Las sedes de Pedro.
Anteriormente, ¿había tenido el jefe de los apóstoles su
sede en Jerusalén y en Antioquía como obispo particular de aquellas Iglesias?
Es cierto que, desde los
primeros tiempos, Santiago estuvo establecido como obispo en Jerusalén[1]
por lo cual aquella Iglesia, primogénita entre todas las demás, primer tipo de
las Iglesias particulares, es llamada, a veces, “madre de las Iglesias”[2], San Pedro, residente en Jerusalén,
ejercía allí su cargo supremo, pero no era el obispo propio.
Más dificultades hay a propósito de Antioquía. San Pedro residió ciertamente en
aquella ciudad (Gál. II, 11-14),
gobernando desde allí la Iglesia naciente extendida ya lejos. Y dicha
residencia de siete años[3] se
celebra en la Iglesia, que hace su conmemoración anual. Pero ¿cuál fue su
verdadero carácter?
¿Fue san Pedro propiamente obispo de Antioquía? ¿Fue erigida esta sede
por él mismo, de modo que por el título episcopal, que es de suyo definitivo, y
por una institución, que por esencia es perpetua, hiciera de ella la sede del
sumo pontificado? ¿Y fue luego preciso que desposeyera de su prerrogativa a
esta misma Iglesia de Antioquía para trasladarla a la Iglesia romana a la vez
que se trasladaba él mismo?
En esta primera hipótesis se tropieza con graves dificultades. Por una
parte, los traslados de los obispos, siempre odiosos no parecen haber debido
ser estimulados por un ejemplo tan ilustre. La Iglesia los mira como graves infracciones
a su disciplina y no los admite sino con dispensa. En todas partes los rechazaba
la antigüedad. Pero Roma sobre todo las descartaba con celosa solicitud,
y es sabido qué desórdenes causó el traslado de Formoso, mirado como un hecho
sin precedente hasta entonces[4].
Según la tradición[5] conocía san Pedro, por revelación, su futuro y
definitivo establecimiento en Roma, y
tal dirección divina parecía vedarle aceptar un título episcopal que en su
intención sólo podía ser provisional.
Pero hay más. San León, siempre tan exacto, enseña que desde el comienza y en la
repartición misma que de la evangelización del mundo había hecho san Pedro
entre los apóstoles, él había elegido como su parte personal y su destino la
capital del imperio romano[6].
De esta manera, todas las residencias anteriores de san Pedro en
diversos lugares, en Jerusalén, en Antioquía, en Asia, las reduce a etapas
gloriosas de un viaje apostólico, cuyo término estaba fijado anticipadamente en
su espíritu por Dios, y públicamente ante el colegio de sus hermanos y ante la
Iglesia naciente. Comprometido de antemano y ya desposado, por así decirlo, con
la Iglesia de Roma, ¿podía contraer compromisos de obispo titular con otras
Iglesias? La naturaleza precaria de aquellas permanencias transitorias ¿era compatible
con vínculos duraderos y estables por naturaleza?
Por otra parte, tenemos no
menor dificultad en admitir que la erección de la santa sede no sea a su vez
esencialmente irrevocable y no apareciera desde un principio con este carácter.
A nuestro parecer, san Pedro no debió despojar a la Iglesia de Antioquía
de su prerrogativa una vez conferida, para darla a la de Roma; como sus sucesores,
en medio de las diferentes revoluciones del mundo, no han despojado nunca a
esta sede en favor de ninguna otra Iglesia. ¿Tienen siquiera los papas este
poder? Y si no lo tienen, por lo menos según la doctrina más constante, para no
decir más, ¿conviene asignar sin necesidad a san Pedro un poder que no han
heredado ellos?
La Iglesia de Antioquía se
ha celebrado, a no dudarlo, como «fundada»[7]
por san Pedro y como debiéndole la institución de su patriarcado; pero
ningún texto ha hecho jamás alusión a su pérdida del soberano pontificado,
ligado primeramente por institución a su sede y retirado, luego, de ella por
una revocación expresa de esta disposición.
En una segunda hipótesis san Pedro, obispo de Antioquía, se habría limitado
a establecer allí el episcopado y el patriarcado de Oriente, reservando a Roma,
adonde lo llamaba ya la voz divina, el honor del soberano pontificado.
