Nota del Blog: con este artículo damos por terminado este hermoso libro.
UN DOCUMENTO BIBLICO TRASCENTAL
La Encíclica "Divino Afflante Spiritu" del 30 de septiembre de
1943.
I
La Radio Vaticana, al
anunciar la aparición de esta Carta Encíclica de Pío XII sobre la Biblia, anticipaba que habría de producir una
honda impresión en los ambientes culturales del mundo entero.
La Biblia, en efecto, sigue siendo, aún para las inteligencias ajenas al
movimiento religioso, el acervo más rico y el monumento más alto de la sabiduría
universal, según lo proclamaba no ha mucho un ilustre delegado argentino en una
de las últimas conferencias internacionales.
La reciente Encíclica que,
más que las anteriores, hará época en los anales escriturísticos de la cristiandad,
destaca de un modo decisivo el valor de
la Sagrada Escritura como libro de
espiritualidad por excelencia; valor que hemos de apreciar más que
nadie los que, teniendo el privilegio de haber sido llamados al estudio y enseñanza
del divino Libro, podemos descubrir y admirar cada día nuevos tesoros de su
sabiduría, insondable como un mar sin orillas.
Lo que desea el Sumo
Pontífice es “que la Palabra de Dios, dirigida a los hombres por medio de las
Sagradas Escrituras, sea cada día más total y perfectamente conocida y con más
vehemencia amada"; y "que los fieles, especialmente los sacerdotes,
tienen la grave obligación de usar copiosa y santamente de ese tesoro reunido a
lo largo de tantos siglos por los más altos ingenios".
Más aún, Pío XII exhorta con todo ardor apostólico,
como sus predecesores Pío XI y Benedicto XV, a la lectura diaria de la Sagrada Escritura en las familias cristianas:
"favorezcan pues, dice el Papa a los Obispos, y presten ayuda a aquellas
piadosas asociaciones que se proponen difundir entre los fieles las ediciones
de la Biblia y en especial de los Evangelios, y procurar con todo empeño que su
lectura diaria se haga en las familias cristianas recta y santamente"; lo
que sin duda, y cien veces más, ha de servir de directiva a las familias de
religiosos y religiosas, a los conventos, colegios, seminarios, todos los cuales,
sin excepción alguna, harán de la Escritura su lectura diaria.
II
Ante tan alentadora voz,
los amantes de la Sagrada Escritura se sentirán movidos a continuar la obra del
renacimiento bíblico que los Sumos Pontífices han iniciado en las Encíclicas
"Providentissimus Deus", "Spiritus Paracitus" y
"Divino Afflante Spiritu", las cuales fueron ensanchando
progresivamente los horizontes hasta romper, de una manera categórica, con la
reserva otrora impuesta por motivos circunstanciales y extraordinarios a raíz
de la Reforma.
Desde entonces los Sumos Pontífices no se cansan de fomentar de todas
maneras el estudio de la Palabra de Dios,
erigiendo un Instituto Bíblico en las dos Capitales de la Cristiandad: Roma y
Jerusalén; instituyendo la Pontificia Comisión Bíblica, compuesta de los más
célebres escrituristas del orbe católico; inculcando sin cesar al clero el
grave deber de predicar todos los domingos el Evangelio; aprobando asociaciones
para la difusión del Evangelio y de la Biblia en general; concediendo
indulgencias a los que lean el Evangelio, insistiendo sobre su lección diaria
en los hogares cristianos; promoviendo Congresos del Evangelio y Semanas
Bíblicas; alentando la publicación de Revistas Bíblicas, etc., etc.
Y después de todo eso, ¿puede haber todavía católicos que crean que la
Biblia es un libro protestante que no le es permitido leer a un hijo de la Iglesia
católica? ¡Qué daño tan inmenso para la espiritualidad resultó de ese infundado
temor!
Además de esta preciosa norma espiritual que acabamos de ponderar, la
nueva Encíclica brinda al mundo aclaraciones sobre importantes temas discutidos en el ambiente exegético.
