lunes, 17 de junio de 2013

Ester y el Misterio del Pueblo Judío, por Mons. Straubinger, cap. III (I de II)

III. LA RESTAURACIÓN DEL PUEBLO JUDÍO

No nos referimos a la restauración política[1] del pueblo israelita, que algunos han creído muy cerca por la existencia del sionismo, que trata de llevar los dispersos a Palestina, y porque ha comenzado una colonización judía en Tierra Santa, incluso el establecimiento de institutos culturales y científicos, fundados por pudientes judíos de Europa y Norteamérica en el país de sus padres.
De la restauración de Israel hablan casi todos los Profetas del Antiguo Testamento, los cuales, siempre que amenazan al pueblo infiel con el castigo de Dios, lo consuelan, para su conversión, con las promesas mesiánicas y la esperanza de una restauración cercana o remota.
A fin de no perdernos en investigaciones harto difíciles sobre el carácter de la restauración anunciada por los Profetas, recurrimos al mejor intérprete: San Pablo. El gran Apóstol no puede concluir el capítulo sobre la reprobación de su pueblo, sin añadir una de las más consoladoras promesas que jamás fué dada por Profeta alguno. Revela en el capítulo 11, vers. 25-32 de la Epístola a los Romanos, el siguiente misterio:

Por tanto, no quiero, hermanos, que ignoráis este misterio, a fin de que no tengáis sentimientos presuntuosos de vosotros mismos: una parte de Israel ha caído en la obcecación, hasta tanto que la plenitud de las naciones haya entrado. Entonces salvarse  ha todo Israel, según está escrito: Saldrá de Sión el Libertador, que desterrará de Jacob la impiedad. Y tendrá efecto la alianza que he hecho con ellos, en habiendo Yo borrado sus pecados. En orden al Evangelio son enemigos por ocasión de vosotros; mas con respecto a la elección, son muy amados a causa de sus padres, pues los dones y vocación de Dios son inmutables. Pues así como en otro tiempo vosotros no creíais en Dios, y al presente habéis alcanzado misericordia por ocasión de la incredulidad de ellos, así también los judíos están al presente sumergidos en la incredulidad para dar lugar a la misericordia que vosotros habéis alcanzado, a fin de que consigan también ellos misericordia. Porque Dios permitió que todos los hombres quedasen envueltos en la incredulidad para ejercitar su misericordia con todos”.


Antes de entrar en la interpretación de este texto maravilloso, hay que destacar que el Apóstol habla como persona inspirada que disfruta de la asistencia del Espíritu Santo. Él mismo lo dice expresamente en este caso, al comienzo de su tratado sobre la materia que estudiamos: "Digo la verdad en Cristo, no miento, dándome fe mi conciencia por el Espíritu Santo" (Rom. 9, 1).
El Doctor de los gentiles anuncia ni más ni menos que el "restablecimiento" de Israel (v. 15). Reprobada por su incredulidad, no tropezó para que cayese definitivamente, sino para que pudiésemos entrar los gentiles (Rom. 11, 11 y 31); ni fué privada de las promesas de Dios, pues los dones y vocación de Dios son inmutables (v. 29) y los judíos, respecto a su elección, siguen siendo muy amados por causa de sus padres (v. 28)[2]
Por cierto que los judíos están al presente sumergidos en la incredulidad (v. 31), pero el brazo del Omnipotente los alcanzará, para que consigan también ellos misericordia (v. 31), cuando la plenitud de las naciones haya entrado[3], es decir después de la vocación de los pueblos paganos al Evangelio.
Es tan grande el misterio de la salvación de Israel, que el Apóstol se pone de rodillas y termina su profecía en un himno majestuoso a la eterna Sabiduría y Misericordia (Rom. 11, 33-36):

¡Oh profundidad de los tesoros de la Sabiduría y de la Ciencia de Dios, cuán incomprensibles son sus juicios, cuán impenetrables sus caminos! Porque ¿quién ha conocido los designios del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién es el que le dio a Él primero alguna cosa, para que pretenda ser por ello recompensado? Porque de Él, y por Él y en Él son todas las cosas: a Él sea la gloria por siempre jamás. Amén.”

Pongámonos de rodillas también nosotros para adorar el corazón amoroso del Padre que se acordará algún día del pueblo, el cual, corno lo dijo Pío XI, fué el escogido, el encargado de la misión más santa que jamás desempeñó pueblo alguno: de transmitir la revelación divina a través de las tinieblas de los siglos pre-cristianos y de guardar pura la fe en un solo Dios en medio de un mundo idolátrico.

La idea de la incorporación de Israel a la verdadera grey, ocupa a San Pablo también en II Cor. 3, 13, donde compara la ceguera de ese pueblo con el velo que llevaba Moisés al hablar con los hombres después de haber hablado con Dios. Pero es, además, tema predilecto de San Pedro y Santiago. El Príncipe de los Apóstoles exhorta a los judíos a la contrición: entonces el Padre les enviará al mismo Jesucristo (Hech. 3, 20) y cumplirá todas las promesas que antiguamente hizo por boca de los Profetas, y serán restauradas todas las cosas.

Arrepentíos, pues, dice San Pedro, y convertíos, a fin de que se borren vuestros pecados, para cuando vengan, por disposición del Señor, los tiempos de consolación, y envíe al mismo Jesucristo que os ha sido anunciado, al cual es menester que reciba el cielo hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas de que antiguamente habló por boca de sus santos Profetas (Hech. 3, 19-21).