En este sistema, que
parece, a primera vista, más cómodo, sin hablar de las presunciones desfavorables
del traslado episcopal de san Pedro, que subsisten enteramente, una dificultad
más grande se presenta a la mente. ¿Es
posible que la verdadera sede del episcopado de san Pedro no fuera a la vez la sede
del soberano pontificado? ¿Podían separarse estas dos cualidades?
Y no se alegue el ejemplo
de papas que, juntamente con el sumo pontificado, retuvieron el título de una
sede episcopal: san León IX
(1049-1054) pudo así conservar la sede de Toul mientras ocupaba la de Roma,
siendo simple obispo de Toul a la vez que era sumo pontífice de Roma[8].
Porque en el caso de esta acumulación conserva el sumo pontífice, juntamente
con la sede y la sucesión de san Pedro, la herencia distinta de otro
antepasado y de otro obispado, herencia que no es la de san Pedro y no se confunde con ella. Aquí, en cambio, se trata de
la sede episcopal de san Pedro
mismo. ¿No implica esta sede indivisiblemente, por la naturaleza misma de las
cosas y por la fuerza de la institución divina, el soberano pontificado?
Finalmente, en una tercera hipótesis, san Pedro habría fundado la sede
de Antioquía, pero no la habría ocupado en todo el rigor de los términos.
Recorriendo hasta entonces Oriente ejercía la misión apostólica sin ligarla, a
título permanente, a ningún lugar y todavía no había asumido el título ni el
cuidado de ninguna sede particular.
Reservaba a la Iglesia el honor de ser su única esposa, la Iglesia de su
episcopado y, consiguientemente, de su soberano pontificado. Este título debía
pertenecerle no por traslado, sino por institución primera.
Sin zanjar absolutamente
la cuestión, hasta ahora poco estudiada, y remitiéndola al examen de los
doctos, nos inclinamos a esta última solución.
Los textos de la
antigüedad que se pueden oponer a este sistema no nos parecen perentorios.
Según los más dignos de consideración, san
Pedro “fundó”[9]
la sede de Antioquía, sin decirse precisamente que la ocupara y luego la
abandonara. Conforme al antiguo lenguaje, se expresó fácilmente la residencia
de san Pedro y sus trabajos apostólicos en Antioquía con el nombre de
episcopado; en lo sucesivo no se distinguieron del episcopado de esta Iglesia
sus trabajos apostólicos ejercidos en favor de este pueblo ni se creyó deber
puntualizar con tanta exactitud. Sabernos que en los primeros tiempos el
término de episcopado era susceptible de un sentido amplio y significaba el
gobierno de las almas sin implicar necesariamente la idea del título episcopal
entendido en sentida estricto.
Por lo demás san Pedro, soberano pontífice, tenía y ejercía en todas las
Iglesias, sin tomar sus títulos particulares, la autoridad inmediata, es decir,
el episcopado propiamente dicho, como lo definió el primer concilio Vaticano. Ejerció esta autoridad inmediata en
Jerusalén, como lo muestra el libro de los Hechos, ordenando allí, a la cabeza
de los otros apóstoles, a los diáconos de aquella Iglesia, condenando allí a
Ananías y a Safira, sin perjuicio del episcopado de Santiago (Act. VI, 6; V,
1-10). Así un texto antiguo habla en los mismos términos de la residencia de
san Pedro en Antioquía y de su residencia en Jerusalén sin distinguir la naturaleza
de estas dos residencias[10].
En cuanto a los términos sedere,
praesidere, sedem o cathedram tenere, pueden entenderse muy naturalmente de la simple
residencia. En nuestros días se haba corrientemente de la traslación de la
santa sede de Aviñón, sin que esta expresión, mucho menos exacta, signifique
que la santa sede cesara de ser la sede de Roma para convertirse en la sede de
Aviñón. ¿Por qué exigir una exactitud más rigurosa en los documentos tan raros y
tan breves de la alta antigüedad? Por otra parte, sabemos que san Pedro mismo
ordenó a san Evodio obispo titular de Antioquía durante su permanencia en esta
ciudad[11].
Finalmente, según el uso de
los antiguos, se coloca a la cabeza de los dípticos de las Iglesias a los apóstoles
o a los varones apostólicos que las fundaron con su predicación, aun cuando no
fueran sus verdaderos obispos titulares[12].
Hay de ellos diferentes ejemplos, algunos de los cuales son ilustres.
