domingo, 26 de enero de 2014

La restauración de Israel, por Ramos García (XII de XIII)

VI. —Los dos Testigos contra el anticristo,
precursores de Cristo rey en el juicio universal.

SUMARIO. —Henokh, compañero de Elías en la obra de la restauración: textos e interpretaciones. —Los dos períodos de la misión escatológica de Elías: Henokh le acompaña en el segundo hasta la muerte.

Si esta nuestra elucubración es verdadera, tendríamos en la restauración escatológica, que vamos perfilando, las mismas cuatro grandes figuras principales que en la restauración histórica de Israel la vuelta del cautiverio babilónico, es a saber, dos soberanos, el uno de lo temporal y el otro de lo espiritual, y dos profetas insignes, auxiliares suyos de parte de Dios en la común empresa de restaurar todas las cosas en Cristo.
Si al lado del gran Caudillo está el gran Pontífice, para concertar entre sí ambas potestades cristianas, la religiosa y la política; con el gran profeta Elías, acaso hacia el fin de su misión, aparecerá otro gran profeta, que según una tradición un tanto oscura sería Henokh[1], arrebatado como Elías a la muerte, y que, a tenor de la interpretación del Eclesiástico, parece habrá de volver al mundo como él. Dice así nuestra Vulgata: Henoch placuit Deo, et translatus est in paradisum, ut det gentibus poenitentiam (Ecco. XLIV, 16). Más sobrio el griego, lee: Henoch placuit Domino, et translatus est, sig-num poenitentiae generationibus (— signum cognitionis in generationem et gensrationem, el hebr.)[2]. Abundando en las mismas ideas, dice el autor de la epístola a los Hebreos: Fide Henoch translatus est, ne videret mortem, el non inveniebatur, quia transtulit illum Deus (Hebr. XI, 5; cf. Gn. V, 24).
Siendo Henokh y Elías los dos únicos mortales que se fueron de entre los vivos, sin pagar el tributo a la muerte, se entendió que lo habrían de pagar volviendo al mundo y siendo mártires de Cristo hacia el final del reinado de la bestia[3], según lo que de los dos mártires o testigos trae S. Juan en el Apocalipsis (cap. XI), con alusión manifiesta a Zacarías (cap. IV), pues, en efecto, la expresión apocalíptica: Hi sunt duae olivae et duo candelabra, in conspectu Domini terrae stantes (Ap. XI, 4), es una refundición de esta otra de Zacarías: Hi sunt duo filii olei, qui assistunt Dominatori universae terrae (Zac. IV, 14). Serán, pues, dos pacificadores de primer orden, en tiempos tan calamitosos para la pobre Humanidad. Lo que está escrito de Elías, que paratus est ad tempus, lenire iracundiam Domini, conciliare cor patris ad filium, etc., se extenderá así por igual a su compañero.
Y a propósito del referido paso apocalíptico, no vemos la ventaja de ver en los dos testigos una alegoría del Viejo y el Nuevo Testamento, ni tampoco la de sustituir a Henokh por Moisés, sin negar por eso el color egipcíaco de la gran tribulación del anticristo, la cual habrán de soportar los dos testigos, como Moisés y Aarón hubieron de soportar la del soberbio Faraón.
Es mucho más acertado ver ahí una representación, no del Antiguo y Nuevo Testamento, sino de la Ley natural y escrita, ambas dando testimonio de Cristo contra el anticristo. Lo que fué Elías en la Ley mosaica, eso fué Henokh en la Ley natural, un celador insuperable de los divinos intereses. De los ocho pregoneros de la justicia, a partir de Enos, quien, según el hebreo, fue «el que comenzó a clamar en el nombre de Yavé» (Gen. IV, 26), hasta Noé que hace así el octavo de la serie, y lo consigna S. Pedro en su Canónica (II Pet. II, 5), Henokh es sin disputa el que mayor renombre dejó como profeta[4].

