sábado, 1 de junio de 2013

La Ordenación de los Diáconos en el N. T. y comparación de la jerarquía eclesiástica con la angélica (III de V)

III

II. La Jerarquía Eclesiástica Comparada con la Angélica.

1. Reducción de los nueve coros a cinco.

Conocemos lo bastante la jerarquía eclesiástica. Para compararla con la angélica sería necesario conocer también a ésta. Mas ¿quién conoce el orden de la celeste jerarquía? Ni la Escritura ni la tradición están lo suficientemente explícitas sobre este punto. G. Bareille, en el Dictionaire de Théologie catholique, art. “Ange”, al hablar de su distribución jerárquica, tras unas palabras de San Ireneo contra las pretensiones omniscientes de los gnósticos (Adv. haer. II, 30; MG t. VII, col. 818), aduce la humilde confesión de San Agustín a su amigo Orosio: “Que en el cielo haya Tronos, Dominaciones, Principados, Virtudes, yo lo creo firmemente. Que se diferencien entre sí, no tengo la menor duda en admitirlo. Cuanto a decir lo que son y en qué se diferencian, deberías despreciar a éste, a quien tú tienes por gran doctor, pues confieso que lo ignoro” (Contr. Prisc. XIV; MG t. XLII, col. 678).
Desde que San Agustín escribió estas sinceras palabra, no se ha dado en realidad ningún paso positivo en la materia. La tradición doctrinal se estacionó en la distribución artificiosa, hecha por el falso Dionisio, de la cual son eco fiel estas palabras de San Gregorio: “Novem angelorum ordines dicimus, quia videlicet esse, testante sacro Eloquio, scimus: Angelos, Archangelos, Virtutes, Potestates, Principatus, Dominationes, Thronos, Cherubim atque Seraphim” (Hom. 31 in Ev. ante med.).
La razón en favor de la distribución novenal ya se ve cuán débil es, pues una cosa son los nombres y otra cosa las realidades significadas por los nombres. También nos ofrece la Escritura nueve o diez nombres distintos de la Divinidad y no por eso concluimos que haya nueve dioses y no uno. Se ha especulado mucho sobre la base de los nueve órdenes angélicos, cuando lo que importaba ante todo era aquilatar los datos positivos de la Escritura y la tradición, y eso es lo que vamos a ensayar aquí iniciando un estudio que pudiera tener felices resultados.
A la verdad, varios de los nombres angélicos parecen referirse  a una misma realidad y sean en primer término los nombres de Throni, Cherubim y Seraphim. Para mí que los Throni del N. T. no son más  que los Cherubim tan nombrados en el Antiguo, y que a éstos hay que identificarlos a su vez con los Seraphim de Isaías.
Efectivamente, ¿habéis contado las veces que en el A. T. se dice del Señor que se sienta sobre los Querubines? Pues hasta doce o más veces, casi tantas cuantas se los nombra en funciones. Los Cherubim son, pues, el asiento de Dios, que es cuanto decir su trono con palabra griega, y según esto, los Throni de San Pablo (Col. 1. 16) no serían más que la traducción griega de los Cherubim hebreos. Ahora bien los Seraphim de Isaías cap. 6 y los Cherubim de Ezequiel cap. 1, parecen deberse identificar entre sí, pues que San Juan en el Apocalipsis 4, 6 ss. los identifica realmente en sus cuatro misteriosos animales[1], los cuales tienen seis alas y cantan sin cesar el Santo, Santo, Santo, como los Serafines de Isaías, y se muestran en cuatro aspectos, llenos de ojos por dentro y por fuera, como los Querubines de Ezequiel, y como ellos sostienen el trono del Señor. Seraphim, Cherubim y Throni serían, pues, una misma realidad lo más cercano a la Divinidad, según se les muestra a los dichos tres videntes en sendas visiones introductorias paralelas. La conclusión no deja nada que desear.
Conclusión cierta nos parece también la que afirma la identidad fundamental entre principados (gr. ἀρχαὶ) y arcángeles (gr. ἀρχάγγελοι) o ángeles príncipes, pues ambos nombres se refieren a un mismo contenido, salvo la diferencia en el modo de significarlo, abstracto en ἀρχαὶ y concreto en ἀρχάγγελοι. Por lo demás, el denominar a los ángeles por nombres abstractos no es cosa nueva en la Escritura; abstractos son, en efecto, los nombres de Dominaciones, Potestades y Virtudes.
Estos tres nombres, juntamente con los de Tronos y Principados, representan ya ciertamente cinco realidades irreductibles, como se desprende de estos textos de S. Pablo que los distingue así en orden sensiblemente descendente: sive throni, sive dominationes, sive principatus, sive potestates (Col. 1, 16; cf. 2, 10), y asimismo en orden más o menos ascendente: supra ommem principatum, et potestatem, et virtutem, et dominationem (Eph. 1, 21). En otra parte nos dice San Pablo que nada nos podrá separar de la caridad de Cristo, neque angeli, neque principatus (Rom. 8, 38), que es cuanto decir neque angeli, neque archangeli. El nombre de “ángeles”, en oposición al de “arcángeles”, es regular que signifique algún orden inferior, que podría ser el de las Virtudes, como aconseja el paralelismo de Ps. 148, 2; cf. 102, 20 s. Expresado sin esa oposición es una denominación común, que lo mismo puede referirse a los de un orden que a los de otro. Tenemos, pues, en orden descendente los cinco coros o categorías siguientes: Tronos, Dominaciones, Potestades, Principados y Virtudes.

