II
LAS LÁGRIMAS Y EL DESIERTO
"No, no veré morir a este niño";
y sentándose enfrente, alzó la voz y lloró.
(Génesis, cap. XXI, vers. 16).
Agar vagaba por el Desierto de Bersabée.
Tenía
como provisiones de viaje un pan y un odre lleno de agua. Pero la provisión del
agua se agotó. Puso a Ismael bajo un árbol, luego se apartó a distancia
de un tiro de flecha, se sentó, alzó la voz y lloró.
Podemos
imaginar algunos de los sentimientos que la agitaban.
Es
refiriéndose a Agar, si no me equivoco, que las lágrimas se nombran por primera
vez en la Escritura.
No
creo que estén indicadas en el relato de las primeras catástrofes del mundo:
Adán es arrojado del Paraíso. La
Escritura nada dice sobre sus lágrimas.
El
Diluvio destruyó a casi toda su raza. No veo que los llantos hayan sido
escritos en los libros santos, los llantos de aquel momento.
Agar ve morir de sed a su hijo en el
desierto. Se sienta llorando.
Esta
inauguración de las lágrimas, o por lo menos de su historia escrita, tiene algo
de solemne.
Llora;
y he aquí el ángel.
Dios
abre los ojos de Agar y le muestra un pozo lleno de agua. Llena el odre
y da de beber al niño.
Hay
a menudo, entre los grandes auxilios de Dios y los manantiales de Dios que
surgen súbitamente o son súbitamente descubiertos, muy singulares relaciones.
La
Fuente de las gracias aparece muy a menudo junto con su símbolo y el manantial
de agua y manantial visible se vuelve el testimonio y el memorial de los
manantiales invisibles que pronto van a correr.
¿Qué
son las lágrimas? ¡Misterio, éste, a la vez físico y moral! ¡Misterio humano en
donde el alma y el cuerpo, unidos, hablan una lengua desgarradora!
Acaba
de abrirse un manantial en el corazón de Agar. Ha llorado, y la Palabra
inmortal cuya inalterable juventud florecía a través de los siglos, la Palabra
de la Escritura consagra esas lágrimas. Son las primeras lágrimas que la
Escritura recoge, y ni una de ellas se perderá. Vivirán para siempre en el
recuerdo de las generaciones.
Y
en el momento en que este manantial acaba de abrirse en los ojos de Agar, he
aquí que un manantial de agua viva aparece ante ella, surgiendo de la tierra un
pozo que Dios, que todo lo sabe, había colocado en el lugar en que ella había
de llorar.
A
veces las lágrimas ciegan. Aquí iluminan.
Agar
no veía el pozo. Pero cuando sus ojos se llenan de lágrimas y Dios abre esos
ojos húmedos, ve lo que no había visto.
El
agua hace dos apariciones. Un manantial se abre en el corazón de Agar, más desolado
que la faz del desierto.
Un
manantial ha sido advertido al salir de las entrañas de la tierra.
"¡No,
no veré morir al niño!" ¡Cuánto dolor en esas palabras! Es el dolor de una
madre que introduce las lágrimas por vez primera en el relato sagrado.
¡Cuántos
desgarramientos en esas palabras tan breves! Pero he aquí el manantial que la
madre llorosa advierte a través de las lágrimas. El niño no va a morir.
¡Y el
Desierto consagrado por las lágrimas ilustres de Agar, la sierva, y de Agar,
la madre, aparece en la lejanía de la historia, magníficamente cubierto por las
misericordias del Señor!