilato, el gobernador romano de Judea, que su realeza divina no amenazaba la hegemonía del emperador Tiberio César (Jn. XVII, 36). Y murió en la Cruz –un castigo romano– sentenciado por Roma. Un centurión romano fue el primer converso de la Preciosísima Sangre (Mt. XXVII, 54). Fue el gobernador romano quien entregó el Cuerpo divino[4] al tío abuelo de Nuestro Señor[5], San José de Arimatea, para su sepultura. San Pablo, nativo de Tarso, en la actual Turquía, era ciudadano de Roma[6]. Entre sus conversos se encontraban miembros de la casa del emperador Nerón (Fil. IV, 22). Y Pedro, la roca sobre la que se construye la Iglesia, estableció definitivamente su sede en Roma[7].



 

[1] Postcomunión de la Misa por la Elección del Emperador Romano. 

[2] Lc. II, 1-5. Ver también de Nantueil, General Hugues, The Controversy Concerning the Dates of the Birth and Death of Jesus Christ, Appendix: Jesus Christ in the Roman Records (AQUI). 

[3] En Lc. IV, 29-30 leemos de los judíos de la sinagoga de Nazaret que "lo llevaron hasta la cima del monte, sobre la cual estaba edificada su ciudad, para despeñarlo. Pero Él pasó por en medio de ellos y se fue". En Jn. VIII, 59 en Jerusalén: "Entonces tomaron piedras para arrojarlas sobre Él. Pero Jesús se ocultó y salió del Templo". Y de nuevo en Jn. X, 31.39: "De nuevo los judíos recogieron piedras para lapidarlo… Entonces trataron de nuevo de apoderarse de Él, pero se escapó de entre sus manos". 

[4] Ver Summa Theologiæ, III, q. 50, a. 2: "Si en la muerte de Cristo su divinidad fue separada de su carne". 

[5] Es imposible rastrear la antigüedad de esta tradición, pero si José era el pariente varón superviviente más cercano de Nuestro Señor explicaría los hechos, por lo demás misteriosos, de que (a) solicite el cuerpo de un "criminal" ejecutado, que normalmente habría sido enterrado en un cementerio público reservado a tal efecto, (b) se lo conceda el gobernador legalista y (c) entierre a Nuestro Señor en su propia tumba

[6] “Mas cuando ya le tuvieron estirado con las correas, dijo Pablo al centurión que estaba presente: “¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haberle juzgado?”. Al oír esto el centurión fue al tribuno y se lo comunicó, diciendo: “¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es romano”. Llegó entonces el tribuno y le preguntó: “Dime, ¿eres tú romano?” Y él contesto: “Sí” (Hech. XXII, 25-27). 

[7] Los hechos históricos de que Pedro estuvo en Roma, fue obispo de Roma, fue martirizado en Roma y de que sus reliquias están en Roma no pueden ser rebatidos sin abandonar los principios ordinarios de la evidencia histórica, aparte de la confirmación infalible de la Iglesia.