VI
LAS GRANDES DELEGACIONES PATRIARCALES
Las sedes patriarcales y
las metrópolis forman, en sus elementos esenciales, la jerarquía de las
Iglesias. Sin embargo, en hora ya
temprana se vieron los patriarcas inducidos a crear cargos intermedios entre
ellos y los metropolitanos en las vastas circunscripciones que dependían de sus
sedes.
En los orígenes, no eran sino simples delegaciones. En Occidente vemos
en la antigüedad al Romano Pontífice dar a algún obispo que goza de su confianza
la misión de representarle en una vasta región compuesta a su vez de varias
provincias y que comprende varias metrópolis; estas regiones se llamaban generalmente
diócesis.
Estas delegaciones no estaban ligadas a la sede del obispo que se veía revestido
de ellas: morían con el obispo mandatario sin dejar ningún derecho en aquella
sede y sólo revivían en su sucesor si el Sumo Pontífice juzgaba oportuno
confiarle un mandato semejante. Tales delegaciones,
siempre revocables, sin formar un grado jerárquico propiamente dicho, no eran
primeramente sino una disposición tomada por el superior y un medio empleado
por él para ejercer más útilmente y con mayor facilidad su autoridad sobre
súbditos lejanos. Por otro lado, estos mandatos estaban limitados a ciertos
asuntos más ordinarios y eran susceptibles de mayor o menor ampliación, según
los términos de la comisión, y los cánones o las leyes estables de la Iglesia
no habían reglamentado nada en este sentido.
Así, esta institución, por
su carácter, y aun cuando estos poderes se renovaran en una sede por mandatos
reiterados con la sucesión de los prelados que la ocupaban, era absolutamente
distinta de la de los patriarcados o de las metrópolis, que son títulos
eclesiásticos verdaderos, cuya naturaleza consiste en ser estables y cuyas
prerrogativas forman por esencia parte del derecho eclesiástico.
Históricamente, en la
antigüedad, la más conocida de estas legaciones en virtud de las cuales los Sumos
Pontífices se creaban vicarios en las grandes regiones de Occidente, es la
diócesis de Iliria, otorgada a los obispos metropolitanos de Tesalónica. Las
instrucciones dadas sucesivamente a estos legados o vicarios por los Papas san Dámaso (366-384), san León Magno (440-461) y San Gelasio (492-496), nos instruyen perfectamente
sobre la naturaleza y la extensión de las funciones que ejercían. Representaban
al Sumo Sacerdote en la institución de los obispos; decidían en su nombre y por
su autoridad los asuntos menores y le transmitían el conocimiento de los más
considerables[1]. Podían también reunir en
concilio a todos los obispos de la región que les estaba confiada por su mandato[2]. Finalmente, este mandato,
como ya hemos dicho, era absolutamente personal. A cada comisión recibía una
nueva institución y volvía a nacer de nuevo[3].
Legaciones semejantes
tuvieron lugar para las Galias en la persona del obispo de Arles hasta la
revocación por el Papa san León por
razón de los abusos de que habían sido objeto[4],
y luego en la persona del obispo de Viena o de Sens; después se confiaron estas
funciones a obispos elegidos sin distinción de sede, como san Sinagrio, obispo de Antún bajo san Gregorio Magno, san Bonifacio, obispo de Germania, y los
diversos apocrisiarios bajo los últimos merovingios sucesores de Carlomagno.
Una misión análoga fue
confiada en Hispania al obispo de Toledo, de Braza o de Sevilla[5].
La diócesis de África
tenía un solo metropolitano, el de Cartago. Los colegios episcopales de las
diversas provincias dependían todos igualmente de esta sede, hasta tal punto
que si estos colegios se reunían en particular careciendo de la presencia de
una verdadera cabeza que representara en medio de ellos la superioridad de san Pedro, no tenían otro presidente
que el más antiguo de los obispos en virtud del derecho común de devolución.
Los asuntos de esta diócesis estaban, pues, suficientemente centralizados por
la autoridad del único metropolitano, y los Sumos Pontífices no sintieron la
necesidad de establecer allí un vicario patriarcal o legado particular.[6]
Si se examina con atención
la historia de estas legaciones, se ve que después de haber sido confiadas en
los primeros tiempos a los obispos de ciertas sedes, como las de Tesalónica o
de Arles, luego, sobre todo en las Galias y en Hispania, fueron dadas a obispos
de sedes muy diversas, por lo que se echa de ver que el mérito personal compensaba
la ventaja de los lugares en la elección hecha por los Soberanos Pontífices.
