Patriarcados.
Las dos principales instituciones destinadas, como acabamos de anunciar,
a distribuir en las diversas partes de la Iglesia la acción del cabeza de los
obispos y a establecer un orden en el colegio episcopal, son la de los patriarcas
y la de los metropolitanos.
La más alta de las representaciones locales de san Pedro en el mundo es
el patriarcado.
San Pedro instituyó los patriarcas y les comunicó de su plenitud parte
de su autoridad sobre las Iglesias de su circunscripción, haciéndolos semejantes
a él mismo, ya que le representan sin tener sobre los obispos jurisdicción
alguna que no les venga de él.
Las sedes patriarcales establecidas por san Pedro mismo fueron tres: la
de Roma, la de Alejandría y la de Antioquía.
San Pedro se había reservado Occidente y, sin perjuicio de su soberanía
sobre la Iglesia universal, había ligado
a su sede —sin crear patriarca particular por debajo de él mismo— las regiones
de la Europa latina y bárbara, el África latina y la península griega - llamada
más tarde Iliria.
Había establecido las otras dos sedes a la cabeza de Oriente y del continente
libio, respectivamente.
San Gregorio explica el orden y la naturaleza de esta
grande y misteriosa institución. Sienta como su principio el primado soberano
de Pedro, pues, «aunque hay varios
apóstoles no hay, sin embargo, más que la Sede del príncipe de los apóstoles que,
debido a su principado, prevalezca sobre todos por su autoridad.»
Por tanto, el
establecimiento de los patriarcas no es sino una derivación de dicho
principado: es una misma autoridad distribuida por él mismo. «Es, dice, la sede del mismo en tres lugares;
él fue quien elevó por encima de las otras a la sede de Roma en que él reposa;
él fue quien glorificó la sede de Alejandría, adonde envió al evangelista, su
discípulo; él fue quien estableció la sede de Antioquía, de donde debía
alejarse al cabo de siete años. No es,
pues, sino una misma sede y la sede del mismo apóstol»[1].
Por lo demás, fue
necesaria una institución positiva del Príncipe de los apóstoles; porque, dice san León, «san Pedro fundó otras muchas Iglesias por sí mismo o por sus
discípulos», y este hecho histórico, de su origen apostólico no les da ningún
derecho particular; pero «distinguió tres de ellas» con una designación especial
para elevarlas a este grado de poder.
Estas sedes — no nos cansaremos de repetirlo - no son, en el espíritu y
en la esencia de su institución, sino los órganos por los que san Pedro
comunica con las Iglesias más lejanas, y por los que llegan hasta él los
asuntos de estas Iglesias[2].
Así esta institución no recibe su origen ni su fuerza del episcopado, y estos
patriarcas no representan a los obispos de una región, ni reciben autoridad, en
un grado u otro, del colegio de sus hermanos, sino que les viene del principado
de san Pedro, y ellos son, frente a
los obispos de su circunscripción, los representantes de san Pedro, sus órganos y sus ministros[3].
Por lo demás, la situación geográfica de las sedes patriarcales habla ya
muy alto de la naturaleza de esta institución.
No fueron situadas en el centro de las regiones a cuya cabeza están los
obispos que las ocupan, como la cátedra del príncipe de les apóstoles está situada
en Roma, en el centro del mundo, sino que fueron establecidas en la frontera extrema
de estas regiones y en las riberas del Mediterráneo, como en los puntos más
apropiados para facilitar el intercambio de las comunicaciones que deben
recibir del Sumo Pontífice o transmitirle, a su vez, de parte de las Iglesias,
pidiendo y recibiendo sin cesar sus decisiones, sus órdenes y sus directrices.
Así, desde los primeros
tiempos, las Iglesias de Francia, de Asia Menor y del Ponto, que no tenían
ninguna ventaja en pasar por Antioquía para ir a Roma, comunicaron directamente
con esta sede soberana por medio de los tres metropolitanos principales, llamados
más tarde los exarcas de Éfeso, de Heraclea y de Cesarea.
Con el tiempo se amplió el
número de los patriarcas con los de Jerusalén[4],
y de Constantinopla. Incluso se invirtió el orden de sus precedencias; y
Constantinopla, al- cabo de varios siglos de tentativas infructuosas, recibió
legítimamente de Inocencio III y del
concilio de Letrán el primer rango poseído hasta entonces por Alejandría[5]. En tiempos modernos hubo un
título patriarcal de las Indias. El obispo de Aquilea, simple metropolitano,
recibió también el honor de este nombre, honor comunicado a la sede de Grado y
transferido luego a Venecia. Pero no tuvo todas las prerrogativas del patriarcado,
y así se le clasifica entre los patriarcados menores y de institución más reciente[6].
La reconciliación de los herejes y de los cismáticos de Oriente
contribuyó a aumentar proporcionalmente el número de los patriarcas; en efecto,
la Santa Sede, para facilitar y mantener la unión, consintió en dejar esta
dignidad a los cabezas de las Iglesias re-conciliadas.
A veces se hizo esto sin aumentar el número de los nombres antiguos,
aceptando más bien que varios obispos llevaran el mismo título en pueblos de
lengua y de rito diferentes. Así hubo patriarcas de Constantinopla, de
Alejandría, de Antioquía y de Jerusalén lengua latina, al mismo tiempo que
patriarcas de Constantinopla, de Alejandría, de Antioquía y de Jerusalén de
lengua griega, un patriarca de Alejandría de lengua copta y un patriarca de
Antioquía de rito maronita.
Luego se recibió también
en el seno de la Iglesia a un patriarca de los etíopes o abisinios, a un
patriarca de los armenios, a un patriarca de los caldeos y finalmente a un
patriarca de los sirios.
Habría mucho que decir
sobre los orígenes diversos de estos últimos patriarcados. Tendremos ocasión de
volver a hablar de algunos de ellos cuando tratemos de las grandes legaciones
patriarcales que dieron origen a estas dignidades y a las primacías de
Occidente.
Por el momento detengámonos
a considerar principalmente la distribución primitiva que había hecho san Pedro
del mundo y las tres grandes divisiones que había trazado; de éstas, en efecto,
fueron saliendo poco a poco las otras.
[1] San Gregorio Magno, Carta
40, a Eulogio, patriarca de Alejandría; II 1, 899. Cf. Hincmaro de Reims: “Las sedes de las Iglesias (apostólicas), es
decir, de Roma, de Alejandría y de Antioquía… aunque separadas por la distancia,
no son sino una sola sede del gran (apóstol) Pedro, cabeza de los apóstoles», en Opera, t. 2, ed. Migne, p. 431.
[3] Concilio
11 de Lyón (1274); Labbe 11, 966, Mansi 24, 71: “La plenitud del poder reside en esta
(Iglesia romana), que invita a otras Iglesias a compartir su solicitud; esta misma
iglesia romana ha honrado con diversos privilegios a muchas de estas Iglesias,
y sobre todo a las Iglesias patriarcales.»
[5] Concilio
IV de Letrán (1215), can. 5: “Renovando
los antiguos privilegios de las sedes patriarcales, decidimos que después de la
Iglesia romana, que es la madre y maestra de todos los fieles, la Iglesia de
Constantinopla ocupe el primer puesto, la Iglesia de Alejandría el segundo, la
Iglesia de Antioquía el tercero, y la Iglesia de Jerusalén el cuarto»; cf. Hefele 5, 1333.