III
II.
La Jerarquía Eclesiástica Comparada con la Angélica.
1. Reducción
de los nueve coros a cinco.
Conocemos
lo bastante la jerarquía eclesiástica. Para compararla con la angélica sería
necesario conocer también a ésta. Mas ¿quién conoce el orden de la celeste
jerarquía? Ni la Escritura ni la tradición están lo suficientemente
explícitas sobre este punto. G. Bareille, en el Dictionaire de Théologie catholique, art. “Ange”, al hablar de su distribución
jerárquica, tras unas palabras de San Ireneo contra las pretensiones
omniscientes de los gnósticos (Adv. haer. II, 30; MG t. VII, col. 818), aduce
la humilde confesión de San Agustín a su amigo Orosio: “Que en el
cielo haya Tronos, Dominaciones, Principados, Virtudes, yo lo creo firmemente.
Que se diferencien entre sí, no tengo la menor duda en admitirlo. Cuanto a decir
lo que son y en qué se diferencian, deberías despreciar a éste, a quien tú
tienes por gran doctor, pues confieso que lo ignoro” (Contr. Prisc. XIV;
MG t. XLII, col. 678).
Desde
que San Agustín escribió estas sinceras palabra, no se ha dado en realidad
ningún paso positivo en la materia. La tradición doctrinal se estacionó en la
distribución artificiosa, hecha por el falso Dionisio, de la cual son eco fiel estas
palabras de San Gregorio:
“Novem angelorum ordines dicimus, quia videlicet esse, testante sacro Eloquio,
scimus: Angelos, Archangelos, Virtutes, Potestates, Principatus, Dominationes,
Thronos, Cherubim atque Seraphim” (Hom. 31 in Ev. ante med.).
La
razón en favor de la distribución novenal ya se ve cuán débil es, pues una cosa
son los nombres y otra cosa las realidades significadas por los nombres.
También nos ofrece la Escritura nueve o diez nombres distintos de la Divinidad
y no por eso concluimos que haya nueve dioses y no uno. Se ha especulado mucho
sobre la base de los nueve órdenes angélicos, cuando lo que importaba ante todo
era aquilatar los datos positivos de la Escritura y la tradición, y eso es lo
que vamos a ensayar aquí iniciando un estudio que pudiera tener felices resultados.
A
la verdad, varios de los nombres angélicos parecen referirse a una misma realidad y sean en primer término
los nombres de Throni, Cherubim y Seraphim. Para mí que
los Throni del N. T. no son más
que los Cherubim tan nombrados en el Antiguo, y que a éstos hay
que identificarlos a su vez con los Seraphim de Isaías.
Efectivamente,
¿habéis contado las veces que en el A. T. se dice del Señor que se sienta sobre
los Querubines? Pues hasta doce o más veces, casi tantas cuantas se los nombra
en funciones. Los Cherubim son, pues, el asiento de Dios, que es cuanto
decir su trono con palabra griega, y según esto, los Throni de San Pablo
(Col. 1. 16) no serían más que la traducción griega de los Cherubim
hebreos. Ahora bien los Seraphim de Isaías cap. 6 y los Cherubim
de Ezequiel cap. 1, parecen deberse identificar entre sí, pues que San Juan en
el Apocalipsis 4, 6 ss. los identifica realmente en sus cuatro misteriosos
animales[1], los cuales tienen seis alas y
cantan sin cesar el Santo, Santo, Santo, como los Serafines de Isaías, y se
muestran en cuatro aspectos, llenos de ojos por dentro y por fuera, como los
Querubines de Ezequiel, y como ellos sostienen el trono del Señor. Seraphim,
Cherubim y Throni serían, pues, una misma realidad lo más cercano
a la Divinidad, según se les muestra a los dichos tres videntes en sendas
visiones introductorias paralelas. La conclusión no deja nada que desear.
