Pero no adelantemos los
sucesos, que nos falta aún mucho que recorrer antes de llegar a esa meta feliz.
En los días del gran Caudillo aparece el gran Profeta, cuya persona hemos de
rastrear también por la Escritura, aunque con éste somos más afortunados, pues
sabemos quién es y le conocemos por el nombre. La tradición bíblica ha visto en
él a Elías y hácele precursor del
Señor en su segunda venida al mundo.
Recuérdese que a la
restauración universal se la menciona como tiempo límite a la quedada del Señor
en el cielo, quem oportet quidem caelum
suscipere usque in tempora restitutionis ómnium (Act. III, 21). Pues bien, de Elías
dice el Señor por S. Mateo: Elias quidem venturus est, et restituet omnia
(Mt. XVII, 11); y por S. Marcos: Elias, cum venerit restituet omnia (Mc. IX, 11). Ahí tenéis la restitutio
omnium atribuída en términos formales a Elías por el mismo Cristo.
Lo del «primo» de la respuesta se explica
por el “primum” de la pregunta, igual en ambos evangelistas: Antes de venir el
Mesías, ¿no había de venir primero (primum)
Elías? Pues bien, cuando venga primero,
ha de restituir todas las cosas.
Elías, pues, entenderá en la obra de la restauración universal, que
tendrá lugar antes que venga, es decir, antes que vuelva, el Mesías y el Mesías
no se tardará mucho, una vez puesta en marcha esa restauración, pues se pone
ahí, según acabamos de ver, como término de su quedada en el cielo.
Hoy, empero, comienza a cundir la idea de que, pues Elías ya vino en la
persona del Bautista, no hay más que esperar en este caso; y con esta orientación,
o desorientación, exegética, llegan hasta escribirse tesis doctorales. Es una
de tantas bien intencionadas secuelas del alegorismo transcedente, de tendencia
espiritualista. Si cuanto los Profetas anunciaron sobre el reino mesiano se ha
cumplido ya en la Iglesia histórica, y gozamos ya felizmente de la prometida
paz universal, no obstante la protesta de la Historia y del propio divino
Maestro, que dijo no haber venido a traer la paz, sino la guerra (Mt. X, 34; Lc.
XII, 51) ¿qué mucho se deje a un lado al heraldo del gran Rey y de su pacífico
reinado? nam quod quis habet, quid
sperat?
Y en confirmación de esa
sentencia se alegan dos declaraciones del mismo Cristo.
La primera son las
palabras que, a manera de corrección, añadió a las ya citadas, y que suenan así
en S. Mateo: Dico autem vobis quia Elias venit, el non cognoverunt eum, etc. Tunc intellexerunt discipuli quia de Joanne
Baptista dixisset eis (Mt. XVII, 12,
13). Pero en S. Marcos dice con
más explicítud: Sed dico vobis quia et
Elias venit (Mc. IX, 11). Nótese bien la copulativa «et» (también),
que es la clave de la solución: Elías
veniet et Elias venit. Vino en la
persona del Bautista, de quien se dijo que precedería al Señor in spiritu et virtute Eliae (Lc. I, 17), y vendrá en su propia persona a impulsar la esperada restauración de
todas las cosas en Cristo.
La otra declaración parece
más apremiante, mas eso es sólo en una parcial inteligencia de la sentencia del
Maestro. Termina así el panegírico del Bautista: Si vultis recipere, ipse est Elias, qui venturus est (Mt. XI, 14). Pero enseguida añade: Qui habet aures audiendi, audiat (Mt. XI, 15).
Ahora bien, según un principio hermenéutico de S. Jerónimo que era preciso
tener en cuenta, quando ad intellingentiam
provocumur, mysticum monstratur esse quod dictum est (Hier. Comm. in Mt. XXIV),
es decir, que en tales casos, bajo el velo de la letra hay otro sentido oculto
que se nos invita a escudriñar. En otros cuatro pasajes del Evangelio usa el
Señor de la misma advertencia, y en todos ellos es para avisarnos de ese
segundo recóndito sentido, cual es el caso de los símiles y parábolas (Mt. XIII,
9.43; Mc. IV, 9.23; VII, 16; Lc. VIII, 8). Una expresión semejante: qui legit intelligat (Mt. XXIV, 15; Mc. XIII,
14), emplea en el discurso escatológico, según la redacción de S. Mateo y de S.