La sede de Antioquía es en este sentido la sede de san Pedro, como la
sede de Roma es llamada la sede de los santos apóstoles Pedro y Pablo, de san
Pablo conjuntamente con san Pedro, aunque san Pablo no la ocupó ni fue su obispo
titular, como diremos, puesto que el título no se comparte, pero san Pablo
evangelizó a los romanos y con su apostolado trabajó por el establecimiento de
esta augusta señora de las Iglesias. En este sistema que nos parece el más
probable, la sede de Antioquía es llamada la sede de san Pedro en el mismo
sentido amplio en el que la de Roma es atribuida a san Pablo.
La precedencia de la sede patriarcal de Alejandría frente a la de
Antioquía, inexplicable si la sede de Antioquía es la sede de san Pedro, no
ofrece dificultades, ya que estas dos sedes tienen una y otra como primeros
titulares a dos discípulos del príncipe de los apóstoles.
Cualquiera de estas
opiniones que se adopte en este punto particular, no deja de ser un gran espectáculo el de san Pedro encaminándose lentamente,
a través de sus trabajos preparatorios y de las conquistas de su apostolado,
hacia la última y más noble de sus conquistas. Así, en medio de los pueblos que
va convirtiendo, avanza en su camino triunfal hasta aquella Roma, capital del
mundo, cuyo imperio va él a hacer eterno entregándola a Jesucristo, su Maestro,
y donde va a levantar el trono inmortal de su soberano pontificado.
“Establece, dice Bossuet, primeramente la iglesia de Jerusalén para los
judías, a los que debía anunciarse primeramente el reino de Dios para honrar la
fe de los padres, a quienes había hecho Dios las promesas. El mismo san Pedro,
habiéndola establecido, deja Jerusalén para ir a Roma, a fin de honrar la
predestinación de Dios que prefería los gentiles a los judíos en la gracia de
su Evangelio, y establece a Roma, que era cabeza de la gentilidad, como cabeza
de la Iglesia cristiana… a fin de que esta misma ciudad, bajo cuyo imperio
estaban reunidos tantos pueblos y tantas monarquías diferentes, fuera la sede
el imperio espiritual que debía unir a todos los pueblos, desde levante hasta
poniente, bajo la obediencia de Jesucristo, y fuera sierva de Jesucristo… y
madre de todos sus hijos por su fiel servidumbre; porque con la verdad del
Evangelio aportó san Pedro a esta Iglesia la prerrogativa de su apostolado, es
decir, la proclamación de la fe y la autoridad de la disciplina”[13].
Después de todos estos
gloriosos trabajos estableció, pues, san
Pedro su sede y su soberano pontificado en Roma.
[1] Santiago, “hermano del Señor” (Mt. XIII, 55), desempeña un papel en el
primer plano de la primera comunidad cristiana de Jerusalén desde el comienzo
de los tiempos apostólicos (Act. XII,
17; XV, 13-21; XXI, 28-26; I Cor. XV, 7; Gál. I, 19; II, 9.12). Gobierna a la Iglesia madre después de la
partida de Pedro, en el verano del año 58 (Act. XII, 17), hasta su martirio
hacia el año 62.
[2] Justino I, emperador romano (518-527), carta
al papa Hormisdas; PL 63,503: «Sin embargo, a ella (la Iglesia de Jerusalén)
todos otorgan su favor, como a la madre del nombre cristiano.» Concilio de
Constantinopla I (381), Carta conciliar 1°, Labbe 2, 965, Mansi 3,
587: “(La Iglesia de Jerusalén), que es la madre de todas las demás.» Es
frecuente la expresión en las liturgias orientales, por ejemplo «por la
gloriosa Sión, madre de todas las iglesias.» «Por la santa Sión, madre de todas
las Iglesias», en Renaudot, Liturgiarum Orientalium Collectio, Francfort 1847, t. 2. 13, 94 y 128.
[3] Liber Pontificalis, éd. L. Duchesne, París 1886, vol. 1, p. 118. San León, Sermón 3, en el
aniversario...: «Fue él (Pedro) quien
fundó la sede de Antioquía, la que ocupó durante siete años, aunque luego hubo
de abandonarla»; citado por Pío IX,
encíclica Quantum supra (6 de enero
de 1873) a los armenios; cf. San Gregorio,
Carta 40, a Eulogio, Patriarca de Alejandría.
