sábado, 29 de junio de 2013

La Iglesia Católica y la Salvación, Cap. V (IV de IV)

La Quanto conficiamur moerore explicó que Dios “no consiente en modo alguno que nadie sea castigado con eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria (minime patiatur, quempiam aeternis puniri suppliciis, qui voluntariae culpae reatum non habeat). Desta forma el Sumo Pontífice dirigió la atención, una vez más, sobre el hecho de que no hay neutralidad hacia Dios, la Cabeza del orden sobrenatural. Todo individuo está en este mundo, ora en estado de gracia, la condición de amistad sobrenatural con Dios, ora en estado de pecado, de aversión hacia Dios. Los infantes que mueren sin ser bautizados salen desta vida en estado de pecado, pero no tienen ofensas personales o actuales hacia Dios. Propiamente hablando no van a ser castigados cuando no son admitidos a la Visión Beatífica. Simplemente son privados de algo que no les pertenece, algo que su primer padre terrestre, Adán, renunció por ellos cuando cometió el pecado de desobediencia hacia Dios.
Por otra parte, quienes alcanzan el uso de razón están de la misma manera sea en estado de gracia sea en estado de pecado. Sin embargo, en el caso de estos individuos, Santo Tomás y sus comentadores enseñan que, si no poseen la vida de la gracia santificante, están en estado de pecado mortal. Esta enseñanza, que debe ser comprendida si queremos tener un conocimiento realmente teológico del dogma de la necesidad de la Iglesia Católica para la obtención de la salvación eterna, se encuentra en el artículo de la Summa theologica en la cual Santo Tomás considera y responde la pregunta sobre la posibilidad que el hombre esté en estado de pecado original y sea culpable de pecado venial pero no mortal. La traducción del cuerpo del artículo es la siguiente:


Respuesta. Es imposible que exista en nadie pecado venial con el original sin que se dé al mismo tiempo pecado mortal. La razón es que la poca edad impide el uso de la razón antes de que apunten los días de la discreción; y al impedirla, excusa de pecado no sólo mortal, sino incluso venial, y con más motivo. Mas, al llegar ese momento de lucidez racional, no nos excusamos ni de venial ni de mortal. Lo primero que tiene que hacer el hombre en dicho caso es deliberar sobre sí mismo y si, en virtud de esa recapacitación, se ordena al fin obligado, conseguirá la remisión del pecado original por medio de la gracia; si no se ordena debidamente a su fin, en cuanto la edad lo permita, peca mortalmente no haciendo lo que está en sus manos. Y desde ese momento no existirá en él pecado venial sino pecado mortal, mientras no se purifique totalmente por la gracia[1].

Al responder la tercera objeción contra su conclusión, Santo Tomás saca el fundamento último de esta enseñanza: “lo primero que se impone al hombre, llegando al uso de razón, es pensar en sí mismo y saber a qué debe ordenar todas las cosas como a su fin. Pero el fin tiene primacía en el orden de intención. Por lo tanto en ese momento de la vida pesa sobre él la obligación del precepto positivo del Señor: “Volved a Mí, y Yo retornaré a vosotros[2]”.