Conclusión
cierta nos parece también la que afirma la identidad fundamental entre
principados (gr. ἀρχαὶ) y arcángeles (gr. ἀρχάγγελοι) o ángeles príncipes, pues ambos
nombres se refieren a un mismo contenido, salvo la diferencia en el modo de significarlo,
abstracto en ἀρχαὶ y concreto en ἀρχάγγελοι. Por lo demás, el denominar a
los ángeles por nombres abstractos no es cosa nueva en la Escritura; abstractos
son, en efecto, los nombres de Dominaciones, Potestades y Virtudes.
Estos
tres nombres, juntamente con los de Tronos y Principados, representan ya
ciertamente cinco realidades irreductibles, como se desprende de estos textos
de S. Pablo que los distingue así en orden sensiblemente descendente: sive throni, sive dominationes, sive principatus,
sive potestates (Col. 1, 16; cf. 2, 10), y asimismo en orden más o menos ascendente: supra ommem principatum, et potestatem, et
virtutem, et dominationem (Eph. 1, 21). En otra parte nos dice San Pablo que nada nos podrá
separar de la caridad de Cristo, neque angeli, neque principatus (Rom. 8, 38), que es cuanto
decir neque angeli,
neque archangeli. El nombre de “ángeles”, en oposición al de “arcángeles”, es regular que
signifique algún orden inferior, que podría ser el de las Virtudes, como
aconseja el paralelismo de Ps. 148, 2; cf. 102, 20 s. Expresado sin esa
oposición es una denominación común, que lo mismo puede referirse a los de un
orden que a los de otro. Tenemos, pues, en orden descendente los cinco coros o
categorías siguientes: Tronos, Dominaciones, Potestades, Principados y
Virtudes.
2. —Los
Apócrifos, Tobías y el Apocalipsis sobre los siete Arcángeles.
La
duda que por los textos de San Pablo pudiera haber acerca del orden de
prioridad entre Principados y Virtudes, con otros extremos interesantes acerca
de la delimitación precisa de estos y otros organismos de la sociedad angélica,
se aclaran no poco por el libro, apócrifo de Enokh y el canónico del
Apocalipsis.
El capítulo
20 del libro de Enokh reza así: “Angeles de las Virtudes: Uriel,
uno de los santos ángeles, constituido sobre el mundo y el tártaro; Rafael,
uno de los santos ángeles, constituido sobre los espíritus de los hombres;
Ragüel, uno de los santos ángeles, que juzga el mundo de las
lumbreras; Miguel, uno de los santos ángeles, constituído sobre
la mejor parte de la humanidad y sobre el caos; Sariel, uno de los
santos ángeles, constituido sobre los espíritus que pecan contra el Espíritu;
Gabriel, uno de los santos ángeles, constituido sobre el paraíso y
los dragones y los querubines; Remiel, uno de los santos ángeles, a
quien Dios constituyó sobre los que han de resucitar. Son estos los siete
nombres de los arcángeles”[2].
Hasta aquí el libro de Enokh según la edición crítica de Swete.
De
esos siete arcángeles de la tradición judaica, sólo tres, Rafael, Miguel y Gabriel,
han conservado el nombre en la Escritura. De Ragüel y Sariel nada más sabemos
de lo que se dice ahí. Uriel es el ángel revelador del libro apócrifo, dicho el
IV de Esdras, donde se introduce además una vez a Jeremiel, que es a todas
luces el Remiel del libro de Enokh, tanto por la conveniencia del nombre como
por el oficio que se le asigna, que es el de tranquilizar en sus ansias de
resurrección a las almas de los justos. Dícese a este propósito en el mencionado libro de Esdras
4, 35 s: “Nonne de his interrogaverunt animae justorum in promptuariis suis,
dicentes, Usquequo spero sic? et quando veniet fructus areae mercedis
nostrae?... Et respondit ad ea Jeremiel archangelus et dixit: Quando impletus
fuerit numerus seminum in vobis, quoniam in statera ponderavit saeculum, etc.”.