Marcos, para señalar bajo la desolación histórica de Jerusalén por los romanos, la desolación escatológica, obra
del último anticristo, que es la que luego desarrolla. Por eso S. Lucas (cap. XXI),
que se limita a la desolación histórica, omite ese toque de atención[1].
A la misma conclusión nos lleva un aviso parecido, puesto al final de
cada una de las cartas apocalípticas: Qui
habet aurem, audiat quid Spiritus dicat ecclesiis (Ap. II, 7.11.17.29; III,
6.13.22), para insinuar con ello el doble sentido de las cartas, uno literal,
expresión del estado de cada una de las siete iglesias, y el otro mísitco o
espiritual (quid Spiritus dicat), relativo
a la Iglesia universal (dicat ecclesiis),
dibujado como en un croquis en la vida de las siete conocidas iglesias del Asia
proconsular. Así ya varios intérpretes[2].
Es, pues, mucha verdad el
principio hermenéutico asentado por el Doctor Máximo: quando ad intellingentiam provocumur, mysticum monstratur esse quod
dictum est. Es decir, se insinúan en el caso dos sentidos, el uno literal y
el otro místico o espiritual de buena ley, en sus especies de típico,
simbólico, parabólico y demás. Y según esto, en la expresión «ipse est Elias»,
bajo la letra que alude al gran profeta, tenemos indicado al gran bautista, que
es un Elías en espíritu. Es solución
que, como sabemos, dió ya S. Gregorio
(hom. 7, in Ev.) y no hay por qué enmendarle
la plana en este punto.
Como se ve, no queda nada
en pie de cuanto los adversarios de Elías
redivivo habían fabricado sobre las palabras del Señor, que bien entendidas se
vuelven contra ellos. Queda, en cambio, en pie la existencia de una futura
restauración universal, asegurada por S.
Pedro (Act. III, 21), y la palabra
de Jesús, haciendo autor o promotor principal
de ella al grande Elías en su vuelta
al mundo, para preparar los caminos a la vuelta del Señor: Elias quidem veniet et restituet omnia (Mt., Mc., l. c.). Y al
hacer el Maestro esta afirmación no revela nada nuevo; se limita a refrendar la
tradición judaica sobre Elías, de la
que es hija la cristiana.
* * *
La dicha tradición Eliana
tiene fundamentos excelentes. El autor del Eclesiástico,
aludiendo a su traslación misteriosa (II
Reg. II, 11), dice de él: qui
receptus es in turbine ignis, in curru equorum igneorum: qui scriptus es in
judiciis temporum, lenire iracundiam Domini, conciliare cor patris ad filium,
et restituere tribus Jacob (Ecco. XLVIII,
9.10). Las variantes del texto hebreo modernamente descubierto, no tienen
importancia desde el punto de vista del sentido, salvo el inciso «in judiciis
temporum», que en el dicho texto es «paratus ad tempus», con una significación
más transparente. Nótese, ante todo, la expresión “restituere tribus Jacob” que
nos pone en la pista de la gran restauración atribuida a Elías desde Isaías (cap. XLIX) hasta el Apocalipsis (cap. VII).
Con el inciso «scriptus
es» nos avisa el autor que tampoco él revela nada nuevo, sino que no hace más
sue transmitir una tradición, consignada ya antes por escrito. Y en efecto, el
Señor por Malaquías, había ya dicho de él: Ecce
ego mittam vobis Eliam prophetam, antequam veniat dies Domini magnus et
horribilis. Et convertet cor pa-trum
ad filios, et cor filiorum ad patres eorum; ne forte veniarn et percutiam
terram anathemate (Mal. IV, 5.6). Ese día grande y
horrible, en que el Señor viene dispuesto a exterminarlo todo de sobre la
tierra, no es ciertamente la primera venida en que se presentó manso y humilde,
como un cordero preparado al sacrificio, como que no fué enviado a juzgar, sino
a salvar el mundo (Jn. III, 17),
haciendo, por decirlo así, la vista gorda sobre sus pasados extravíos (Act. XVII, 30; Rom. III, 25; al.), sino
la segunda, en que sin dejar de ser cordero (Ap. VI, 17), se presentará como león (Ap. VI, 17), que aturdirá a sus enemigo.
