RESUMEN
Y CONCLUSIONES
El
hombre es, radicalmente, sacerdote. Lo es en razón de su naturaleza compósita: puente
alzado entre el tiempo y la eternidad, entre los días del Creador y su reposo.
El
estado de justicia paradisíaca de perfecta amistad del hombre con Dios, guarda
estrecha relación con el primer mandamiento. Aquél constituye una consagración
sacerdotal; éste instituye un verdadero sacrificio.
El
pecado original, contra un sacrificio imperado por obediencia, fue un acto de
desobediencia sacrílego. Paralelamente, la pérdida voluntaria del estado
paradisíaco fué un acto de apostasía.
El
sacerdocio de la humanidad, después de la culpa, es restaurado por la gracia
santificante. Trátase de un sacerdocio unívoco, participado en común por todos
los justos, conforme a diversos grados de santidad.
Religión,
sacerdocio, sacrificio son de ley natural. Luego, no guardan relación alguna
necesaria con el pecado, sino con lo más noble de la naturaleza humana; la cual
es de suyo hierática y jerárquica desde el principio.
Por
tanto, Jesucristo no es sacerdote “porque Dios decretó la
encarnación del Verbo en orden a la redención humana”[1].
Lo es porque es hombre en gracia de Dios; y es el supremo sacerdote, a causa
de la plenitud capital de su gracia; y es el sacerdote único, porque en el
Cuerpo sacerdotal divino que Él instituye, es el único sacerdote naturalmente
divino.
La
Madre de Dios participa capitalmente la gracia capital de su Hijo, sin otras
limitaciones que las que se derivan de su condición de creatura; y con todos
los privilegios sagrados que hacen de ella la mujer por excelencia, el
complemento paradisíaco del varón de Dios: la Ancilla Domini junto al Servus
Yahveh.
No
pertenece a la esfera del sacerdocio jerárquico, de poderes consagratorios
prácticamente impersonales, sino que consuma, en la esfera singular
transcendente de la maternidad divina, la perfección del sacerdocio personal
complementario; que de un modo muy inferior realizan también los miembros del
Cuerpo místico, en cuanto tales.
Estos
participan, real y formalmente, el sacerdocio divino del Verbo encarnado, mediante
el carácter sacramental.
Todos
los miembros del Cuerpo místico son sacerdotes según diversos modos, análogos a
la plenitud sacerdotal de Cristo con analogía de proporcionalidad propia. No
menos los simples fieles que los ministros del culto, sino de manera diversa.
Estos son los únicos capacitados, en virtud de su carácter sacramental propio,
para realizar ciertos actos rituales de efecto infalible, ex opere operato.
Aquéllos obtienen su mayor o menor unión eficaz al sacrificio de la cruz, ex
opere operantis.
Es
errónea la doctrina de los que reducen el sacerdocio de los fieles a una pura
metáfora o a una mera atribución.
En el
campo de la proporcionalidad impropia (metáfora) no pueden darse analogías
metafísicas de ningún género. El analogum tiene forma entitativa sólo en
una de las proporciones; en la otra se halla de un modo traslaticio, por alguna
semejanza contingente.
De
igual manera, sólo uno de los términos de la analogía de atribución posee lo análogo
en propiedad intrínseca.
Con el
sacerdocio de la gracia capital cristiana, y sus diversas participaciones, entramos
de lleno en el ámbito metafísico de la analogía de proporcionalidad propia.
Ha
sido frecuente la confusión del concepto de sacerdocio ministerial,
especialmente dedicado a funciones sacerdotales representativas, con el concepto
pleno de sacerdocio. Este concepto corresponde, hasta la encarnación, a
una realidad unívoca: el sacerdocio de Adán y su descendencia. Fue anonadado
por la culpa. La gracia y la penitencia consiguieron restaurarlo, mas sólo a
medias e intermitentemente. En el camino de aquella restauración, Abel, Abraham
y Melquisedek son tres efímeras ascensiones a gran altura sobre el horizonte común.
Melquisedek eleva el sacerdocio de la humanidad, en esperanza y figura del
Ungido de Dios, a su mayor pureza típica.
Tan
unívoco era aquel sacerdocio como el mismo concepto de humanidad, aplicado a
los descendientes de Adán y de Eva. Dentro de aquel orden sagrado primigenio
hombre y sacerdote eran términos convertibles. Entre persona y persona sólo se
daban diferencias sacerdotales de grado (mayor o menor participación de la
forma única); y entre laicos y jerarcas, distinción meramente legal.
Asumida
la humanidad por la persona del Verbo, en la singular naturaleza humana de
Jesús, un nuevo sacerdocio, con un culto nuevo, resulta del nuevo tipo de
hombre que sólo Jesucristo realiza de manera absoluta y transcendental. Porque
fuera del Verbo encarnado, nadie es por sí mismo Hijo de Dios, primogénito de toda
creatura, sacerdote divino.
Dentro
de ese orden de realizaciones absolutas, la persona humada de Nuestro Señor
Jesucristo es el princeps analogans de un conjunto de analogías
de atribución. Supremo analogado que, sin la comunicación real de su gracia,
conforme a diversos caracteres, hubiese retenido, solitarias en su humanidad,
todas las formas posibles del sacerdocio cristiano.
