La Quanto conficiamur moerore explicó que Dios “no consiente en modo alguno que nadie sea
castigado con eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria (minime patiatur, quempiam
aeternis puniri suppliciis, qui voluntariae culpae reatum non habeat). Desta forma el Sumo Pontífice dirigió la atención, una vez más,
sobre el hecho de que no hay neutralidad hacia Dios, la Cabeza del orden
sobrenatural. Todo individuo está en este mundo, ora en estado de gracia, la
condición de amistad sobrenatural con Dios, ora en estado de pecado, de
aversión hacia Dios. Los infantes que mueren sin ser bautizados salen desta
vida en estado de pecado, pero no tienen ofensas personales o actuales hacia
Dios. Propiamente hablando no van a ser castigados cuando no son admitidos a la
Visión Beatífica. Simplemente son privados de algo que no les pertenece, algo
que su primer padre terrestre, Adán, renunció por ellos cuando cometió el pecado
de desobediencia hacia Dios.
Por otra parte, quienes alcanzan el uso de
razón están de la misma manera sea en estado de gracia sea en estado de pecado.
Sin embargo, en el caso de estos individuos, Santo Tomás y sus comentadores
enseñan que, si no poseen la vida de la gracia santificante, están en estado de
pecado mortal. Esta enseñanza, que debe ser comprendida si queremos tener un
conocimiento realmente teológico del dogma de la necesidad de la Iglesia
Católica para la obtención de la salvación eterna, se encuentra en el artículo
de la Summa theologica en la cual Santo Tomás considera y responde la pregunta sobre la
posibilidad que el hombre esté en estado de pecado original y sea culpable de
pecado venial pero no mortal. La traducción del
cuerpo del artículo es la siguiente:
Respuesta. Es imposible
que exista en nadie pecado venial con el original sin que se dé al mismo tiempo
pecado mortal. La razón es que la poca edad impide el uso de la razón antes de
que apunten los días de la discreción; y al impedirla, excusa de pecado no sólo
mortal, sino incluso venial, y con más motivo. Mas, al llegar ese momento de
lucidez racional, no nos excusamos ni de venial ni de mortal. Lo primero que
tiene que hacer el hombre en dicho caso es deliberar sobre sí mismo y si, en
virtud de esa recapacitación, se ordena al fin obligado, conseguirá la remisión
del pecado original por medio de la gracia; si no se ordena debidamente a su
fin, en cuanto la edad lo permita, peca mortalmente no haciendo lo que está en
sus manos. Y desde ese momento no existirá en él pecado venial sino pecado
mortal, mientras no se purifique totalmente por la gracia[1].
Al responder la tercera objeción contra su
conclusión, Santo Tomás saca el fundamento último de esta enseñanza: “lo primero que se impone al hombre, llegando al uso
de razón, es pensar en sí mismo y saber a qué debe ordenar todas las cosas como
a su fin. Pero el fin tiene primacía en el orden de intención. Por lo tanto en
ese momento de la vida pesa sobre él la obligación del precepto positivo del
Señor: “Volved a Mí, y Yo retornaré a vosotros[2]”.
La contracara desta enseñanza de la Summa es la apreciación
realista y dinámica del orden de la salvación que, desafortunadamente, ha sido
un tanto oscurecida por algunos maestros aislados por medio de un tipo
defectuoso de sofisma. La enseñanza de Santo Tomás tiene en cuenta que el
adulto en estado de gracia no es meramente alguien dotado por Dios con una
cierta cualidad sobrenatural, sino que en realidad es una persona que, por
efecto de esa cualidad y de diferentes gracias sobrenaturales y actuales que ha
recibido de Dios, realmente trabaja por la obtención de la gloria sobrenatural
de Dios. Aquel que tiene el uso de razón y está en estado de gracia vive una
vida motivada por el acto de caridad sobrenatural.
