lunes, 27 de mayo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo XXXIII (fin)

  Nota del Blog: en su último capítulo Bloy remata el libro con su habitual destreza. Aquel que dijo que quería ser "el escultor de la palabra" obtiene aquí una pieza hermosa. Tras este capítulo Bloy inserta como epílogo los primeros 14 versículos del tan conocido y no menos misterioso capítulo XXXVII de Ezequiel.


XXXIII

¡Silencio!

Una Voz de Abajo.

Voz de destierro, infinitamente lejana, extenuada, casi muerta, que parece dilatarse al subir de las profundidades:

La Primera Persona es la que habla.

La Segunda persona es Aquella a quien se habla.

Esa Tercera Persona soy Yo, Israel, praevalens Deo, hijo de Isaac, hijo de Abrahán, generador y bendecidor de los doce Leoncillos instalados en las gradas del Trono de marfil[1] para vigilancia del gran Rey y perpetuo recelo de las naciones.

Yo soy el Ausente de todas partes, el extranjero en todos los lugares habitables, el Disipador de la Substancia, y mis tabernáculos están plantados en colinas tan lúgubres, que hasta los reptiles de los sepulcros han hecho leyes para que los senderos de mi desierto sean borrados.

Ningún velo es comparable a mi Velo, y nadie me conoce, porque nadie, excepto el Hijo de María, ha podido adivinar el enigma infinitamente obscuro de mi condenación.

Ya en los tiempos en que parecía fuerte y glorioso, en los antiguos tiempos pletóricos de prodigios que precedieron al Gólgota, mis propios hijos no me reconocían y con frecuencia se rehusaban a recibirme, pues mi yugo es áspero y mi carga muy pesada.

Me acostumbré de tal suerte a asumir el Arrepentimiento espantoso de Jehová, "pesaroso de haber creado los hombres y los animales"[2], y ya se ve que lo sobrellevo de la misma manera que Jesús cargó con los pecados del mundo.

He ahí por qué tengo en mí el polvo de tantos siglos.
Hablaré, sin embargo, con autoridad de Patriarca inamisible, investido cien veces con la elocución del Todopoderoso.

* * *

No amo mucho a los hijos de mis hijos Judá y Benjamín, por haber crucificado al Hijo de Dios. Bien se advierte que son la posteridad de aquellos dos antepasados engendrados por mí y a quienes en tiempos remotos comparé con dos animales feroces.

Pero ellos han sufrido su castigo y yo no rehusé ser el esposo y titular de su tremenda reprobación.

Puesto que despojé pérfidamente a mi hermano Esaú, justo era que asumiese hasta mi última descendencia, la complicidad de una perfidia que prepararía la Salvación del género humano, despojándome a mí mismo de la dominación de todos los imperios.

Cierto es que esos hijos miserables ignoraban que cumplían así la traslación de las imágenes y las profecías y que con su crimen sin nombre ni medida se inauguraba el Reino sangriento de la Segunda Persona de su Dios, sucesora de la Primera, que los había sacado del doloroso Egipto.

Es preciso que llegue ahora la Tercera Persona, cuya Estampa llevo en mi  Rostro y  cuyo advenimiento hará que se desgarren los velos de todos los templos de los hombres y que todos los rebaños se confundan en la Unidad luminosa.

No sucederán estas cosas sin embargo antes de que se haya visto "la abominación  de la desolación en el Lugar Santo" vale decir, antes que los cristianos, reprobadores constantes de mi infiel progenitura, hayan Consumado a su vez, con un encarnizamiento mayor, las atrocidades de que la acusan. 

* * *

Escuchad, ¡oh cristianos!, las palabras de Israel, confidente del Espíritu de Dios:

Aquel que es, no sabe otra cosa que repetirse a sí mismo, y el Señor de los Señores tiene siempre sed de sufrir...

Cuando el Prometido llamado Consolador venga a tomar posesión de su herencia será preciso necesariamente que Cristo os haya abandonado, puesto que declaró que el Paráclito no podría llegar antes que El se marchara.

