martes, 31 de diciembre de 2024

Raymond Chasles, Israel y las Naciones (Reseña)

 Raymond Chasles,

Israel y las Naciones

CJ Traducciones, 2024, pp. 320

 


A la luz de lo que está transcurriendo desde hace un par de años en el mundo, no se puede negar que este libro es de una gran actualidad. El autor, Raymond Chasles, fue el marido de una autora conocida de este blog: Magdalena Chasles.

El libro vio a luz por primera vez en 1945 y fue publicado por segunda vez en 1969 por Magdalena, donde nos indica que el autor había fallecido en 1960 tras dar una conferencia, y que estaba trabajando en la actualización del libro, habida cuenta del que seguramente es uno de los hechos más importantes del siglo XX: la fundación del Estado de Israel.

El autor estudia, como su nombre lo indica, las relaciones y diferencias que podemos ver a través de toda la Escritura (y de la misma historia) entre Israel y las Naciones, y el gran misterio que encierra.

Si bien no siempre nos es posible seguir la exégesis del autor (por ejemplo, en las 70 Semanas de Daniel), sin embargo, tiene algunas intuiciones extremadamente interesantes, como cuando distingue el Evangelio del Reino (predicado por Nuestro Señor y el Bautista, y que anunciaba la venida del Reino de Dios) del Evangelio de la Salvación (relativo a su Pasión, Muerte y Resurrección, y que comienza a predicar una vez que los judíos rechazan el Evangelio del Reino), o en lo que atañe a una nueva revelación que tuvo San Pablo, terminado el período apostólico (prórroga, por así decirlo, de la predicación del Evangelio del Reino, que Nuestro Señor les obtuvo a los judíos) donde revela el misterio escondido desde todas las edades: los gentiles asociados a la Iglesia y formando un solo Cuerpo con Jesucristo.

Todo el libro respira una ocupación constante sobre las profecías bíblicas y los últimos tiempos, como cuando escribe: 

Frente al testimonio de la profecía bíblica se pueden adoptar cuatro posturas.

viernes, 27 de diciembre de 2024

La pronunciación del Tetragrámaton, por P. Drach (V de VI)

COROLARIO 

El tetragrámaton pronunciado Yehova nos da la clave de 'Ιαώ, el nombre que los paganos dieron al Dios de los judíos. Este 'Ιαώ, figurado en caracteres latinos, es Iaho, como puede verse en varios manuscritos y ediciones impresas del antiquísimo comentario a los Salmos que mencionamos anteriormente. Bochart admite esta lección sólo en este comentario, y rechaza Jehová, que sólo se ve en ediciones más cercanas a nuestro tiempo[1]. Este Iaho, no cabe duda, es una metátesis por Joha (o Ihoa) que los griegos no habrían pronunciado fácilmente[2]. Lo que nos confirma plenamente en este pensamiento es que, en los nombres propios que son tetragramatóforos desde el principio, los griegos dejaron Ioha en su estado natural, porque entonces les resultaba más fácil pronunciarlo. Así dijeron 'Ιωαθαμ (Iohatham) para el hebreo יותם = יהותם. Vulgata, Joatham. Hesiquio explica este nombre como perfección de Iaho, 'Ιαώ συντέλεια.

Así, cuando el venerable nombre está solo, los griegos lo pronunciaban Iaho, 'Ιαω, de acuerdo con el genio de su lengua, pero combinado con otro nombre, este término conservaba su forma natural y hebrea Ioha o Ihoa, porque entonces lo pronunciaban más fácilmente. Así, en el Origenianum Lexicon græcum nominum hebraicorum[3], el tetragrámaton se da en la forma 'Ιαώ (Iaho), y en los nombres propios compuestos por él, el tetragrámaton vuelve a ser 'Ιωα (Ihoa o Ioha), como: 'Ιωακειμ (Joacim), 'Ιωαθαμ (Joatham), 'Ιωαννες (Joannes), Ιωαχ (Joach), Vulg. Joha, etc.