Por otra parte, aquel individuo cuya vida
está motivada por un fin diverso al de la caridad divina, está trabajando para
un fin diverso al que Dios desea. Esta persona está trabajando en contra de los
mandatos de Dios. Está mal dispuesto ante Dios. Está en una situación de
aversión hacia Dios, su único Objetivo final y sobrenatural. Está en una
condición o situación de pecado mortal.
De aquí que todo aquel que tiene el uso de
razón y que muere en estado de aversión a Dios, está alejado de Él por su
propia culpa. Si no obtiene la Visión Beatífica, es debido a una libre elección
que ha hecho para trabajar por algún objetivo final distinto y opuesto a aquel
que Dios mismo ha establecido para él. Está en una situación en la cual está
sujeto, con toda justicia, al castigo de Dios.
Así es que la Quanto
conficiamur moerore nos enseña que Dios
castiga con tormentos eternos sólo a aquellos hombres que han salido de esta
vida en un estado de aversión a Dios, el que han elegido libremente por medio
de un acto pecaminoso.
Por otra parte, la decisión de trabajar por
la caridad divina y sobrenatural es un acto de amor hacia el Dios Trino. Como
tal es el término del proceso de conversión. Es el acto que necesariamente
lleva consigo el odio y aborrecimiento del pecado que ofende a Dios, y por lo
tanto el acto en el cual el pecado mismo es perdonado.
Al insistir sobre el dogma de la necesidad
de la Iglesia para la salvación, la Quanto
conficiamur moerore señala la verdad de que
en toda persona que es efectivamente movida por la gracia de Dios para realizar
este acto de caridad sobrenatural, esta decisión debe, por voluntad de Dios,
incluir por lo menos un deseo sincero y genuino de entrar en Su Iglesia. Según
los designios actuales del Dios Trino, el deseo de amarlo y de agradarle según
como es conocido sobrenaturalmente a la luz de la vera fe, es tal que debe
incluir la intención, sea explícita o implícita, de entrar y permanecer en Su
reino sobrenatural. Donde falta la intención de caridad en aquel que tiene uso
de razón, entonces esta persona está en una situación de aversión voluntaria
del Dios vivo. Y donde no hay por lo menos una intención de entrar y permanecer
dentro del vero reino sobrenatural de Dios, no puede haber vera caridad.
Sobre este punto los maestros de la sagrada
teología frecuentemente encuentran reacciones y críticas que surgen, en última
instancia, de un concepto antropomórfico de Dios. Algunas personas creen ver en
esta sección de la doctrina Católica algún tipo de oposición a las verdades de
la justicia y misericordia divinas.
El contexto de la Singulari
quadam y de la Quanto
conficiamur moerore muestran claramente que
tales actitudes existían en los días de Pío IX.
Aquellos que adoptan tales actitudes se
imaginan que, según esta sección de la doctrina Católica, Dios es representado,
en cierto sentido, menos generoso que Sus creaturas. Afirman que, al hacer a la
Iglesia necesaria con necesidad tanto de precepto como de medio para la
salvación eterna, Dios ha puesto a algunos hombres en una situación imposible. Afirman
que la doctrina Católica sobre este punto representa a aquel que nunca escuchó
la predicación del Evangelio como completamente incapaz de amar a Dios con amor
de caridad, y de esa forma se describe a ese individuo como apartado de la
salvación eterna sin culpa suya.
Básicamente tales actitudes están fundadas
en el antropomorfismo, ese error intelectual según el cual se representa a Dios
bajo la apariencia de hombre. Quienes adoptan estas actitudes olvidan que el
movimiento hacia la conversión y salvación debe comenzar con Dios mismo y no
con Sus creaturas. Dios es el Ipsum intelligere subsistens, la fuente última de todo ser y actividad tanto en el orden natural
como sobrenatural. Si el hombre se mueve hacia la conversión y salvación, es
porque Dios lo ha movido a él, y lo ha hecho con una eficacia infalible para
que tome una decisión genuinamente libre. Si Dios mueve una de Sus creaturas
hacia la posesión eterna de Sí en la Visión Beatífica, este acto de la voluntad
divina no va a ser ni puede ser frustrada.
