domingo, 21 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. VIII

Esdras en oración. G. Doré.
VIII

EL LLANTO DE ESDRAS

Al oír yo semejantes palabras sentéme y comencé a lamentarme
 y lloré durante muchos días.  (Esdras, 11, cap. I, vers. 4).


Entre los héroes de las lágrimas debemos contar también a Esdras.
¿Los héroes de las lágrimas? ¿Creéis que he unido expresamente esos dos nombres? En absoluto. El heroísmo y el llanto pueden, para el pensamiento del mundo, habitar en los dos extremos de las cosas. Pero para el verdadero pensamiento, una de esas dos cosas no podrá asombrarse nunca de la otra. La grandeza de alma que produce la una, produce la otra. Este lenguaje del llanto, que recuerda a la mujer y al niño, se aviene al hombre de especial manera, y suscita a veces en él, la verdadera fuerza. Se diría que la falsa fuerza, la fuerza vanidosa y mentirosa, la que se jacta de sí misma, la que habla y no actúa, pasa junto con las lágrimas, y el vacío que crea al retirarse prepara el lugar a la verdadera fuerza. La verdadera fuerza está construida sobre el sentimiento de la debilidad, como una ciudadela, como una roca, como una capilla sobre una montaña. Y por eso las lágrimas son uno de los actos constitutivos del heroísmo. Pues las lágrimas de que hablo son acciones. Los hombres se han acostumbrado a considerar a las lágrimas como pertenecientes en su totalidad al dominio de la pasión.
Este punto de vista singularmente estrecho y exclusivo, atenta contra las lagrimas.
¡La gloria de las lágrimas!
Esto es hermoso; y la palabra parece también soberbia. Querría levantar un monumento a la gloria de las lágrimas.
Y para restituirles su gloria, es necesario mostrar su acción. Es necesario mostrarlas tal como son: activas, fecundas. Pues sólo donde hay actividad hay gloria. El reposo es la actividad suprema, y si las lágrimas descansan, es precisamente porque nos conducen al corazón de la actividad. Hay miles de actos, buenos o malos, que participan de la actividad con una participación más o menos inferior.
Permitidme considerar la actividad como poseedora de miembros, y como poseedora de un corazón. Una multitud de acciones se encontrará en relación con los miembros de la actividad.
Las lágrimas entrarán en su corazón y obrarán con ellas.
Las lágrimas vanas y falsas son frutos de muerte que caen sin actividad del árbol de las pasiones.
Las lágrimas plenas y fuertes son actos supremos que ponen en movimiento el corazón de la vida, y el corazón de la vida late con plenitud.
Hay lágrimas lastimosas que al ser débiles aumentan la debilidad de aquel que llora.
Hay lágrimas fuertes que aumentan la fuerza de aquel que las vierte.