Así, por ejemplo, estimula de un modo singular a emprender nuevas traducciones
conforme a los originales hebreo y griego, según el caso.
Señala también el Papa cómo los teólogos escolásticos no poseyeron suficientemente
el griego ni el hebreo para aprovechar el texto original, y afirma que éste
tiene sin embargo "mayor autoridad y peso que cualquier traducción antigua
o moderna por buena que sea"; por lo cual merece llamarse ligero y descuidado"
el que hoy se cierra el acceso a los textos
originales. Confirma el Papa que la declaración de la Vulgata como “autentica”
en modo alguno disminuye la autoridad y fuerza de esos textos originales; pues
esa elección de la Vulgata fué hecha "entre las versiones latinas que en
aquella época circulaban", no con respecto a los originales. Aclara, en
fin, que esa 'autenticidad de la Vulgata “más bien merece el nombre de jurídica
que el de crítica".
"Por eso —así dice la Encíclica— esta autoridad de la Vulgata en
cosas de doctrina no impide —más aún, casi exige en el día de hoy—, que esta
misma doctrina se compruebe y confirme por los mismos textos originales y que
se invoque continuamente el auxilio de los mismos textos, con los cuales se
aclare y patentice cada día más la recta significación de las Sagradas
Letras".
Concluye este capítulo expresando el anhelo de que se realicen, al
alcance de todos, "versiones a las lenguas vivas" y "directamente de los textos originales,
como sabemos que se han hecho ya laudablemente en muchas regiones, con la
aprobación de la autoridad eclesiástica".
III
Aquellos que tienen el grave cargo de intérpretes y la vocación de
estudiosos de la Biblia agradecerán asimismo las directivas que el Papa
establece sobre la investigación del sentido
literal, el primero de todos, y
únicamente en base al cual se puede, según Santo Tomás, extraer argumentos
dogmáticos: "Omnes sensus (Scripturae) fundantur super unum, scilicet litteralem, ex
quo solo potest trahi argumentum".
La Pontificia Comisión Bíblica, en una carta fechada el 30 de agosto de 1941 y
dirigida a todos los Obispos de Italia, recalca ese mismo principio contra un
autor anónimo que intentaba desacreditarlo (véase Rey. Bibl. n° 20, p.
293-296).
Claro está que no se prohíbe
investigar, como alimento de la piedad, otros sentidos que pueda ofrecer la
Palabra de Dios, pero siempre y ante todo hay que averiguar cuál fué el sentido
que quiso expresar el hagiógrafo. La nueva Encíclica dice al respecto: "Así, pues, deduzcan (los exégetas)
con toda diligencia la significación literal de las palabras con su conocimiento
de las lenguas, acudiendo al contexto y comparando con otros pasajes
semejantes: subsidios todos de que suele echarse también mano en la interpretación
de los escritores profanos, con el fin de que se aclare hasta la evidencia el
pensamiento del autor. Pero los exégetas de las Letras Sagradas, recordando que
en este caso se trata de la palabra inspirada por Dios, cuya custodia e
interpretación fué encomendada por ese mismo Dios a la Iglesia, han de tener en
cuenta con no menor diligencia las explanaciones y declaraciones del Magisterio
de la Iglesia e igualmente las explicaciones dadas por los Santos Padres y
también la "analogía de la fe", como advirtió sabiamente León XIII en
la Encíclica "Providentissimus Deus".
Del inmenso trabajo que
aguarda a los expositores católicos, nos da una idea el mismo Pío XII hablando de lo que queda por
hacer y añadiendo que puede "tener la exégesis, como los tienen otras
disciplinas, sus secretos propios, insuperables por nuestras mentes e incapaces
de abrirse por esfuerzo alguno".