Fue como la segunda época de estas comisiones apostólicas.
Sin embargo, poco a poco
el tiempo alteró la primera institución. Algunas veces la estabilidad, o por lo
menos un retorno más frecuente de las legaciones del Sumo Pontífice a las
mismas sedes, o incluso el mero recuerdo de estas legaciones antiguas, dio allí
insensiblemente origen a una dignidad cuasipatriarcal que se llamó primacía.
En Europa los primados aunque
a un rango un poco inferior, fueron fácilmente asimilados a los patriarcas[7], tanto más cuanto el
patriarcado de Occidente, por hallarse unido al Sumo Pontificado, se confundía
a los ojos de los pueblos con el mismo Sumo
Pontificado, además de que prácticamente estos primados se podían considerar
como el primer grado inferior a la
cátedra suprema, por hallarse elevados por encima de los metropolitanos[8].
Lo que había habido de
incierto y variable en las legaciones, origen de las primacías, no dejó de suscitar
gran número de pretensiones a esta dignidad: las competiciones fueron numerosas;
y la ausencia de un derecho cierto dejaba a los metropolitanos en su independencia
frente a la mayor parte de estos primados,
lo que redujo a éstos, la mayoría de las veces, a un título puramente
honorífico[9].
Sin embargo, no sucedió lo
mismo a los primados que en lo sucesivo fueron instituidos directamente o
reconocidos auténticamente en esta calidad por los Soberanos Pontífices, tales
como el primado de Cantorbery en Inglaterra, el de Irlanda, los de Lyon y Bourges
en Galia. Las prerrogativas de éstos, que se remontaban a una institución
cierta de la Santa Sede, se imponían al respeto y a la obediencia de todos[10].
En Oriente se produjeron hechos análogos, y la extensión de los patriarcados
impuso a los prelados de las grandes sedes las mismas necesidades de gobierno.
Los patriarcas tuvieron, pues, en las regiones alejadas de su acción inmediata,
delegados ad univelsalia, llamados en
griego katholikoí. Así, los asuntos
de Asia superior dependieron de un katholikós
de Seleucia, vicario del patriarca de Antioquía. El patriarca de Alejandría
tuvo un vicario en Etiopía, y las Iglesias armenias fueron sometidas a un katholikós que estaba a la cabeza de toda
su nación y que por su origen parece depender de la Iglesia de Cesarea.
Finalmente, las naciones menos importantes de los países del Cáucaso tuvieron
también, a imitación de los armenios, sus katholikoí,
cuya autoridad no parece haber rebasado la de simples metropolitanos.
Mientras, en Occidente, las legaciones del Soberano Pontífice daban
origen a las primacías, los katholikoí
fueron asimilados a los patriarcas; hoy se los confunde bajo el mismo nombre, y
esta dignidad ha dado origen a los patriarcas de varios ritos de Oriente. El
patriarca de los caldeos representa al antiguo katholikós de Seleucia.
Los patriarcas de los maronitas, provistos recientemente del título de
Antioquía, eran antiguamente los katholikoí
de esta nación; el patriarca de los armenios tiene el mismo origen.
Los sirios jacobitas obtuvieron, después de su conversión, el
mantenimiento de su katholikós o
patriarca; finalmente, los abisinios tienen por patriarca al sucesor del
vicario del patriarca de Alejandría, a
no ser que este último katholikós
fuera, en la antigüedad, un simple metropolitano que sólo tenía bajo de sí a
obispos sufragáneos.
Como se ve, el origen de las primacías en Occidente se asemeja mucho al
de los patriarcados de institución secundaria en Oriente. Sin embargo, las
prerrogativas de estos últimos son más extensas y su título parece darles un
rango más honorable[11].
