Nota del Blog: Terminamos aquí la transcripción de este librito.
PALABRAS
DE CONSUELO A LOS JUDÍOS PERSEGUIDOS
Aunque
no se cumplió aquella esperanza del sefardí Antonio de Montesinos, que en el
siglo XVI afirmó haber descubierto en América del Sur las diez tribus de
Israel, desaparecidas desde el cautiverio de Samaria en Asiria[1],
nos queda siempre la esperanza bíblica de los divinos Profetas. También los
hebreos tienen que "custodiar su depósito sagrado y evitar las profanas
novedades" de que habla San Pablo a Timoteo[2].
El
tiempo ha hecho estragos, y los gentiles modernos no han sido menos enemigos de
la tradición bíblica israelita que los antiguos con sus dioses de palo y
piedra. La misma cultura talmúdica y rabínica de los Raschí, de los Maimónides,
de los ben Gabirol, de los Yehuda ha-Leví, de los ben Ezra, formada en las
tranquilas horas medievales, ha sido ridiculizada por escritores de nota como
los Abrahamowitsch y Gordon en el siglo pasado. Por otra parte, la llamada
reforma del judaísmo, en la que tanto influyó Moisés Mendelsohn, aquel hebreo
con el espíritu de la Alemania de Federico el Grande, ha tendido a destruirlo
todo, y hasta tal punto se ha entronizado el elemento negativo, que apenas se
ha conservado nada de lo tradicional.
Así,
entre los mismos judíos, se ha llegado muy poco a poco a negar la creencia en
el advenimiento de un Mesías personal, sustituyéndolo por la idea de la misión mesiánica
del pueblo de Israel que habría de realizarse en la era "mesiánica”
de la humanidad. Se ha querido abandonar las leyes del Pentateuco; suprimir,
junto con el Mesías, toda referencia a la restauración del Templo, y hasta la idea
de resurrección, como los saduceos del tiempo de Jesucristo.
Pero la
verdadera reparación de Israel sólo puede traerla Cristo. Recordemos que el
sacrificio expiatorio cotidiano tenía por fuerza que ser de un cordero. Y Cristo,
desde antes de que inaugurase la predicación del Reino evangélico, fué presentado
por el Bautista como el Cordero de Dios que cargó con los pecados del mundo,
realizando así aquella figura de la Antigua Alianza. ¿Acaso la misma tradición judaica
no reconoce aún otra figura del Mesías: el rito del macho cabrío emisario, que
ofrecía el Sumo Sacerdote por los pecados del pueblo?
Nada
es más triste que el pesimismo con que un gran poeta hebreo del siglo XIX, Menahen Mendel Dolitzky, el primero que reanuda la
tradición de los Siónidas, después de notar la pérdida de la fe religiosa, nota
la falta de entusiasmo aun por la idea sionista. ¿Es que fué en vano, que en la
destrucción de Jerusalén quedase en pie el muro de las lamentaciones, que
Israel ha regado durante tantos siglos, con las lágrimas del dolor y de la
esperanza?
No,
no es en vano, porque a la época mendelsohniana ha sucedido la época sionista.
¡Cuántos
progresos ha realizado esta idea, que al principio se enunciaba tímidamente,
como cosa descabellada! Basta haber visto el milagro de Tel Aviv, esa
"Colina de Primavera" tan erigida en terrenos hasta ayer arenosos y estériles;
basta ver la notable organización de los estudios en la Universidad de
Jerusalén; basta ver los plantíos de grape-fruits en las orillas del Lago de
Jesús. Y aunque así no fuera, el profeta Sofonías, nos muestra claramente que
el grande y definitivo llamamiento de Israel se producirá cuando el pueblo esté
pobre y humilde y vuelva su esperanza al Señor:
"En
aquel día no serás abochornada a causa de todas tus obras, con las cuales te
rebelaste contra Mí, porque entonces quitaré de en medio de ti los tuyos que se
regocijan orgullosamente: y no volverás a ensoberbecerte en mi santo monte.
