jueves, 6 de junio de 2013

La Ordenación de los Diáconos en el N. T. y comparación de la jerarquía eclesiástica con la angélica (V de V)

V

6. La Tradición judaica de los cuatro Órdenes. Conclusión

Prescindiendo por un momento de este orden divino, nos quedamos sólo con cuatro órdenes o categorías: los Señores (Presbyteri, Domini[1]) y las Potestades, por un lado, y los Príncipes (Archangeli), y las Virtudes[2] por otro. Y ésta parece ser la tradición que corría entre los judíos.
Efectivamente, en el Comentario arábigo al Cantar de los Cantares que escribió R. Yapheth abu Ali ibn Ali, de Bassora, doctor sapientísimo de los Caraítas, al v. 5, 15; Crura ejus sicut columnae marmoris, fundatae super basibus ex attro purissimo, etc., expone así la figura de las bases: “Per eas autem designantur angeli, quos Dominus mundorum ad inimicos Israel debellandos mittebat. Angelorum noveris quatuor esse ordines, qui et ipsi a domino nostro David (cui sit salus) commemorantur in Psalmo: Benedic, anima mea Domino (Ps. 102), duos videlicet, qui descendunt in terram, in uno eodemque versu commemoravit: Benedicite Domino, angeli ejus, potentes virtute, etc. (v. 20): duos vero alios item in uno eodemque versu commemoravit his nimirum verbis: Benedícite Domino, omnes exercitus ejus, ministri ejus, etc. (v. 21). Ex his autem ambobus prioribus ordinibus alter alterum dignitate praestat: prior enim iis angelis constat, qui ad prophetas destinantur, ut eos alloquantur, sicut v. gr. angelus, qui sermone adiit Gedeonem, et Manue et caeteros, atque de his dixit: Benedicite Domino, angeli ejus (v. 20). Alter vero ordo ex iis conflatur, qui inimicos Israel impugnant, sicut angelus Domini, a quo Sennacherib interfectus est, et sicut, angeli Domini ad bella ab Israel suscepta proficiscebantur, ita ut illorum hostes profligarentur, de quibus ille dixit: potentes virtute, facientes verbum ejus (v. 20). Ad alterum autem ordinem (el 3º ascendiendo) pertinent angeli, qui gloriae Domini adsistunt; ii sunt turmae stantes. Imperatoris exercitibus haud absimiles, atque de illís dixit: Benedicite Domino omnes exercitus eius (v. 21). Hic autem posterior ordo (el 4º ascendiendo) ex familiaribus constat angelis de quibus ille dixit: ministri ejus, qui facitis voluntatem ejus (v. 21). In hac igitur sectione (la del Cantar) duos commemoravit ordines, unum quidem ex primoribus inter sublimiores spiritus, alterum vero constantem ex inferioribus. Itaque per cincinnos ejus pendulos (Cant. 5, 11) angeli ministri ejus qui faciunt voluntatem ejus; et per verba: Crura ejus sicut columnae marmoreae angeli designantur potentes virtute. Hos antem columnis composuit ob ipsorum constantiam: et prout vocantur principes primores, sicut scriptum est: Et ecce Michael unus de principibus primoribus venit in adjutorium meum (Dan. 10,13), et insuper quia illi victoriam reportant de maximis exercitibus et numquam in fugam vertuntur (Trad. de J. J. Bargés. París, 1981, pág. 119-20).
No obstante algunos pequeños desaciertos en la interpretación de ciertos datos, esta interesante página del sabio Karaíta recoge tal vez más luz sobre la verdadera organización del mundo angélico que el entero libro De caelesti jerarchia del falso Areopagita. Lo importante de la exposición del Karaíta está en ser, según todos los indicios, un documento de la tradición judaica sobre el número de los órdenes o categorías angélicas, la cual divisa solamente cuatro, salvo el orden de los Tronos, al que ni siquiera se hace ahí alusión ninguna. Y con esta salvedad coincide esta conclusión con la que nosotros hemos podido recoger de los textos bíblicos comparados entre sí.
Los datos positivos de la Revelación de la tradición judaica están, pues, sustancialmente conformes acerca del número de las categorías angélicas. De tradición cristiana, aparte de la Escritura, no hay que hablar, pues no existe más que una pseudo tradición fundada en las especulaciones filosóficas del Pseudo areopagita.
Si algo valen, pues, los datos alegados y dando la mayor precisión a las palabras, diremos que en la jerarquía angélica hay que distinguir cinco categorías, repartidas en tres órdenes. Las categorías son Throni, Domini, Potestates, Principes, Virtutes. Los Tronos forman por sí un orden aparte, que toca en la Divinidad. Los Domini con las Potestades forman el orden de las Dominaciones, que es de ángeles asistentes o contemplativos, y los Príncipes con las Virtudes forman el orden de los Principados, que es de ángeles ministrantes o activos. Por algo a los siete Arcángeles o ángeles príncipes se les llama los ángeles de las Virtudes, y por este patrón a los 24 Señores (Seniores, Presbyteri, Domini) los concebimos aquí como los ángeles de las Potestades: Virtudes y Potestades que forman el cuerpo de la sociedad angélica, mientras los siete Príncipes y los 24 Señores son sus jefes naturales. Los Tronos no tienen otro jefe que a Dios mismo, el cual es, naturalmente, el Señor de todos los ejércitos celestes y así se le designa a menudo en la Escritura.


