VI. —Los dos Testigos contra el anticristo,
precursores de Cristo rey en el juicio universal.
SUMARIO. —Henokh, compañero de Elías en la obra de la restauración:
textos e interpretaciones. —Los dos períodos de la misión escatológica de Elías: Henokh le acompaña en el segundo hasta la muerte.
Si esta nuestra elucubración es verdadera, tendríamos en la restauración
escatológica, que vamos perfilando, las mismas cuatro grandes figuras principales
que en la restauración histórica de Israel la vuelta del cautiverio babilónico,
es a saber, dos soberanos, el uno de lo temporal y el otro de lo espiritual, y
dos profetas insignes, auxiliares suyos de parte de Dios en la común empresa de
restaurar todas las cosas en Cristo.
Si al lado del gran
Caudillo está el gran Pontífice, para concertar entre sí ambas potestades
cristianas, la religiosa y la política; con el gran profeta Elías, acaso hacia el fin de su misión,
aparecerá otro gran profeta, que según una tradición un tanto oscura sería Henokh[1],
arrebatado como Elías a la muerte, y
que, a tenor de la interpretación del Eclesiástico, parece habrá de volver al
mundo como él. Dice así nuestra Vulgata: Henoch
placuit Deo, et translatus est in paradisum, ut det gentibus poenitentiam (Ecco. XLIV, 16). Más sobrio el griego,
lee: Henoch placuit Domino, et translatus
est, sig-num poenitentiae generationibus (— signum cognitionis in
generationem et gensrationem, el hebr.)[2].
Abundando en las mismas ideas, dice el autor de la epístola a los Hebreos: Fide Henoch translatus est, ne videret mortem, el non inveniebatur,
quia transtulit illum Deus (Hebr. XI,
5; cf. Gn. V, 24).
Siendo Henokh y Elías los dos únicos mortales que se fueron de entre los vivos, sin
pagar el tributo a la muerte, se entendió que lo habrían de pagar volviendo al
mundo y siendo mártires de Cristo
hacia el final del reinado de la bestia[3],
según lo que de los dos mártires o testigos trae S. Juan en el Apocalipsis
(cap. XI), con alusión manifiesta a Zacarías (cap. IV), pues, en efecto, la expresión apocalíptica: Hi sunt duae olivae et duo candelabra, in
conspectu Domini terrae stantes (Ap.
XI, 4), es una refundición de esta otra de Zacarías: Hi sunt duo filii
olei, qui assistunt Dominatori universae terrae (Zac. IV, 14). Serán, pues, dos pacificadores de primer orden, en
tiempos tan calamitosos para la pobre Humanidad. Lo que está escrito de Elías, que paratus est ad tempus, lenire iracundiam Domini, conciliare cor patris
ad filium, etc., se extenderá así por igual a su compañero.
Y a propósito del referido paso apocalíptico, no vemos la ventaja de ver
en los dos testigos una alegoría del Viejo y el Nuevo Testamento, ni tampoco la
de sustituir a Henokh por Moisés, sin negar por eso el color egipcíaco de la
gran tribulación del anticristo, la cual habrán de soportar los dos testigos,
como Moisés y Aarón hubieron de soportar la del soberbio Faraón.
Es mucho más acertado ver ahí una representación, no del Antiguo y Nuevo
Testamento, sino de la Ley natural y escrita, ambas dando testimonio de Cristo
contra el anticristo. Lo que fué Elías en la Ley mosaica, eso fué Henokh en la
Ley natural, un celador insuperable de los divinos intereses.
De los ocho pregoneros de la justicia, a partir de Enos, quien, según el hebreo, fue «el que comenzó a clamar en el nombre
de Yavé» (Gen. IV, 26), hasta Noé que hace así el octavo de la serie,
y lo consigna S. Pedro en su Canónica
(II Pet. II, 5), Henokh es sin disputa el que mayor renombre
dejó como profeta[4].
En el comienzo del libro
apócrifo de Henokh se nos da un
espécimen de la valiente predicación de este profeta, donde se nos advierte
expresamente que sus palabras trascienden con mucho los lindes de aquel tiempo:
et non in eam quae nunc est generatio cogitabam,
sed in eam quae procul est ego loquor (Henoch
I, 2); y de ella recoge S. Judas
en su carta la parte más interesante: Ecce
venit Dominus in sanctis millibus suis facere judicium contra omnes, et arguere
omnes impios de omnibus operibus impietatis eorum, quibus impie egerunt, et de
omnibus duris, quæ locuti sunt contra Deum peccatores impii (Jud. vv. 14 y 15; Hen. I, 9).
