II.- DOMINACIONES
(κυριότητες)
Que las Dominaciones (κυριότητες) se identifican con los 24 Ancianos, tal como
se ve por la respuesta de San Juan a
uno de ellos cuando le dice: “Señor (Κύριέ) mío, tú lo sabes…” (VII, 14), nos parece un hallazgo fantástico de Ramos García
que corta por el medio la famosa discusión sobre la identidad humana o angélica
de los mismos.
Estos ángeles forman como
el senado de Dios, poseen tronos y
son co-sedentes junto a Nuestro Señor a la hora de juzgar.
1)
Ef. I, 20-21: “… que obró en Cristo
resucitándolo de entre los muertos, y sentándolo a su diestra en los cielos por
encima de todo principado (ἀρχῆς)
y potestad (ἐξουσίας)
y virtud (δυνάμεως)
y dominación (κυριότητος)…”.
2)
Col, I, 16: “por Él fueron creadas todas las cosas, las de los
cielos y las que están sobre la tierra, las visibles y las invisibles, sean
Tronos, Dominaciones, sean Principados,
Potestades…”.
3)
Apoc. VII, 14: “Y yo le dije: “Señor mío (Κύριέ), tú lo sabes”. Y él me contestó: “estos
son los que vienen de la tribulación, la grande y lavaron sus túnicas y las
blanquearon en la sangre del Cordero”.
4) Apoc. XVII, 14: “Estos
guerrearán con el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque es Señor de señores y Rey de reyes; y
los que están con Él, llamados y escogidos y fieles”.
5)
Apoc. XIX, 16: “Y tiene sobre su vestido y
sobre su muslo escrito un nombre: Rey de reyes y Señor de señores”.
II a.- Ancianos
Apoc.
IV, 4: “Y en torno del trono, veinticuatro tronos; y en los
tronos veinticuatro ancianos sentados, vestidos de vestiduras blancas y
llevando sobre sus cabezas coronas de oro”.
Apoc.
IV, 9-11: “Y cada vez que los vivientes
dan gloria, honor y acción de gracias al Sedente en el trono, al que vive por
los siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos caen ante el Sedente en
el trono y se postran ante el que vive por los siglos de los siglos; y
depositan sus coronas ante el trono, diciendo: “Digno eres Tú, el Señor y el
Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poder, porque Tú creaste
todas las cosas y por tu voluntad tuvieron ser y fueron creadas”.
Apoc.
V, 5-14: “Y uno de los
ancianos me dijo: “No llores. Mira: el León, el de la tribu de Judá, la raíz de
David ha triunfado, de suerte que abra el libro y sus siete sellos”. Y vi
en medio del trono y de los cuatro Vivientes y en medio de los ancianos un
Cordero de pie, como inmolado, que tenía siete cuernos y siete ojos, que son
los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. Y vino y tomó (el
libro) de la diestra del Sedente en el trono. Y
cuando hubo tomado el libro, los cuatro vivientes y los veinticuatro ancianos
se postraron ante el Cordero, teniendo cada cual una cítara y fialas de oro
llenas de incienso, que son las oraciones de los santos. Y cantan un
cántico nuevo diciendo: “Tú eres digno de tomar el libro, y de abrir sus
sellos; porque Tú fuiste inmolado, y con tu sangre compraste para Dios (hombres)
de toda tribu y lengua y pueblo y nación. Y los has hecho para nuestro Dios un
reino y sacerdotes y reinarán sobre la tierra”. Y vi y oí voz de muchos ángeles
alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos; y era el número de
ellos miríadas de miríadas, y millares de millares, los cuales decían a gran
voz: “Digno es el Cordero el inmolado, de recibir el poder y riqueza y sabiduría
y fuerza y honor y gloria y alabanza”. Y toda creatura que está en el cielo y
sobre la tierra y debajo de la tierra y sobre el mar, y todas las cosas que hay
en ellos, oí que decían: “Al Sedente en el trono y al Cordero, la alabanza y el
honor y la gloria y el imperio por los siglos de los siglos”. Y los cuatro
Vivientes decían “Amén”. Y los Ancianos
se postraron y adoraron”.
Apoc. VII, 11-14: “Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono y de los
ancianos y de los cuatro vivientes cayeron sobre sus rostros ante el trono y se
postraron ante Dios, diciendo: “Amén, la alabanza y la gloria y la sabiduría y
la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza a nuestro Dios por los
siglos de los siglos. Amén”. Y uno de los Ancianos, tomando la palabra, me
preguntó: “Estos que están vestidos de túnicas blancas, ¿quiénes son y de dónde
han venido?”. Y yo le dije: “Señor mío, tú lo sabes”. Y él me contestó: “estos
son los que vienen de la tribulación, la grande y lavaron sus túnicas y las blanquearon
en la sangre del Cordero”.
Apoc. XI, 16-18: “Y los veinticuatro ancianos que delante de Dios se sientan en sus
tronos, cayeron sobre sus rostros y se postraron ante Dios, diciendo: “Te
agradecemos, Señor, el Dios, el Todopoderoso, el que eres y el que eras, por
cuanto has asumido tu poder, el grande y has empezado a reinar. Y habíanse
airado las naciones y vino la ira tuya y el tiempo para juzgar a los muertos y
para dar el galardón a tus siervos los profetas y los santos y a los que temen
tu Nombre, los pequeños y los grandes, y para destruir a los que corrompían la
tierra”.
Apoc. XIV, 1-3: “Y vi, y he aquí que el Cordero estaba de pie
sobre el monte Sión, y con Él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban escrito
en sus frentes el nombre de Él y el nombre de su Padre. Y oí una voz del cielo,
como voz de muchas aguas, y como voz de un gran trueno; y la voz que oí era
como de citaristas que tañen sus cítaras. Y cantan un cántico nuevo delante
del trono, y delante de los cuatro Vivientes y de los Ancianos; y nadie
podía aprender el cántico sino los ciento cuarenta y cuatro mil, los comprados
de la tierra”.
Apoc. XIX, 4: “Y cayeron los veinticuatro ancianos y los cuatro
vivientes y se postraron ante el
Dios sentado en el Trono, diciendo: “Amén. ¡Aleluya!”.
Notas:
No
sabemos bien si San Pedro y San Judas se refieren a ellos en II Ped. II, 10 y Jud. 8. ¿Están hablando de ángeles? En este caso, ¿quiénes son
“las glorias”?
Notemos
que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento los Ancianos tenían como función propia la de juzgar: Deut. XIX, 12; Jos.
XX, 4, etc., etc. y en el NT, Mt.
XVI, 21; XXVI, 47; XXVII, 12, etc. etc, esto en cuanto a la Sinagoga,
mientras que en lo que respecta a la Iglesia, el término era usado
indistintamente tanto para los sacerdotes como para los obispos, es decir, para
aquellos a cargo de las nacientes comunidades cristianas: Hech. XI, 30; XIV, 23, etc. etc.