Y con qué cariño tan paternal anima el Papa a los exégetas, "estos
valientes obreros en la Viña del Señor", a que continúen su difícil tarea,
porque "sólo muy pocas cosas hay cuyo sentido haya sido declarado por la
autoridad de la Iglesia, y no son muchas más aquéllas en las que sea unánime la
sentencia de los Santos Padres. ¡Quedan, pues, muchas otras y gravísimas, en
cuya discusión y explicación se puede y debe ejercer libremente la agudeza e
ingenio de los intérpretes católicos!" ¡Y cómo los defiende y pide para
ellos no solamente "imparcialidad y justicia", sino también
"suma caridad" de parte de quienes creen que todo lo que es nuevo es
por ello mismo sospechoso! "Van, pues, fuera de la realidad algunos, que
no penetrando bien las condiciones de la ciencia bíblica, dicen sin más que al
exégeta católico de nuestros días no le queda nada que añadir a lo que ya
produjo la antigüedad cristiana; cuando por el contrario estos nuestros tiempos
han planteado tantos problemas, que exigen nueva investigación y, nuevo examen,
y estimulan no poco el estudio activo del intérprete moderno".
IV
No nos extrañe que el Sumo Pontífice toque también el problema del estudio de la Sagrada Escritura en los
Seminarios, en los cuales muchas veces la Introducción ocupa más clases que
la exégesis y la lectura del sagrado texto. Los sacerdotes no pueden cumplir con el
deber de repartir al pueblo cristiano el pan de la Palabra de Dios "si
ellos mismos mientras moraron en los Seminarios no se empaparon de activo y
perenne amor hacia las Sagradas Escrituras".
"Conviértanse así las
Letras divinas para los futuros sacerdotes de la Iglesia en fuente pura y perenne
de la vida espiritual de cada uno y en alimento y fortaleza del oficio sagrado
de la predicación que van a recibir. Si llegaran a conseguir esto los profesores
de esta importantísima asignatura en los Seminarios, persuádanse con alegría de
que han contribuido notablemente a la salvación de las almas, al progreso de la
causa católica, al honor y la gloria de Dios y que han llevado a cabo una obra
en estrechísima relación con su oficio apostólico".
Otro punto no menos
fundamental que enseña Pío XII,
confirmando elocuentes palabras de Benedicto
XV en su Encíclica "Humani Generis", se refiere al uso de la Biblia
como fuente de la predicación.
Aquella "Palabra de Dios, dice el Papa, viva y eficaz y más penetrante que
espada de dos filos, y que llega hasta la división del alma y del espíritu, y
de las coyunturas, no necesita de afeites o de acomodación humana, para mover y
sacudir los ánimos; porque las mismas Sagradas Páginas, redactadas bajo la
inspiración divina, tienen por sí mismas abundante sentido genuino;
enriquecidas por divina virtud, tienen fuerza propia; adornadas con soberana
hermosura, brillan por sí mismas y resplandecen, con tal que sean por el
intérprete tan íntegra y cuidadosamente explicadas, que se saquen a luz todos
los tesoros de sabiduría y prudencia en ellas ocultos".
V
Gracias a la Encíclica que
estudiamos se despeja también definitivamente el horizonte en la cuestión de intercalar notas dentro del Sagrado
Texto. Resulta así igualmente confirmada
por la Autoridad Eclesiástica la depuración que en nuestra edición de la Sagrada
Escritura hemos hecho del texto de Torres Amat, y principalmente la eliminación
de los agregados en bastardilla, que a veces han pasado, sin bastardilla, a los
Misales para los fieles y a otros libros litúrgicos, dando así ocasión a falsas
interpretaciones. El Papa señala respecto a los Códices la necesidad de “restablecer
lo más perfectamente que se pueda el texto sagrado... librándolo en lo posible
de glosas, lagunas, inversiones de palabras, etc."; regla que sin duda alguna
hemos de aplicar también a las ediciones modernas.
No puede ser, pues, si no
muy grande nuestra esperanza en los frutos que producirá la grandiosa Encíclica
de Pío XII; esperanza que será
compartida, lo sabemos, por cuantos cultivan en el Cuerpo Místico de Cristo esa
fraternidad especialmente íntima y espiritual que nace del común amor a la
Palabra, según enseña el Salmista cuando invita a reunirse con él a cuantos
conocen los testimonios de Dios (Salmo CXVIII,
79).