2. —Los Apócrifos, Tobías y el Apocalipsis sobre los siete Arcángeles.

La duda que por los textos de San Pablo pudiera haber acerca del orden de prioridad entre Principados y Virtudes, con otros extremos interesantes acerca de la delimitación precisa de estos y otros organismos de la sociedad angélica, se aclaran no poco por el libro, apócrifo de Enokh y el canónico del Apocalipsis.
El capítulo 20 del libro de Enokh reza así: “Angeles de las Virtudes: Uriel, uno de los santos ángeles, constituido sobre el mundo y el tártaro; Rafael, uno de los santos ángeles, constituido sobre los espíritus de los hombres; Ragüel, uno de los santos ángeles, que juzga el mundo de las lumbreras; Miguel, uno de los santos ángeles, constituído sobre la mejor parte de la humanidad y sobre el caos; Sariel, uno de los santos ángeles, constituido sobre los espíritus que pecan contra el Espíritu; Gabriel, uno de los santos ángeles, constituido sobre el paraíso y los dragones y los querubines; Remiel, uno de los santos ángeles, a quien Dios constituyó sobre los que han de resucitar. Son estos los siete nombres de los arcángeles”[2]. Hasta aquí el libro de Enokh según la edición crítica de Swete.
De esos siete arcángeles de la tradición judaica, sólo tres, Rafael, Miguel y Gabriel, han conservado el nombre en la Escritura. De Ragüel y Sariel nada más sabemos de lo que se dice ahí. Uriel es el ángel revelador del libro apócrifo, dicho el IV de Esdras, donde se introduce además una vez a Jeremiel, que es a todas luces el Remiel del libro de Enokh, tanto por la conveniencia del nombre como por el oficio que se le asigna, que es el de tranquilizar en sus ansias de resurrección a las almas de los justos. Dícese a este propósito en el mencionado libro de Esdras 4, 35 s: Nonne de his interrogaverunt animae justorum in promptuariis suis, dicentes, Usquequo spero sic? et quando veniet fructus areae mercedis nostrae?... Et respondit ad ea Jeremiel archangelus et dixit: Quando impletus fuerit numerus seminum in vobis, quoniam in statera ponderavit saeculum, etc.”.
Y aquí es bien de notar, siquiera sea de pasada, que estas palabras del apócrifo de Esdras remembran invenciblemente a estas otras del Apocalipsis de San Juan dichas al abrir el quinto sello (Apoc. VI, 9-11): “Vidi subtus altare animas interfectorum propter verbum Dei, et propter testimonium, quod habebant: et clamabant voce magna, dicentes: Usquequo Domine (sanctus et verus), non judicas, et non vindicas sanguinem nostrum de iis qui habitant in terra? Et datæ sunt illis singulæ stolæ albæ: et dictum est illis ut requiescerent adhuc tempus modicum (el reposo previo a la resurrección) donec compleantur conservi eorum, et fratres eorum, qui interficiendi sunt sicut et illi.Y estas palabras del Apocalipsis recuerdan a su vez estas otras más generales del Señor en el Evangelio de San Lucas 18, 6-8: “Audite quid judex iniquitatis dicit: Deus autem non faciet vindictam electorum suorum clamantium ad se die ac nocte, et patientiam habebit in illis? Dico vobis quia cito faciet vindictam illorum. (¿Cuándo? Cuando vuelva a juzgar y reinar). Verumtamen Filius hominis veniens, putas, inveniet fidem in terra?[3].
Tenemos, pues, que por el libro de Enokh lo ángeles de las Virtudes, llamados también arcángeles, son en número de siete, y en esto está conforme con el libro de Tobías, que hacen decir a uno de ellos: Ego enim sum Raphaël angelus, unus ex septem qui adstamus ante Dominum. Trátase de siete grandes ministros del Señor, siempre prontos a ejecutar sus órdenes, y que no son otra cosa que los siete espíritus Apocalípticos, que están asimismo delante del trono del Señor (Apoc. 1, 4) que a San Juan se le mostraron a manera de siete lámparas ardientes puestas ante el trono (Apoc. 4. 5) o bajo la figura de siete cuernos o de siete ojos en la cabeza del Cordero (Apoc. 5, 6), como si más claramente se le dijera que son los grandes ejecutores de los decretos divinos en orden a la salud Messiana; y así los ve luego empuñando sendas trompetas y sendas copas con qué anunciar y significar tamaños acontecimientos: Et vidi septem angelos stantes in conspectu Dei: et datæ sunt illis septem tubæ (Apoc. 8, 2). Et unum de quatuor animalibus dedit septem angelis septem phialas aureas, plenas iracundiæ Dei viventis in sæcula sæculorum (Apoc. 15, 7).