Y
aquí es bien de notar, siquiera sea de pasada, que estas palabras del apócrifo
de Esdras remembran invenciblemente a estas otras del Apocalipsis de San Juan dichas
al abrir el quinto sello (Apoc. VI, 9-11): “Vidi subtus altare animas interfectorum propter verbum
Dei, et propter testimonium, quod habebant: et clamabant voce magna,
dicentes: Usquequo Domine (sanctus et verus), non judicas, et non vindicas
sanguinem nostrum de iis qui habitant in terra? Et datæ sunt illis singulæ
stolæ albæ: et dictum est illis ut requiescerent adhuc tempus modicum (el reposo previo a la
resurrección) donec compleantur conservi eorum, et fratres eorum, qui
interficiendi sunt sicut et illi.” Y estas palabras del Apocalipsis recuerdan a su vez estas otras más
generales del Señor en el Evangelio de San Lucas 18, 6-8: “Audite quid judex
iniquitatis dicit: Deus autem non faciet vindictam electorum suorum
clamantium ad se die ac nocte, et patientiam habebit in illis? Dico vobis
quia cito faciet vindictam illorum. (¿Cuándo? Cuando vuelva a juzgar y reinar). Verumtamen
Filius hominis veniens, putas, inveniet fidem in terra?”[3].
Tenemos,
pues, que por el libro de Enokh lo ángeles de las Virtudes, llamados también
arcángeles, son en número de siete, y en esto está conforme con el libro de Tobías,
que hacen decir a uno de ellos: Ego enim sum Raphaël angelus,
unus ex septem qui adstamus ante Dominum. Trátase de siete grandes
ministros del Señor, siempre prontos a ejecutar sus órdenes, y que no son otra
cosa que los siete espíritus Apocalípticos, que están asimismo delante del
trono del Señor (Apoc. 1, 4) que a San Juan se le mostraron a manera de siete
lámparas ardientes puestas ante el trono (Apoc. 4. 5) o bajo la figura de siete
cuernos o de siete ojos en la cabeza del Cordero (Apoc. 5, 6), como si más
claramente se le dijera que son los grandes ejecutores de los decretos divinos
en orden a la salud Messiana; y así los ve luego empuñando sendas trompetas y
sendas copas con qué anunciar y significar tamaños acontecimientos: Et vidi septem
angelos stantes in conspectu Dei: et datæ sunt illis septem tubæ (Apoc.
8, 2). Et unum de quatuor animalibus dedit septem angelis septem phialas
aureas, plenas iracundiæ Dei viventis in sæcula sæculorum (Apoc. 15, 7).
3. Explicación
del misterio Apocalíptico de los siete espíritus.
Vamos
a desarrollar un poco más el misterio de los siete espíritus Apocalípticos, que
hoy se empeñan muchos en embrollar, como tantos otros puntos claros del
misterioso libro, cual si no tuviera hartos oscuros.
Priva
hoy en Teología el ver a estos siete espíritus a la tercera persona de la Santísima
Trinidad, al Espíritu septiforme, cuya plenitud está en Cristo, e invocan a
propósito el texto de Isaías 11, 2 s.: et
requiescet super eum spiritus Domini spiritus sapientiae et intellectus
spiritus consilii et fortitudinis spiritus scientiae et pietatis et replebit
eum spiritus timoris Domini.
Si
he de decir lo que siento, no se me asentó nunca esa identificación del
Espíritu septiforme con los siete espíritus apocalípticos, qui in conspectu throni eius sunt (Apoc. 1, 4), por parecerme
forzada y contrahecha. Y es que no se deja hablar a los textos sino que se los
solicita para que encajen de buen o de mal grado en una concepción premeditada.
