miércoles, 15 de enero de 2014

La restauración de Israel, por Ramos García (IX de XIII)

Pero no adelantemos los sucesos, que nos falta aún mucho que recorrer antes de llegar a esa meta feliz. En los días del gran Caudillo aparece el gran Profeta, cuya persona hemos de rastrear también por la Escritura, aunque con éste somos más afortunados, pues sabemos quién es y le conocemos por el nombre. La tradición bíblica ha visto en él a Elías y hácele precursor del Señor en su segunda venida al mundo.
Recuérdese que a la restauración universal se la menciona como tiempo límite a la quedada del Señor en el cielo, quem oportet quidem caelum suscipere usque in tempora restitutionis ómnium (Act. III, 21). Pues bien, de Elías dice el Señor por S. Mateo: Elias quidem venturus est, et restituet omnia (Mt. XVII, 11); y por S. Marcos: Elias, cum venerit restituet omnia (Mc. IX, 11). Ahí tenéis la restitutio omnium atribuída en términos formales a Elías por el mismo Cristo. Lo del «primo» de la respuesta se explica por el “primum” de la pregunta, igual en ambos evangelistas: Antes de venir el Mesías, ¿no había de venir primero (primum) Elías? Pues bien, cuando venga primero, ha de restituir todas las cosas.
Elías, pues, entenderá en la obra de la restauración universal, que tendrá lugar antes que venga, es decir, antes que vuelva, el Mesías y el Mesías no se tardará mucho, una vez puesta en marcha esa restauración, pues se pone ahí, según acabamos de ver, como término de su quedada en el cielo.
Hoy, empero, comienza a cundir la idea de que, pues Elías ya vino en la persona del Bautista, no hay más que esperar en este caso; y con esta orientación, o desorientación, exegética, llegan hasta escribirse tesis doctorales. Es una de tantas bien intencionadas secuelas del alegorismo transcedente, de tendencia espiritualista. Si cuanto los Profetas anunciaron sobre el reino mesiano se ha cumplido ya en la Iglesia histórica, y gozamos ya felizmente de la prometida paz universal, no obstante la protesta de la Historia y del propio divino Maestro, que dijo no haber venido a traer la paz, sino la guerra (Mt. X, 34; Lc. XII, 51) ¿qué mucho se deje a un lado al heraldo del gran Rey y de su pacífico reinado? nam quod quis habet, quid sperat?
Y en confirmación de esa sentencia se alegan dos declaraciones del mismo Cristo.
La primera son las palabras que, a manera de corrección, añadió a las ya citadas, y que suenan así en S. Mateo: Dico autem vobis quia Elias venit, el non cognoverunt eum, etc. Tunc intellexerunt discipuli quia de Joanne Baptista dixisset eis (Mt. XVII, 12, 13). Pero en S. Marcos dice con más explicítud: Sed dico vobis quia et Elias venit (Mc. IX, 11). Nótese bien la copulativa «et» (también), que es la clave de la solución: Elías veniet et Elias venit. Vino en la persona del Bautista, de quien se dijo que precedería al Señor in spiritu et virtute Eliae (Lc. I, 17), y vendrá en su propia persona a impulsar la esperada restauración de todas las cosas en Cristo.
La otra declaración parece más apremiante, mas eso es sólo en una parcial inteligencia de la sentencia del Maestro. Termina así el panegírico del Bautista: Si vultis recipere, ipse est Elias, qui venturus est (Mt. XI, 14). Pero enseguida añade: Qui habet aures audiendi, audiat (Mt. XI, 15).
Ahora bien, según un principio hermenéutico de S. Jerónimo que era preciso tener en cuenta, quando ad intellingentiam provocumur, mysticum monstratur esse quod dictum est (Hier. Comm. in Mt. XXIV), es decir, que en tales casos, bajo el velo de la letra hay otro sentido oculto que se nos invita a escudriñar. En otros cuatro pasajes del Evangelio usa el Señor de la misma advertencia, y en todos ellos es para avisarnos de ese segundo recóndito sentido, cual es el caso de los símiles y parábolas (Mt. XIII, 9.43; Mc. IV, 9.23; VII, 16; Lc. VIII, 8). Una expresión semejante: qui legit intelligat (Mt. XXIV, 15; Mc. XIII, 14), emplea en el discurso escatológico, según la redacción de S. Mateo y de S. Marcos, para señalar bajo la desolación histórica de Jerusalén por los romanos, la desolación escatológica, obra del último anticristo, que es la que luego desarrolla. Por eso S. Lucas (cap. XXI), que se limita a la desolación histórica, omite ese toque de atención[1].

