G. Dore. La desolación de Jerusalén |
“Num in aeternum repellet Deus, nec propitius erit
ultra?
Num in perpetuum deficiet gratia eius,
Irrita erit promissio in omnes generationes?
Num oblitus est misereri Deus?
An iratus occlusit misericordiam suam?”
Salmo LXXVI, 8-10
“In tribulatione sua mane consurgunt ad me: Venite
et revertamur ad Dominum quia ipse cepit et sanabit nos, percutiet et curabit nos. Vivificabit nos post duos dies; in die tertia suscitabit nos et
vivemus in conspectu eius. Sciemus, sequemurque ut cognoscamus Dominum: quasi
diluculum praeparatus est egressus eius, et veniet quasi imber nobis
temporaneus et serotinus terrae”.
Oseas, VI, 1-3.
No cabe la menor duda a través de todas las SSEE sobre la
existencia de un trato preferencial por parte de Dios para con los judíos,
pueblo amado a causa de los padres,
como nos lo dice San Pablo en uno de los pasajes más conocidos, pero no
debe olvidarse tampoco que esta diferencia se manifiesta no sólo en la elección
o en los premios sino también en los castigos,
es decir que Dios no castiga por igual a Israel y a las naciones.
Isaías en
su capítulo LI nos narra el último castigo que Dios enviará a los
judíos. El texto dice:
Ver. 16:
“Yo he puesto mis palabras en tu boca, y te he cobijado bajo la sombra de mi
mano, para plantar cielos y fundar una tierra, y para decir a Sión: “Tú eres mi
pueblo”.
Dios Padre habla al Hijo, al que se le
encomienda una doble misión: por un lado
“plantar cielos y fundar una tierra” es decir los nuevos cielos y
tierra sobre los que habla a menudo la Escritura referidos al
Milenio, y por otra parte el Mesías tiene por misión la conversión del pueblo de Israel.
Ver. 17:
“Despierta, despierta, levántate, oh Jerusalén, tú que bebiste de la mano de
Yahvé el cáliz de su ira; hasta las heces has bebido el cáliz que causa
vértigo.”
Ahora es el Mesías el que habla a Israel, pidiéndole que se
levante después de un gran castigo. Ya veremos después de qué
castigo se trata, por ahora baste saber que después de beber hasta las heces, Israel se levanta.
Ver. 18:
“De todos los hijos que ha dado a luz no hay quien la conduzca, y entre todos
los hijos que ha criado no hay quien la lleve de la mano”.
El Mesías deplora aquí la falta de un Caudillo que guíe a su
pueblo y seguramente la restauración de Israel incluirá la designación
de un líder, que no puede ser otro más que el mismo Eliaquím
profetizado en el cap. XXII y
en la Iglesia
de Filadelfia (cap. III del Apocalipsis)[1].
Ver. 19-20:
“Cayeron sobre ti estas dos clases de males: -¿quién se compadece de ti?-
devastación y quebranto, hambre y espada; ¿quién te consolará?
Desfallecidos yacen tus hijos en las encrucijadas de todas las calles, como
antílope en la red, cubiertos de la ira de Yahvé, de la indignación de tu Dios.
El castigo que ha de recibir Israel, y del cual beberá hasta las
heces, consistirá en el hambre y en
la espada, es decir, notémoslo bien,
son los mismos que después se van a desatar con el segundo y tercer sello del
Apocalipsis respectivamente. (Sobre este tema cfr. AQUI).
Creemos
que puede haber dos razones por la cuales la peste no ha de caer sobre Israel; la primera es que ese castigo fue
el elegido por el Rey David cuando Dios le dio a elegir entre “siete
años de hambre, tres meses de persecución de los enemigos o tres días de
pestes”[2], y el Rey David
eligió sabiamente la peste diciendo: “¡Caigamos pues en manos de Yahvé, porque
grandes son sus misericordias, pero que no caiga yo en manos de los hombres!”,
así pues, por amor a David, Dios perdonará en aquel tiempo a los judíos
de la peste; o acaso la razón sea más sencilla y simplemente se encuentre en el
hecho de que el castigo de hambre y espada serán breves y no
habrá tiempo para que aparezcan las pestes.