Las lágrimas débiles son lágrimas vanas. Salen del vacío, hacen el vacío, y caen en el vacío; y al caer en el vacío lo hacen más vacío aún.
Hay lágrimas plenas que, al ser fuertes, aumentan la plenitud del alma.
Hay Magdalenas que en la primera parte de su vida han llorado lágrimas vacías, y que en la segunda parte lloran lágrimas plenas y fuertes, destinadas a colmar el vacío que han cavado las primeras.
La oración de Esdras, hecha para aquellos que quieren temer el nombre del Señor, es verdaderamente la oración de un héroe. Pues este temor es verdaderamente la sustancia del heroísmo.
Ruega humilde y ardientemente; ora por los que quieren temer. Es necesario estar profundamente sumido en las cosas del espíritu para comprender bien la profundidad de ese deseo. Para temer es necesario creer; para temer es necesario esperar. Para tener miedo, basta con sentir un peligro, un amo.
Pero para temer es necesario algo muy diferente. Es necesario el sentimiento de la majestad de Aquel que es el objeto del temor. Para temer, es necesario respetar, y la adoración contiene una inmensa cantidad de temor.
En el cielo, en el paraíso, en la eternidad felicísima, no se encontrará el miedo. Pero de acuerdo con la profunda observación del P. Faber, siempre estará el temor.
El miedo no tendrá cabida en el cielo, pero sí el temor.
El temor tiene soberbios y eternos destinos; el temor es demasiado divino para morir.
Y el Salmista: Laetatur cor meum ut timeat nomen tuum. ¡Que mi corazón se alegre, para temer tu nombre!
David coincide con Esdras. Ambos piden el temor, el temor sagrado, el temor que constituye un don.
Para ambos, el temor interviene en su deseo, en su oración y en el Amén de su oración.
¡Que Jerusalén sea construida, para que temamos tu nombre!
El temor es uno de los frutos de la oración oída.
He aquí las palabras que había oído Esdras:
Los muros de Jerusalén han caído, y sus puertas han sido devoradas por el fuego.
Entonces, dice, me senté y vertí lágrimas y lloré varios días. Ayunaba y oraba ante la faz del Dios del cielo.
Y dije: "Te conjuro, Señor, Dios del cielo, Dios fuerte, Dios grande, Dios terrible, que guardas el pacto y usas de misericordia con aquellos que te aman y te obedecen."
"Que tus oídos escuchen y tus ojos se abran para escuchar la oración de tu siervo, la que hoy hago ante ti, noche y día, por los hijos de Israel, siervos tuyos. Y confieso que los hijos de Israel pecaron contra ti. Yo y la casa de mi padre hemos pecado. Seducidos por la vanidad traicionamos tus órdenes, tu culto, y las cosas justas que prescribiste a Moisés: "Si prevaricáis, yo os dispersaré entre los pueblos. Pero si volvéis a mí, si observáis y ejecutáis mis órdenes, aunque hubieseis llegado al extremo del cielo, yo os reuniré y os conduciré al lugar que elegí para que mi nombre sea invocado."
"Señor, he aquí a tus siervos, he aquí a tu pueblo, he aquí a los que has redimido con tu gran fuerza y tu mano poderosa."
"Señor, te conjuro: que estén tus oídos atentos a la oración de tu siervo y a la de tus siervos que quieren temer tu nombre. Y guía hoy a tu siervo, y usa con él de misericordia ante la faz de este hombre. Pues yo era el escanciador del rey."
¡Cuántas lágrimas en esta oración! ¡Cuántas lágrimas y cuántas oraciones en estas palabras: Los que quieren temer tu nombre!
Se podría creer, si miramos con ligereza, que el temor y la voluntad se desconocen mutuamente. Sería un profundo error, como todos los errores que provienen de la ligereza.
El miedo y la voluntad se desconocen mutuamente. El hombre no quiere tener miedo, porque el miedo es una debilidad, por lo menos habitualmente.
Pero el hombre puede y debe querer temer, porque el temor del nombre de Dios es una fuerza.
Nos encontramos aquí, una vez más, frente a este misterio de la fuerza.
El miedo constituye habitualmente una debilidad.
Las lágrimas que caen de la fuente de las pasiones constituyen una debilidad.
Pero el temor de Dios es una fuerza. Es el comienzo de la sabiduría, que es la fuerza suprema.
El temor se parece al miedo del mismo modo que las lágrimas débiles se parecen a las lágrimas fuertes.
La oración que Dios oye graba en el alma el nombre de Dios, y el temor sagrado de ese nombre aumenta con la oración.
La oración que Dios oye es un comentario del nombre de Dios: acentúa en el alma el temor al acentuar la oración.
Esdras no se encontraba en los comienzos de la carrera de las lágrimas.
El día en que había sabido que los hijos de los Israelitas se habían unido a mujeres extranjeras, había llorado, tendido ante el templo. Y el poder de sus lágrimas había sido tal, que había arrastrado las lágrimas de todo el pueblo, y el poder de esas lágrimas combinadas fué tal, que Esdras, triunfando sobre los hombres y las cosas, los pueblos enemigos, las circunstancias enemigas y el espacio enemigo, construyó los muros de Jerusalén.
Y los muros de Jerusalén tuvieron lágrimas por cimientos.
Y en los cimientos de la Iglesia se pueden ver también las lágrimas de San Pedro.
Las grandes ciudades, los grandes monumentos, las obras maestras de la piedra y del granito tienen lágrimas ocultas bajo la tierra que las sostiene.
Después de estas abundantes lágrimas, Esdras apareció languideciente ante el rey:

— ¿Qué pides? — dijo Artajerjes.

Esdras, antes de referirnos su respuesta, nos habla de su oración: Artajerjes le hace la importante y esperada pregunta: ¿Qué pides? Entonces, dice Esdras, oré al Dios del cielo. Es decir, antes de responder al rey, se dirige a Dios.
Este diálogo entrecortado por la oración es magnífico. Se advierte que Esdras se dirige a Artajerjes sólo accidentalmente. Artajerjes, de quien todo depende en apariencia, no es en realidad más que un personaje muy secundario. Será, a lo sumo, la ocasión y el medio de la oración atendida. Es a Dios a quien en verdad se dirige Esdras.
Y por eso Artajerjes le concede todo lo que pide, lo envía a Judea con cartas de recomendación, lo envía a reconstruir Jerusalén.
Y todo esto sobrevino, dice Esdras, porque la mano favorable de mi Dios estaba conmigo.
Llegó, pues, a Jerusalén, sin confiar a nadie su proyecto de reconstruirla.
Y durante la noche consideró los muros en ruinas de Jerusalén y las puertas consumidas por el fuego.

Paréceme que esta escena nocturna y esta mirada de Esdras sobre Jerusalén en ruinas podrían tentar la mano de un gran pintor.