Antes Yo dejaré en medio de ti un pueblo afligido y pobre y ellos confiarán en
el nombre del Señor. El residuo de Israel no hará iniquidad ni hablará
mentiras, ni será hallada en su boca una lengua engañosa; por lo cual, como
ovejas, apacentarán y sestearán, y no habrá quien los espante. Canta ¡oh hija
de Sión! prorrumpe en aclamaciones ¡oh Israel! alégrate y regocíjate de todo
corazón ¡oh hija de Jerusalén! El Señor ha apartado tus juicios, ha echado
fuera a tu enemigo. El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti, no tienes
que temer jamás mal alguno. En aquel día será dicho a Jerusalén: No temas ¡oh
Sión!, no se aflojen tus manos. El Señor, tu Dios, está en medio de ti; Él, que
es poderoso, te salvará; regocíjase sobre ti con alegría, descansará en su
amor, y saltará de gozo sobre ti, cantando. A los que lloran privados de las
fiestas solemnes, Yo los re-cogeré; lejos de ti estaban, mientras sobre ti se
cargaba el vituperio. He aquí que en ese tiempo Yo me las habré con cuantos te
afligen; y salvaré a la que cojea y recogeré a la que ha sido expulsada:
y haré que sean para la alabanza y renombre, en toda tierra en donde han
padecido ignominia. En ese tiempo os haré entrar, y en ese tiempo os recogeré,
porque haré que seáis para renombre y alabanza entre todos los pueblos de la
tierra, cuando Yo haga tornar vuestro cautiverio, ante vuestra misma vista,
dice el Señor”[3].
Nadie
ignora las dificultades políticas de afuera, ni las tendencias divergentes de
los judíos que no quieren pensar en apresurar "el día del Señor", de
que hablan tantas veces los Profetas, porque dicen que el Mesías lo hará todo a
su tiempo. Tienen razón, en cuanto Dios no necesita de los hombres, e Isaías
nos dice que Él hará estas cosas súbitamente cuando llegare su tiempo (LX,
20). Pero nada podrá impedir que ese supremo ideal de Israel, que es el
mismo que San Pablo llama la bienaventurada esperanza (Tito II, 13)
de los cristianos, siga moviendo a las almas de elección hacia un terreno que, prescindiendo
de planes de orden temporal es el más propicio para la fusión definitiva, en
los brazos del Mesías triunfante, de los que son hijos de Abraham según
la carne y los que somos hijos de Abraham según la fe en la promesa[4].
Y
esto no es un sueño del sentimentalismo, sino una de las más grandes verdades
que Dios se ha dignado revelarnos en la Biblia. Porque cuando haya llegado el
fin de los tiempos durante los cuales deben cesar el sacrificio y la oblación
según lo anunció el profeta Daniel (IX, 27); cuando "el reino, la
dominación y la grandeza del reino que está debajo de todo el cielo, sea dado
al pueblo de los santos del Altísimo", como dice el mismo Profeta (VII,
27), entonces se cumplirán las estupendas promesas de Zacarías: "Esto dice el Señor
Omnipotente: He aquí que voy a libertar a mi pueblo del país de Oriente y de
Occidente. Yo los conduciré y ellos habitarán en medio de Jerusalén; ellos
serán mi pueblo y Yo seré su Dios con verdad y justicia... Que vuestras manos
se fortalezcan, oh vosotros, los que escucháis en estos días estas palabras de
la boca de los Profetas que os hablaron en el día en que fué fundada la casa
del Señor de los ejércitos, para que el templo sea reedificado...[5].
Entonces
se cumplirán, de un modo u otro, las visiones de los Profetas sobre la nueva
Jerusalén, la reedificación de sus
muros, el nuevo Templo, porque en aquel día se verificará la fusión en Cristo
de los pueblos del Nuevo y del Antiguo Testamento.