Que no se nos diga, pues,
que Elías vino ya, y en consecuencia
que no hay más que esperar. Vino en la imagen viva de Juan el Bautista, a preparar los senderos al Mesías sacerdote y
víctima expiatoria; falta que venga en persona, a preparar lo caminos al Mesías
rey[3].
En las palabras ya leídas
del libro del Eclesiástico, su
autor, dirigiéndose a Elías, le dice
que está escrito de él (scriptus es),
cómo ha sido reservado para un cierto tiempo (paratus ad tempus, del hebr.), con este triple fin: 1) lenire iracundiam Domini, 2) conciliare
cor patris ad filium; 3) restituere tribus Jacob. Lo primero y lo segundo lo hemos visto
escrito en Malaquías. Lo tercero lo hallaréis en Isaías, donde respondiendo Yavé
a las impaciencias de su siervo, le dice: Parum est ut sis mihi servus ad suscitandas tribus Jacob, et fæces
Israël convertendas: ecce dedi te in lucem gentium, ut sis salus mea usque ad
extremum terræ (Is. XLIX, 6). Es
el final de una de las perícopas relativas al siervo de Yavé. Gemela de ésta es
la que en el capítulo siguiente comienza así, ligeramente corregida: «El Señor Yavé me dió lenguaje de discípulo,
para que sepa usar con el desmayado palabras de aliento. Cada mañana me despierta
la oreja para que oiga como buen discípulo, etc. (Is. L, 4-6).
Extraño empeño el de tantos modernos exégetas por incluir estas perícopas
entre las del siervo de Yavé por excelencia, es decir, del Mesias paciente,
para luego no acertar a armonizarlas con las exigencias del contexto
(v. Vaccari, La Redenzione, Roma, 1933, páginas 7, ss.). Más cauto, Santo Tomás dice que el siervo que habla en la primera,
puede ser el propio Isaías (v. Knabenbauer,
in l.), y lo mismo afirma S. Juan Crisóstomo de la segunda (v. Feldmann, Knecht, página 36). La
liturgia, leyendo este pasaje en la fiesta del Bautista, nos orienta delicadamente
hacia el verdadero personaje que ahí se oculta. Y la cita implítica del paso de
Isaías por el Sirácida acerca del restaurador de las tribus de Jacob, nos
convence de que Elías, y no otro, es ése misterioso personaje.
Su labor, empero, no se limitará a restablecer las tribus de Jacob. Eso
sería muy poco para su celo ardiente y avasallador, bien conocido por la
Historia. El Señor le ha puesto, como a S. Pablo, para ser también la luz de
los gentiles y llevar el mensaje de la salud hasta los extremos de la tierra (Is. XLIX, 6; cf. Act. XIII, 47). Su obra de restauración tiene un alcance
universal. ¿Queréis ver puesta en acto la universal y saludable empresa del profeta? Pues leed todo entero el capítulo VII del Apocalipsis donde
veréis surgir del Oriente a un mensajero de paz, con la señal del Dios vivo en
la mano, y tras los señalados por él de cada tribu de Israel, contemplaréis una
turba innúmera recogida de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas,
puestas todas bajo el cayado del pastor divino, donde, por cierto, entre otras
cosas muy notables, insertanse unas alabras tomadas de este paso de Isaías: Non esurient neque sitient amplius, neque cadet super illos sol nec
ullus aestus, etc. (Ap. VII, 16;
de Is. XLIX, 10).
Con esto creemos haber
revelado suficientemente la figura colosal del grande Elías, desde Isaías
hasta el Apocalipsis, pasando por Malaquías, la Sabiduría del hijo de Sirác y el Evangelio[4].
Dado este primer paso,
sería ahora por demás interesante el aplicar uno por uno a la persona de Elías los rasgos característicos de
esas decripciones proféticas. Mas esa aplicación nos llevaría muy lejos, y así,
nos hemos de contentar con señalar sólo algunos más salientes, y primeramente
el de la saeta guardada en la aljaba —in
pharethra sua abscondit me (Is. XLIX,
2) —. ¡Vaya pincelada maestra para significar el misterioso y temporal
ocultamiento del profeta!