La contracara desta enseñanza de la Summa es la apreciación realista y dinámica del orden de la salvación que, desafortunadamente, ha sido un tanto oscurecida por algunos maestros aislados por medio de un tipo defectuoso de sofisma. La enseñanza de Santo Tomás tiene en cuenta que el adulto en estado de gracia no es meramente alguien dotado por Dios con una cierta cualidad sobrenatural, sino que en realidad es una persona que, por efecto de esa cualidad y de diferentes gracias sobrenaturales y actuales que ha recibido de Dios, realmente trabaja por la obtención de la gloria sobrenatural de Dios. Aquel que tiene el uso de razón y está en estado de gracia vive una vida motivada por el acto de caridad sobrenatural.
Por otra parte, aquel individuo cuya vida está motivada por un fin diverso al de la caridad divina, está trabajando para un fin diverso al que Dios desea. Esta persona está trabajando en contra de los mandatos de Dios. Está mal dispuesto ante Dios. Está en una situación de aversión hacia Dios, su único Objetivo final y sobrenatural. Está en una condición o situación de pecado mortal.
De aquí que todo aquel que tiene el uso de razón y que muere en estado de aversión a Dios, está alejado de Él por su propia culpa. Si no obtiene la Visión Beatífica, es debido a una libre elección que ha hecho para trabajar por algún objetivo final distinto y opuesto a aquel que Dios mismo ha establecido para él. Está en una situación en la cual está sujeto, con toda justicia, al castigo de Dios.
Así es que la Quanto conficiamur moerore nos enseña que Dios castiga con tormentos eternos sólo a aquellos hombres que han salido de esta vida en un estado de aversión a Dios, el que han elegido libremente por medio de un acto pecaminoso.
Por otra parte, la decisión de trabajar por la caridad divina y sobrenatural es un acto de amor hacia el Dios Trino. Como tal es el término del proceso de conversión. Es el acto que necesariamente lleva consigo el odio y aborrecimiento del pecado que ofende a Dios, y por lo tanto el acto en el cual el pecado mismo es perdonado.
Al insistir sobre el dogma de la necesidad de la Iglesia para la salvación, la Quanto conficiamur moerore señala la verdad de que en toda persona que es efectivamente movida por la gracia de Dios para realizar este acto de caridad sobrenatural, esta decisión debe, por voluntad de Dios, incluir por lo menos un deseo sincero y genuino de entrar en Su Iglesia. Según los designios actuales del Dios Trino, el deseo de amarlo y de agradarle según como es conocido sobrenaturalmente a la luz de la vera fe, es tal que debe incluir la intención, sea explícita o implícita, de entrar y permanecer en Su reino sobrenatural. Donde falta la intención de caridad en aquel que tiene uso de razón, entonces esta persona está en una situación de aversión voluntaria del Dios vivo. Y donde no hay por lo menos una intención de entrar y permanecer dentro del vero reino sobrenatural de Dios, no puede haber vera caridad.
Sobre este punto los maestros de la sagrada teología frecuentemente encuentran reacciones y críticas que surgen, en última instancia, de un concepto antropomórfico de Dios. Algunas personas creen ver en esta sección de la doctrina Católica algún tipo de oposición a las verdades de la justicia y misericordia divinas. El contexto de la Singulari quadam y de la Quanto conficiamur moerore muestran claramente que tales actitudes existían en los días de Pío IX.
Aquellos que adoptan tales actitudes se imaginan que, según esta sección de la doctrina Católica, Dios es representado, en cierto sentido, menos generoso que Sus creaturas. Afirman que, al hacer a la Iglesia necesaria con necesidad tanto de precepto como de medio para la salvación eterna, Dios ha puesto a algunos hombres en una situación imposible. Afirman que la doctrina Católica sobre este punto representa a aquel que nunca escuchó la predicación del Evangelio como completamente incapaz de amar a Dios con amor de caridad, y de esa forma se describe a ese individuo como apartado de la salvación eterna sin culpa suya.
Básicamente tales actitudes están fundadas en el antropomorfismo, ese error intelectual según el cual se representa a Dios bajo la apariencia de hombre. Quienes adoptan estas actitudes olvidan que el movimiento hacia la conversión y salvación debe comenzar con Dios mismo y no con Sus creaturas. Dios es el Ipsum intelligere subsistens, la fuente última de todo ser y actividad tanto en el orden natural como sobrenatural. Si el hombre se mueve hacia la conversión y salvación, es porque Dios lo ha movido a él, y lo ha hecho con una eficacia infalible para que tome una decisión genuinamente libre. Si Dios mueve una de Sus creaturas hacia la posesión eterna de Sí en la Visión Beatífica, este acto de la voluntad divina no va a ser ni puede ser frustrada.
O, para considerar la misma verdad desde otro ángulo, aquel que libremente elige amar a Dios con la afección de caridad, servir a Dios y trabajar para agradarle en todo, toma esta decisión precisamente porque es movido hacia ella por la gracia de Dios. Dios es la Primera Causa y el Primer Motor en esta libre decisión, de la misma manera que con cualquier otro acto en todo el universo. El Dios omnipotente, justo y misericordioso, no va ni puede permitir a una persona que libremente desea amarlo con el amor sobrenatural de caridad, que carezca lo que necesita para el cumplimiento deste deseo precisamente porque el deseo mismo es obra de Su gracia.
De aquí que no pueda darse la situación en la cual alguien ame realmente a Dios y ordene su vida a Su servicio y, al mismo tiempo, esté impedido del beneficio de la salvación por carecer de algunos factores que Dios ha establecido como necesarios para la obtención de la salvación eterna. Tal situación no sería más que un fracaso de la actividad de Dios. Dios está obligado a asegurarse que la gracia que da no sea inútil e impotente.
El hombre puede elegir libremente que el amor a la Santísima Trinidad sea la fuerza motiva final de su propia vida. Si toma tal decisión, lo hace libremente en virtud de la gracia divina. Por otra parte, puede decidir libremente establecer algún otro fin diverso a Dios como el objetivo final de sus actividades, o incluso un fin a despecho de Dios. Sólo cuando muera así libremente alejado de Dios, es cuando va a merecer ser, y lo va a ser, castigado con tormentos eternos.
Por último, para poder entender esta porción de la doctrina Católica, debemos conocer lo que podemos llamar el orden o procedimiento de la sagrada teología. No debemos dar rienda suelta a nuestra imaginación y tratar de fabular situaciones en las cuales imaginamos que Dios ha sido menos que justo o misericordioso con algunos individuos o grupos de personas al establecer la Iglesia Católica como medio necesario para la obtención de la salvación eterna. Más bien debemos fijar nuestra atención en la suprema verdad de que Aquel que ha instituido la Iglesia como la unidad social fuera de la cual nadie se salva, no sólo que es justo y misericordioso, sino que es la Justicia y Misericordia subsistentes.
Así pues la enseñanza de la Quanto conficiamur moerore puede resumirse en las siguientes afirmaciones:

1) Es un error muy serio sostener que los hombres que viven separados de la vera fe y de la unidad Católica pueden obtener la vida eterna si mueren en esta condición.

2) La persona que es invenciblemente ignorante de la vera religión, y que obedece diligentemente la ley natural, que vive una vida honesta y recta, y está preparado para obedecer a Dios, puede salvarse por medio de la luz divina y de la gracia.

3) Esta persona ha elegido a Dios como a su fin último. Ha hecho esto en un acto de caridad. Está en estado de gracia y no de pecado original o mortal. En este acto de caridad está implicado un deseo implícito de entrar y permanecer en el vero reino sobrenatural de Dios. A tal persona se le han perdonado los pecados “dentro” de la Iglesia de Jesucristo.

4) La Iglesia es necesaria para alcanzar la salvación eterna tanto con necesidad de medio (absolutamente nadie puede salvarse a menos que muera ora como miembro de la Iglesia ora con un deseo genuino y sincero –explícito o implícito- de entrar y permanecer en la Iglesia), y con necesidad de precepto (rechazo contumaz de entrar en la Iglesia o de permanecer dentro délla es pecado grave).

5) Es deber de los Católicos ayudar a los necesitados que están fuera del redil, y es su deber primario hacer que estas personas acepten la verdad revelada de Dios en la medida en que puedan.



[1] Ia-IIae, q. 89, a. 6.

[2] Ibid. ad 3. La cita bíblica es de Zacarías I, 3.