A la misma conclusión nos lleva un aviso parecido, puesto al final de cada una de las cartas apocalípticas: Qui habet aurem, audiat quid Spiritus dicat ecclesiis (Ap. II, 7.11.17.29; III, 6.13.22), para insinuar con ello el doble sentido de las cartas, uno literal, expresión del estado de cada una de las siete iglesias, y el otro mísitco o espiritual (quid Spiritus dicat), relativo a la Iglesia universal (dicat ecclesiis), dibujado como en un croquis en la vida de las siete conocidas iglesias del Asia proconsular. Así ya varios intérpretes[2].
Es, pues, mucha verdad el principio hermenéutico asentado por el Doctor Máximo: quando ad intellingentiam provocumur, mysticum monstratur esse quod dictum est. Es decir, se insinúan en el caso dos sentidos, el uno literal y el otro místico o espiritual de buena ley, en sus especies de típico, simbólico, parabólico y demás. Y según esto, en la expresión «ipse est Elias», bajo la letra que alude al gran profeta, tenemos indicado al gran bautista, que es un Elías en espíritu. Es solución que, como sabemos, dió ya S. Gregorio (hom. 7, in Ev.) y no hay por qué enmendarle la plana en este punto.
Como se ve, no queda nada en pie de cuanto los adversarios de Elías redivivo habían fabricado sobre las palabras del Señor, que bien entendidas se vuelven contra ellos. Queda, en cambio, en pie la existencia de una futura restauración universal, asegurada por S. Pedro (Act. III, 21), y la palabra de Jesús, haciendo autor o promotor principal de ella al grande Elías en su vuelta al mundo, para preparar los caminos a la vuelta del Señor: Elias quidem veniet et restituet omnia (Mt., Mc., l. c.). Y al hacer el Maestro esta afirmación no revela nada nuevo; se limita a refrendar la tradición judaica sobre Elías, de la que es hija la cristiana.


