IV
4. Luzbel,
el arcángel, caído con su hueste[1].
De
tomar el número siete a la letra —y no hay en ello ningún inconveniente—, los
arcángeles o príncipes celestiales serían solamente siete, mas en un principio
debieron de ser ocho, antes que cayera de su puesto Luzbel con su rea hueste.
Luzbel, Lucifer, Satán, Beelzebub, que con estos y otros nombres se le conoce en
la Escritura, es en realidad un arcángel caído, que por eso cabalmente se le
llama príncipe de los demonios en San Marcos y San Lucas (Mc. 3, 22; Lc 11, 15; Cfr. Mt. 12,
27), el mismo a quien en San Juan se le dice príncipe de este mundo (Jn. 12.
31; 14, 30; 16. 11; cfr Ef. 6, 12). Al rebelarse contra Dios arrastró consigo,
al parecer, a toda su hueste, es decir que cayó el entero principado y aun algunos
ángeles más de entre las Potestades, según indicios que iremos recogiendo.
La
conclusión, en lo que tiene de sustancial, bien puede dársela por cierta, atendido
el modo de hablar que tiene la Escritura. En el capítulo 12 del Apocalipsis
se describe, en efecto, una lucha entre San Miguel y sus ángeles por un lado, y
el Dragón y los suyos por otro: Et factum est prælium magnum in cælo: Michaël et
angeli ejus præliabantur cum dracone, et draco pugnabat, et angeli ejus: (Apoc. 12, 7). La paridad de
expresiones nos lleva a ver en el Dragón o Satán, lo mismo que en San Miguel, a
un verdadero arcángel, cada uno con su ejército de ángeles, que serían sendas
Virtudes a sus órdenes. En conformidad con esto, San Pablo pone entre los enemigos del hombre a
las Virtudes: “Nadie nos podrá separar, dice, de la caridad de Cristo, neque angeli, neque principatus neque virtutes (Rom. 8, 38) las cuales,
al contrario, serán aniquiladas algún día por el mismo Cristo, cum evacuaverit omnem principatum, et
potestatem, et virtutem (I Cor. 15, 24). En esta
última autoridad, entre los Principados y las Virtudes, se entreveran las
Potestades, lo que nos induce a creer que con los ángeles del orden de las
Virtudes, subordinados del arcángel Satán, cayeron también algunos del orden de
las Potestades. Y en efecto a las Potestades se las enumera también
expresamente en otra parte entre los enemigos del hombre: non est nobis colluctatio adversus carnem et
sanguinem, sed adversus principes, et potestates, adversus mundi
rectores tenebrarum harum, contra spiritualia nequitiæ, in cælestibus (Ef. 6, 12).[2]
Lo
de príncipes y potestades y virtudes hostiles, etc. así en plural, es un modo
de decir retórico u oratorio. La verdad es que no hay más que un príncipe o
arcángel caído, que es el Diablo o Satán, príncipe de los demonios y de este mundo corrompido y corruptor,
qui totus in maligno
positus est (I
Jn. 5,19). A San Juan se le mostró bajo la figura de un dragón rojo
provisto de siete cabezas y diez cuernos que es el organismo humano de que
viene revestido y que él anima en calidad de serpens antiquus, qui vocatur
Diabolus et Satan, qui seducit universum orbem (Apoc. 12, 9), hasta tanto
que algún día sea aherrojado en el abismo con todos sus satélites, ut non seducat amplius gentes (Apoc. 20, 11), como pide
constantemente la Iglesia a su perpetuo antagonista San Miguel.
Siendo
uno el arcángel o ángel príncipe caído, uno será también su principado infernal
(cfr. Mt. 12, 25 s), al cual pertenecerán de fijo los ángeles que no guardaron
su principado celestial, según nos dice en términos San judas: angelos vero, qui non servaverunt suum
principatum, sed dereliquerunt suum domicilium, in judicium magni diei,
vinculis æternis sub caligine reservavit (Jud. v. 6; cf. II Ped. 2, 4). La cosa parece evidente: Cayó el
príncipe (arcángel) con su ejército (Virtud), esto es, uno de los ocho
principados, y en consecuencia quedaron sólo siete en el cielo. A estos ángeles
del Principado de Satán se unirían en la rebelión algunos más del orden de las
Potestades, ya que las fuentes de la revelación acusan su presencia entre los espíritus
enemigos del hombre.