Se cree generalmente que los griegos conocieron el venerable nombre Jehová a través de Pitágoras, quien, en sus viajes, no sólo recogió las lecciones de varios doctores judíos y, según algunos, del profeta Ezequiel[4], sino que se dice que él mismo pertenecía, por su origen, a la nación judía. San Ambrosio, Lib. I, Epist. VI, dice de Pitágoras: “Porque como su ascendencia derivaba (según creencia general) de los judíos, de su aprendizaje derivó también los preceptos de su escuela”. Ver también Numenio, citado por Orígenes, Contra Celso, Lib. I y Clemente de Alejandría, Strom. Lib. I[5].

lunes, 23 de diciembre de 2024

La pronunciación del Tetragrámaton, por P. Drach (IV de VI)

 En resumen, la verdadera lectura del tetragrámaton es tal como se puntúa esta palabra: Yehova. Hemos visto que esta lectura resulta claramente, no sólo de los nombres propios que se han formado de ella, sino también de la antigua y constante tradición de la sinagoga, cuya autoridad ningún hombre de buena fe pensará discutir en un asunto de este tipo, que no toca en absoluto lo que divide a la Iglesia y a la sinagoga infiel.

Algunos protestantes rechazan con desprecio la lectura Yehova, porque, según ellos, esta forma de pronunciar el nombre inefable es una invención de un monje del siglo XVI, Pedro Galatino, y antes de él era totalmente ignorada. En primer lugar, les aconsejamos que no sean demasiado despectivos con los monjes. El autor de la reforma que han abrazado con tanta pasión llevó el hábito durante mucho tiempo. Y ojalá no les hubiera legado sino la pronunciación, bastante indiferente en sí misma, de una palabra hebrea. Diga lo que diga Drusio, la salvación del alma no tiene ningún interés en esta cuestión puramente gramatical[1]. Pero la afirmación de estos señores no sólo es gratuita, sino que revela un gran desconocimiento de la literatura hebrea. La lectura Yehova fue dada antes de Pedro Galatino por Ficino, antes de éste, por Dionisio el Cartujo, antes de éste, por Porchetti, antes de éste, por el autor de un Comentario latino a los Salmos, comentario tan antiguo que muchos lo han atribuido a San Jerónimo; antes de éste, por los judíos, que han transmitido la tradición de una época a otra, y antes de todos éstos, por Raquel, que fue la primera en dar a su hijo un nombre tetragramatóforo, explicando claramente su intención. El texto dice: "Y llamó su nombre Yosef = Yehoseph (José), diciendo: Que Yehova me añada otro hijo”.

 

§ II

 Lo que hemos dicho hasta ahora nos parece que satisface plenamente las diversas dificultades que se han planteado en contra de la lectura Yehova, que es, en nuestra persuasión, la verdadera forma de pronunciar el tetragrámaton. Estas dificultades no merecen ser transcritas aquí. ¡Son, por lo general, tan fútiles! Las más especiosas, encuentran su respuesta en las explicaciones, en cierto modo históricas, que acabamos de dar en relación con la cuestión que nos ocupa.

Sin embargo, todavía tenemos que responder a una objeción que un hombre con sentido común no adivinaría fácilmente, por lo que está fuera del camino de la razón. ¡Varios Adonistas, y el GRAN Buxtorf a la cabeza, se escandalizan singularmente por el hecho de que sus adversarios pronuncien Yehova, lo que reduce el tetragrámaton a la forma, horresco referens! a la forma… ¡de un nombre femenino!

jueves, 19 de diciembre de 2024

La pronunciación del Tetragrámaton, por P. Drach (III de VI)

  II. El profeta Jeremías no se contentó con anunciar la simiente de David que iba a reinar en la tierra y obrar en ella la justicia y la justificación; incluso predijo su nombre. “Y el nombre con que será llamado, es éste: Jehová nuestro Justo” (Jer. XXIII, 6). La Septuaginta encontró una grave dificultad en traducir este versículo al griego. Era importante conservar en el griego el nombre del Mesías venidero[1]; por otra parte, estos doctores se habían obligado a no poner en su versión el nombre Jehová, porque ya en su tiempo el nombre inefable no se pronunciaba públicamente. Se decidieron por la solución más adecuada para eliminar estas dificultades. Si no se pronunciaba el nombre terrible, no tenían escrúpulos hasta el punto de abstenerse de los nombres propios tetragramatóforos, es decir, como hemos explicado, combinados con el tetragrámaton. En lugar de traducir, pues, como dice el texto original: "Jehová nuestro tzedek (Justo)", pusieron el nombre propio compuesto que es el quinto de la primera lista que hemos dado arriba, y que no es otra cosa que Jehová y tzedek, צדק, combinados. καὶ τοῦτο τὸ ὄνομα… Ιωσεδεκ (Y éste es su nombre… Ihosedek).