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La dicha tradición Eliana tiene fundamentos excelentes. El autor del Eclesiástico, aludiendo a su traslación misteriosa (II Reg. II, 11), dice de él: qui receptus es in turbine ignis, in curru equorum igneorum: qui scriptus es in judiciis temporum, lenire iracundiam Domini, conciliare cor patris ad filium, et restituere tribus Jacob (Ecco. XLVIII, 9.10). Las variantes del texto hebreo modernamente descubierto, no tienen importancia desde el punto de vista del sentido, salvo el inciso «in judiciis temporum», que en el dicho texto es «paratus ad tempus», con una significación más transparente. Nótese, ante todo, la expresión “restituere tribus Jacob” que nos pone en la pista de la gran restauración atribuida a Elías desde Isaías (cap. XLIX) hasta el Apocalipsis (cap. VII).
Con el inciso «scriptus es» nos avisa el autor que tampoco él revela nada nuevo, sino que no hace más sue transmitir una tradición, consignada ya antes por escrito. Y en efecto, el Señor por Malaquías, había ya dicho de él: Ecce ego mittam vobis Eliam prophetam, antequam veniat dies Domini magnus et horribilis. Et convertet cor pa-trum ad filios, et cor filiorum ad patres eorum; ne forte veniarn et percutiam terram anathemate (Mal. IV, 5.6). Ese día grande y horrible, en que el Señor viene dispuesto a exterminarlo todo de sobre la tierra, no es ciertamente la primera venida en que se presentó manso y humilde, como un cordero preparado al sacrificio, como que no fué enviado a juzgar, sino a salvar el mundo (Jn. III, 17), haciendo, por decirlo así, la vista gorda sobre sus pasados extravíos (Act. XVII, 30; Rom. III, 25; al.), sino la segunda, en que sin dejar de ser cordero (Ap. VI, 17), se presentará como león (Ap. VI, 17), que aturdirá a sus enemigo.
Que no se nos diga, pues, que Elías vino ya, y en consecuencia que no hay más que esperar. Vino en la imagen viva de Juan el Bautista, a preparar los senderos al Mesías sacerdote y víctima expiatoria; falta que venga en persona, a preparar lo caminos al Mesías rey[3].
En las palabras ya leídas del libro del Eclesiástico, su autor, dirigiéndose a Elías, le dice que está escrito de él (scriptus es), cómo ha sido reservado para un cierto tiempo (paratus ad tempus, del hebr.), con este triple fin: 1) lenire iracundiam Domini, 2) conciliare cor patris ad filium; 3) restituere tribus Jacob. Lo primero y lo segundo lo hemos visto escrito en Malaquías. Lo tercero lo hallaréis en Isaías, donde respondiendo Yavé a las impaciencias de su siervo, le dice: Parum est ut sis mihi servus ad suscitandas tribus Jacob, et fæces Israël convertendas: ecce dedi te in lucem gentium, ut sis salus mea usque ad extremum terræ (Is. XLIX, 6). Es el final de una de las perícopas relativas al siervo de Yavé. Gemela de ésta es la que en el capítulo siguiente comienza así, ligeramente corregida: «El Señor Yavé me dió lenguaje de discípulo, para que sepa usar con el desmayado palabras de aliento. Cada mañana me despierta la oreja para que oiga como buen discípulo, etc. (Is. L, 4-6).
Extraño empeño el de tantos modernos exégetas por incluir estas perícopas entre las del siervo de Yavé por excelencia, es decir, del Mesias paciente, para luego no acertar a armonizarlas con las exigencias del contexto (v. Vaccari, La Redenzione, Roma, 1933, páginas 7, ss.). Más cauto, Santo Tomás dice que el siervo que habla en la primera, puede ser el propio Isaías (v. Knabenbauer, in l.), y lo mismo afirma S. Juan Crisóstomo de la segunda (v. Feldmann, Knecht, página 36). La liturgia, leyendo este pasaje en la fiesta del Bautista, nos orienta delicadamente hacia el verdadero personaje que ahí se oculta. Y la cita implítica del paso de Isaías por el Sirácida acerca del restaurador de las tribus de Jacob, nos convence de que Elías, y no otro, es ése misterioso personaje.
Su labor, empero, no se limitará a restablecer las tribus de Jacob. Eso sería muy poco para su celo ardiente y avasallador, bien conocido por la Historia. El Señor le ha puesto, como a S. Pablo, para ser también la luz de los gentiles y llevar el mensaje de la salud hasta los extremos de la tierra (Is. XLIX, 6; cf. Act. XIII, 47). Su obra de restauración tiene un alcance universal. ¿Queréis ver puesta en acto la universal y saludable empresa del  profeta? Pues leed todo entero el capítulo VII del Apocalipsis donde veréis surgir del Oriente a un mensajero de paz, con la señal del Dios vivo en la mano, y tras los señalados por él de cada tribu de Israel, contemplaréis una turba innúmera recogida de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, puestas todas bajo el cayado del pastor divino, donde, por cierto, entre otras cosas muy notables, insertanse unas alabras tomadas de este paso de Isaías: Non esurient neque sitient amplius, neque cadet super illos sol nec ullus aestus, etc. (Ap. VII, 16; de Is. XLIX, 10).
Con esto creemos haber revelado suficientemente la figura colosal del grande Elías, desde Isaías hasta el Apocalipsis, pasando por Malaquías, la Sabiduría del hijo de Sirác y el Evangelio[4].
Dado este primer paso, sería ahora por demás interesante el aplicar uno por uno a la persona de Elías los rasgos característicos de esas decripciones proféticas. Mas esa aplicación nos llevaría muy lejos, y así, nos hemos de contentar con señalar sólo algunos más salientes, y primeramente el de la saeta guardada en la aljaba —in pharethra sua abscondit me (Is. XLIX, 2) —. ¡Vaya pincelada maestra para significar el misterioso y temporal ocultamiento del profeta!
Pues ya, ¿qué decir de las palabras de excitación y aliento que salen de su boca? Sembradas están por todo el resto del discurso Eliano: Audite me..., attendite ad Abraham..., attendite ad me..., levate in caelum oculos... (Is. LI, 1, ss.); consurge, consurge, induere fortitudinern brachium Domini (Is. LI, 9); elevare, elevare, consurge Jerusalem (Is. LI, 17); consurge, consurge, induere fortitudine..., excutere de pulvere, consurge, sede Jerusalen; solve vincula colli tui captiva filia Sion (Is. LII, 1.2). Es una reproducción de lo que dijo de él el autor del Eclesiástico: Surrexit Elias propheta quasi ignis, et verburn ipsius quasi facula ardebat (Ecco. XLVIII, 1).
No es menos característica de Elías la intrepidez retadora de este siervo de Yavé: Juxta est qui justificat me, quis contradicet mihi? Stemus simul. Quis est adversarius meus? Accedat ad me (Is. L, 8). ¡Qué contraste tan flagrante con la figura mansa y humilde del Mesías paciente (Is. cap. LIII; cf. XLII, 1-4), a quien se querría aplicar la hipotiposis! Ni con eso intentamos rebajar la virtud de Elías en lo más mínimo. ¿Rebaja acaso Cristo la de Juan, cuando nos da una semblanza de sí en contraste con la de él? (Mt. XI, 18.19).
Finalmente, esa señal del Dios vivo e inmortal, con que el ángel surgido del Oriente (Ap. VII, 2) es decir, Elías redivivo, señala a los escogidos en prenda de inmunidad (Ap.  IX, 4), y en contraste con la señal del dios mortal, con que otro profeta señalará a los secuaces de la bestia (Ap. XIII, 16.17), no puede ser otra que el carácter de cristiano, es decir, el bautismal, con que Elías señalará a su pueblo, al convertirlo al cristianismo y a cuantos vueltos por su ministerio de la apostasía, o convertidos de la idolatría, se le agregarán sucesivamente, para formar de hecho en adelante un solo rebaño bajo el cayado de un solo pastor. Elías pues, como Juan será un gran bautista pero mejorado.


