Parte Tercera
LA IGLESIA UNIVERSAL
Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios y Pontífice
eterno según el orden de Melquisedec,
de quien dimana todo nombre y todo poder sacerdotal, es para siempre la cabeza
única de la Iglesia universal.
De Él toma ésta su vida; Él la forma de los elementos de la antigua humanidad
regenerada en Él. A su llamada sale la Iglesia, no ya de la nada como la
primera creación, sino «de las tinieblas y de la sombra de la muerte» (Lc I,
79), y viene a la «admirable luz» (II Pe II, 9) de su palabra.
Él es el maestro único de
su fe, maestro verídico con la veracidad misma de Dios. No solamente le enseña
toda verdad, sino que la lava en su sangre, la hace vivir de su propia
sustancia, la anima con su Espíritu; a través de los siglos, por los
sacramentos que Él instituyó, como por otros tantos ríos con que riega esta
tierra nueva y este jardín de delicias, hace correr los torrentes inagotables y
vivificantes de su sangre y los méritos de su sacrificio.
Finalmente, en esta Iglesia que se convierte en su
sustancia, en «carne de su carne y
huesos de sus huesos» (Gén. II, 23), y en su verdadera esposa, a Él solo
pertenece todo poder y toda autoridad. Él es su rey, su legislador y su juez.
Como hemos vista, Él le ha comunicado, como a su verdadera
esposa, parte de todas sus prerrogativas. Él la ha hecho madre de sus
hijos; Él la ha asociado a su gobierno y la ha revestido de su majestad,
coronándola como a una reina y llamándola a compartir su trono.
Por esto formó el colegio
episcopal, en el que la Iglesia universal toma parte en las operaciones y en la
autoridad de su cabeza, y por esto Él mismo es llamado verdaderamente la
Iglesia porque, como parte principal y excelente, reúne en Sí, como en su
principio fecundo, toda la multitud de los fieles y los contiene jerárquicamente.
Jesucristo es maestro; el colegio episcopal lo es con Él. Jesucristo es pontífice;
los obispos lo son con Él. Jesucristo es rey, legislador y juez; los obispos reinan
con Él, hacen con Él leyes y cánones, juzgan con Él.
En esta parte, en la que
nos proponemos estudiar más a fondo la constitución esencial y la vida de la
Iglesia universal, debemos tratar primeramente de la acción de esta cabeza
augusta, para tratar luego del episcopado en cuanto concurre a la formación y a
la vida de la Iglesia universal. Ésta será nuestra división natural.