XX
Las
desolaciones y los terrenos del Evangelio creaban un ambiente tal, alrededor de
la buena gente de otros tiempos, que su aversión a los Judíos ponía en la
naturaleza misma de su sensibilidad algo de profético.
Los
Judíos no solamente habían crucificado a Jesús, no solamente seguían crucificándolo
en su presencia, sino que, por añadidura, rehúsan hacerlo descender de su
Cruz creyendo en Él.
Porque
las palabras del Texto siguen vigentes.
Para
esas almas profundas y amorosas no podía haber cuestión de retórica o de vana
literatura cuando se trataba de la Palabra de Dios.
Los
fabricantes de libros, que lo han dilapidado todo, dormían todavía en los limbos
de las maternidades futuras, y grande habría sido el horror si alguien hubiera
osado suponer que el Espíritu Santo pudo haber referido una anécdota o un
incidente accesorio cuya supresión no significara inconveniente.
No
había en el Libro una sílaba que no se refiriese al mismo tiempo al pasado y al
porvenir, al Creador y a las criaturas, al abismo de arriba y al abismo de
abajo, envolviendo a todos los mundos a la vez en un único resplandor, como el
remolinante espíritu del Eclesiastés, que “pasa considerando los universos in
circuitu y que vuelve siempre sobre sus propios círculos".
Este
ha sido siempre, por otra parte, el infalible pensamiento de la Iglesia que
elimina de sí, a la manera de un miembro podrido, a quienquiera que toque esta
Arca santa llena de truenos: la Revelación por las Escrituras, eternamente actual
en el sentido histórico y absolutamente universal en el sentido de los
símbolos.
En
otros términos, la Palabra divina es infinita, absoluta, irrevocable en todo
sentido y, sobre todo, prodigiosamente iterativa, pues Dios no puede hablar
sino de Sí mismo.
Aquellas
almas simples se hallaban, pues, "razonablemente" persuadidas de que
la Burla judía consignada por los dos primeros Evangelistas, significaba nada
menos que un cumplimiento profético de la historia de Dios contada por Dios, y
Su instinto les advertía que el "Reino terrenal" del Crucificado y el
fin glorioso de su permanente Suplicio dependían, en forma inexpresable de la buena
voluntad de esos infieles.