Un pasaje de la II de S. Pedro, que parece un comentario de la Canónica
de S. Judas, puede darnos mucha luz acerca de este punto. A
través de los hombres corrompidos del mundo antiguo (ille tunc mundus: caeli qui erant prius et terra), que iba a quedar
sumergido en un diluvio de agua, el profeta amonestaba a los hombres, no menos
corrompidos, del mundo actual (caeli qui
nunc sunt et terra), destinado a ser anegado en un diluvio de fuego, para
que de sus cenizas renazca un tercer mundo renovado y mejorado (II Pet. IV, 5-13): Novos vero coelos et novam terram, secundum promissa ipsius expectamus,
in quibus justitia habitat (II Pet.
IV, 13 = Ap. XXI, 1; cf. Is. LXV, 17; LXVI, 22).
Henokh, pues, que previno con tiempo a los mortales sobre la catástrofe
impensada del diluvio, reaparecerá de nuevo con Elías, para prevenirles sobre
el torbellino de fuego que los amenaza para el día grande y terrible de la
nueva venida del Señor, que tal la columbran los videntes: Ecce Dominus in igne venit… in igne Dominus
dijudicabit (Is. LXVI, 15.16). Ignis ante ipsum praecedet, et
inflammabit in circuitu inimicos ejus (Ps.
XCVI, 3), etc., etc.
¿Adventus o interventus?
Es cuestión que no nos interesa por ahora, como hemos declarado tantas veces.
De una o de otra manera, el Señor vuelve a la tierra a establecer y mantener en
ella la justicia, y con la justicia, la paz universal, que los Profetas anunciaron
para los tiempos mesianos. Y precursores del Señor en esta su segunda venida
son, o parecen ser, los profetas Henokh
y Elías redivivos, mensajeros del juicio
universal de vivos, es a saber, del nuevo castigo universal que aguarda a los
impíos, y de la paz universal que espera a los justos. Del de los vivos, digo, y no del de los muertos, que los muertos no
necesitan de mensajeros, heraldos, ni trompetas.
[1] Nota del Blog: el problema
con esta interpretación es que los dos Testigos predican juntos y que el tiempo
de su prédica dura lo mismo: mil doscientos sesenta días.
[2] “Otra
vez vuelve a mencionarse a Henokh al
final del himno de los Padres, pero en un orden enteramente prepóstero, y en un
extraño paralelismo con Josef, el
virrey de Egipto, todo lo cual nos hace dudar de la autenticidad de esa
mención. A todo nuestro entender, en lugar de Henokh debe aquí leerse Daniel,
con oficio en la corte babilónico, muy semejante al de Josef en la corte egipcia, y a quien no podía en manera alguna
pasar por alto el autor del himno, en ese alarde general de los más gloriosos
antepasados. Confirma nuestra conjetura el texto hebreo, modernamente
descubierto, pues que en lugar de Henokh
(2°) parece leer Danikh, que sería
una corrupción de Daniel. Con esa
necesaria corrección dice así hermosamente el texto hebreo en el paso aludido (Ecco. XLIX, 16.17), recogiendo en orden
ascendente algunos nombres pasados por alto en el descenso:
Vix
alius creatus est in terra qualis Daniel,
qui adeo
acceptus fuerit facie.
Neque
ut Joseph natus est vir,
cujus persona
adeo fuerit visitata.
No nos hemos de
entretener aquí en justificar esta nuestra traducción, que nos parece genuina y
literal, harto más que las que ordinariamente se dan de ese paso” (Ramos García).
[3] Nota del Blog: por aquí comienza a verse el error del autor, ya que Enoc y Elías predican antes de
la aparición del Anticristo. Esto se
prueba por muchas razones, una de las cuales es que las “prerrogativas” de Elías y del Anticristo son contrarias. A los dos Testigos se les promete que
nadie podrá hacerles daño durante su predicación (XI, 5) y al Anticristo
se le dará poder para “hacer la guerra a los santos y vencerlos” (XIII, 7).
[4] Cotejando Gn. IV, 26 con II Pet. II, 5, resulta
que los ocho pregoneros antediluvianos de la justicia son Enós (el 1°), Cainán,
Malaeel, Jared, Henokh, Matusalén,
Lamekh y Noé (el 8°), y en consecuencia no podemos compartir la opinión de Hummelauer
(in l.), que juzga menos favorablemente de los últimos patriarcas antediluvianos,
y, siguiendo la cronologla del samaritano, las hace perecer en el Diluvio. La
verdad es que fueron todos pregoneros de la justicia contra la corrupción, que
comenzó a cundir en aquella sociedad ya desde muy temprano, es a saber, desde
los tiempos de Enos, nieto de Adam.