Ver. 21-22:
“Por tanto, oye esto, oh afligida, tú, oh embriagada, pero no de vino. Así dice
Yahvé, tu Señor y tu Dios, que defiende la causa de su pueblo: he aquí que quito de tu mano el cáliz que causa vértigo, el cáliz
de mi furor; ya no volverás a beberlo.”
¡Tiernísima promesa! Israel yace pisoteada por sus enemigos,
embriagada no de vino sino por haber bebido del cáliz que causa vértigo, y el Mesías la consuela diciéndole que ya no beberá más dese
cáliz. Dios no castigará más a su pueblo, ni con hambre,
ni con espada, ni con peste. La conversión definitiva está, pues, a las
puertas.
Ver. 23:
“Lo pondré en manos de tus opresores, que te decían: “Póstrate para que pasemos
por encima de ti” y tú pusiste como suelo tu dorso, y eras camino para los que
transitaban.”
El cáliz pasa ahora a mano de los enemigos de Israel,
es decir los castigos comenzarán a caer poco a poco sobre aquellos que
invadieron a Israel: primero serán los sellos, luego
las trompetas y por último las copas.
El
profeta nos muestra aquí cuán grande será el abatimiento de su pueblo cuando
sea hollado y pisoteado por sus enemigos.
Hasta
aquí dos palabras sobre estos pocos y sustanciosos versículos de Isaías,
pero los numerosos lugares paralelos nos indicarán fácilmente a qué tiempos se
refieren todos estos sucesos. Los textos se unirán fácilmente unos con otros
como un rompecabezas.
El versículo
17 comienza hablando de un castigo que sufrirá Israel ¿En qué consiste
el mismo y a qué tiempos se refiere?
Por
el mismo Isaías sabemos que Israel bebió el cáliz que causa vértigo (ver. 17 y 22), cuyo castigo consistió en el hambre y
la espada (v. 19), que muchos
judíos van a morir (v 20),
que son usados como suelo (v. 23),
y que dese cáliz ya no beberá más sino que pasará a sus enemigos.
Ahora
bien, si Israel no vuelve a beber más de la copa es porque se ha convertido a
su Dios, pero sabemos que la misma es obra de Elías, con lo cual tenemos
ya ubicado el momento en que sucede
este castigo: inmediatamente antes de la conversión de Israel y la venida de Elías.
Avancemos
un poco más. Si vamos a Ezequiel XXXVIII-XXXIX[3] vemos allí
una invasión de grandes ejércitos sobre Israel, y XXXIX, 22
nos da la clave de todo al decir: “y desde
aquel día en adelante sabrá la casa de Israel que Yo soy Yahvé su Dios”.
Es decir, aquí está claramente anunciada la conversión de los judíos,
conversión que será perpetua (desde aquel día en adelante…), aunque parcial.
Bien,
tenemos entonces que el hambre y la guerra son causados por la guerra de
Gog-Magog. Hasta aquí todo está muy bien, pero ¿hay alguna otra guerra antes de Gog y Magog?
Todo
parece indicar que sí, y el mismo texto de Ezequiel lo da claramente a
entender ya que Gog-Magog ataca: una nación que
habita toda entera en paz (XXXVIII, 8.11.14), salvada de la espada (vers. 8), con la intención de “tomar botín, para robar plata y oro, para
tomar ganados y bienes, para llevarte grandes despojos” (vers. 13). Todos indicios de una guerra
anterior, ¿pero cuál? La clave está sin duda en aquellos que forman la coalición
de Gog-Magog; si se observa bien, la misma está formada por Rusia, Turquía,
Irán, Libia, Sudán “y muchos pueblos”, los cuales seguramente corresponden a
países como Georgia, Armenia, Azerbaiján etc, y en general los países del Asia
central. Pero hay algo que inmediatamente salta a la vista después de ver en un
mapa el listado destos países y es que la coalición no está formada por ningún
país limítrofe de Israel. Para esto hay una sola explicación posible y
es que Israel viene de una guerra con estos países, guerra que, por lo demás,
claramente profetiza el Salmo LXXXII (LXXXIII),
como así también Ez. XXV-XXXII, Is. XI, 14-16;
Zac. XII, 1 ss. etc.