7. Comparación de la jerarquía eclesiástica con la angélica.

Con esto podemos ya comparar, mejor que el propio Areopagita a la jerarquía eclesiástica con la angélica. En realidad, el Señor calcó sobre la jerarquía celeste la que instituyó para su Iglesia militante[3]. ¿Y qué modelo mejor ni más perfecto podía haber escogido? A los siete Arcángeles se quiso correspondieran los siete diáconos de la primera institución, a modo de siete grandes servidores o ministros, por el estilo de los que estaban en uso en la corte de Persia y tal vez en otras partes. A los 24 Ancianos (Presbyteri, Seniores, Domini) corresponden los Padres de uno y otro pueblo de Dios, que se han entre sí como la figura y lo figurado, es decir, los 12 Patriarcas del pueblo de Israel y los 12 Apóstoles del pueblo cristiano, que por eso la Jerusalén celeste aterrizada dícese que tiene 12 puertas con los nombres de las 12 tribus (Apoc. 21, 12) y 12 fundamentos con los nombres de los 12 Apóstoles (Apoc. 21, 14).
Pues ya, bajo el signo de los Apóstoles vienen significados su sucesores los obispos, que son los verdaderos Domini, Seniores o Presbyteri de la Iglesia, con su desdoblamiento orgánico y funcional, los simples sacerdotes, los cuales se han a los obispos como las Potestades a los Presbyteri apocalípticos. Son su brazo derecho: su ejército sagrado. A un ejército semejante estaban llamados a presidir los diáconos en ese otro desdoblamiento de poderes y funciones, hecho con los órdenes inferiores en una escala indefinida. Quedan aparte los Tronos o el trono del Señor, sostenido por los cuatro misteriosos animales, a los cuales no parece corresponder nada concreto en la jerarquía  eclesiástica, y es que con los Tronos celestiales tiene relación de analogía la Iglesia esparcida por los cuatro puntos cardinales, la cual, semejante a la columna del desierto, lleva al Señor y pasea por el mundo, mientras la humanidad peregrina hacia la patria, pudiéndose decir de la Iglesia la frase que el Eclesiástico pone en boca de la Sabiduría: Et thronus meus in columna nubis (Eccli. 24. 7).
Y con esto mi trabajo se avía hacia su fin, como presienten ya mis benévolos oyentes. Falta, sin embargo, entre otras cosas una que no puedo menos de tocar y es la cuestión de la individuación angélica.