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Así tenemos, apenas desbastadas, dos de las piedras angulares de la restauración futura: al gran Caudillo, retoño de la dinastía davídica, y al gran Profeta, Elías redivivo. Isaías habla de ambos distintamente, y muy de propósito, en la segunda parte de su profecía, donde, tras una introducción general a esta segunda parte (cap. XL), les dedica sendos magníficos poemas, que comienzan con gran entonación y de una manera semejante.
Dice así el comienzo del poema sobre el gran Caudillo: Taceant ad me insulae, et gentes mutent fortitudinem: accedant et tunc loquantur, simul ad judicium propinquemus. Quis suscitavit ab oriente justum (lit. «al justicia»), vocavit eum ut sequeretur se? Dabit in conspectu ejus gentes, et reges obtinebit; dabit quasi pulverum gladio ejus, sicut stipulam vento raptam arcui ejus, etc. (Is. XLI, 1, ss.).
Y el comienzo del poema sobre el gran Profeta es de esta manera: Audite insulae, el attendite populi de longe: Dominus ab utero vocavit me, de ventre matris meae recordatus est nominis mei. Et posuit os meum quasi gladium acutum, in umbra manus suae protexit me, et posuit me sicut sagittam electam; in pharethra sua abscondit me, etcétera (Is. XLIX, 11, ss.). Vuelve a tomar la palabra el mismo profeta en Is. L,4: Dominus dedit mihi linguam eruditam, es decir de aprendiz ejercitado, etc, para no  callar hasta el final del poema en Is. LII, 6.




[1] Nota del Blog: sobre la estructura del llamado Discurso Parusíaco, cfr. nuestra serie de artículos AQUI 

[2] Nota del Blog: Nos parece que también puede agregarse a estas frases que indican algún misterio a desentrañar, el “oráculo de Yahvé” que se lee a menudo en los profetas.