Otro
dato clave que nos ayudará a entender los tiempos es el cáliz que causa vértigo.
El Salmo
LIX (LX) nos lleva a los mismos sucesos y nos agrega algunas cosas nuevas,
veamos.
1. Al maestro de coro. Por el tono de “El lirio del testimonio”. Miktam de David, para hacerlo aprender.
2. Cuando hizo guerra contra Aram de Naharaim y Aram de Sobá, y Joab, ya de vuelta, batió a Edom en el valle de las Salinas (matándole) doce
mil hombres.
3. Oh Dios nos has desechado, quebrantaste nuestros ejércitos; estabas
airado, ¡restáuranos!
4. Has sacudido la tierra, la has endido; sana sus fracturas porque
tambalea.
5. Cosas duras le hiciste experimentar a tu pueblo; nos diste de beber
vino de vértigo.
6. Pusiste empero una señal a los que te temen de modo que huyeran del
arco.
7. Para que sean liberados los que Tú amas, socorre con tu diestra y escúchanos.
8. Dijo Dios en su Santuario: “Triunfaré; repartiré a Siquem, y mediré el
valle de Sucot.
9. Mío es Galaad, y Mía la tierra de Manasés; Efraín es el yelmo de mi
cabeza; y Judá mi cetro;
10. Moab la vasija de mi lavatorio; sobre Edom echaré mi calzado, y Filistea
será mi súbdito.”
11. ¿Quién me conducirá a la ciudad fortificada? ¿Quién me llevará hasta
Edom?
12. ¿No serás Tú, oh Dios, que nos habías rechazado y que ya no salías con
nuestros ejércitos?
13. Ven en nuestro auxilio contra el adversario, porque vano es el auxilio
de los hombres.
14. Con Dios haremos proezas; Él hollará a nuestros enemigos.
Así pues, este Salmo, junto con el LVI (LVII) y CVII (CVIII) que nos hablan de los mismos sucesos, nombra también
la copa de vértigo de la cual bebió Israel.
Por el versículo
11 sabemos que Israel pide ser llevado a la Idumea , a la ciudad
fortificada, que no puede ser otra más que Petra, es decir el lugar en el cual
estará refugiada la Mujer
durante los tres años y medio[4].
El Salmo se divide claramente en tres partes: en la primera, que consiste en los versículos
3 a 6, Israel hace memoria de una batalla en la cual
fueron muertos muchos judíos; en la segunda parte, versículos
7 a 10, Israel le recuerda a Dios la promesa de exaltar a
Israel y pisotear a los enemigos y, por último, en la tercera parte pide socorro contra el enemigo y que sea conducida a la ciudad
fortificada.
A pesar del epígrafe es claro que esta guerra de los
versículos 3-6 no puede referirse a los tiempos del Rey David, como lo reconocen los comentadores, pues el gran Rey no perdió ninguna
batalla. Otra dificultad, que nadie incluso se plantea, es ¿cuándo prometió
Dios, en su Santuario y con esas palabras,
que iba a hollar a sus enemigos? Por último parece del todo inentendible el
pedido de ser llevado a la Idumea. En
cambio, todo se vuelve súmamente claro si colocamos todos estos sucesos en boca
de la Mujer del
cap. XII del
Apocalipsis: Israel está siendo
perseguido por el Demonio después de dar a luz a Nuestro Señor, para lo cual
pide a Dios no le suceda lo mismo que en la guerra anterior donde perecieron
muchos, y luego le ruega que la libere, llevándola a la Idumea y recordándole la
promesa (que tal vez va a ser pronunciada en el nuevo Templo que se va a
construir bajo Elías) de destrozar a sus enemigos. Sabemos por el mismo
Apocalipsis que Dios responde a la oración de la Mujer dándole las dos alas
del águila grande para que huya al desierto de la Idumea (cfr. Salmo LVI (LVII), 2).
El ver.
