II.
EL LUGAR DE LOS JUDÍOS ES OCUPADO POR LOS GENTILES
La
incredulidad del pueblo escogido trajo en consecuencia, según nos enseña San
Pablo, la admisión de otros pueblos elegidos por Dios; vaticinio éste común
entre los Profetas y probado con toda exactitud por la historia. Vayan como
ejemplos: Deut, 32, 20 y 21; Is. 65, 1 y
2; Rom. 11, 7 ss; Ef. 2, 12 ss.
“Yo
(Dios) esconderé de ellos (los judíos) mi rostro, y consideraré sus postrimerías,
porque es raza perversa, e hijos infieles. Me provocaron con aquel que no
era Dios, y me irritaron con sus ídolos. Yo también los provocaré con aquel que
no es pueblo, y con gente necia los irritaré” (Deut. 32, 20 y 21).
La
interpretación nos la da San Pablo en Rom. 10, 19 y 20; donde
muestra que los que antes no fueron pueblo, los bárbaros y salvajes, serán
llamados por Dios a la salud mesiánica. La "gente necia" cuya
vocación al Reino irrita a los judíos, somos nosotros los cristianos que provenimos
de los antiguos gentiles[1].
El
Apóstol de los gentiles cita en el mismo lugar a Isaías, para probar que la
conversión de los paganos y bárbaros es la respuesta de Dios a la incredulidad
de los judíos.
Dice
Dios en Isaías (65, 1 s.): “Buscáronme los que antes no
preguntaban por Mí; halláronme los que
no me buscaron. Dije: vedme, vedme, a
una nación que no invocaba mi nombre. Extendí mis manos todo el día a un
pueblo incrédulo, que anda en camino no bueno en pos de sus pensamientos”.
Siguiendo
a San Pablo los Santos Padres, como San Jerónimo, San Ambrosio, San
Crisóstomo, etcétera, unánimemente sostienen que Isaías aquí habla
de la reprobación de los judíos y el llamado de otros pueblos a ocupar su
lugar. San Pablo no se cansa de destacar el significado místico de tan
grande misterio. Cuídense los cristianos de Roma, — y con ellos nosotros todos-
de engreírse por la vocación a la fe: no sea que se acarreen la misma suerte
que los judíos. Leemos en la Epístola a los Romanos (11, 11-22):
“Mas,
pregunto: ¿(Los judíos) están caídos para no salvarse jamás? No, por cierto.
Sino que su caída ha venido a ser una ocasión de salud para los gentiles, a fin
de que el ejemplo de los gentiles los excite a la emulación. Que si su
delito ha venido a ser la riqueza del mundo, y el menoscabo de ellos el tesoro
de los gentiles, ¿cuánto más lo será su plenitud? Con vosotros hablo, ¡oh
gentiles!, ya que soy el Apóstol de los gentiles. He de honrar mi ministerio
para ver si de algún modo puedo provocar a emulación a los de mi linaje (los
judíos), y logro la salvación de algunos de ellos. Porque si el haber sido
ellos desechados, ha sido la reconciliación del mundo, ¿qué será su restablecimiento
sino resurrección de muerte a vida? Porque si las primicias son santas lo es
también la masa; y si es santa la raíz, también las ramas. Que si algunas
de las ramas han sido cortadas, y si tú (¡oh pueblo gentil!), que no eres más
que un olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas y hecho
participante de la savia que sube de la raíz del olivo, no tienes de qué gloriarte
contra las ramas. Y si te glorías, sábete que no sustentas tú a la raíz, sino
la raíz a ti. Pero las ramas, dirás tú, han sido cortadas para ser yo ingerido.
Bien está; por su incredulidad fueron cortadas. Tú empero, estás ahora firme
por medio de la fe: mas no te engrías; antes bien, vive con temor. Porque si
Dios no perdonó a las ramas naturales, debes temer que ni a ti tampoco te
perdonará. Considera, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad para
con aquellos que cayeron, y la bondad de Dios para contigo si perseverares en el
estado en que su bondad te ha puesto; de lo contrario tú también serás cortado”.
No es
difícil explicar las palabras de San Pablo, con tal que uno tenga
presente la idea fundamental de que Dios desechó al pueblo ingrato e incrédulo
de Israel y admitió en su lugar a las naciones gentiles. Efectivamente, la
caída (v. 11), el delito (v. 12), el menoscabo
(v. 12) de los judíos ha venido a ser la riqueza del mundo (v.
12), en cuanto dio lugar a la conversión de los gentiles. Fracasada la
misión entre sus connacionales, los Apóstoles se dirigieron a la gran masa de
los pueblos no judíos, que no tardaron en llenar el vacío. Véase sobre el mismo
tema el razonamiento del Apóstol en la Epístola a los Efesios (2, 12
y ss, y Mat. 10, 6; Luc. 24, 47; Hech. 3, 26; 13, 46).
Pero
guárdense los gentiles de gloriarse de que ellos, el olivo silvestre (v.
17), hayan sido injertados a Cristo: la rama natural (v.
21) son los judíos, y aunque esa rama ha sido cortada por su
incredulidad, poderoso es Dios para injertarla de nuevo (v. 23)
con más razón que a la otra (v. 24), la cual, a su vez, será cortada
si no es fiel (v. 22).
De
ellos (los judíos) procedieron las primicias (v. 16) santificadas
del cristianismo: los Apóstoles y primeros cristianos; por lo cual también el
resto, la masa (v. 16) queda santificada y consagrada a Dios. La
consagración definitiva se verificará en el restablecimiento (v. 15), la
plenitud (y. 12.), esto es, la conversión de Israel.
[1] Ver también Os. 1, 10, citado y
explicado por San Pablo en Rom. 9, 25 y ss., junto a Is. 10,
22.