La pronunciación del Tetragrámaton,
por
P. Drach
Nota del Blog: Las siguientes
páginas están tomadas del libro del Rabino converso P. Drach, De
l`Harmonie entre l'Église et la Synagogue, (1844) tomo 1, pp. 469-498
(nota 11).
En la edición española (disponible AQUÍ) se encuentra en las pp.
417-443.
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El estudio más interesante e importante que debe hacerse del nombre Jehová, el que realmente merece la más seria atención del hebraísta cristiano, es desde el punto de vista de la importancia teosófica que parece haber tenido en la antigua sinagoga. Esta última depositó en ella, como nos enorgullecemos de haber mostrado mediante los monumentos más auténticos del pueblo de Dios, las verdades fundamentales de la doctrina mesiánica, también conocida como la fe evangélica. Estas verdades, esta fe, están contenidas en estas admirables palabras de quien es en sí mismo el camino, la verdad y la vida. “Y la vida eterna es: que te conozcan a Ti, solo Dios verdadero, y a Jesucristo Enviado tuyo” (Jn. XVII, 3). Conocer, es decir, amar, a Jesucristo, es efectivamente el resumen de la única ciencia necesaria, el unum necessarium (Lc. X, 42). Un Mesías Salvador, Reparador, Reconciliador, una Persona divina engendrada del primer Principio divino, y hecha hombre por la operación de otra Persona divina, ésta procedente de las dos primeras: generación y procesión eternas: nacimiento temporal. Esto es lo que descubren las investigaciones profundas y juiciosas en la enseñanza de la antigua sinagoga. Esta es la vida, la salvación de los Justos del Antiguo Testamento.
Pero no nos
equivoquemos, la sinagoga no encontraba estas dos grandes verdades, la
Trinidad y la Encarnación, en el análisis gramatical, y menos aún en la
apreciación sutil de las letras y puntos del nombre inefable. Estas sublimes
percepciones le llegaban de una fuente más pura, de la revelación: las tenía de
la mano de una tradición que se remontaba al día en que el paraíso terrenal
resonaba con la primera promesa de un Reparador, revelación que se repetía con
cada nueva promesa del Mesías. Es por ello que decíamos al principio de esta
nota que la sinagoga depositaba en el nombre Jehová la doctrina
mesiánica. Sólo que, al enseñar estas grandes verdades, les dio como apoyo
los caracteres materiales, las letras del nombre inefable, a fin de fijarlas
mejor en la memoria de los que debían ser instruidos. Los Padres de la
sinagoga, además, observaban generalmente el mismo método, que llamaban simple
apoyo, con respecto a todas las tradiciones que constituían el cuerpo de la
ley oral. Como prueba de ello, citamos un pasaje de la Introducción que Isaac
Abuhab, rabino español del siglo XV, puso al frente de su Menorat-Hammaor,
uno de los libros más populares y estimados entre los judíos.
Después de indicar el origen de la tradición, y de explicar su modo de transmisión, añade: "Y los antiguos, aunque conocían por tradición el modo de observar las prescripciones y ordenanzas de la ley escrita, se esforzaban por probar estas explicaciones orales, bien sea por la letra del texto, bien por uno de los trece razonamientos, o bien diciendo: El texto es un simple apoyo”. Maimónides, libro Moreh-Nebuhhim, parte III, cap. LIV, da la siguiente gradación al estudio de la ley sagrada: 1. adquirir un verdadero conocimiento de la misma por tradición; 2. establecer su certeza por pruebas de uso; 3. aplicarla a la práctica.