De esta circunstancia podemos sacar la legítima conclusión de que el יהו, yeho, de los nombres propios compuestos era realmente el nombre inefable. 

III. El siguiente pasaje del Zohar, parte 1, fol. 6, col. 21, bastaría por sí solo para mostrar que, en los tiempos más antiguos, los judíos consideraban como al mismo tetragrámaton, el yeho que entra en la composición de los nombres propios.

Precederemos nuestra cita con una observación que explicará su significado. El nombre Yoseph, יוסף (José), es sólo una contracción del nombre, escrito en pleno, יהוסף, Yehoseph, como leemos en Sal. LXXXI, v. 6.

Ven y considera, dice el Zohar, dado que José guardó la pureza de esta alianza (de la circuncisión), y no le falló, no sólo llegó a ser ilustre en este mundo, y en el mundo venidero, sino que también el Santísimo, bendito sea, lo condecoró con Su propio nombre". 

domingo, 15 de diciembre de 2024

La pronunciación del Tetragrámaton, por P. Drach (II de VI)

 § I

 I. Aunque la sinagoga prohíbe estrictamente, como hemos dicho[1], la pronunciación del tetragrámaton tal como está escrito, los judíos saben, por una tradición ininterrumpida, que su verdadera pronunciación es Yehova. Desde tiempos inmemoriales, si se han abstenido de pronunciarlo habitualmente[2], sin embargo, lo pronunciaban, y todavía lo pronuncian a veces, para enseñarlo. Así, los misioneros jesuitas supieron que los judíos chinos lo leen, según su pronunciación corrupta, Hotoï, aunque se abstienen de pronunciarlo tanto como sus correligionarios de otros países. Por eso Rosenmüller refuta muy bien la lectura iėhvé, diciendo: "Lo cual no parece verosímil dado que existen vestigios, muchos siglos antes de la puntuación masorética, que יהוה fue llamado Yehova[3].

Es cierto que los puntos vocálicos que acompañan al tetragrámaton son las vocales del nombre inefable, y que no están tomados del nombre Adonai, como afirman los Adonistas.

En apoyo de esta proposición, aportaremos algunas pruebas que, esperamos, convencerán plenamente al lector juicioso.

1. PRUEBA. La tradición constante y antigua de los judíos, que desde tiempos inmemoriales han declarado que la verdadera lectura de este nombre divino es Yehova; y para indicar mejor esta verdadera lectura, lo llaman ככתיבתו, como está escrito. Ahora bien, su puntuación escrita es precisamente Yehova.

2. PRUEBA. Toda la antigüedad, no sólo la hebrea y la cristiana, sino también la pagana, reconocía que el nombre propio de Dios, el tetragrámaton, contiene los tres tiempos del verbo por excelencia, el verbo ser: era, es, será, como hemos mostrado más arriba, de la p. 310 a la p. 315. Ahora bien, el substantivo inefable contiene estos tres tiempos sólo en la medida en que se lo lea con las vocales que ahora tiene, vocales que son las únicas que sirven para formar estos tiempos. Ver lo que hemos dicho en este sentido en la p. 306. Rosenmüller, en sus escolios sobre el Éxodo, III, dice también que el único versículo del Apocalipsis, que hemos transcrito más arriba, p. 310, en el que San Juan traduce el tetragrámaton por el ser, el era, el futuro, este versículo por sí solo, dice, bastaría para probar que el nombre divino debe leerse Yehova. Pero también extrae la misma prueba de las antigüedades griegas y egipcias.

miércoles, 11 de diciembre de 2024

La pronunciación del Tetragrámaton, por P. Drach (I de VI)

La pronunciación del Tetragrámaton,

por P. Drach

 

 Nota del Blog: Las siguientes páginas están tomadas del libro del Rabino converso P. Drach, De l`Harmonie entre l'Église et la Synagogue, (1844) tomo 1, pp. 469-498 (nota 11).