Pues ya, ¿qué decir de las
palabras de excitación y aliento que salen de su boca? Sembradas están por todo
el resto del discurso Eliano: Audite
me..., attendite ad Abraham..., attendite ad me..., levate in caelum oculos...
(Is. LI, 1, ss.); consurge, consurge, induere fortitudinern brachium Domini (Is. LI, 9); elevare,
elevare, consurge Jerusalem (Is. LI,
17); consurge, consurge, induere
fortitudine..., excutere de pulvere, consurge, sede Jerusalen; solve vincula
colli tui captiva filia Sion (Is. LII,
1.2). Es una reproducción de lo que
dijo de él el autor del Eclesiástico: Surrexit
Elias propheta quasi ignis, et verburn ipsius quasi facula ardebat (Ecco. XLVIII, 1).
No es menos característica
de Elías la intrepidez retadora de
este siervo de Yavé: Juxta est qui justificat
me, quis contradicet mihi? Stemus simul.
Quis est adversarius meus? Accedat ad me (Is. L,
8). ¡Qué contraste tan flagrante con la figura mansa y
humilde del Mesías paciente (Is. cap. LIII;
cf. XLII, 1-4), a quien se querría
aplicar la hipotiposis! Ni con eso intentamos rebajar la virtud de Elías en lo más mínimo. ¿Rebaja acaso Cristo la de Juan, cuando nos da una semblanza de sí en contraste con la de él?
(Mt. XI, 18.19).
Finalmente, esa señal del
Dios vivo e inmortal, con que el ángel surgido del Oriente (Ap. VII, 2) es decir, Elías redivivo, señala a los escogidos
en prenda de inmunidad (Ap. IX, 4), y en contraste con la señal del
dios mortal, con que otro profeta señalará a los secuaces de la bestia (Ap. XIII, 16.17), no puede ser otra que
el carácter de cristiano, es decir, el bautismal, con que Elías señalará a su pueblo, al convertirlo al cristianismo y a
cuantos vueltos por su ministerio de la apostasía, o convertidos de la
idolatría, se le agregarán sucesivamente, para formar de hecho en adelante un
solo rebaño bajo el cayado de un solo pastor. Elías pues, como Juan
será un gran bautista pero mejorado.
* * *
Así tenemos, apenas
desbastadas, dos de las piedras angulares de la restauración futura: al gran
Caudillo, retoño de la dinastía davídica, y al gran Profeta, Elías redivivo. Isaías habla de ambos distintamente, y muy de propósito, en la
segunda parte de su profecía, donde, tras una introducción general a esta
segunda parte (cap. XL), les dedica sendos magníficos poemas, que
comienzan con gran entonación y de una manera semejante.
Dice así el comienzo del poema sobre el gran Caudillo:
Taceant ad me insulae, et gentes mutent fortitudinem:
accedant et tunc loquantur, simul ad judicium propinquemus. Quis suscitavit ab
oriente justum (lit. «al justicia»),
vocavit eum ut sequeretur se? Dabit in conspectu ejus gentes, et reges obtinebit;
dabit quasi pulverum gladio ejus, sicut stipulam vento raptam arcui ejus,
etc. (Is. XLI, 1, ss.).
Y el comienzo del poema sobre el gran Profeta es de esta manera: Audite insulae, el attendite populi de longe:
Dominus ab utero vocavit me, de ventre matris meae recordatus est nominis mei. Et posuit os meum quasi gladium acutum, in umbra
manus suae protexit me, et posuit me sicut sagittam electam; in pharethra sua abscondit
me, etcétera (Is. XLIX, 11, ss.). Vuelve a tomar
la palabra el mismo profeta en Is. L,4: Dominus
dedit mihi linguam eruditam, es decir de aprendiz ejercitado, etc, para no callar hasta el final del poema en Is. LII, 6.
[1] Nota del Blog: sobre la
estructura del llamado Discurso Parusíaco, cfr. nuestra serie de artículos AQUI
[2] Nota del Blog: Nos parece
que también puede agregarse a estas frases que indican algún misterio a desentrañar, el “oráculo de
Yahvé” que se lee a menudo en los profetas.
[3] Nota del Blog: ¿Será que
así como el Bautista, hijo de un sacerdote,
vino “a preparar los senderos al Mesías sacerdote y víctima expiatoria”, Elías, que ha de venir “a preparar lo
caminos al Mesías rey”, era hijo de un rey?