3. Explicación del misterio Apocalíptico de los siete espíritus.

Vamos a desarrollar un poco más el misterio de los siete espíritus Apocalípticos, que hoy se empeñan muchos en embrollar, como tantos otros puntos claros del misterioso libro, cual si no tuviera hartos oscuros.
Priva hoy en Teología el ver a estos siete espíritus a la tercera persona de la Santísima Trinidad, al Espíritu septiforme, cuya plenitud está en Cristo, e invocan a propósito el texto de Isaías 11, 2 s.: et requiescet super eum spiritus Domini spiritus sapientiae et intellectus spiritus consilii et fortitudinis spiritus scientiae et pietatis et replebit eum spiritus timoris Domini.
Si he de decir lo que siento, no se me asentó nunca esa identificación del Espíritu septiforme con los siete espíritus apocalípticos, qui in conspectu throni eius sunt (Apoc. 1, 4), por parecerme forzada y contrahecha. Y es que no se deja hablar a los textos sino que se los solicita para que encajen de buen o de mal grado en una concepción premeditada.
Isaías no habla, como el Apocalipsis, de siete espíritus, ni aun siquiera en la expresión material de las palabras, la cual se repite sólo cinco veces, la una para indicar el origen del Espíritu (spiritus Domini), y las otras cuatro para significar los efectos varios de ese único Espíritu en el alma, acoplados de dos en dos, menos el último (spiritus sapientiae el intellectus, etc.). Ese modo de hablar del profeta no es más que una manera de amplificación, aptísima para dar una grande idea de lo que con tanta ponderación se nos presenta, semejante a aquella de que usa Homero, hablando de Nireo: “Nireus ab Syme, Nireus Aglaiae, Nireus qui formosissimus” (Il. B, 671-673), que Aristóteles, en su Retórica, pone como ejemplo insigne de amplificación: “Nam cum de aliquo multa dicuntur, necesse est etiam multoties dici: quare si multoties, multa qui que viclentur” Art. Rhet., 10, L. III, cap. 12 med.). Como el Nereo del poeta Homero, así el Espíritu del profeta Isaías parece ser muchas cosas, pero es una nada más, mientras los siete espíritus que están ante el trono del Señor y saludan a las iglesias del Asia en el sentido obvio y natural de la expresión textual y de los varios lugares paralelos, no parecen solamente muchas cosas, sino que lo son en realidad.
Hay, en efecto, gran diferencia, considerada la manera de expresión, entre ese único Espíritu del Señor que es a la vez espíritu de sabiduría e inteligencia, etc., y esos siete espíritus del Apocalipsis representados no sólo como distintos entre sí, sino de Dios pues ni aun siquiera están comprendidos en Él, sino asistiendo delante del trono en que el Señor se asienta más distantes aun de Él que los cuatro misteriosos animales en que el trono se apoya y los 24 ancianos que forman su cortejo (Apoc. 4, 4 ss). Es verdad que una vez se dicen estar aposentados en la cabeza del Cordero, pero lo están, como sus cuernos[4] y sus ojos, a la manera de siete instrumentos iguales con que ejecutar sabiamente los designios de su bondad con esa perfecta uniformidad orgánica y funcional, cual puede existir en los cuernos y en los ojos mas no en el Espíritu septiforme como tal, pues lo que cabalmente caracteriza al Espíritu Santo es el ser uno y único en el ser y multiforme sólo en el obrar, es decir, en sus múltiples manifestaciones.
La aplicación de semejantes expresiones y figuras simbólicas al Espíritu Santo es, pues, improcedente por rebuscada y contrahecha, y en cambio es apropiadísima y natural al supuesto de los siete espíritus celestiales, personalmente distintos, y que como tales asisten delante del trono del Señor, a modo de siete lámparas dedicadas a su culto o como siete servidores prontos y dispuestos para recibir y ejecutar las varias órdenes divinas que del trono proceden bajo la figura de rayos, voces y truenos (Apoc. 4, 5) y por ministerio de ellos repercuten en la tierra (Apoc. 8, 2). Para comunicar con su propio Espíritu, Dios no usa, ni puede usar, de tales intermedios, es decir, de esos decretos fulgurantes y tonantes.
Insisto una vez más en lo improcedente de tal explicación. Cuando el texto no se presentara tan reacio a la identificación de los siete espíritus apocalípticos con el Espíritu de los siete dones, está el desarrollo de la idea de los siete espíritus servidores por todo el Apocalipsis, en conformidad con una antigua tradición expresada en los Apócrifos (Enokh, Esdras) y reflejada ya en otras partes de la Biblia (Tobías, etc.) y en la misma historia. Alguien ha pensado ya seguramente en los siete eunucos de la corte de Asuero, servidores inmediatos del gran Rey (Est. 1, 10) y ha comparado con ellos y con los siete arcángeles a los siete diáconos de la primera institución que por tanto tiempo se conservó en ciertas iglesias. La analogía entre la corte terrestre y la celeste, entre la jerarquía eclesiástica y la angélica bien parece intencionada y no casual. Ya apuraremos después más la analogía: continuemos ahora apurando el fundamento.
Cada uno de los siete grandes ejecutores de los divinos decretos tiene sumisos a sus órdenes todo un ejército de ángeles. Son las dichas Virtudes o fuerzas militantes, que por eso a los siete se les llama (Enokh, cap. 20) “angeli virtutum”, los ángeles de las Virtudes y de ahí les viene el nombre de ἀρχαὶ en abstracto o ἀρχάγγελοι en concreto, como ángeles príncipes, que tienen a sus órdenes inmediatas sendos ejércitos celestiales. Aunque, hablando con más propiedad, el nombre de ἀρχὴ “principado”, más que abstracto sería colectivo, y así más que al arcángel aislado significaría al arcángel junto con su fuerza o Virtud respectiva, pues que un ángel príncipe con el ejército de ángeles a sus órdenes forma, naturalmente, un Principado.