O, para considerar la misma verdad desde
otro ángulo, aquel que libremente elige amar a Dios con la afección de caridad,
servir a Dios y trabajar para agradarle en todo, toma esta decisión
precisamente porque es movido hacia ella por la gracia de Dios. Dios es la
Primera Causa y el Primer Motor en esta libre decisión, de la misma manera que
con cualquier otro acto en todo el universo. El Dios omnipotente, justo y
misericordioso, no va ni puede permitir a una persona que libremente desea
amarlo con el amor sobrenatural de caridad, que carezca lo que necesita para el
cumplimiento deste deseo precisamente porque el deseo mismo es obra de Su
gracia.
De aquí que no pueda darse la situación en
la cual alguien ame realmente a Dios y ordene su vida a Su servicio y, al mismo
tiempo, esté impedido del beneficio de la salvación por carecer de algunos
factores que Dios ha establecido como necesarios para la obtención de la
salvación eterna. Tal situación no sería más que un fracaso de la actividad de
Dios. Dios está obligado a asegurarse que la gracia que da no sea inútil e impotente.
El hombre puede elegir libremente que el
amor a la Santísima Trinidad sea la fuerza motiva final de su propia vida. Si
toma tal decisión, lo hace libremente en virtud de la gracia divina. Por otra
parte, puede decidir libremente establecer algún otro fin diverso a Dios como
el objetivo final de sus actividades, o incluso un fin a despecho de Dios. Sólo
cuando muera así libremente alejado de Dios, es cuando va a merecer ser, y lo
va a ser, castigado con tormentos eternos.
Por último, para poder entender esta
porción de la doctrina Católica, debemos conocer lo que podemos llamar el orden
o procedimiento de la sagrada teología. No debemos dar rienda suelta a nuestra
imaginación y tratar de fabular situaciones en las cuales imaginamos que Dios
ha sido menos que justo o misericordioso con algunos individuos o grupos de
personas al establecer la Iglesia Católica como medio necesario para la
obtención de la salvación eterna. Más bien debemos fijar nuestra atención en
la suprema verdad de que Aquel que ha instituido la Iglesia como la unidad social
fuera de la cual nadie se salva, no sólo que es justo y misericordioso, sino
que es la Justicia y Misericordia subsistentes.
Así pues la enseñanza de la Quanto conficiamur moerore puede resumirse en las siguientes afirmaciones:
1) Es
un error muy serio sostener que los hombres que viven separados de la vera fe y
de la unidad Católica pueden obtener la vida eterna si mueren en esta
condición.
2) La
persona que es invenciblemente ignorante de la vera religión, y que obedece
diligentemente la ley natural, que vive una vida honesta y recta, y está
preparado para obedecer a Dios, puede salvarse por medio de la luz divina y de
la gracia.
3)
Esta persona ha elegido a Dios como a su fin último. Ha hecho esto en un acto
de caridad. Está en estado de gracia y no de pecado original o mortal. En
este acto de caridad está implicado un deseo implícito de entrar y permanecer
en el vero reino sobrenatural de Dios. A tal persona se le han perdonado los
pecados “dentro” de la Iglesia de Jesucristo.
4) La Iglesia es necesaria para alcanzar la
salvación eterna tanto con necesidad de medio
(absolutamente nadie puede salvarse a menos que muera ora como miembro de la
Iglesia ora con un deseo genuino y sincero –explícito o implícito- de entrar y
permanecer en la Iglesia), y con necesidad de precepto (rechazo contumaz
de entrar en la Iglesia o de permanecer dentro délla es pecado grave).
5) Es
deber de los Católicos ayudar a los necesitados que están fuera del redil, y es
su deber primario hacer que estas personas acepten la verdad revelada de Dios
en la medida en que puedan.