Nota del Blog: el siguiente texto, con algunas observaciones muy interesantes, está tomado del comentario al Apocalipsis del Padre E. Sylvester Berry, pag. 189 ss.
The original text may be seen HERE
La posición del P. Berry es la que Van Rixtel denomina "no-milenarista" y a él nos remitimos, especialmente en su Capítulo Seis.
II
Un texto de E. Sylvester Berry sobre el Milenio
“Las
palabras de San Pablo a los Tesalonicenses prueban claramente que
el Anticristo debe ser un individuo,
y nuestro estudio del Apocalipsis muestra que todavía no ha aparecido en el
mundo. Pero prácticamente todos los
intérpretes que aceptan estas conclusiones, toman el reino del Anticristo como
un preludio del juicio final y del fin del mundo. Luego, contrariamente al
sentido natural de las Escrituras, colocan el reino universal de Cristo antes
del tiempo del Anticristo. Esto, a su vez, hace del encadenamiento del Dragón,
un difícil problema. Algunos lo refieren a los tiempos de la muerte del
Salvador o a Pentecostés. Otros fijan la fecha en la conversión de Constantino,
el reino de Carlomagno, la caída del imperio occidental, o la toma do Constantinopla
por los turcos, todas fechas arbitrarias como se ve por la gran divergencia.
Una atenta lectura del Apocalipsis muestra claramente que
el Anticristo aparecerá muchos siglos antes del juicio final y del fin del
mundo.
De hecho, su reino será el último intento de Satanás por prevenir el reino
universal de Cristo en este mundo. Desde Pentecostés, la Iglesia ha estado
involucrada en una guerra perpetua. El
judaísmo fue su primer enemigo; luego siguieron el Arrianismo, el Mahometismo,
el cisma griego, la reforma y las sociedades secretas que promovieron el
ateísmo y el racionalismo. Hoy en día está luchando contra el indiferentismo y
contra un recrudecimiento del paganismo. El reino del Anticristo va a ser el conflicto final en esta lucha prolongada contra
el poder de las tinieblas.
Después de la derrota del Anticristo las naciones
gentiles retornarán a la Iglesia y los judíos van a entrar en su redil.
Entonces se cumplirán las palabras de Cristo: “Habrá un solo rebaño y un solo
pastor”. Desafortunadamente el pecado y el mal no habrán
desaparecido completamente, los buenos y los malos estarán mezclados en la
Iglesia, aunque los buenos predominarán. Después de muchos siglos, simbolizados
por mil años, la fe va a disminuir y la caridad se enfriará debido a la larga
paz y seguridad que habrá gozado la Iglesia. Luego Satanás, desencadenado por un poco de tiempo, va a seducir a
muchas naciones (Gog y Magog) para hacerle la guerra a la Iglesia y perseguir a
los fieles. Estas naciones apóstatas van a ser inmediatamente reprimidas con un
diluvio de fuego y la Iglesia va a salir de nuevo triunfante. El juicio
general y el fin del mundo van a estar entonces cerca. Los hombres vivirán
expectantes hasta que Nuestro Señor aparezca en las nubes con la rapidez de un
rayo (Mt. XXIV, 27).
El establecimiento de la Iglesia sobre todas las naciones
está profetizado casi en cada página de la Sagrada Escritura (Sal. LXXI, 8-9;
LXXXV, 9; Is. IX, 7; Dan. VII, 27; Zac. IX, 10)[1].
Los
Apóstoles fueron enviados a predicar el Evangelio a todas las naciones y a
todas las creaturas (Mt. XXVIII, 16[2])
y San Pablo le aplica a ellos las
palabras del salmista: “Por toda la tierra se oye su sonido y sus acentos hasta
los confines del orbe” (Rom. X, 18; Sal.
XVII, 5). ¿Puede creerse que
estas profecías se cumplieron por la conversión de unos pocos miles de almas en
varios países paganos del mundo? ¿Podemos admitir que un mundo impregnado en
paganismo y dividido con cismas y herejías es el único resultado de la muerte
de Cristo sobre la Cruz? Tal admisión es necesaria si el cierre del abismo y la
atadura de Satanás fuera puesta al comienzo de la cristiandad, y los mil años
del reino de Cristo, antes de la derrota del Anticristo.
