miércoles, 1 de mayo de 2013

La Salvación por los Judíos. Léon Bloy. Capítulo XX


XX

Las desolaciones y los terrenos del Evangelio creaban un ambiente tal, alrededor de la buena gente de otros tiempos, que su aversión a los Judíos ponía en la naturaleza misma de su sensibilidad algo de profético.
Los Judíos no solamente habían crucificado a Jesús, no solamente seguían crucificándolo en su presencia, sino que, por añadidura, rehúsan hacerlo descender de su Cruz creyendo en Él.
Porque las palabras del Texto siguen vigentes.
Para esas almas profundas y amorosas no podía haber cuestión de retórica o de vana literatura cuando se trataba de la Palabra de Dios.
Los fabricantes de libros, que lo han dilapidado todo, dormían todavía en los limbos de las maternidades futuras, y grande habría sido el horror si alguien hubiera osado suponer que el Espíritu Santo pudo haber referido una anécdota o un incidente accesorio cuya supresión no significara inconveniente.
No había en el Libro una sílaba que no se refiriese al mismo tiempo al pasado y al porvenir, al Creador y a las criaturas, al abismo de arriba y al abismo de abajo, envolviendo a todos los mundos a la vez en un único resplandor, como el remolinante espíritu del Eclesiastés, que “pasa considerando los universos in circuitu y que vuelve siempre sobre sus propios círculos".
Este ha sido siempre, por otra parte, el infalible pensamiento de la Iglesia que elimina de sí, a la manera de un miembro podrido, a quienquiera que toque esta Arca santa llena de truenos: la Revelación por las Escrituras, eternamente actual en el sentido histórico y absolutamente universal en el sentido de los símbolos.
En otros términos, la Palabra divina es infinita, absoluta, irrevocable en todo sentido y, sobre todo, prodigiosamente iterativa, pues Dios no puede hablar sino de Sí mismo.
Aquellas almas simples se hallaban, pues, "razonablemente" persuadidas de que la Burla judía consignada por los dos primeros Evangelistas, significaba nada menos que un cumplimiento profético de la historia de Dios contada por Dios, y Su instinto les advertía que el "Reino terrenal" del Crucificado y el fin glorioso de su permanente Suplicio dependían, en forma inexpresable de la buena voluntad de esos infieles.