4 habla de un gran terremoto durante la
guerra, el cual coincide con el que trae Ezequiel al hablar de la guerra
de Gog-Magog: “En mis celos y en el furor de mi ira declaro: en aquel día habrá un gran temblor en
la tierra de Israel” (XXXVIII,
19).
Zacarías, a su vez coincide también cuando, al hablar de la
copa de vértigo de la que beberá Israel, dice en su cap. XII, 1-3:
“Carga. Palabra de Yahvé sobre Israel: Así dice Yahvé… He aquí que voy a
hacer de Jerusalén una copa de vértigo para todos los pueblos a la redonda;
y también para Judá (vendrá la
angustia) cuando estrechen a Jerusalén…”
Siguiendo con Zacarías XIII, 7-9, podremos
tener una idea de la magnitud de la cantidad de muertes que sufren los judíos
en estas dos guerras: “y sucederá que en toda la tierra (santa), dice Yahvé, serán
exterminados los dos tercios, perecerán y quedará en ella sólo un tercio. Y
este tercio lo meteré en el fuego, lo purificaré como se purifica la plata, y
lo probaré como se prueba el oro. Invocará mi nombre y Yo lo escucharé; Yo
diré: “Pueblo mío es[5]” y él dirá: “Yahvé es mi
Dios”.
El Salmo LXV (LXVI), 10-12 nos narra los
mismos sucesos: “Pues Tú nos probaste por el fuego, como se hace con la
plata, (Zac. XIII, 9) nos dejaste caer en el lazo; pusiste un peso
aplastante sobre nuestras espaldas. Hiciste pasar hombres por nuestra cabeza
(Is. LI, 23); atravesamos por fuego y por agua; mas nos sacaste
a refrigerio (Cfr. Hech.
III, 19-21)”.
Jeremías en su capítulo XXV, 12-29 nos detalla admirablemente
el paso del cáliz de Israel al resto de las naciones, (tal cual había anunciado
Isaías en LI,
23), cuando dice: “Pasados los setenta años
tomaré cuenta al Rey de Babilonia (Anticristo) y a aquella nación por su
maldad, dice Yahvé, y a la tierra de los caldeos y la convertiré en desierto
perpetuo.[6] Y cumpliré contra esa
tierra todas mis palabras que he pronunciado contra ella, todo lo escrito en
este libro, que Jeremías ha profetizado contra todas las naciones.
Porque también ellas serán reducidas a servidumbre por grandes naciones y
poderosos reyes, y les daré el pago conforme a sus fechorías y según la obra de
sus manos. Pues así me dice Yahvé el Dios de Israel: “Toma de mi mano esta copa
del vino de mi ira y dale de beber a todas las naciones a quienes Yo
te envío. Beberán y tambaleando enloquecerán, a causa de la espada que yo enviaré contra ellas”.
Tomé, pues, la copa de la mano de Yahvé, y la di de beber a todas las naciones
a las cuales Yahvé me había enviado: a Jerusalén y a las ciudades de Judá,
a sus reyes y a sus príncipes, para convertirlos en espantosa desolación,
objeto de irrisión y maldición como hoy se ve[7]; al Faraón, rey de Egipto,
a sus servidores, a sus príncipes y a todo su pueblo; a toda la mezcla de
pueblos, a todos los reyes de la tierra de Us (límite entre Egipto y Edom[8]); a todos los reyes de los
filisteos, a Ascalón, a Gaza, a Acarón y al resto de Azoto
(estas son 4 de las 5 ciudades principales de los Filisteos, es decir de
los Palestinos; cfr. Jos. XIII, 3); a Edom (Idumea; actualmente Jordania
del Sur), a Moab (Jordania Central) y a los hijos de Ammón
(Jordania del sur), a todos los reyes de Tiro (Líbano),
a todos los reyes de Sidón (Líbano), y a los reyes de las islas
que están al otro lado del mar (¿Europa, América?); a Dedán (noroeste
de Arabia) y a Temá y a Buz (tribus
árabes vecinas a Dedán) y a todos los que se cortan los bordes del cabello;
a todos los reyes de Arabia y a todos los reyes de la mezcla de gente
que habita en el desierto, a todos los reyes de Zimrí, a todos los reyes
de Elam y a todos los reyes de los Medos (estos tres lugares se
encuentran en la actual Irán-Irak), a todos los reyes del norte,
cercanos (Siria, Turquía, Asia Central) y lejanos (China, Rusia,
Mongolia, ¿lejano oriente?), a cada uno según su turno; en fin a todos
los reyes del mundo que hay sobre la faz de la tierra. Y después de ellos beberá el rey de Sesac[9] (Anticristo).