[1] Nota del Blog: otros traducen como “Vivientes”.

[2] Nota del Blog: El texto del P. Ramos García está incompleto y dice así: “Uriel, uno de los santos ángeles, constituido sobre el mundo y el tártaro; Rafael, uno de los santos ángeles, constituido sobre los espíritus de los hombres; Ragüel, uno de los santos ángeles, que juzga el mundo de las lumbreras; Miguel, uno de los santos ángeles, constituido sobre los espíritus que pecan contra el Espíritu; Gabriel, uno de los santos ángeles, constituido sobre el paraíso y los dragones y los querubines; Remiel, uno de los santos ángeles, a quien Dios constituyó sobre los que han de resucitar. Son estos los siete nombres de los arcángeles”.
Como se ve se le ha aplicado a Miguel el oficio de Sariel y falta por completo el de oficio de Miguel. Hemos corregido en el cuerpo esta falta.

[3] Nota del Blog: tengamos en cuenta aquí un par de cosas. En primer lugar el hecho de que el autor note la similitud entre ambos pasajes de las Escrituras, tal como lo dijimos AQUI. En segundo lugar nos parece que la venganza por la que claman las almas del quinto sello tiene lugar durante el juicio de las trompetas y no es preciso extenderlo hasta la Parusía. Por último, existe una pequeña diferencia entre el IV de Esdras y el Apocalipsis y es que en aquel las almas piden el premio, la glorificación de sus cuerpos, mientras que en San Juan se pide el castigo de los enemigos. Está claro que una cosa no quita la otra y que es posible que esas ánimas vayan a pedir ambas cosas.

[4] Nota del Blog: Notemos al pasar que cuando el texto dice en V, 6: “Y vi en medio del trono y de los cuatro Vivientes y en medio de los ancianos un Cordero de pie, como inmolado, que tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra”, los siete espíritus no son simbolizado sólo por los siete ojos, como creíamos antes de leer este trabajo, sino que la imagen también vale para los cuernos. Y si estos 7 Ángeles son, como se dirá después y se ha insinuado ya, otros tantos jefes de otros grupos de ángeles, entonces el término “cuerno” les cabe muy a propósito puesto que el mismo es usado tanto en Daniel como en el mismo Apocalipsis para simbolizar reyes o seres con autoridad.
Conocida es la divergencia de los autores sobre la identidad de estos siete espíritus. Por nuestra parte coincidimos por completo con la no identificación de los 7 espíritus con el Tercera Persona Divina. Así lo creíamos antes y las razones que da son súmamente convincentes.
Una buena síntesis de la posición contraria a la de Ramos García puede verse en el conocido trabajo del P. Skrinjár S.J. Les sept Esprits, Biblica 16 (1935), 1-24; 113-140.