martes, 14 de enero de 2014

Dom A. Gréa. La Iglesia, su Divina Constitución, Tercera Parte La Iglesia Universal. Cap. I, I Parte.

La institución de un vicario.

No tenemos necesidad de extendernos mucho sobre las prerrogativas de Jesucristo, cabeza de la Iglesia universal, puesto que éstas son manifiestas.
Siendo como es Jesucristo principio de su vida, no hay en ella nada en que Él no opere y que no dependa de Él. Su autoridad doctrinal no tiene otros límites que los que Él puso a la revelación de los misterios, respetando la debilidad del elemento humano y reservando para la visión de la gloria lo que no podía soportar el estado presente.
Su poder sacerdotal y santificador no tiene límites, como no los tiene el mérito de su sacrificio, y no hay ningún sacramento ni ninguna acción sacerdotal que no dependan absolutamente de su pontificado.
Finalmente, su autoridad es la del Hijo de Dios y del Hijo del hombre, en cuyas manos puso Dios todo juicio. Sin hablar aquí del poder que tiene sobre todos los pueblos, sobre todas las criaturas y sobre los elementos mismos para hacerlos servir a sus fines, vemos suficientemente que la autoridad particular que tiene en la Iglesia como su cabeza y su esposo, por el derecho de la redención y de resultas del nuevo nacimiento que le ha dado, es un poder soberano que le viene de arriba, no de abajo; que tiene este poder por sí mismo, no por consentimiento y delegación de los súbditos, y que por consiguiente este poder saca de sí mismo la legitimidad de todas las leyes y de todos los decretos que emana.
Lo que tenernos que estudiar principalmente es la institución que este jerarca soberano y universal juzgó oportuno elegir y que Él mismo creó para ejercer a perpetuidad su gobierno en este bello imperio que se procuró al precio de su sangre.
No entraba dentro de los designios de Dios que permaneciera visible en medio de  los hombres hasta el fin de los siglos. El día de su ascensión debía retornar a la gloria del Padre, que ojos humanos no pueden contemplar. Sentado a su diestra no cesará, es cierto, de animar invisiblemente todo el cuerpo de su Iglesia por la comunicación de su gracia y la asistencia de su Espíritu, y así le deja su presencia invisible en sus sacramentos y en la perpetuidad de su sacrificio.