En la edición española (disponible AQUÍ) se encuentra en las pp. 417-443.

 

 ***

 El estudio más interesante e importante que debe hacerse del nombre Jehová, el que realmente merece la más seria atención del hebraísta cristiano, es desde el punto de vista de la importancia teosófica que parece haber tenido en la antigua sinagoga. Esta última depositó en ella, como nos enorgullecemos de haber mostrado mediante los monumentos más auténticos del pueblo de Dios, las verdades fundamentales de la doctrina mesiánica, también conocida como la fe evangélica. Estas verdades, esta fe, están contenidas en estas admirables palabras de quien es en sí mismo el camino, la verdad y la vida. “Y la vida eterna es: que te conozcan a Ti, solo Dios verdadero, y a Jesucristo Enviado tuyo” (Jn. XVII, 3). Conocer, es decir, amar, a Jesucristo, es efectivamente el resumen de la única ciencia necesaria, el unum necessarium (Lc. X, 42). Un Mesías Salvador, Reparador, Reconciliador, una Persona divina engendrada del primer Principio divino, y hecha hombre por la operación de otra Persona divina, ésta procedente de las dos primeras: generación y procesión eternas: nacimiento temporal. Esto es lo que descubren las investigaciones profundas y juiciosas en la enseñanza de la antigua sinagoga. Esta es la vida, la salvación de los Justos del Antiguo Testamento.

Pero no nos equivoquemos, la sinagoga no encontraba estas dos grandes verdades, la Trinidad y la Encarnación, en el análisis gramatical, y menos aún en la apreciación sutil de las letras y puntos del nombre inefable. Estas sublimes percepciones le llegaban de una fuente más pura, de la revelación: las tenía de la mano de una tradición que se remontaba al día en que el paraíso terrenal resonaba con la primera promesa de un Reparador, revelación que se repetía con cada nueva promesa del Mesías. Es por ello que decíamos al principio de esta nota que la sinagoga depositaba en el nombre Jehová la doctrina mesiánica. Sólo que, al enseñar estas grandes verdades, les dio como apoyo los caracteres materiales, las letras del nombre inefable, a fin de fijarlas mejor en la memoria de los que debían ser instruidos. Los Padres de la sinagoga, además, observaban generalmente el mismo método, que llamaban simple apoyo, con respecto a todas las tradiciones que constituían el cuerpo de la ley oral. Como prueba de ello, citamos un pasaje de la Introducción que Isaac Abuhab, rabino español del siglo XV, puso al frente de su Menorat-Hammaor, uno de los libros más populares y estimados entre los judíos.

Después de indicar el origen de la tradición, y de explicar su modo de transmisión, añade: "Y los antiguos, aunque conocían por tradición el modo de observar las prescripciones y ordenanzas de la ley escrita, se esforzaban por probar estas explicaciones orales, bien sea por la letra del texto, bien por uno de los trece razonamientos, o bien diciendo: El texto es un simple apoyo”. Maimónides, libro Moreh-Nebuhhim, parte III, cap. LIV, da la siguiente gradación al estudio de la ley sagrada: 1. adquirir un verdadero conocimiento de la misma por tradición; 2. establecer su certeza por pruebas de uso; 3. aplicarla a la práctica.

sábado, 7 de diciembre de 2024

Algunas notas a Apocalipsis XIX, 21

 21. Y los restantes fueron muertos con la espada del sentado sobre el caballo, la que salía de su boca y todas las aves se hartaron de sus carnes.

 Concordancias:

 οἱ λοιποὶ (los restantes): cfr. Apoc. II, 24; III, 2; VIII, 13; IX, 20; XI, 13; XII, 17; XX, 5.

 Ἀπεκτάνθησαν (fueron muertos): cfr. Apoc. II, 13.23; VI, 8.11; IX, 5.15.18.20; XI, 5.7.13; XIII, 10.15.

 Ῥομφαίᾳ (espada): cfr. Apoc. I, 16; II, 12.16; XIX, 15. Ver Sab. XVIII, 15; Is. XI, 4; XLIX, 2; Ef. VI, 17; Heb. IV, 12; Apoc. VI, 8; XIV, 14.17-18.

