martes, 30 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. XI

Daniel
XI

DANIEL

En aquellos días estuve, yo, Daniel, llorando
por espacio de tres semanas. (Daniel, cap. X, vers. 2).


Daniel lloró durante tres semanas.
Y después del vigésimo cuarto día del primer mes, estaba junto al gran río, junto al Tigris.
Vio a alguien que llevaba vestiduras de lino; su cintura estaba ceñida con un oro muy puro.
La faz de aquel que allí aparecía era semejante al rayo, y sus ojos a una lámpara ardiente.
E hizo a Daniel la extraordinaria revelación del combate que se libraba en torno al rey de los Persas: era un combate de ángeles; era una batalla entre los espíritus.
El que hablaba era probablemente Gabriel. El problema consistía en saber cuándo los Judíos volverían a su patria, cuánto tiempo permanecerían en Persia. Ahora bien, aquel que es llamado aquí el Príncipe del reino de Persia, según la mayoría de las intérpretes no es un hombre, sino un espíritu. Resiste a Gabriel, y Miguel, uno de los primeros entre los príncipes, al unirse a Gabriel, inclina la victoria del lado de este último.

Pero destaquemos particularmente dos consideraciones en las palabras del ángel. He aquí la primera:
"Daniel, hombre de los deseos, escucha las palabras que te digo." Daniel había llorado durante tres semanas; los deseos y las lágrimas se aúnan con una misteriosa unidad, y tal vez, en una lengua desconocida y superior, llevarían el mismo nombre. Los deseos son lágrimas interiores; las lágrimas son deseos que se caen de los ojos.
He aquí la segunda:
"El príncipe del reino de los Persas se ha opuesto a mí durante veintiún días".
Ahora bien, Daniel había llorado durante veintiún días.
El combate entre los espíritus había durado tanto como las lágrimas del profeta.
Y después de tres semanas de lágrimas, Miguel había venido para decidir la victoria en favor de aquel que había llorado.
Daniel significa: Juicio de Dios.
No insistiré aquí sobre Baltasar de quien hablé más arriba.
Pero no puedo impedir el señalar que Daniel se encuentra en la historia, entre Baltasar y Susana.
Condenar al que es malvado y fuerte, defender al que es débil e inocente, he aquí los dos actos de la Justicia, he aquí el movimiento de sus dos manos.
Ahora bien, la Justicia es el objeto mismo del deseo, el objeto del inmenso deseo. A ella tienden el hambre y la sed.
Por eso Daniel, el hombre de los deseos, el hombre de las lágrimas, se llama Juicio de Dios.
El Ángel lo consagró con este nombre sublime: Hombre de los deseos, y la Justicia resplandece en su derredor.
Las tres palabras terribles: Mane, Tecel, Fares, le dicen su secreto.
Lee en las cosas misteriosas como en un libro abierto; con su dedo señala el crimen; con su dedo señala la inocencia.
Aparece ante nosotros, Hombre de los deseos, instrumento de Justicia, teniendo a su derecha a Susana, y a su izquierda a Baltasar.
Daniel, que conocía por experiencia la virtud de las lágrimas, no nos permite olvidar las de Susana.
Acusada por los dos ancianos, parece estar perfecta y absolutamente perdida.
"Pero todos los suyos lloraban, nos dice la Escritura; todos los que la conocían estaban cubiertos de lágrimas. Ella misma levantó los ojos al cielo llorando, pues su corazón confiaba en Dios."
Este pues, da a las lágrimas de Susana una admirable explicación. Este, pues, determina la naturaleza de sus lágrimas. No eran lágrimas de rabia: no eran las lágrimas que acompañan al rechinar de dientes: eran las lágrimas de la esperanza.
Y he aquí un niño, llamado Daniel, que grita en medio de la muchedumbre que reclama en favor de la Justicia, y que confunde a los calumniadores con el más simple y el más ingenioso procedimiento.

Susana había llorado, pues tenía confianza.