Alguien pensará tal vez
que esta misión de Henokh y Elías para resistir al anticristo, más
que obra de restauración, es obra de defensa y no deja de tener visos de verdad
la observación. Y es que en la misión de Elías
hay que distinguir dos períodos, y mejor tal vez dos misiones sucesivas, la
primera de Elías sólo para antes de
la aparición del anticristo y comienzos del reino anticristiano, y la otra de Henokh y Elías juntos, en las postrimerías del mismo, dicho el reinado de la
bestia rediviva (Ap. XI, 7; XIII, 3; XVII,
11). En la primera misión es cuando Elías,
como auxiliar extraordinario de entrambas potestades, promueve más propiamente
la obra de la restauración universal y en ella la de Israel que es su parte
principal; y en la segunda, juntamente con Henokh,
continúa y sostiene hasta donde puede su obra restauradora en contra del
anticristo; y cuando éste logra apoderarse de los dos y darles muerte, no resta
sino esperar el advenimiento o intervención personal de Cristo[1].
La primera misión, esto
es, la de Elías solo, está
significada en el interludio al sexto sello, que comienza así: Post hæc vidi quatuor angelos stantes super
quatuor angulos terræ, tenentes quatuor ventos terræ, ne flarent super terram,
neque super mare, neque in ullam arborem. Et vidi alterum angelum (éste
sería Elías[2]) ascendentem ab ortu solis, habentem signum
Dei vivi: et clamavit voce magna quatuor angelis, quibus datum est nocere terræ
et mari, dicens: Nolite nocere terræ, et mari, neque arboribus, quoadusque
signemus servos Dei nostri in frontibus eorum, etc. (Ap. VII, 1-3).
La segunda misión, esto
es, la de Henokh y Elías juntos, viene significada poco
después en el interludio de la sexta trompeta, que comienza de esta manera: Et vidi alium angelum fortem descendentem de
cælo amictum nube, et iris in capite ejus, et facies ejus erat ut sol, et pedes
ejus tamquam columnæ ignis: et habebat in manu sua libellum apertum: et posuit
pedem suum dextrum super mare, sinistrum autem super terram, etc. (Ap. X, 1-11, 14).
Dejando otros pormenores, que sería sabroso declarar[3], este ángel fuerte nos parece el arcángel
S. Gabriel (la fortaleza de Dios), quien tiene, como sabemos, el encargo
especial de anunciar el misterio evangélico[4].
Sus dos pies significarían cabalmente a estos dos profetas, en plan de portadores
obligados del evangélico mensaje según aquello de S. Pablo a los Romanos: Quam speciosi pedes evangelizantium pacem,
evangelizantium bona (Rom. X, 15;
cf. Is. LII, 7; Nah. I, 15), y el
consejo que daba a los Efesios de
estar calceati pedes in praeparatione
evangelii pacis (Eph. VI, 15),
pues según se le muestra luego a S. Juan
por medio de visiones y acciones simbólicas, parece se concederá entonces una
nueva evangelización a la humanidad descreída: Oportet te iterum prophetare
gentibus, et populis, et linguis, et regibus multis (Apoc. X, 11);
y esto, como se ve, pertenece todavía de lleno a la obra de
la restauración universal. Aparecen seguidamente estos dos profetas
predicadores, como testigos abonados de la verdad, la que sostienen a fuerza de
milagros, cuales otros apóstoles de Cristo, cuyo oficio más propio es el de ser
testigos del misterio cristiano (Lc. XXIV, 28; Act. I, 8.22; II, 32; IV, 33; V, 32; X,
39.42; I Pet. V, 1; Jn. XIX,
35; XXI, 24; I Jn. I, 2; Ap. I, 2.9; al.).
Et cum finierint testimonium suum, bestia quae ascendit de abysso
(el anticristo redivivo) faciet adversos eos bellum, el vincet illos,
et occidet eos, etc. (Ap. XI, 7).
Con la muerte de estos dos
profetas -que así los llama en términos S.
Juan (Ap. XI, 10; cf. X, 11; XI, 3.6)- queda la Iglesia
destituida de todo auxilio externo y a merced de la furia infernal del anticristo. Algún tiempo antes había desaparecido el gran Caudillo (Ap. XII, 5; cf. Is. XXII, 25), y sido
extinguido el orden eclesiástico (Dn.
IX, 27; XII, 11; cf. VIII, 10-14);
ahora la bestia logra dar muerte a los dos grandes profetas, que parecían invencibles.
No queda nadie que pueda resistir eficazmente al anticristo; es tiempo de que Cristo
venga o intervenga personalmente para salvar su causa, y lo hará como canta magníficamente el profeta Isaías:
Vidit Dominus, et malum apparuit in oculis ejus, quia
non est judicium. Et vidit quia non est vir, et aporiatus est, quia non est qui
occurrat; et salvavit sibi brachium suum, et justitia ejus ipsa confirmavit
eum. Indutus est justitia ut lorica, et galea salutis in capite ejus; indutus
est vestimentis ultionis, et opertus est quasi pallio zeli: sicut ad vindictam
quasi ad retributionem indignationis hostibus suis, etc.
(Is. LIX, 15-18; cf. Sap. V, 17 ss).
Conclusión y conclusiones.
No podemos seguir los
pasos al héroe divino, que nos llevaría muy lejos, y es fuerza detenerse aquí.