Pero esto no basta y todavía hay que gobernarla, hablarle incesantemente y aparecer a su cabeza por alguna señal indubitable, para que esté siempre segura de su guía.
Jesucristo, pues, siendo su firme e inquebrantable apoyo y prometiéndole su asistencia hasta el fin de los siglos, erigió en medio de ella el signo manifiesto y eficaz de su presencia.
De esta manera, permaneciendo invisible en el seno del Padre, presidirá visiblemente todos los movimientos de este gran cuerpo y lo someterá visiblemente a su acción.
Jesucristo realizó esta maravilla mediante la institución de un vicario, su órgano y su representante, por el que el gobierno de la Iglesia universal se ejerce para siempre en su propio nombre y en su propia virtud.
Tomó este vicario en el cuerpo del episcopado a un obispo, que en calidad de tal no es más que los otros obispos, pues los obispos son sus iguales. El episcopado no sufre inferioridad en ninguno de sus miembros, y el obispo de Roma no es más obispo que el de una ciudad oscura[1].
Pero este obispo, vicario de Jesucristo, ejerce un poder que no está contenido en los poderes esenciales del episcopado, sino que está por encima del episcopado por su naturaleza y por su  título; porque este poder es el poder mismo de Jesucristo, cabeza, principio y soberano del episcopado.
Pertenece, en efecto, a la esencia del vicario que constituya una sola persona jerárquica con aquel al que representa, que ejerza toda su autoridad sin dividirla y sin formar un grado distinto por debajo de él.
El vicario de Jesucristo, en el gobierno de la Iglesia, tiene en esta Iglesia, por su institución, una misma autoridad con Jesucristo, o más bien toda la autoridad única de Jesucristo, sin que ésta sea dividida ni dada con limitación.
Esto es tan propio del término de vicario que, aun en un grado inferior, vemos constantemente al obispo de una Iglesia particular tomar un vicario que lo representa con la plenitud de su autoridad ordinaria.
Este vicario del obispo se toma de entre los presbíteros, pero ejerce un poder que no está contenido en los poderes del presbiterado, puesto que tal poder es la autoridad misma que el obispo tiene sobre los presbíteros en su calidad de cabeza de los mismos. Así este vicario no forma con su obispo más que una sola persona jerárquica, ni tampoco forma un grado distinto en la jurisdicción y en la jerarquía de la Iglesia particular.
Pero si tal es el sentido propio del nombre de vicario y si la idea que hay que hacerse de él es que el vicario representa perfectamente al que le escoge para ocupar su lugar, ¿cuál no será la dignidad singular del vicario de Jesucristo?
Digamos, en una palabra, que tiene toda la autoridad de Jesucristo sobre la Iglesia y el episcopado, sin que tal autoridad quede dividida o disminuida, es decir, que es con Jesucristo y por Él, en todo el rigor del término, cabeza de la Iglesia universal y cabeza de los obispos. «Es, dice el concilio de Florencia, el verdadero vicario de Cristo», y por consiguiente, «cabeza de toda la Iglesia»[2].
No es una cabeza intermediaria o secundaria, situada entre Jesucristo y el episcopado. El episcopado quedaría rebajado si hubiera algún grado jerárquico entre Jesucristo y él mismo. Menos todavía es un obispo que reciba de la delegación o de la institución de todo el colegio episcopal su prerrogativa y su rango y que por sí solo ejerza para el bien público el poder soberano radicalmente común a todos sus hermanos: es con Jesucristo, por encima del episcopado, una misma cabeza del episcopado; una misma cabeza, un mismo doctor, un mismo pontífice, un mismo legislador de la Iglesia universal; o mejor dicho, es Jesucristo, cabeza única, hecho visible, hablando y obrando en la Iglesia por el órgano que se ha elegido; porque se declara por boca de su vicario, habla por él, obra y gobierna por él.
Esto no quiere, sin embargo, decir que se manifiesta en su vicario para hacer por él nuevas revelaciones o instituir un nuevo orden de cosas y nuevas sacramentos; porque no es de esto de lo que se trata. Hace al papa su representante para enseñar su doctrina y mantener la fiel tradición de la misma[3] y para ejercer sin interrupción alguna el gobierno conforme al orden establecido por Él mismo.
La institución de este vicario, así entendida en toda su fuerza, es la institución principal de la que dimanará toda la formación de la Iglesia, puesto que de ella debe depender a perpetuidad. Es el primer fundamento del edificio.
Así nuestro Señor anuncia desde el comienzo de su vida pública este gran designio. Llama a Simón y le dice: «Tú te llamarás Cefas, que quiere decir "piedra"» (Jn. I, 42). El efecto sigue a esta primera palabra y, después de haber recibido la confesión de su fe, que será la fe principal, instituirá lo que tiene prometido: «Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt. XVI, 18).
Detengámonos a considerar el misterio de estas palabras.
Jesucristo, declarando en el Evangelio su voluntad e inscribiendo en él las credenciales de su vicario, le da al mismo tiempo un nombre y una prerrogativa que no convienen sino al Señor mismo. «La piedra es Cristo» (I Cor. X, 4). Él mismo es la «piedra angular» (Is. XXVIII, 16; Sal CXVII, 22; I Pe. II, 6), el único fundamento y el nombre de Pedro que comunica a su vicario es incomunicable a quien quiera que ocupe en la jerarquía un grado inferior a su propio principado. Veamos cómo lo declara san León: «Él se lo une a  sí mismo con una unidad indivisible y quiere que sea llamado lo que es Él mismo»[4]. «Tú eres Pedro, le dice, y he aquí lo que hay que entender: Siendo Yo la piedra inviolable, Yo mismo la piedra angular, Yo mismo el fundamento fuera del cual no se puede poner otro (Ef. 14.20), Yo te lo digo: Tú también eres piedra, porque tú me estás unido en la solidaridad de una misma fuerza, y las prerrogativas que son mi propiedad permanente te son comunes conmigo por la comunicación que Yo te hago de ellas»[5].
En otro lugar del Evangelio él, pastor único, lo hace consigo pastor universal e indiviso del único rebaño (Jn. XXI, 15-17). Una vez más se nos muestra la misma unidad de poder[6].
Así Jesucristo y san Pedro, por la institución de su incomparable dignidad, nos aparecen indivisiblemente unidos como un solo fundamento de la Iglesia universal como una sola cabeza de este cuerpo, como un solo pastor de este rebaño, y, en los términos mismos de la institución divina, nos dice san León, «aprendemos, por el misterio de las apelaciones dadas a Pedro, cuán estrecha es su unión con Cristo mismo»[7]. «Porque, dice san Cirilo de Alejandría, Cristo dio a Pedro y no dio a ningún otro, sino a él sólo plenísimamente la plenitud de lo que es para siempre de Él mismo[8].
San Pedro es, por tanto, con Jesucristo y en la persona de Jesucristo a quien representa, la verdadera cabeza de la Iglesia y una sola cabeza con Él: «Cristo es cabeza de la Iglesia», dice el apóstol (Ef. V, 23); y lo mismo se dice del sucesor de Pedro: «Es la cabeza de toda la Iglesia»[9].
San Pedro es la cabeza de la Iglesia y una sola cabeza con Jesucristo; estos dos aspectos de una misma verdad merecen que nos detengamos a considerarlos.