[4] Nota del Blog: ¿Qué decir
de todo esto? Primero veamos lo que dicen Straubinger
y Lacunza al respecto:
a) Straubinger, comentando Is. XLIX, 6, dice: “Restaurar las tribus de… Israel: Esto se
dice de Elías de su segunda venida (Ecli. XLVIII, 10). La liturgia lee este
pasaje en la fiesta del Bautista que
cumple un oficio semejante al de Elías.
De ahí que haya sido propuesta la
hipótesis de referir este verso al gran profeta Elías. Sin embargo San Pablo y San Bernabé parecen referirlo a Cristo cuando
lo citan en Hech. XIII, 47 para justificar su paso a los gentiles cuando los
judíos se opusieron a la predicación del Evangelio”.
Todo parece
indicar que Straubinger está
aludiendo a este pasaje de Ramos García, sin concordar con su
interpretación.
b) Lacunza, en su Fenómeno V, aspecto III, párrafo V dice:
“… sólo quisiera hacer advertir o hacer reparar una cosa, que me parece
clarísima en Isaías, sin la cual no
alcanzo cómo pueda entenderse esta profecía de un modo seguido y natural. Lo
que deseo hacer reparar es que desde el
cap. XLIX (cuando menos hasta el LXVI que es el último) se nota clara y distintamente
que todo es una conversación o una especie de diálogo, en que se ven hablar
tres personas, esto es: Dios, el Mesías y Sión. Y todo cuanto hablan parece que
es sobre un mismo asunto, o interés, sin salir de él, ni divertir la atención a
otra cosa.
La primera persona que habla es Dios; y es bien fácil observar que
siempre que habla (que es pocas veces y pocas palabras) o habla con el Mesías o
habla con Sión. La segunda es el Mesías mismo; Él es el que abre la
conversación y hace en toda ella como el papel principal… la tercera persona que habla es la misma Sión, con quien se habla, en la cual se
ve una grande y prodigiosa variedad de afectos, todos buenos, todos santos,
todos conducentes para la salud o que ya la suponen…”.
Claramente se
ve, pues, que Lacunza tampoco
comparte lo que dice Ramos García.
Por nuestra
parte ¿qué podemos decir? Vamos de lo más seguro a lo que nos genera algunas
dudas:
1) El ángel del cap. VII creemos
que es San Gabriel. Cfr. AQUI.
2) Las citas de Apoc. VII, 16 e
Is. XLIX, 10, a pesar de las
similitudes en las formas, se refieren a dos grupos de personas muy diversos:
los del Apocalipsis son los mártires del Anticristo,
como puede verse por el hecho de que vienen de “la gran tribulación”, término quasi técnico para designar la
persecución del Anticristo.
La cita de Isaías, por su parte, se refiere
claramente a Israel y a su restauración. No se habla de mártires o de almas,
sino de un grupo de personas. Fácilmente se ve que habla del fin del cautiverio
de su pueblo (v. 12).
Ahora bien ¿cómo
explicar la similitud de las expresiones, sobre todo en el caso de Elías y el que trae Isaías referido a la “restauración de
las tribus de Jacob? Nos parece que
la respuesta puede venir de una pequeña distinción:
hay que recordar que durante los tres
años y medio de la prédica de Elías va a haber una restauración (conversión
de muchos judíos, reconstrucción del Templo, existencia de un rey, etc.), pero la misma será precaria y limitada
tanto en el tiempo (durará sólo tres años y medio, tras los cuales vendrá
el Anticristo, profanará el Templo y
matará a los dos testigos y al rey de Israel) como en el espacio, vale decir, estará limitada no a todos los
judíos sino a una parte de ellos (los “muchos” de los que habla Daniel en IX, 27). Mientras que la
restauración de la que habla Isaías parece ser total y perpetua. Abarca a
las naciones, cuyos reyes se postrarán ante Yahvé (v. 6-7); luego los repatriados vienen de todas partes del mundo (v. 12), etc.
Lo mismo puede observarse
a través del resto del capítulo.
Sin embargo, la
teoría expuesta por el sacerdote español no deja de parecernos atendible, de todas
formas.