VII
EZEQUIAS Y LAS LÁGRIMAS
Y derramó Ezequías abundantes lágrimas.
(Reyes, IV, cap. XX, vers. 3).
Ezequías estaba gravemente enfermo y el
profeta Isaías le dijo de parte del Señor Dios: Pon en orden las
cosas de tu casa. Pues tu vida termina y vas a morir.
Es
difícil imaginar palabras más claras. No es una amenaza; es una afirmación: vas
a morir. Y esta
afirmación no es la de un hombre. Isaías acaba de hablar de parte del
Señor. Es un profeta verídico que dice palabras auténticas.
Sí,
pero quedan a Ezequías sus lágrimas.
Se
vuelve contra el muro, se dirige a Dios y dice:
— Te
conjuro, Señor, te conjuro; acuérdate de que anduve ante ti en la verdad y en
la perfección de mi corazón, y he hecho lo que amáis.
Y derramó abundantes lágrimas.
La
palabra de Isaías había sido perentoria. Aunque fuera condicional, no
parecía serlo. No dejaba a la esperanza ninguna puerta que pudiera ser abierta
manifiestamente. La palabra si no había sido articulada; ninguna
corrección había sido explícitamente colocada junto al temible anuncio. Pero
había una corrección implícita. Había algo tácito.
He
aquí la oración y las lágrimas que se elevan del fondo del cuadro, y he aquí la
muerte que retrocede a pesar de haber sido anunciada por Isaías. Isaías no había
aconsejado la oración; su palabra parecía capaz de desanimar a la oración, si
la oración pudiera desanimarse. Pero cuanto más terribles, perentorias,
afirmativas, y decisivas son en apariencia estas palabras, más gloriosa será la
victoria de las lágrimas.
Las
lágrimas se enfrentan con la muerte, y la muerte no es sólo una amenaza; fué
anunciada, y anunciada por Isaías. La muerte se cree segura de su presa;
no tiene otro esfuerzo que hacer, posee a Ezequías; es Isaías
quien lo dijo. Las circunstancias dan a la muerte una confianza tal, que se
asemeja a la certidumbre. Ahora bien, estas circunstancias van a servir
precisamente para acrecentar el poder de las lágrimas, ante las cuales va a
retroceder la muerte.
¿No la
veis, desde aquí, contando con su víctima, de tal modo que ni se incomoda a
estrecharla con más fuerza? Además del realismo natural de la enfermedad, la
muerte tiene a su favor las palabras del profeta.
Pero
he aquí que en el campo de batalla las lágrimas avanzan hacia ella. Es la reserva
de la misericordia en el momento terrible.
Si
pueden las lágrimas esperar la victoria, pensáis por lo menos, ¿no es cierto?,
que la batalla será larga y disputada.
¡No!
La victoria es obtenida desde el comienzo. Las tres palabras de César: Veni,
vidi, vici, no expresan nada más rápido.
No
había aún atravesado Isaías la mitad del atrio, cuando el Señor lo detiene para
hablarle.
Vuelve
y di a Ezequías, jefe de mi pueblo: He aquí lo que dice de David, tu padre, el
Señor Dios: "Oí tu oración, y vi tus lágrimas: he aquí que te he curado y dentro
de tres días subirás al Templo del Señor”.
La
Escritura, que no dice ni una palabra inútil nos advierte solemnemente que
Isaías no había atravesado aún la mitad del atrio, pues la rapidez es en la
victoria uno de sus esplendores, y nos interesaba saber hasta qué punto las lágrimas
habían sido pronto oídas.
Veis
que el rayo se encontraba en esas lágrimas. Isaías no había atravesado
aún la mitad del atrio. El rayo, poder y rapidez, se encontraba allí.
Pero
he aquí algo admirable que muestra hasta qué punto Ezequías se creía
perdido. A aquel que no había desesperado al recibir el tremendo anuncio, le
cuesta esperar al recibir el anuncio tranquilizador. Su terror ante la
enfermedad y la muerte ha sido tal, que necesita un signo de su curación.
E Isaías
no se asombra. Lleva aún la complacencia hasta darle la elección del signo.
— ¿Quieres
que la sombra del sol adelante o retroceda diez grados?
— Que
adelante diez líneas, responde Ezequías, es fácil; no es eso lo que
quiero. ¡Quiero que retroceda diez grados!
¡De
qué modo llevan esas cosas divinas el sello divino, y de qué modo palpita por
debajo la humanidad! ¡Qué humano es Ezequías en su pena, en sus exigencias! No
se contenta con un signo cualquiera. Le hace falta uno que corresponda a su
debilidad por el asombro que le cause. Es fácil creer que la sombra asciende
diez líneas. Olvida que para Dios todo es fácil. Pero Isaías va a probárselo.
Isaías rogó al Señor, y el prodigio tuvo lugar de acuerdo al deseo del rey.
Ezequías, al hablar de facilidad,
había hablado como hombre.
Isaías había respondido como profeta, y
Dios había actuado como Dios.
Pero Ezequías
había orado. Ezequías había derramado abundantes lágrimas.
El
hecho es relatado varias veces en la Escritura. Después de haber sido escrito
en el Libro de los Reyes, es consignado de nuevo en las Profecías de Isaías.
Isaías dijo a Ezequías dos cosas
opuestas:
Primeramente:
Morirás.
En
seguida: Vivirás.
Y
aunque sólo la segunda palabra se realice, sentimos de igual modo la verdad de
las dos palabras. Sentimos a la primera tan grande como la segunda. Sentimos
que la muerte estaba allí en el momento en que Isaías afirmó su presencia.
Y
cuando el Eclesiastés alaba en el capítulo treinta y ocho a Ezequías
e Isaías, recuerda el hecho glorioso, el signo acordado, la vida del rey
prolongada, y el magnífico retroceso que fué además otorgado a la oración del
profeta.
Pero
escuchad el versículo siguiente:
"Iluminado
por un espíritu grande, vio el fin de los tiempos, y consoló a aquellos que
lloraban en Sión."
He
aquí más lágrimas, ¡y lágrimas consoladas!