[1] San León, Carta 5, a los obispos metropolitanos
de Iliria, 4 v 6: PL 54, 616: “Todos los asuntos que suelen tener lugar
entre colegas en el episcopado (consacerdotes)
sean reservados al examen de aquel a quien Nos hemos confiado el cuidado de
reemplazarnos. Háganos conocer con una relación lo que debe sernos referido…
si, no obstante, se presentan casos graves o apelaciones, hemos ordenado que se
nos envíen obligatoriamente con una relación de nuestro delegado.» Id., Carta 6, a Anastasio, 4-5; PL 54,
618-619: «Ningún obispo sea consagrado para esas Iglesias sin que hayas sido consultado...
Queremos que los metropolitanos sean consagrados por ti... Si ocurre algún asunto
importante, envíanos una relación para consultarnos”.
[2] Id., Carta
5; PL 54, 616: “Acudan al concilio todos los que han sido convocados y no se
nieguen a la asamblea, en la que saben que deben tratarse las cosas de Dios”.
Id. Carta 14, a Anastasio de Tesalónica,
10; PL 34, 674: “Si por un motivo mayor es razonable y necesario convocar una
asamblea de los hermanos, baste con que vengan a la fraternidad dos obispos de
cada provincia, enviados y elegidos por su metropolitano.»
[3] Id., Carta
5, 2; PL 54, 615: “Por esto Nos hemos confiado el cuidado de reemplazarnos
a Anastasio, nuestro hermano y colega en el episcopado, siguiendo el ejemplo de
aquellos cuyo recuerdo nos es venerable.» Id., Carta 6, 2; PL 54, 617: «Después de haber conocido por intermedio
de nuestro hijo, el sacerdote Nicolás
la petición de tu caridad, para que Nos te demos a nuestra, vez la autoridad en
Iliria, para la guarda de las santas reglas, como fue dada a tus predecesores,
Nos accedemos a tu petición; por nuestra exhortación queremos, absolutamente,
que no se produzca indiferencia ni negligencia en el gobierno de las Iglesias
establecidas en Iliria, Iglesias que, a nuestra vez, confiamos a tu caridad,
siguiendo el ejemplo de Siricio, de
feliz memoria...» Id., Carta 14, 1;
PL 54, 668: “Como mis predecesores lo hicieron a los tuyos, yo también,
siguiendo el ejemplo de los antiguos, he delegado a tu caridad para representar
a mi gobierno».
[5] San Hormisdas (514-523), Carta 26, a Salustio;
PL 63, 526; Labbe 4, 1469: «Te confiamos
nuestra representación para las provincias de Bética y de Lusitania, dejando intactos
los privilegios que estableció la antigüedad a los obispos metropolitanos...;
aumentamos así tu dignidad haciéndote participar en este ministerio, es decir,
en el nuestro, y aliviando nuestras funciones con el remedio de una misma
administración». Id., Carta 24, a Juan,
obispo de Tarragona; PL 63, Labbe
4, 1466: «Te confiamos la representación de la santa sede...».
[6] Thomassin, Discipline ecclésiastique,
p. 1, 1. 1, c. 41; t. 1, p. 220, se equivoca, a nuestro parecer, al hacer de
los primados africanos, primeros o más antiguos Obispos, decanos o prototronos
de las provincias, verdaderos metropolitanos: es contrario a la gran institución apostólica que haya metropolitanos
sin Iglesias metropolitanas, es decir, sin sedes fijas y determinadas. Por
lo demás, el obispo de Cartago no tuvo nunca el honor del patriarcado y se vio
situado entre los simples metropolitanos hasta los tiempos de san León IX y de san Gregorio VII y hasta la entera destrucción de la Iglesia de
Africa.
[10] La
primacía de Bourges sobre los aquitanos había sido reconocida por los Papas Nicolás I (858-867), Eugenio III (1145-1153) y Alejandro III (1159-1181); la de
Narbona fue establecida por el Papa Urbano
II (1088-1099) sobre la metrópoli de Aix: la de Lyón fue solemnemente
establecida o confirmada por el Papa san
Gregorio VII (1073-1085) sobre las provincias de Sens de Tours y de Ruán: San Gregorio VII, Cartas 34 y 36; PL 148,
538-540. No entra dentro de nuestro plan estudiar en detalle las vicisitudes de
estas jurisdicciones frecuentemente contestadas y poco a poco desmembradas o
abolidas por las decisiones posteriores de los Sumos Pontífices. Se puede
consultar a este propósito a Thomassin,
Discipline ecclésiastique, p. I, c.
31 s.