8. La Individuación angélica. Fin.

La perspectiva que la Escritura nos da de la organización de esa sociedad celeste, no parece favorecer a la teoría que sostiene no haber entre los ángeles singulares otra diferencia que la específica. Que los cuatro misteriosos animales sean de otra especie que los 24 grandes Señores, y éstos de otra que los siete Príncipes, y las Potestades de otra diferente y superior a la de las Virtudes, y aun tal vez, que los jefes sean de naturaleza superior a la de sus subordinados, es cosa que no parece entrañar inconveniente serio; mas que los individuos mismos de cada una de esas categorías, tan bien definidas y caracterizadas y cada una de contextura uniforme al parecer, difieran todos específicamente unos de otros, es cosa que no parece cuadrar bien con el modo en que los presenta la Escritura. ¿Qué manera de sociedad puede ser esa donde todos los individuos que la forman son de naturaleza diferente?, ¿y qué distinción de grupos puede darse donde la diferencia individual de los componentes se confunde sin más con la específica? Si las especies se han entre sí como los números, en lugar de esos grupos tan bien definidos y abruptamente diferentes, no tendríamos en la sociedad angélica más que una serie lineal de espíritus cada vez más perfectos, no el tapiz oriental a que antes aludíamos.
Bien veo que el admitir en los ángeles diferencias individuales dentro de una misma especie, entraña la presencia en ellos de dos principios diferentes, uno de universación, que es ciertamente la forma, y otro de individuación, que diz no aparece por ninguna parte, pues el principio de individuación es la materia de que los ángeles carecen. Es cierto que la materia individúa a las formas, pero sólo a las formas que en ella se reciben, y en consecuencia, esa individuación no se efectúa sin que la forma sea recibida en la materia, es decir, sin que la forma comunique a la materia no sólo su ser específico, su esencia, sino el acto mismo de existir, la existencia, el esse simplemente, y así la materia no sería principio de individuación, sino en virtud del esse actual, que es a la vez acto común de la materia y de la forma. Suprimid la materia y os quedaréis con la forma y el esse, o más sencillamente con la esencia y la existencia, aquélla principio de universación y ésta de individuación. Es el caso de los ángeles. La doctrina tomista de la distinción real entre esencia y existencia no haría más que facilitar nuestra teoría.
La verdad es que la existencia real, y sólo la existencia, lleva consigo la última determinación de ser. Nada hay determinado con su última determinación que no sea actualmente existente, y todo lo existente en cuanto tal es perfectamente determinado y singular. Diviso a lo lejos un grupo que camina y digo: allí se ven algunos hombres. ¿Pero es verdad que son algunos? Es verdad, mas no toda la verdad. La verdad entera es que son tres o cuatro o los que sean, en número determinado y definido, ni uno más ni uno menos. Eso pide y exige la realidad concreta de lo existente actual; que no sólo las esencias, sino también las existencias se han como los números, en su orden. Lo de que sean algunos, así indefinidamente, no responde con toda exactitud a la realidad concreta, sino a la imperfección de mi conocimiento. La realidad es siempre definida con su última determinación singular. Y es que la definitud perfecta es una propiedad transcendental de la existencia y sólo de la existencia. Lo que es de algún modo indeterminado e indefinido, o existe sólo en potencia, o en nuestro modo imperfecto de ver y apreciar las cosas.
¿Qué tiene que oponer la sana Filosofía a la conclusión de que la existencia actual, y sólo la existencia, es en último análisis el principio de individuación de los seres? Que el individuo Sócrates está en la línea de la esencia y no de la existencia. Y ¿cómo se prueba eso? ¿Basta acaso con decir que lo puedo concebir sin que exista? También puedo concebir lo existente sin que exista, y sin embargo siempre será verdad que de la definición de lo existente como tal no se puede excluir la existencia. Será la existencia en acto, será la existencia en potencia, será la existencia en pensamiento, pero siempre estará incluida la existencia en la perfecta definición de lo existente y lo mismo digo de lo individual. A un Sócrates posible basta a individuarle una existencia posible, y a un Sócrates pensado, una existencia pensada; mas no puedo pensarlo ni definirlo individualmente sin pensar en su existencia e incluirla en la definición. Y luego, si por ventura existe, será la existencia actual la que de hecho le individúe. Si algo, pues, se presenta sin su última determinación singular, o está en potencia o en pensamiento; mas no todo lo que está en potencia o en pensamiento es necesariamente indeterminado siempre que en su definición se incluya la existencia. La existencia sería, pues, el principio de individuación en los ángeles dentro de una misma esencia, la cual es a su vez el principio de universación.
Que estoy diciendo enormidades metafísicas. Tal vez, pues de hombres es errar y no dejo de ver la profundidad y dificultad de estos problemas. Pero estamos en plan de investigación y en plan de investigación he hablado basta el presente, lo mismo cuando alegaba datos positivos que cuando me he puesto a especular sobre el principio de individuación. Y para investigar, rastrear y sugerir, nos hemos reunido en esta hora. Perdóneseme el atrevimiento, si lo hubo, y oigamos todos el fin de este discurso.


JOSÉ RAMOS GARCIA, C. M. F.




[1] Nota del Blog: parecería que el título de Cristo Rey en la batalla del Armagedón (Apoc. XIX) hace referencia a las dominaciones (κυριότητες) cuando dice: “Rey de reyes (¿los reyes de la tierra?) y Señor de señores (κύριος κυρίων)”.
[2] Nota del Blog: Las palabras “y las Virtudes” faltan en el original pero es claro por el contexto que deben incluirse.
[3] Este modo de ver es muy antiguo en la Iglesia, pues hállase ya expreso en un texto de Clemente Alejandrino (Strom. VI, 13, 107, 2), que puede verse en MG IX, 328 o en Enchir. Patrist. de Rouët, n. 427