Isaías
no habla, como el Apocalipsis, de siete espíritus, ni aun siquiera en la expresión
material de las palabras, la cual se repite sólo cinco veces, la una para
indicar el origen del Espíritu (spiritus Domini), y las otras cuatro
para significar los efectos varios de ese único Espíritu en el alma, acoplados
de dos en dos, menos el último (spiritus sapientiae el intellectus, etc.). Ese modo de hablar del
profeta no es más que una manera de amplificación, aptísima para dar una grande
idea de lo que con tanta ponderación se nos presenta, semejante a aquella de que usa Homero,
hablando de Nireo: “Nireus
ab Syme, Nireus Aglaiae, Nireus qui formosissimus” (Il. B, 671-673), que Aristóteles,
en su Retórica, pone como ejemplo insigne de amplificación: “Nam cum de aliquo multa dicuntur, necesse
est etiam multoties dici: quare si multoties, multa qui que viclentur” Art.
Rhet., 10, L. III, cap. 12 med.). Como el Nereo del poeta Homero, así el Espíritu del
profeta Isaías parece ser muchas cosas, pero es una nada más, mientras los
siete espíritus que están ante el trono del Señor y saludan a las iglesias del
Asia en el sentido obvio y natural de la expresión textual y de los varios
lugares paralelos, no parecen solamente muchas cosas, sino que lo son en
realidad.
Hay,
en efecto, gran diferencia, considerada la manera de expresión, entre ese único
Espíritu del Señor que es a la vez espíritu de sabiduría e inteligencia, etc.,
y esos siete espíritus del Apocalipsis representados no sólo como distintos
entre sí, sino de Dios pues ni aun siquiera están comprendidos en Él, sino
asistiendo delante del trono en que el Señor se asienta más distantes aun de Él
que los cuatro misteriosos animales en que el trono se apoya y los 24 ancianos
que forman su cortejo (Apoc. 4, 4 ss). Es verdad que una vez se dicen estar aposentados
en la cabeza del Cordero, pero lo están, como sus cuernos[4] y
sus ojos, a la manera de siete instrumentos iguales con que ejecutar sabiamente
los designios de su bondad con esa perfecta uniformidad orgánica y funcional,
cual puede existir en los cuernos y en los ojos mas no en el Espíritu septiforme
como tal, pues lo que cabalmente caracteriza al Espíritu Santo es el ser uno y único
en el ser y multiforme sólo en el obrar, es decir, en sus múltiples
manifestaciones.
La
aplicación de semejantes expresiones y figuras simbólicas al Espíritu Santo es,
pues, improcedente por rebuscada y contrahecha, y en cambio es apropiadísima y
natural al supuesto de los siete espíritus celestiales, personalmente
distintos, y que como tales asisten delante del trono del Señor, a modo de
siete lámparas dedicadas a su culto o como siete servidores prontos y
dispuestos para recibir y ejecutar las varias órdenes divinas que del trono
proceden bajo la figura de rayos, voces y truenos (Apoc. 4, 5) y por ministerio
de ellos repercuten en la tierra (Apoc. 8, 2). Para comunicar con su propio Espíritu,
Dios no usa, ni puede usar, de tales intermedios, es decir, de esos decretos
fulgurantes y tonantes.
Insisto
una vez más en lo improcedente de tal explicación. Cuando el texto no se
presentara tan reacio a la identificación de los siete espíritus apocalípticos
con el Espíritu de los siete dones, está el desarrollo de la idea de los siete
espíritus servidores por todo el Apocalipsis, en conformidad con una antigua
tradición expresada en los Apócrifos (Enokh, Esdras) y reflejada ya en otras
partes de la Biblia (Tobías, etc.) y en la misma historia. Alguien ha pensado
ya seguramente en los siete eunucos de la corte de Asuero, servidores inmediatos
del gran Rey (Est. 1, 10) y ha comparado con ellos y con los siete arcángeles a
los siete diáconos de la primera institución que por tanto tiempo se conservó
en ciertas iglesias. La analogía entre la corte terrestre y la celeste, entre
la jerarquía eclesiástica y la angélica bien parece intencionada y no casual. Ya apuraremos después más la
analogía: continuemos ahora apurando el fundamento.