[4] Formoso (hacia 816-896), obispo de Oporto, fue enviado en 366 por el papa san Nicolás I (858-867) como
misionero a Bulgaria. El rey Boris “hizo
saber en Roma que deseaba mucho a Formoso
como Arzobispo de Bulgaria. Se le opuso
una negativa tajante por razón de la vieja regla que prohibía trasladar a un
obispo de una sede a otra. Formoso
hubo de regresar a Oporto hacia fines del 867”. P. Viar, art. Formose, en
Catholicisme, t. 4 (1956), col. 1452. Cf. Hefele,
4, 435-443. Algunos años más tarde,
Formoso era elegido papa (1891-896).
[5] En las antiguas actas griegas, en que están recogidas con cuidado las
tradiciones de las Iglesias fundadas por san
Pedro y sus discípulos, se lee: «El Señor le apareció por la noche en
sueños: Levántate, Pedro, dijo, toma el Occidente; porque tienen necesidad de
ti, que llevas adelante la antorcha de la
luz; y yo estaré contigo"»; Bolandistas,
Acta Sanctorum, De SS. Petro et Paulo,
c. 2, t. 27, p. 277. San León parece
hacer alusión a esta tradición cuando nos muestra a san Pedro avisado de
antemano sobre los éxitos de sus trabajos en Roma, y sobre el fin de su carrera:
Sermón 82, para la fiesta de los
apóstoles, n.° 5; PL 54, 425: «Sin dudar
del éxito de tu empeño y sin ignorar la duración de tu vida, llevabas la antorcha de la cruz de Cristo a la ciudadela
de Roma, donde te habían precedido en los decretos divinos el honor del poder y
la gloria del martirio.» Según San
Gregorio, san Pedro no ocupó la sede de Antioquía sino «cuando se marchaba» (a
Roma): Carta 40, a Eulogio; PL
77, 899. San Inocencio I (402-417)
enseña que la Iglesia de Antioquía, aunque primera sede y primera residencia
del primer apóstol, hubo de ceder a la de Roma porque no tuvo «sino de paso» lo
que fue «recibido y consumados en la Iglesia de Roma”; Carta 24, a Alejandro de Antioquía, 1: PL, 20, 548.
[6] San León; Sermón 82, 3; PL 54, 424.
[7] Id., ibid.; PL. 54, 425: “Tú habías fundado ya Iglesias en Antioquía,
allí donde brotó primeramente la dignidad del nombre cristiano.»
[8] Cf.
Hefele 4, 1002.
[9] San León, Sermón 82, sobre todo, n. 5:
PL 54, 422-428; cf. id, Carta 119 a Máximo,
obispo de Antioquía, 2; PL 54, 1042.
[10] Martirologio de la Iglesia de santa Gudita, en Bruselas, en Bolandistas, Acta Sanctorum,
22 de febrero, t. 6, p. 287: «Después de
la ascensión de Cristo ocupó Pedro, durante cuatro años la cátedra sacerdotal
en los países de Oriente (Jerusalén); luego fue a Antioquía y, después de
expulsar a Simón el Mago, estableció allí su cátedra pontifical, que conservó
durante siete años. Al final de este período, para triunfar de Simón el Mago,
fue a Roma, donde dirigió con dignidad la Iglesia romana durante 25 años, 7
meses y 8 días.»
[11] Martirologio romano, 6 de mayo: «En Antioquía, San Evodio: como escribe el bienaventurado
Ignacio a los antioquenos, primer
obispo de esta ciudad, ordenado por el apóstol san Pedro, terminó su vida con
un glorioso martirio.» Sobre la pseudocarta de san Ignacio de Antioquía a sus diocesanos, cf. Funk, Patres
Apostolici, Tubinga, 1901, tomo 2, p. 169.
[12] Eusebio, citando a San Ireneo, presenta a san
Juan a la cabeza de la Iglesia de Éfeso, sin creer contradecirse después de
haber dicho antes que san Timoteo había sido el primer obispo de aquella ciudad: «Se refiere que Timoteo obtuvo el primer episcopado de la Iglesia de Éfeso.» «Pero
la Iglesia de Éfeso, fundada por Pablo
y donde permaneció Juan hasta los
tiempos de Trajano...»; Historia eclesiástica, L. 3, c. 4, 5 y
(20) c. 23, 4; PG 20, 219 y 258.
[13] Bossuet, Lettre
4 a une demoiselle de Metz. N°
38, loc. cit., p. 29. Sobre la estancia
de san Pedro en Roma, véase Pío XII, Alocución de 7 septiembre de 1955.