Dejo
de lado todas las profecías que, desde la cuna de Efrata o Bethlehem, anunciada
por Miqueas (5,2), hasta la lanzada con que el soldado romano
abrió el costado de Jesús ya muerto —para que no le quedase ni una gota
de sangre que derramar por nosotros (Zacarías 12, 10) — muestran esa
sangre del Cordero como un hilo rojo que nos descubre, a través de toda la
Biblia, empezando por el simbólico sacrificio de Abraham, la primera
venida de Cristo doliente. Ésa es la primera mitad del misterio
cristiano, que dejamos al estudio de los judíos que quieran penetrar a fondo en
el Evangelio. La otra mitad, o sea la segunda venida del Mesías triunfante, es
nuestra esperanza, y no tenemos duda alguna de que cuando ambos pueblos, judío
y gentil, estudien las profecías maravillosas de los Videntes del Antiguo Testamento
y de San Pablo, se realizará el anhelo que Cristo expresó a su Padre cuando le
dijo: "Ut omnes unum sint... que todos sean una misma cosa"
(Juan 17, 21), y éste será el fruto por excelencia de su Pasión, como lo
expresa San Pablo cuando dice a los de Éfeso y en ellos a todos los gentiles:
"Acordaos, digo, que en aquel tiempo estabais sin Cristo, estando extrañados
de la ciudadanía de Israel y siendo extranjeros con respecto a los pactos de la
promesa; no teniendo esperanza y sin Dios en el mundo. Ahora empero, en Cristo
Jesús, vosotros que en un tiempo estabais lejos de Dios, habéis sido
acercados a Él en virtud de la sangre de Cristo. Porque Él es nuestra
paz, el cual de dos pueblos ha hecho uno solo, derribando la pared intermedia
que los separaba (Ef. 2, 12-14).
Entonces,
esto es, cuando estudiemos juntos unidos en caridad, esas profecías que nos revelan
lo mucho que nos une, sin pensar en lo que nos separa...[6]
¡oh!, el corazón se dilata al pensarlo, entonces el ímpetu del río alegrará la
ciudad de Dios; entonces los cristianos sabremos que Abraham es el padre de
todos nosotros, como lo prueba San Pablo en el cap. IV de la Carta a los
Romanos, y entenderemos el sentido de la oración oficial de la Iglesia, que
cada semana repite todo el Salterio de David, y se alegra con las estupendas promesas
de Dios acerca de una nueva Jerusalén, y le dice de mil maneras, a esa que Cristo
llama “la ciudad del gran Rey” (Mat. 5, 35) : "Propter domum
Domini Dei nostri quaesivi bona tibi: a causa de la casa del Señor Nuestro
Dios anhelé para ti la felicidad (Salmo 121, 9), e invita a todos los
creyentes a orar diciéndoles: Rogad por la paz de Jerusalén" (Ibid. 6).
Terminamos
señalando a nuestros hermanos en Cristo, la necesidad, más que nunca
urgente en este período de la historia, de que lean y estudien detenidamente
los capítulos IX a XI de la Epístola de San Pablo a los Romanos.
En
esos capítulos y principalmente en el último, verán los hebreos cuán alto es el
concepto que de su pueblo y sus destinos hemos de tener los cristianos, y verán
muchos de éstos, con saludable humillación, cuán errados estaban al juzgar el
problema de este pueblo sólo desde los puntos de vista racial y económico, San
Pablo les enseñará que este pueblo es amadísimo de Dios a causa de sus padres;
que sigue siendo el elegido, porque los dones de Dios son irreversibles (Rom.
11, 29): sabrán que San Pablo llega a desear ser anatema y separado de Cristo
por el bien de los judíos, sus hermanos, de quienes dice que son los hijos
adoptivos de Dios y que tienen la gloria, la Alianza, la Ley, el culto, las
promesas, los Patriarcas, y de los cuales procedió Cristo según la carne (Rom.
9. 3-5).