Las profecías citadas arriba y cien otras desparramadas
por las Escrituras prueban ciertamente que el reino de Cristo va a ser
verdaderamente universal. Después que las naciones gentiles vuelvan a la fe,
los judíos se someterán también al yugo del Evangelio. San Pablo afirma este
hecho muy claramente en Rom. XI, 15.25-26 (cfr. Is. LIX, 20).
Estas profecías no se cumplirán antes del tiempo del
Anticristo, ya que el Apocalipsis muestra claramente que vendrá a un mundo
acosado por paganismo, apostasía, cisma y herejía (IX, 20-21). Los judíos que todavía no se
hayan convertido, lo aceptarán como Mesías y le ayudarán en su lucha contra la
Iglesia. Recién después de la derrota del Anticristo y el retorno de las
naciones gentiles a la fe, los judíos aceptarán a Cristo como a su vero Mesías.
Entonces comenzará el reino universal de Cristo sobre todos los pueblos y
tribus y lenguas.
Después de la destrucción de Roma en los días del
Anticristo, no quedará sino un montón de ruinas para siempre y un lugar
frecuentado por animales impuros; “la gran ciudad no será hallada más”. Este
hecho unido a las muchas profecías sobre la gloria futura de Jerusalén,
justifica la creencia de que va a ser la ciudad de los Papas y la capital de la
cristiandad desde el tiempo del Anticristo hasta la consumación del mundo.
Creemos que esto no es contrario a la enseñanza de la Iglesia. Muchos teólogos
sostienen que el Papado está unido al episcopado de Roma por divina
institución; sin embargo esto no puede ser un artículo de fe porque no se
encuentra ni en las Escrituras ni en la tradición. Es de fe que el sucesor de
San Pedro es la cabeza de la Iglesia, y en el orden presente de las cosas es de
fe también que el Obispo de Roma es el sucesor de Pedro.[3]
La
transferencia del Papado de Roma a Jerusalén puede ser hecha por un decreto de
un concilio general actuando con el Papa, o por una intervención directa de la
divina Providencia. Los profetas
antiguos profetizaron la gloria futura de Jerusalén cuando vuelva a ser la
Ciudad Santa y la capital espiritual del mundo de donde saldrán las aguas de la
salvación hacia todos los pueblos. Será también la capital de la nación judía
reunida alrededor de ella una vez más (Is. XII, 6; Zac. II, 10.12; VIII,
3.7.8.13; XIV, 7-11; Je. III, 17).
Estas y similares profecías hicieron surgir en el pecho
judío un ansioso deseo por el despertar glorioso de Israel. El pueblo buscaba
el tan esperado Mesías como un gran líder de la restauración. Los Apóstoles
compartían esta expectación de sus compatriotas. Cuando Nuestro Señor les dijo
que el Espíritu Santo iba a venir pronto sobre ellos, le dijeron: “¿Señor, es
este el tiempo en que restableces el reino para Israel?”. Cristo no les dijo
que su expectación era vana, sino que simplemente les dijo: “No os corresponde
a vosotros conocer tiempos y momentos que el Padre ha fijado con su propia autoridad”
(Hech. I, 6-7). Les dijo, en efecto, que el Reino sería restaurado a Israel
pero que no les correspondía conocer el tiempo porque el Padre no lo ha
revelado”.
[1] Muy
forzado. Estos textos se aplican claramente a Israel y no a la Iglesia; por
caso en Is. IX, 7 dice que el Mesías
se sentará “sobre el Trono de David”, que no debemos ni podemos confundir con
la Iglesia.
[3] Tema
extremadamente controvertido que seguramente la gran mayoría de los teólogos rechazaría.
Sobre este tema nada mejor que esta joya de Fenton que está pidiendo a gritos una traducción: The Local Church of Rome.