 (Ver Μάχαιρα en Apoc. VI, 4; XIII, 10.14).

 Καθημένου (sentado): cfr. Apoc. VI, 2.4-5.8; IX, 17; XIV, 14-16; XIX, 11.18-19.

 ππου (caballo): cfr. Apoc. VI, 4-5.8; VI, 2; IX, 7.9.17.19; XIV, 20; XVIII, 13; XIX, 11.14.18-19.

 ἐξελθούσῃ (salía): cfr. Apoc. III, 12; VI, 2.4; IX, 3; XIV, 15.17-18.20; XV, 6; XVI, 17; XVIII, 4; XIX, 5; XX, 8.

 Στόματος (boca): cfr. Mt. IV, 4; XV, 11.17-18; II Tes. II, 8; Apoc. I, 16; II, 16; III, 16; XIX, 15 (Verbo); IX, 17-19 (sexta Trompeta); XI, 5 (dos Testigos); XII, 15-16 (serpiente) XII, 16 (tierra - suelo); (tierra); XIII, 2.5-6 (Bestia); XIV, 5 (144.000 sellados); XVI, 13 (Dragón - Bestia del Mar – Falso Profeta).

 Ὄρνεα (aves): Sólo en el Apoc. cfr. Apoc. XVIII, 2; XIX, 17.

 Ἐχορτάσθησαν (se hartaron): Hápax en el Apocalipsis. Ver Mt. V, 6; Lc. VI, 21.

 Σαρκῶν (carnes): cfr. Apoc. XVII, 16; XIX, 18. Ver Ez. XXXIX, 17 ss.

  

Comentario:

martes, 3 de diciembre de 2024

La Armonía entre la Iglesia y la Sinagoga, vol. II (Reseña)

La Armonía entre la Iglesia y la Sinagoga, vol. II (Reseña),

por el Caballero P. L. B. Drach, Rabino converso;

Alfa Ediciones - CJ Ediciones, 2024

 


Algo más de un año después de ver a luz el primer tomo (ver la reseña AQUI), ya está disponible la segunda y última parte de esta monumental obra escrita por Paul Drach, el famoso rabino converso, de quien hemos publicado también otras reseñas (AQUI y AQUI) y varias secciones (AQUI).

La tesis central del Autor, a través de sus páginas, y que desarrolla con una asombrosa erudición, es que la antigua Sinagoga siempre conoció, sobre todo por Tradición, los dos principales dogmas del catolicismo: la Santísima Trinidad y la Encarnación del Verbo.

Habiendo dedicado el primer tomo al primero de los dogmas mencionados, toda su atención se centra en esta segunda parte en la Encarnación del Hijo de Dios.

El libro se abre con una extensa instrucción sobre la Cábala donde deshace los prejuicios que tan a menudo se leen sobre ella.

Después de darnos el sentido etimológico y el triple sentido que los judíos dan al término cábala (y que es ocasión de no pocos malentendidos), hace una distinción tan básica como necesaria:

 

Hay que distinguir dos partes de la ciencia cabalística.

1. La Cábala verdadera y sin mezcla, que se enseñaba en la antigua Sinagoga y cuyo carácter es francamente cristiano, como veremos más adelante.

2. La falsa Cábala, llena de ridículas supersticiones, y que además trata de magia, teúrgia y goeticismo; en una palabra, tal como se ha convertido en manos de los doctores cabalistas de la Sinagoga infiel, que se ha divorciado de sus propios principios.

Bonfrère y Sixto de Siena, así como un gran número de otros escritores de gran mérito, hacen esta distinción entre la Cábala buena y la mala: Corpzovio, Pfeiffer, Wolf, Glassio, Walther, Cuneo, Buddeo, etc.”.

 

Y luego la distingue del Talmud para indicarnos que la cábala nos da el sentido místico de los textos bíblicos, algo así como la teología espiritual nuestra.

Según la tradición hebrea, quien puso por escrito los 70 libros no fue otro más que Esdras, si bien no todos han llegado hasta nosotros, y lo que es no menos cierto, tras la aparición del cristianismo, se le agregaron blasfemias contra Nuestro Señor y su santa Iglesia.