Así pues, después que los judíos sufran una gran
matanza y se conviertan, Dios ya no permitirá que vuelvan a beber del cáliz que causa vértigo sino que les
dará el “cáliz de la salud” del cual nos habla el Sal. CXV (CXVI, 13), 4,
ya que, como lo indica Eugenio Zolli[10] comentando el Salmo LIX
(LX), 5 “copa de vértigo (se dice) en oposición a la copa de la salvación
de la que habla el Salmo
CXIV, 13” .
En el momento de la angustia, hacia el final de la
predicación de Enoc y Elías, Dios librará a su pueblo de la
espada y la conducirá al desierto, según aquellos hermosísimos y en extremo
tiernos versículos de Jeremías XXXI, 1-3:
“En aquel tiempo, dice Yahvé,
seré Yo el Dios de todas las tribus de Israel, y ellas serán mi pueblo. Así
dice Yahvé: halló gracia en el desierto el pueblo que se libró de la espada;
Israel llegó a su descanso. Desde lejos se me apareció Yahvé (diciendo): Con amor eterno te he amado,
por eso no dejé de compadecerte”.
Jerusalem, Jerusalem, convertere ad Dominum Deum tuum![11]
[1] Cfr. Ramos García, José: “La restauración
de Israel”, Estudios Bíblicos, 1949, pag. 75 ss.
[6] Pasaje en extremo curioso. Los versículos
1-10 predicen el cautiverio de Babilonia, y después agregan los versículos
11 s.: “Todo este país será una desolación y un desierto y esta población
servirá al Rey de Babilonia setenta años. Pasados los setenta años, etc”, pero
¿son estos los que ponen fin al cautiverio de Nabucodonosor (vv. 1-10)? Creemos
que no, y esto por varias razones:
1) Promete destruir la tierra de los
caldeos y “convertirla en un desierto perpetuo”, cosa que no pasó ni entonces
ni nunca hasta ahora.
2) La profecía se extiende a todos los pueblos. Ergo es todavía
futura.
Lo mismo puede
decirse de Jer XXIX, 10-14 donde se promete el fin del cautiverio,
cosa que tampoco ha pasado todavía.
¿De qué
setenta años está hablando? Los setenta años en cuestión no pueden ser otros
más que las setenta semanas de años que le fueron revelados a Daniel
mientras leía estos pasajes. (Ya tendremos tiempo de volver sobre esto).
Cfr. para toda
esta cuestión el Fenómeno VII de Lacunza, “Babilonia y sus
cautivos”, sin dudas uno de los pasajes más luminosos de su obra, lo
cual no es poco decir.
[8] Hagen
en su Realia Biblica opina que Us
está relacionado con Traconítida (Lc. III, 1) al SE de Damasco, sin
embargo en las Lamentaciones (IV,
21) leemos: “Aunque prorrumpes en júbilo y te gozas hija de Edom, que habitas en la tierra de Us; también a ti llegará el
cáliz, y embriagada te desnudarás”.
[9] “Sesac es nombre criptográfico de Babel.
San Jerónimo, siguiendo a los rabinos, explica
este pseudónimo por inversión de las letras del alfabeto (“atbasch”), que
consiste en poner la última por la primera, la penúltima por la segunda, etc.
Así sale el nombre de Sesac o Sesach en vez de Babel”, Straubinger. Cfr. Jer. LI, 41.
Los últimos en beber son: Babilonia (Apoc. XVII-XVIII y
concordantes: especialmente Is XIII-XIV y Jer. L-LI) y el Anticristo, que será destruido por Cristo Rey en la batalla de Armagedón
(Apoc. XIX).