Nota del Blog: importante sección del libro de Dom Gréa cuya doctrina fuera admirablemente expuesta por Fenton, en este exelente artículo AQUI.
Indefectibilidad de la
Iglesia (particular) de Roma
Ahora bien, aunque entre
todas las Iglesias ninguna tiene, por ley común, la seguridad de permanecer en
su integridad hasta el fin del mundo, hay, sin embrago, una que sustrayéndose a
esta ley posee por privilegio singular esta seguridad, que se le ha garantizado
con una promesa.
Esta Iglesia es la santa Iglesia romana. Guardiana de la cátedra de san Pedro,
debe conservar la herencia del vicario de Jesucristo como un depósito sagrado
del que es responsable ante el mundo entero hasta el fin de los siglos.
De esta manera el destino de esta santa Iglesia está estrechamente
ligado al de la Iglesia Universal; participa de las promesas hechas a ésta y de
su indefectible perpetuidad.
Más aún: precisamente por medio de ella se cumplen las promesas hechas a
la Iglesia universal, y la firmeza de Pedro, es decir, la inquebrantable estabilidad
de la Iglesia romana, que es la cátedra de Pedro, es su propia firmeza[1].
En efecto, es evidentemente necesario que este cuerpo de la Iglesia Universal
tenga un centro inmutable, en torno al cual gravite todo lo demás y del que
todas las partes reciban una misma vida. Mientras todos los
pueblos que entran en este cuerpo pueden un día salir de él y cesar de
pertenecer por su infidelidad, mientras las Iglesias particulares pueden nacer
y morir, es preciso que haya un punto
inmutable, un principio de vida e identidad en este cuerpo cuyos elementos son
móviles y por su primer origen participan de la inconstancia de las cosas
humanas.
La Iglesia romana es el centro necesario; de ella reciben todas las
demás, con su comunión, la comunión de la Iglesia Universal; por la Iglesia
romana pertenecen a la Iglesia universal, y ésta es la razón por la que se
puede decir que la Iglesia Universal subsiste en la Iglesia romana.
Por este singular y admirable privilegio, la Iglesia romana viene a ser
en todo semejante a la Iglesia Universal. Al igual que esta, está dotada de eterna
juventud; las decadencias no pueden abatirla; el Espíritu Santo la guarda con
celosa solicitud; la cátedra de san Pedro hace irradiar sobre ella el vigor de
la fe, única que vivifica, cura y reforma a todas las Iglesias del mundo, se
purifica y se reforma así misma.
De esta manera da al mundo
la espléndida prueba de la asistencia omnipotente de Dios en ella. En efecto,
la Iglesia romana presenta el hecho único y contrario a todas las leyes de la
historia y de las cosas humanas, verdadero milagro en el orden moral, de una
institución que halla en sí misma la fuerza para restablecerse, que vuelve a erguirse
cuando parece doblegarse, que por una energía intima recobra el vigor de su
primer origen y hace que revivan todos los principios de su constitución
primitiva.
Pero si ello es así, salta
a la vista que la Iglesia romana, llamada con razón madre y maestra de todas
las otras, ha de ofrecer a nuestros ojos a todo lo largo de este estudio el
tipo principal de las Iglesias particulares y que en ella habremos de buscar los
principios y las leyes constitutivas que rijan a las demás.
[1] Pío
IX, encíclica
Inter multiplices (21 de marzo de 1853): “… Esta cátedra del bienaventurado príncipe de los apóstoles, sabiendo
muy bien que la religión misma no podrá jamás caer ni flaquear mientras esté en
pie esta cátedra fundada sobre la piedra, de la que no triunfan nunca las
puertas del infierno y en la que está entera y perfecta “la solidez de la
religión cristiana”. Id., Encíclica
Amantissimus (8 de abril de
1862): “De hecho esta cátedra de Pedro ha sido siempre reconocida y
proclamada como la única, la primera por los dones recibidos, brillando por
toda la tierra en el primer rango, raíz y madre del único sacerdocio (San Cipriano), que es para las otras
Iglesias no solamente la cabeza, sino la madre y maestra (Pelagio II), centro de la religión, fuente de la integridad y de la
perfecta estabilidad del cristianismo”. Pío XII, alocución de 2 de junio de 1944: “La
Madre Iglesia Católica romana, mantenida fiel a la constitución recibida de su
divino Fundador, y que todavía hoy se mantiene, inquebrantable, sobre la
solidez de la piedra sobre la que edificó la voluntad de éste, posee en el
primado de Pedro y de los legítimos sucesores la seguridad, garantizada por las
promesas divinas, de conservar y de transmitir en su integridad y pureza, a
través de los siglos y de milenios hasta el fin de los tiempos, toda la suma
verdad y de gracia contenida en la misión redentora de Cristo”; Alocución
de 30 de enero de 1949..” Si
algún día - lo decimos por pura hipótesis- la Roma material viniera a
derrumbarse; si algún día esta basílica vaticana, símbolo de la única, invencible
y victoriosa Iglesia Católica, viniera a sepultar bajo sus ruinas sus tesoros
históricos y las tumbas sagradas que encierra, ni aun entonces se vería por
ello la Iglesia derruida ni agrietada; la promesa de Cristo a Pedro sería
siempre verdadera, el papado duraría siempre, como también la Iglesia, una e indestructible,
fundada sobre el Papa que entonces viviera”.