Luzbel
y los suyos, con su rebeldía, hicieron un rasgón en el tapiz oriental de la jerarquía
celeste y con ello consiguieron descabalar el primitivo plan divino en el gobierno
del mundo. Aceptó el Señor el reto y proveyó al orden del mundo con un segundo
plan. Se le rebelaba uno de los ocho principados: le bastaban siete, y desde
este momento el número septenario estará en la las base de tantas instituciones
humanas y divinas con qué promover la salud de los humildes y la derrota del
gran rebelde. La idea resulta fecundísima, pero no es esta la ocasión de
esbozarla tan siquiera.
Sigamos
nuestra marcha ascendente en la explicación de la celeste jerarquía.
5. Los
24 grandes Señores. Muchedumbres angélicas.
Sobre
los siete arcángeles o ejecutores de los decretos del Señor vio San Juan a 24
ancianos, que son sus consejeros natos, consejeros digo no en el sentido de que
Dios tome de ellos consejo, quis enim consiliarius ejes fuit? (Is. 40, 13; Rom. 11, 34; cf. Sab.
9 13), sino en el sentido de que comunica con ellos sus consejos adorables para
que le alaben y glorifiquen por ellos, como se ve tantas veces en el
Apocalipsis (Apoc. 4, 4-10; 5, 8-14; 11, 16; 19, 4). A todo mi entender estos
24 ancianos no son hombres bienaventurados, como he opinado alguna vez, sino
ángeles de una categoría superior, los Domini o grandes Señores (Seniores)
de la sociedad angélica, como lo expresó San Juan al contestar a uno de ellos
que le preguntaba quiénes eran y de dónde habían venido los Santos que veía con
vestiduras blancas: Domine mi, tu scis (Apoc. 7, 14), y de estos Domini
tomaría nombre el orden de las Dominaciones que San Juan no podía omitir de
ningún modo en la descripción de la celeste curia[3].
Contra
este modo de ver podría objetarse que los 24 se ponen a sí mismos entre los
hombres redimidos cuando endechan así al Cordero: Dignus es, Domine,
accipere librum, et aperire signacula ejus: quoniam occisus es, et redemisti
nos Deo in sanguine tuo ex omni tribu, et lingua, et populo, et natione (Apoc. 5 9 s.) El texto,
sin embargo, no es decisivo, si no es por la contraria, porque en el griego
correcto sobra el primer “nos”, y en lugar del segundo “nos” se pone “ipsos”,
para terminar en tercera persona “et regnabunt super terram”. Si fueran
hombres, no podrían menos de incluirse, por su incorporación a Cristo,
entre los asesores y correinantes del Redentor, a quien se ha dado el poder de
juzgar y reinar, quia Filius hominis est (Jn. 5, 27): al no incluirse, se muestran ángeles. Y a la verdad es
harto más lógico y natural el pensar que San Juan no quiso dejar incompleta la
descripción de la jerarquía angélica que no el entreverar ahí en medio de ella
a seres de otra naturaleza.
Ahora
bien, suponiendo ahí a esos 24 ancianos o grandes Señores de la sociedad
angélica, como se pone luego a los siete Príncipes o arcángeles, la descripción
no deja nada que desear. Así como los siete Arcángeles comprenden bajo sí el
orden de las Virtudes, así los 24 Señores comprenden bajo sí el orden de las
Potestades, y tenemos perfectamente encuadradas las cinco categorías antes señaladas,
a saber: los Tronos o cuatro misteriosos animales, los 24 Domini (Seniores)
con sendas legiones de ángeles (cf. Mat. 26, 53), llamadas Potestades, y los
siete Príncipes o arcángeles con sendos ejércitos celestiales, llamados
fuerzas o Virtudes; Potestades y Virtudes, que San Juan señala genéricamente
en las multitudes de ángeles, que rodean el trono de Dios (Apoc. 5, 11; 7, 11.
cf. Dan, 7, 10, etc.).