Sólo advertiré que no viene todavía a juzgar a los muertos en el juicio final, sino a establecer y mantener la
justicia en la tierra, eliminando de ella las causas externas de toda
turbación, comprendidas en el mundo con sus escándalos (Mt. XIII, 41) y el demonio con sus seducciones (Ap. XX, 1-3). Quedan así fuera de
combate la gran ramera con sus refinamientos, el anticristo con sus huestes y el dragón con sus satélites y sucede
la paz universal en el tercer mundo de que nos habla S. Pedro cuando dice: Novos vero
coelos et novam terram, secondum promissa ipsius expectamus, in quibus justitia
habitat (II Pet. IV, 13); y la
Jerusalén celeste puede aterrizar seguramente, para celebrar entre los hombres
sus bodas con el Cordero (Ap. Capítulos
XXI y XXII = XIX, 6-10).
Como preoaración próxima a
todo este nuevo orden de cosas, preséntase la restauración universal (Act. III, 21), y en ella, como parte primera
y principal, la restitución del reino a Israel (Act. I, 6), lo cual implica la hegemonía teocrática de este pueblo
sobre todos los demás, según se le tiene cien veces prometido, prerrogativa
ésta que él perdió al renegar del Mesías verdadero, y que hallará de nuevo en
el Mesías al convertirse sinceramente a Él, entrando como pueblo en la Iglesia
católica, la cual, desde ese momento, queda autornáticamente provista y
ataviada con el pleno ejercicio no sólo del sacerdocio, que ya tiene, sino
también de la realeza, que le traerá Israel; poderes ambos de derecho cristiano
positivo, los cuales ella ejercerá por medio de dos distintos vicarios de Cristo, el uno para lo espiritual el
otro para lo temporal, con perfecta armonía entre ambos coronados (Zac. VI, 13). Y de esta manera, y no de
otra, llegará a ser un hecho la recapitulación de todas las cosas en Cristo (Eph. I, 10) y la
consiguiente evacuación de todo otro poder que no sea el suyo (I Cor. XV, 24.25 cf. VI, 2): Et nunc reges intelligite.
Heredero del dragón rojo,
el último anticristo intenta desbaratar ese nuevo y viejo orden de la cosa
pública, asentado sobre la doble potestad de Cristo rey y sacérdote, y tras la desaparición del vicario temporal
(Ap. XII, 5), perpetra la supresión del
vicario espiritual con toda su jerarquía (cf. Dn. IX, 27; XII, 11; al.), y se apresta a dar muerte a sus dos
celestes auxiliares, llamados los dos testigos o profetas, obtenida la cual (Ap. XI, 7), ya no resta más que hacer
sino que venga Cristo en persona a
salvar su obra, haciendo valer los derechos de su soberanía (Ap. XI, 15 ss.). Y, en efecto, Cristo vendrá, o intervendrá, para establecer la justicia en la tierra con
el juicio universal o de vivos, y mantenerla luego con el reinado subsiguiente,
en que vienen a converger todos los antiguos vaticinios sobre el reino mesiano.
Y sólo después de este reinado, que es la última perspectiva de los profetas de
Israel, tiene lugar el juicio final o de muertos, cuyo conocimiento es debido a
una revelación reciente, genuinamente cristiana y apostólica (Mt. XXV, 31 ss.; Ap. XX, 11 ss.).
Pregúntase, pues, ahora:
Al establecer Cristo la justicia en la tierra con el juicio universal,
¿restablecerá también en su puesto a sus dos vicarios teocráticos? Creemos que
sí; y si no, nos sería difícil probarlo, pero rebasa el ámbito de nuestro tema.
¿Se quedará, además, Cristo con sus
Santos a reinar aqui visiblemente? No
hay manera de probarlo, antes hay muchas razones que hacen por la contraria. ¿A
qué, si no, el gobierno por vicarios? Amén
de que los cuerpos resucitados no son naturalmente visibles a ojo mortal (v.
nuestra Summa isagógico-exegetica, II, pág. 280-281). ¿Se quedará acaso invisiblemente, como entre bastidores, o del todo no
se quedará porque aun no vino en realidad, sino que intervino solamente? Es
cuestión que han de tratar entre sí amigablemente interventistas y adventistas.
Lo que nosotros no podemos en manera
alguna admitir es el empeño de espiritualizar sobre este tema, y desarticulando
las futuras realidades, bien trabadas entre sí por la revelación, decir que
unas ya se cumplieron con la primera venida de Cristo, y las que no, que se cumplirán
en un juicio final mal pergeñado.
Si con mis observaciones y
toques de atención he logrado persuadir sobre este punto a mis lectores, o
siquiera hacerles desconfiar de ciertas posiciones, más que falsas, defectuosas,
me daré por suficientemente satisfecho.
Santo
Domingo de la Calzada, Colegio Mayor de PP. Misioneros,
20
de Mayo de 1946.
JOSÉ RAMOS GARCÍA, C.M.F.
[1] Nota del Blog: ver lo que
dijimos más arriba sobre este error.
[3] Según una revelación privada, hecha al Bto. Antonio Maria Claret, ese ángel fuerte sería él mismo, que
puso primero el pie derecho en el mar (Canarias y Cuba) y luego el izquierdo en
tierra firme (España); y los siete truenos, que a su rugido de él articularon
sus voces, serían los misioneros de la Conregación por él fundada (Autobiografía del Bto., parte III, pag.
18). Es una linda acomodación hecha por el mismo Cristo, que certeramente nos orienta acerca del sentido evangélico
de todo este pasaje (Ramos García).
[4] Nota del Blog: No nos
acordábamos de este pasaje de Ramos
García cuando publicamos nuestro ensayo sobre San Gabriel. Sirva, pues, como otro testimonio a su favor.