El sentido literal y escatológico de estos versículos está fuera de toda duda, como observaba ya San Crisóstomo. Por la restauración San Pedro no puede entender otras cosas que los profetas a que se refiere.
Santiago se hace intérprete del mismo pensamiento en el Concilio de Jerusalén  (Hech. 15, 16). ¡Qué luz tan  clara arrojan estas palabras de de los Apóstoles sobre la palabra del Maestro: "Jerusalén será hollada por los gentiles hasta que los tiempos de las naciones acaben de cumplirse”! (Luc. 21, 24).
Son muy numerosas las profecías del Antiguo Testamento que pintan, para los últimos tiempos, un mundo nuevo, en el cual un gran papel corresponde al pueblo de Israel. No ignoramos cuán difícil es interpretar profecías, y mucho más cuando éstas no se han cumplido aún. Hay expositores que no vacilan en entenderlas todas alegórica-mente de Nuevo Israel, la Iglesia.
Conviene hacer aquí una observación general sobre los sentidos y la interpretación de las profecías, esas luces admirables que a manera de rayos luminosos esclarecen las tinieblas del futuro. Es muy divulgada la tendencia de aplicar a la iglesia todas aquellas que se refieren a un porvenir mejor, a un reino de paz y felicidad, al restablecimiento de la casa de David, de Sión, de Jerusalén, de Jacob, de Israel, de Judá, de  José, de Efraím, y análogas referencias al pueblo de los judíos y su tierra. En apoyo de tal interpretación suelen tomarse los vaticinios en un sentido exclusivamente alegórico o metafórico.
Sin negar lo justificado de la interpretación alegórica en este campo, debemos, sin embargo, tener presente la regla de oro de Santo Tomás: "Omnes sensus (Scripturae) fundantur super unum, scilicet, litteralem, ex quo solo potest trahi argumentum", y las normas de las Encíclicas "Providentissimus Deus, de León XIII, y "Spiritus Paraclitus" de Benedicto XV (Ench., Bibl. n. 92. n. 97, n. 498). La "Pontificia Comisión Bíblica" en una carta fechada el  30 de agosto de 1941 y dirigida a todos los Prelados de Italia, recalca esos mismos principios contra un autor anónimo que intentaba desacreditarlos.
Claro está que ni los Sumos Pontífices ni la Comisión Bíblica prohíben buscar un sentido alegórico, pero siempre y ante todo es de investigar cuál fué el sentido que quiso expresar el autor sagrado. A este respecto hay que decir que los Profetas mencionan a veces tan claramente la restauración de las diez tribus de Israel (José, Efraím), y su unión con las dos de Judá, que no podemos menos de pensar en la nación judía como tal, y no en el actual pueblo cristiano, que en general procede de los gentiles, y cuya vocación al reino de Cristo está también vaticinada en el Antiguo Testamento en forma inconfundible con la conversión de Israel. El hecho es que esa unión de las diez tribus con las dos, no se realizó desde los tiempos en que hablaron los Profetas, hasta hoy. Persiste, por consiguiente, la esperanza de que algún día se verificará, quizás como uno de los últimos acontecimientos. Por lo menos debemos darle cabida y no excluirla de antemano.
Para consolar a sus contemporáneos afligidos y humillados por los enemigos, los Profetas pintan de preferencia, con los más vivos colores, la futura prosperidad de su país y nación, y mirando a un porvenir más remoto, anuncian una renovación total del pueblo de Israel. No solamente San Pablo, de quien trataremos más adelante, sino ya el "Eclesiástico” del Antiguo Testamento refiere estas consoladoras profecías al pueblo judío, cuando dice que Isaías "vio con su gran espíritu los últimos tiempos,  y consoló a los que lloraban en Sión, Anunció lo que debe suceder hasta el fin de los tiempos" (Ecl. 48, 27), y cuando alaba a los Profetas Menores (en la traducción de Crampon) "porque consolaron a Jacob y lo salvaron por una esperanza cierta (Ecli. 40, 12) ¿Qué consuelo podía ser para los judíos el prometerles cosas para una Iglesia de los gentiles? Isaías lo confirma en 66, 10.
Precisamente en aquellos cuadros maravillosos que Dios ha pintado por boca le los Profetas para confortar a su pueblo, abundan referencias a las iniquidades de Israel, a la "confusión de su mocedad" (Is. 54, 4), a su "pecado" (Jer. 31, 14), a los lugares donde "pecaron" (Ez. 37, 23), etc. Nadie se atreverá a aplicarlas a la Iglesia, la inmaculada Esposa  de Cristo, y quitar a los judíos la última esperanza que según San Pablo les queda, como manifestación de las inconmensurables riquezas de la misericordia de  Dios, y en cumplimiento de sus promesas (Rom. 11). La "repudiada” algún día volverá a su divino Esposo, y ocupará un lugar central en el triunfo final de la Iglesia.
¿No somos a veces poco amorosos con los judíos, como los cristianos en tiempos de San Pablo, el cual los previene por eso contra sentimientos presuntuosos? (Rom. 11, 25). Dejemos a Israel el puesto que le corresponde en las profecías, y no reservemos toda la gloria para nosotros.[4]



[1] Nota del Blog: atención a esta distinción. Una cosa es la restauración política de 1948 y otra muy distinta la restauración religiosa (por llamarla de algún modo). Esta última es todavía futura para nos y marca el fin de “el tiempo de los gentiles”.

[2] ¿Cómo no recordar aquí el nombre cariñoso Yeschurún (el muy recto: Vulgata y Setenta: el Amado) con que Dios acaricia a su pueblo en Deut. 32, 15 y que se repite en Deut. 33, 5 y 26 y en Is. 44, 2?

[3] Esto no quiere decir que todos los pueblos aceptarán el Evangelio antes de la conversión de los judíos sino tan sólo que será predicado, cómo dice el Señor en Mt, 24, 14. Véase sobre esto el cap. IV. enc. 1 de este estudio.

[4] Nota del Blog: es difícil no ver en los pasajes que hemos subrayado una influencia Lacunziana.