Como
cada uno de los siete Príncipes con su respectiva fuerza o Virtud forma un Principado,
así cada uno de los 24 Señores (Domini) con su respectiva Potestad forma
una Dominación o Dominio. Aun se podría apurar más la constitución de la celeste
jerarquía, pero lo dicho basta para nuestro intento y creo que nadie me podrá
negar que la construcción es positiva.
Como
se desprende fácilmente de lo expuesto, lo que en la sociedad angélica forma
bulto, lo que llamaríamos el cuerpo de la sociedad, son las Potestades y las
Virtudes: 24 legiones de Potestades con siete ejércitos más de Virtudes es algo
imponente y deslumbrador que divisaron los Videntes como Miqueas, hijo
de Jemla, cuando dice: “vidi Dominum sedentem super solium suum, et omnem
exercitum cæli assistentem ei a dextris et a sinistris” (III Reg. 22, 19) y Daniel cuando
describe: “thronus ejus flammæ ignis: rotæ ejus ignis accensus. 10 Fluvius
igneus rapidusque egrediebatur a facie ejus. Millia millium ministrabant ei, et
decies millies centena millia assistebant ei” (Dan. 7, 9 s. cf. Ps. 67, 18 al.).
Pues
bien, a toda esa multitud innumerable de espíritus celestes se la puede significar
compendiosamente por las dos categorías antedichas, es decir, los siete
ejércitos de Virtudes (millia millium ministrantium) y las 24 legiones de Potestades (decies millies centena millia
assistentium) y
de esa manera la compendia San Pedro cuando dice de Cristo que
subió al cielo, “subiectis sibi angelis et potestatibus et virtutibus” (I Pet 3, 22) donde “angelis”
tendría significación genérica, la cual se especifica luego por “potestatibus
et virtutibus”, compendio abreviado de la sociedad angélica.
San
Juan, en cambio,
como trata ante todo de darnos una idea de la organización misma de esa
sociedad, aunque señala de paso las multitudes angélicas (Apoc. 5, 11,
etc.), nota particularmente los jefes que forman la celeste jerarquía, esto es,
los siete Príncipes y los 24 grandes Señores, de donde con la ayuda de otros
datos fuera fácil señalar el orden de los Principados (los Príncipes con sus
Virtudes) y el orden de las Dominaciones (los Domini con sus Potestades),
y sobre todos, el que podríamos llamar orden divino (los Tronos sosteniendo
al Señor).
Tomamos aquí la palabra orden en un sentido estricto
por la armonía natural de dos categorías celestes. Mas la palabra puede tomarse
en un sentido lato y menos definido, como hemos hecho hasta aquí y haremos
luego exponiendo la tradición judaica de los cuatro órdenes.
[1] Nota del Blog:
Retengamos antes que nada los nombres griegos de los distintos grupos de ángeles:
a) Principados = ἀρχαὶ
b) Potestades = ἐξουσίαι
c) Dominaciones = κυριότητες
d) Virtudes = δύναμις
[2] Nota del Blog:
o dicho en otros términos: Jesucristo destruirá todo principado (ἀρχὴν), potestad (ἐξουσίαν) y virtud (δύναμιν) (I Cor.
XV, 24), es decir el príncipe (Satanás) con su virtud, más
algunos de entre las potestades que cayeron; pero cuando habla de los
ángeles en el cielo dice: “… que obró en Cristo resucitándolo de entre
los muertos y sentándolo a la diestra en los cielos por encima de todo
principado (ἀρχῆς) y potestad (ἐξουσίας) y virtud (δυνάμεως) y dominación (κυριότητος)…” (Ef. I, 20 s). Es decir, ninguno de
entre las dominaciones cayó.