Extendamos
nuestra invitación a los Israelitas, nuestros hermanos en Abraham, para que
ahonden en los libros de sus Profetas y se preparen para el cumplimiento de las
promesas que Dios les ha dado por boca de ellos para siempre, pues la vocación
de Dios respecto a su pueblo es inmutable (Rom. 11, 29), y roguemos como lo
hicieron León XIII y Pío XI en la consagración del género humano al Sagrado
Corazón, que ese pueblo vuelva al Señor y le sirva como sus padres, los
Patriarcas, los que son también nuestros padres en la fe, porque todos somos
hijos de Abraham (Rom. 4, 11-18)
admitidos misericordiosamente por la gracia de Cristo a participar, aunque
éramos paganos y "sin promesa", de las magnas promesas hechas a
Israel (Ef. 2, 11 ss.); a fin de que de ambos pueblos se haga uno solo,
rompiéndose el muro que los dividía (v. 14). Por Cristo unos y otros tenemos
entrada al Padre en virtud de un mismo Espíritu (v. 18), y estamos edificados
sobre el fundamento de los Apóstoles y de los Profetas judíos (v. 20), siendo
Él la piedra angular. Y sabemos, para inmenso consuelo de todos, que esta unión
de ambos pueblos, no realizada todavía de hecho, a pesar de la Redención de Cristo,
será un día plena y feliz realidad sobre la tierra, porque así lo anunció Él
mismo cuando dijo: "Y habrá un solo rebaño y un solo Pastor" (Juan,
10, 16)[7].
Entretanto,
no hallamos mejor conclusión que las siguientes palabras del Sumo Pontífice Pío
XI a los dirigentes de la Radio Católica Belga, con las cuales parece que
el Papa quiso acentuar, en 1938, la tendencia hacia tan grandioso ideal,
tendencia que desde entonces va difundiéndose y creciendo cada día, sobre todo
entre los católicos ilustrados:
"Sacrificium Pairiarchae nostri Abrahae (el sacrificio de nuestro
Patriarca Abraham: palabras del Canon de la Misa): Observad que Abraham es nombrado
nuestro Patriarca, nuestro antepasado. El antisemitismo no es compatible con el
pensamiento y la realidad sublime que ese texto expresa. Es un movimiento en el
cual no podemos, nosotros los cristianos, tener ninguna participación... Por
Cristo y en Cristo somos de la descendencia espiritual de Abraham... El
antisemitismo es inadmisible. Somos espiritualmente semitas."
[1] Es lo mismo que luego habían de sostener, con respecto
a Inglaterra, los numerosos partidarios de la British-lsrael.
[2] I
Tim. VI, 20.
[3] Sofonías, 1-20 (Texto hebreo).
Ver también los Salmos 79, 80 y 83 (numeración hebrea) que la Iglesia
aplica, junto con la oración de Mardoqueo (Ester 13. 8 ss.) en la
Misa "contra Paganos".
[4] Ver Romanos
IV, 16 ss.
[5] Zacarías VIII, 7-9 (Texto
hebreo). Con respecto a la nueva distribución de la Palestina, anunciada por
el Profeta Ezequiel (47, 13-20) y muy distinta de la que existió, añadimos las
palabras del famoso exegeta católico Fillion que dice que en ello, se indican
“las fronteras de la comarca que el pueblo de Dios, regenerado y transformado,
poseerá corno preciosa herencia". Hace notar en seguida que según este
nuevo reparto “todas las porciones serán iguales” a diferencia de la antigua
distribución, y agrega: "Al dar así la tierra santa a su pueblo como una
posesión definitiva, el Señor cumplirá sus antiguas y solemnes promesas".
Cfr. Gen. 13, 14 ss; 15, 18 ss; 26, 3; 28,13 ss., etc.
[6] Nota del Blog:
con todo lo que ha transpirado desde los sesenta, esta frase suena un tanto
extraña, no que necesariamente haya algo malo en esto. Dígase otro tanto
de la última nota.
[7] Mientras están en prensa estas cuartillas los
diarios de Buenos Aires ("El Pueblo”, “La Nación") publican dos
hechos muy significativos para el acercamiento entre los judíos y la jerarquía
católica. El primero consiste en las oraciones que hicieron los rabinos de
Nueva York por la salud del Cardenal Hinsley de Londres; el segundo es
la "Semana de Confraternidad" entre cristianos y judíos, que se ha
realizado en Norteamérica y entre cuyos propulsores figuran el Cardenal
William O´Connell de Boston y el Arzobispo Mons. Tomás E. Molloy de
Brooklyn.
Nota del
Blog: cfr. nota anterior.