Si
sólo Jesucristo poseyese la formalidad intrínseca del sacerdocio, como parece
entienden algunos autores, su participación real sería negada a los caracteres
del bautismo y de la confirmación; pero también al que se confiere con el sacramento
del orden. Ni los mismos obispos serían sacerdotes verdaderos, sino sólo por
atribución. Autorizados, por designación extrínseca, a realizar ciertos actos
religiosos externos, conforme a ritos convencionales, jerarcas y presbíteros ejercerían
un culto en sí mismo inane, al cual atribuiría el Sacerdote único, por
una determinación de su divina voluntad, el valor efectivo de su propio culto.
Subordinados los fieles, en su vida cultual, a ese tipo de acción ministerial
atributiva, no producirían ni se harían capaces de recibir efectos sacerdotales
propios; sólo darían, como los ministros, ocasión a una ingerencia directa de
Dios, concomitante con sus actos exteriores de culto. (De culto cristiano, se
sobreentiende).
Así,
pues, de no darse participación formal del sacerdocio de Cristo, de no producir
la gracia y los caracteres diversos tipos de sacerdotes análogos al Supremo,
con analogía de proporcionalidad propia, tendríamos, en todos los casos, un
sacerdocio impropio: o metafórico o de atribución. Hay quien admite que todos
los caracteres sacramentales producen una participación del Sacerdocio capital;
que estas participaciones son todas propias; pero que unas son menos propias; y
al mismo tiempo, entitativamente superiores a las más propias.
La
contradicción resulta del aislamiento en que se coloca al analogado principal, Jesucristo,
considerándolo, con respecto a su Iglesia, el princeps analogans de un
conjunto de analogías de atribución, las unas más propias que las otras.
La
diferencia esencial entre la atributio y la proportionalitas propria, consiste en que la primera es “secundum
intentionem tantum et non secundum esse”; mientras que la segunda “habet aliquod esse in
unoquoque eorum de quibus dicitur” (Sto. Tomás).
Sólo
en los casos de analogía de atribución se da un princeps analogans,
en sentido estricto. Así, conforme al clásico ejemplo, lo sano que se atribuye
al aire de altura o de mar, al buen color del rostro, a ciertos ejercicios
corporales, bebidas, comidas, etc., sólo conviene en propiedad al animal sano o
a la persona sana. También en la analogía metafórica uno solo de los términos
responde a toda la verdad del nombre analogado. La verdad de la risa se da en
el hombre, no en la pradera; lo realmente zorruno, en la raposa, no en los
políticos del tipo de Herodes.
En la
analogía de proporcionalidad propia, que es la que vindicamos para las cuatro[2]
participaciones diversas del sacerdocio de Cristo, lo análogo se
encuentra formal y entitativamente (secundum esse) en cada uno de los
analogados; de suerte que a éstos les corresponde el nombre común, en razón de
algo que a todos les es propio. Así, por ejemplo, conviene el ser a Dios y a
las creaturas. Cuando decimos que Dios es, que las creaturas son,
no nos referimos al ser como poseído por Dios quiditativamente y de manera
exclusiva (al modo que el animal sano posee la salud y el hombre sano la
capacidad de reír), sino conforme a una proporción que es, por cierto,
exclusiva de Dios, pero no más real y verdadera que las diversas proporciones
en que las cosas creadas participan del ser. Ello no quita que, en otros
aspectos, el Creador sea, con respecto a sus creaturas, el princeps
analogans de un conjunto de analogías de atribución.
Facilita
las confusiones el hecho de que, entre los términos análogos con proporcionalidad
propia, puede darse uno que realice con mayor perfección que los otros la formalidad
común o que la realice, incluso, de la manera más perfecta y cabal posible. En
tal caso, mas sólo por razón de esa plenitud singular, ocurre distinguir a ese
término con el título de supremo analogado.
De esa
manera posee Jesús la supremacía del sacerdocio común. No porque el sacerdocio
se dé sólo en Él entitativamente sino porque sólo en Él se da del modo más
perfecto y cabal posible: en Persona de
Dios.
[1] No hace falta colocarse en uno u otro extremo del falso problema del
motivo de la encarnación — aunque fuese un problemita bien planteado — para entender que religión,
sacerdocio y sacrificio no incluyen en su esencia, la nota de desagravio a la
Divinidad. He aquí una definición
de sacrificio quo vale para cualquier hipótesis: Sacrificia sensibilia instituta sunt, (non propter
placationem Dei tantum, sed) ut homo se et omnia sua referat in Deum, ut in
finem, principium et dominum omnium. El sacrificio es religación teologal, y no sólo retorno moral del hijo
pródigo al Padre.
Nota del
Blog: parecería que Fr. A. Vallejo
tiene en mente el interesantísimo trabajo: “Si la remisión del Pecado
Original cae fuera o dentro de una economía reparadora”, P. Basilio de
San Pablo, C.P.
[2] Nota del Blog: es curioso que el autor,
conociendo el libro del P. Sauras “El Cuerpo Místico de Cristo”,
no dijera algunas palabras, a favor o en contra, sobre su teoría de “la gracia
del Apostolado”, que resultaría ser una quinta participación en el
sacerdocio de Cristo. Creemos que es un tema interesantísimo que
merecería ser profundizado.