Porque un día parecerá abandonarnos como su Padre y Él mismo abandonaron a Jerusalén y os veréis entregados, tan rigurosamente como loa Judíos, "al eterno oprobio y a la ignominia perdurable que jamás será olvidada"[3].

¿No comprendéis que unos y otros somos desde hoy los invitados a un mismo festín de oprobio y que marchamos juntos bajo el látigo del exactor?

¿No han comprendido vuestros doctores, al cabo de tanto tiempo que os instruyen, que las dos hermanas pecadoras de que habla Ezequiel han sobrevivido a Jerusalén y a Samaria, que siguen viviendo en la perennidad del símbolo y que se llaman hoy la Sinagoga y la Iglesia?

"Puesto que has andado en el camino de tu hermana —dice el Señor a la más joven—, yo pondré su cáliz en tu mano.

"Beberás el cáliz de tu hermana, ancho y hondo, y serás mofa y escarnio de la gente.

"Te colmará de embriaguez y de amargura ese cáliz de tu hermana guardiana infiel que se ha mancillado con las inmundicias de los pueblos.

"Lo beberás y lo apurarás hasta la hez, y lo destrozarás y desgarrarás tus senos...

"Y seréis entregadas las dos a la turba y al pillaje, apedreadas por todos los pueblos y traspasadas por sus espadas.[4]"

Se apartará, pues, de vosotros a distancia de un tiro de piedra[5] ese Redentor que no tuvo el poder de despertaros, y vuestras almas quedarán desiertas de El, como los tabernáculos de sus altares el día mortificado del Viernes doloroso.

En ese abandono de Aquel que es vuestra fuerza y vuestra esperanza, el universo humeando de horror, contemplará el irrevelable tormento del Espíritu Santo perseguido por los miembros de Jesucristo.

La Pasión recomenzará, no ya en medio de un pueblo feroz y detestado, sino en la encrucijada y en el ombligo de todos los pueblos, y los sabios comprenderán que Dios no ha  cerrado sus fuentes, sino que el Evangelio de Sangre, que ellos creyeron el fin de las revelaciones era una especie de Antiguo Testamento encargado de anunciar al Consolador de Fuego.

* * *

Ese Visitante inaudito esperado por mí durante cuatro mil años, no tendrá ningún amigo, y su miseria hará parecerse a los mendigos y a los emperadores.

Será como el estercolero donde el indigente idumeo raía sus úlceras, y habrá que inclinarse sobre él para ver el fondo del Sufrimiento y de la Abyección.

Cuando Él se aproxime, el sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, los soberbios ríos retrocederán huyendo como caballos desbocados, los muros de los palacios y los muros de las cárceles sudarán angustia.

Las carroñas putrefactas se cubrirán de perfumes intensos, comprados a navegantes  temerarios para preservarse de su pestilencia, y en la esperanza de escapar a su contacto los envenenadores de los pobres y los asesinos de los niños clamarán a las montañas que caigan sobre ellos.

Después de haber exterminado a la piedad, el asco matará a la cólera, y ese Proscrito de todos los pueblos será condenado silenciosamente por jueces de una irreprochable dulzura.

Jesús no consiguió de los Judíos otra cosa que odio, ¡y qué odio! La generosidad de los Cristianos con el Paráclito irá más allá del odio.

Tan idéntico es ese Enemigo a aquel Lucifer a quien se llamara Príncipe de las Tinieblas, que es casi imposible —aun en el éxtasis beatífico- separarlos...

Que  aquel que pueda comprender, comprenda[6]

La Madre de Cristo ha sido llamada la Esposa de ese Desconocido, y seguramente por esa razón la Virgen prudentísima es invocada con los nombres de Estrella Matutina y Vaso Espiritual.

Será preciso, sin embargo a  fin de provocar el "desencadenamiento" del Abismo, que esa Iglesia de los Mártires y de los Confesores, prosternada a los pies de María, renueve contra el Espíritu Creador, con pacífica ferocidad, el desenfreno de la Sinagoga.