Cada
uno de los siete grandes ejecutores de los divinos decretos tiene sumisos a sus
órdenes todo un ejército de ángeles. Son las dichas Virtudes o fuerzas
militantes, que por eso a los siete se les llama (Enokh, cap. 20) “angeli virtutum”, los ángeles de las Virtudes y de ahí les viene el
nombre de ἀρχαὶ en abstracto o ἀρχάγγελοι en concreto, como ángeles
príncipes, que tienen a sus órdenes inmediatas sendos ejércitos celestiales.
Aunque, hablando con más propiedad, el nombre de ἀρχὴ “principado”, más que abstracto sería colectivo,
y así más que al arcángel aislado significaría al arcángel junto con su fuerza
o Virtud respectiva, pues que un ángel príncipe con el ejército de ángeles a
sus órdenes forma, naturalmente, un Principado.
[1] Nota del Blog:
otros traducen como “Vivientes”.
[2] Nota del Blog: El texto del P. Ramos García
está incompleto y dice así: “Uriel, uno de los santos ángeles, constituido sobre el
mundo y el tártaro; Rafael, uno de los santos ángeles, constituido sobre
los espíritus de los hombres; Ragüel, uno de los santos ángeles, que
juzga el mundo de las lumbreras; Miguel, uno de los santos ángeles,
constituido sobre los espíritus que pecan contra el Espíritu; Gabriel,
uno de los santos ángeles, constituido sobre el paraíso y los dragones y los
querubines; Remiel, uno de los santos ángeles, a quien Dios constituyó
sobre los que han de resucitar. Son estos los siete nombres de los arcángeles”.
Como se
ve se le ha aplicado a Miguel el oficio de Sariel y falta por
completo el de oficio de Miguel. Hemos corregido en el cuerpo esta
falta.
[3] Nota del Blog: tengamos en cuenta aquí un par de cosas. En primer
lugar el hecho de que el autor note la similitud entre ambos pasajes de
las Escrituras, tal como lo dijimos AQUI. En segundo lugar nos parece que la venganza por la
que claman las almas del quinto sello tiene lugar durante el juicio de las
trompetas y no es preciso extenderlo hasta la Parusía. Por último,
existe una pequeña diferencia entre el IV de Esdras y el Apocalipsis
y es que en aquel las almas piden el premio, la glorificación de sus cuerpos,
mientras que en San Juan se pide el castigo de los enemigos. Está claro
que una cosa no quita la otra y que es posible que esas ánimas vayan a pedir
ambas cosas.
[4] Nota del Blog:
Notemos al pasar que cuando el texto dice en V, 6: “Y vi en medio del trono y de los cuatro
Vivientes y en medio de los ancianos un Cordero de pie, como inmolado, que tenía siete cuernos y siete ojos, que son
los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra”, los siete espíritus no son simbolizado
sólo por los siete ojos, como creíamos antes de leer este trabajo, sino que la
imagen también vale para los cuernos. Y si estos 7 Ángeles son, como se dirá después y se ha insinuado ya,
otros tantos jefes de otros grupos de ángeles, entonces el término “cuerno” les
cabe muy a propósito puesto que el mismo es usado tanto en Daniel como en el
mismo Apocalipsis para simbolizar reyes o seres con autoridad.
Conocida es la divergencia de los autores sobre la identidad de estos
siete espíritus. Por nuestra parte coincidimos por completo con la no
identificación de los 7 espíritus con el Tercera Persona Divina. Así lo
creíamos antes y las razones que da son súmamente convincentes.
Una buena síntesis de la posición contraria a la de Ramos
García
puede verse en el conocido trabajo del P. Skrinjár S.J. Les sept Esprits,
Biblica 16 (1935), 1-24; 113-140.