En el comienzo del libro apócrifo de Henokh se nos da un espécimen de la valiente predicación de este profeta, donde se nos advierte expresamente que sus palabras trascienden con mucho los lindes de aquel tiempo: et non in eam quae nunc est generatio cogitabam, sed in eam quae procul est ego loquor (Henoch I, 2); y de ella recoge S. Judas en su carta la parte más interesante: Ecce venit Dominus in sanctis millibus suis facere judicium contra omnes, et arguere omnes impios de omnibus operibus impietatis eorum, quibus impie egerunt, et de omnibus duris, quæ locuti sunt contra Deum peccatores impii (Jud. vv. 14 y 15; Hen. I, 9).
Un pasaje de la II de S. Pedro, que parece un comentario de la Canónica de S. Judas, puede darnos mucha luz acerca de este punto. A través de los hombres corrompidos del mundo antiguo (ille tunc mundus: caeli qui erant prius et terra), que iba a quedar sumergido en un diluvio de agua, el profeta amonestaba a los hombres, no menos corrompidos, del mundo actual (caeli qui nunc sunt et terra), destinado a ser anegado en un diluvio de fuego, para que de sus cenizas renazca un tercer mundo renovado y mejorado (II Pet. IV, 5-13): Novos vero coelos et novam terram, secundum promissa ipsius expectamus, in quibus justitia habitat (II Pet. IV, 13 = Ap. XXI, 1; cf. Is. LXV, 17; LXVI, 22).
Henokh, pues, que previno con tiempo a los mortales sobre la catástrofe impensada del diluvio, reaparecerá de nuevo con Elías, para prevenirles sobre el torbellino de fuego que los amenaza para el día grande y terrible de la nueva venida del Señor, que tal la columbran los videntes: Ecce Dominus in igne venit… in igne Dominus dijudicabit (Is. LXVI, 15.16). Ignis ante ipsum praecedet, et inflammabit in circuitu inimicos ejus (Ps. XCVI, 3), etc., etc.
¿Adventus o interventus? Es cuestión que no nos interesa por ahora, como hemos declarado tantas veces. De una o de otra manera, el Señor vuelve a la tierra a establecer y mantener en ella la justicia, y con la justicia, la paz universal, que los Profetas anunciaron para los tiempos mesianos. Y precursores del Señor en esta su segunda venida son, o parecen ser, los profetas Henokh y Elías redivivos, mensajeros del juicio universal de vivos, es a saber, del nuevo castigo universal que aguarda a los impíos, y de la paz universal que espera a los justos. Del de los vivos, digo, y no del de los muertos, que los muertos no necesitan de mensajeros, heraldos, ni trompetas.



[1] Nota del Blog: el problema con esta interpretación es que los dos Testigos predican juntos y que el tiempo de su prédica dura lo mismo: mil doscientos sesenta días.

[2] “Otra vez vuelve a mencionarse a Henokh al final del himno de los Padres, pero en un orden enteramente prepóstero, y en un extraño paralelismo con Josef, el virrey de Egipto, todo lo cual nos hace dudar de la autenticidad de esa mención. A todo nuestro entender, en lugar de Henokh debe aquí leerse Daniel, con oficio en la corte babilónico, muy semejante al de Josef en la corte egipcia, y a quien no podía en manera alguna pasar por alto el autor del himno, en ese alarde general de los más gloriosos antepasados. Confirma nuestra conjetura el texto hebreo, modernamente descubierto, pues que en lugar de Henokh (2°) parece leer Danikh, que sería una corrupción de Daniel. Con esa necesaria corrección dice así hermosamente el texto hebreo en el paso aludido (Ecco. XLIX, 16.17), recogiendo en orden ascendente algunos nombres pasados por alto en el descenso:

Vix alius creatus est in terra qualis Daniel,
qui adeo acceptus fuerit facie.
Neque ut Joseph natus est vir,
cujus persona adeo fuerit visitata.

No nos hemos de entretener aquí en justificar esta nuestra traducción, que nos parece genuina y literal, harto más que las que ordinariamente se dan de ese paso” (Ramos García).

[3] Nota del Blog: por aquí comienza a verse el error del autor, ya que Enoc y Elías predican antes de la aparición del Anticristo. Esto se prueba por muchas razones, una de las cuales es que las “prerrogativas” de Elías y del Anticristo son contrarias. A los dos Testigos se les promete que nadie podrá hacerles daño durante su predicación (XI, 5) y al Anticristo se le dará poder para “hacer la guerra a los santos y vencerlos” (XIII, 7).

[4] Cotejando Gn. IV, 26 con II Pet. II, 5, resulta que los ocho pregoneros antediluvianos de la justicia son Enós (el 1°), Cainán, Malaeel, Jared, Henokh, Matusalén, Lamekh y Noé (el 8°), y en consecuencia no podemos compartir la opinión de Hummelauer (in l.), que juzga menos favorablemente de los últimos patriarcas antediluvianos, y, siguiendo la cronologla del samaritano, las hace perecer en el Diluvio. La verdad es que fueron todos pregoneros de la justicia contra la corrupción, que comenzó a cundir en aquella sociedad ya desde muy temprano, es a saber, desde los tiempos de Enos, nieto de Adam.