[3] Nota del Blog: ¿Será que así como el Bautista, hijo de un sacerdote, vino “a preparar los senderos al Mesías sacerdote y víctima expiatoria”, Elías, que ha de venir “a preparar lo caminos al Mesías rey”, era hijo de un rey?

[4] Nota del Blog: ¿Qué decir de todo esto? Primero veamos lo que dicen Straubinger y Lacunza al respecto:

a) Straubinger, comentando Is. XLIX, 6, dice: “Restaurar las tribus de… Israel: Esto se dice de Elías de su segunda venida (Ecli. XLVIII, 10). La liturgia lee este pasaje en la fiesta del Bautista que cumple un oficio semejante al de Elías. De ahí que haya sido propuesta la hipótesis de referir este verso al gran profeta Elías. Sin embargo San Pablo y San Bernabé parecen referirlo a Cristo cuando lo citan en Hech. XIII, 47 para justificar su paso a los gentiles cuando los judíos se opusieron a la predicación del Evangelio”.
Todo parece indicar que Straubinger está aludiendo a este pasaje de Ramos García, sin concordar con su interpretación.

b) Lacunza, en su Fenómeno V, aspecto III, párrafo V dice: “… sólo quisiera hacer advertir o hacer reparar una cosa, que me parece clarísima en Isaías, sin la cual no alcanzo cómo pueda entenderse esta profecía de un modo seguido y natural. Lo que deseo hacer reparar es que desde el cap. XLIX (cuando menos hasta el LXVI que es el último) se nota clara y distintamente que todo es una conversación o una especie de diálogo, en que se ven hablar tres personas, esto es: Dios, el Mesías y Sión. Y todo cuanto hablan parece que es sobre un mismo asunto, o interés, sin salir de él, ni divertir la atención a otra cosa.
La primera persona que habla es Dios; y es bien fácil observar que siempre que habla (que es pocas veces y pocas palabras) o habla con el Mesías o habla con Sión. La segunda es el Mesías mismo; Él es el que abre la conversación y hace en toda ella como el papel principal… la tercera persona que habla es la misma Sión, con quien se habla, en la cual se ve una grande y prodigiosa variedad de afectos, todos buenos, todos santos, todos conducentes para la salud o que ya la suponen…”.
Claramente se ve, pues, que Lacunza tampoco comparte lo que dice Ramos García.

Por nuestra parte ¿qué podemos decir? Vamos de lo más seguro a lo que nos genera algunas dudas:

1) El ángel del cap. VII creemos que es San Gabriel. Cfr. AQUI.

2) Las citas de Apoc. VII, 16 e Is. XLIX, 10, a pesar de las similitudes en las formas, se refieren a dos grupos de personas muy diversos: los del Apocalipsis son los mártires del Anticristo, como puede verse por el hecho de que vienen de “la gran tribulación”, término quasi técnico para designar la persecución del Anticristo.
La cita de Isaías, por su parte, se refiere claramente a Israel y a su restauración. No se habla de mártires o de almas, sino de un grupo de personas. Fácilmente se ve que habla del fin del cautiverio de su pueblo (v. 12).

Ahora bien ¿cómo explicar la similitud de las expresiones, sobre todo en el caso de Elías y el que trae Isaías referido a la “restauración de las tribus de Jacob? Nos parece que la respuesta puede venir de una pequeña distinción: hay que recordar que durante los tres años y medio de la prédica de Elías va a haber una restauración (conversión de muchos judíos, reconstrucción del Templo, existencia de un rey, etc.), pero la misma será precaria y limitada tanto en el tiempo (durará sólo tres años y medio, tras los cuales vendrá el Anticristo, profanará el Templo y matará a los dos testigos y al rey de Israel) como en el espacio, vale decir, estará limitada no a todos los judíos sino a una parte de ellos (los “muchos” de los que habla Daniel en IX, 27). Mientras que la restauración de la que habla Isaías parece ser total y perpetua. Abarca a las naciones, cuyos reyes se postrarán ante Yahvé (v. 6-7); luego los repatriados vienen de todas partes del mundo (v. 12), etc.
Lo mismo puede observarse a través del resto del capítulo.
Sin embargo, la teoría expuesta por el sacerdote español no deja de parecernos atendible, de todas formas.