Pero el corazón de los hombres se secará al pensar en ese ardiente solsticio del  estío del mundo, en que la Esencia misma del Fuego rugirá en las Siete hogueras del Amor victorioso y en que la sórdida higuera, tanto tiempo estéril, tanto tiempo regada con inmundicias, se verá al fin obligada a dar el único Fruto de delectación y de consuelo capaz de detener la náusea de Dios.

Nada impedirá entonces que descienda el Crucificado, puesto que la Cruz de su oprobio es precisamente la imagen y semejanza infinita del Liberador vagabundo a quien llamó diecinueve siglos. Y seguramente también se comprenderá entonces que Yo mismo de la cabeza á los pies, soy esa Cruz...

- Porque la SALVACIÓN del mundo está clavada sobre Mí, ISRAEL y es de Mí de donde debe "descender".

In Excelso

1 Facta est super me manus Domini, et eduxit me in spiritu Domini, et dimisit me in medio campi qui erat plenus ossibus. 
2 Et circumduxit me per ea in gyro: erant autem multa valde super faciem campi, siccaque vehementer. 
3 Et dixit ad me: Fili hominis, putasne vivent ossa ista? Et dixi: Domine Deus, tu nosti. 
4 Et dixit ad me: Vaticinare de ossibus istis, et dices eis: Ossa arida, audite verbum Domini. 
5 Hæc dicit Dominus Deus ossibus his: Ecce ego intromittam in vos spiritum, et vivetis. 
6 Et dabo super vos nervos, et succrescere faciam super vos carnes, et superextendam in vobis cutem, et dabo vobis spiritum, et vivetis: et scietis quia ego Dominus.
7 Et prophetavi sicut præceperat mihi: factus est autem sonitus, prophetante me, et ecce commotio: et accesserunt ossa ad ossa, unumquodque ad juncturam suam. 
8 Et vidi, et ecce super ea nervi et carnes ascenderunt, et extenta est in eis cutis desuper: et spiritum non habebant. 
9 Et dixit ad me: Vaticinare ad spiritum: vaticinare, fili hominis, et dices ad spiritum: Hæc dicit Dominus Deus: A quatuor ventis veni, spiritus, et insuffla super interfectos istos, et reviviscant.
10 Et prophetavi sicut præceperat mihi: et ingressus est in ea spiritus, et vixerunt: steteruntque super pedes suos, exercitus grandis nimis valde. 
11 Et dixit ad me: Fili hominis, ossa hæc universa, domus Israël est. Ipsi dicunt: Aruerunt ossa nostra, et periit spes nostra, et abscissi sumus. 
12 Propterea vaticinare, et dices ad eos: Hæc dicit Dominus Deus: Ecce ego aperiam tumulos vestros, et educam vos de sepulchris vestris, populus meus, et inducam vos in terram Israël. 
13 Et scietis quia ego Dominus, cum aperuero sepulchra vestra, et eduxero vos de tumulis vestris, popule meus,
14 et dedero spiritum meum in vobis, et vixeritis: et requiescere vos faciam super humum vestram, et scietis quia ego Dominus locutus sum, et feci, ait Dominus Deus.





[1] I Reyes, IX, 18-20.

[2] Gen. VI, 7.

[3] Jer. XXIII, 39.

[4] Ez. XXIII, 31-47.

[5] Lc. XXII, 41.

[6] Estas últimas líneas han tenido el honor de impresionar a un jesuita, que ha pretendido que eran contrarias al dogma. "¿Es una asimilación metafórica o una afirmación absoluta? Tal fue su círculo de Popilio. ¿Cómo explicarte que no se trata ni de una ni de otra cosa? ¿Cómo hacer entrar en su cerebro lleno de fórmulas que la duda desaparece y el círculo se rompe apenas se recuerda, por ejemplo, aquel pasaje de la plegaria litúrgica del Sábado Santo: "Lucifer, inquam, qui nescit occasum? Los pocos cristianos que todavía hacen uso de su razón pueden advertir que ni aquí ni allá se trata de metáfora, y menos de afirmación rigurosa en el sentido de la Doctrina revelada, sino simplemente de constatar el Misterio, la Presencia del Misterio, pese al escándalo de los imbéciles y de los teólogos pedantes que afirman que todo está aclarado.