[1] San Jerónimo, Carta 146. San Cipriano, De la unidad de la Iglesia católica 4; PL 4, 500: «Los otros apóstoles eran también lo que fue Pedro; gozaban de igual participación en el honor y en el poder».

[2] Concilio II de Florencia (1439), Decreto para los griegos, Labbe 13, 515; Mansi, 31 A, 1031; Dz 1307; 694: “Definimos… que el mismo Romano Pontífice es el sucesor del bienaventurado Pedro, príncipe de los apóstoles, verdadero vicario de Cristo y cabeza de toda la Iglesia.”

[3] Concilio Vaticano I, constitución Pastor aeternus, c. 1: Dz. 3070; 1836: «Pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que, por revelación suya, manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los apóstoles, es decir, el depósito de la fe.»

[4] San León, Carta 16, a los obispos de la provincia de Viena, 1; PL 54, 629.

[5] Sermón 4, en el  aniversario de su consagración (in natali suo), PL 54, 150.

[6] Pío VI, breve Super soliditate (28 de noviembre de 1786), Bullarii Romani continuatio, t. 6, pars 2, Prato 1848, p. 1751: «Ciertamente la Iglesia es la única grey de Cristo, cuyo único pastor supremo, Cristo mismo, que reina en los cielos, dejó un único vicario supremo visible en la tierra, y en la voz de éste oyen las ovejas la voz de Cristo.» San León, loc. cit. “Pedro gobierna en propiedad a todos a quienes gobierna Cristo mismo. Es una grande y admirable participación en su poder, que le otorgó la divina bondad

[7] San León, Sermón 3, en el aniversario de su consagración, 3; PL 54, 146: “En efecto, si está puesto a la cabeza de los otros, si se le llama Pedro, si es proclamado Piedra fundamental, si es establecido portero del reino de los cielos, juez de lo que hay que atar o desatar, siendo ratificada en los cielos la decisión de sus juicios, es antepuesto de esta manera para que conozcamos qué clase de unión (societas) con Cristo revela el misterio de estas apelaciones.»

[8] Suárez, Del primado del sumo pontífice, c. 17, n. 5, en Opera omnia, ed. Vivés, 1859, t. 24, p. 288: «Santo Tomás refiere (Opúsculo primero contra los errores de los griegos, c. 32) que el mismo Cirilo (de Alejandría) dice en su libro Thesaurus: "Como Cristo recibió de su Padre la plenitud del poder, así  lo dio con toda plenitud a sus sucesores." Y también: "A ningún otro que a Pedro dio la plenitud de sus bienes, solamente a él. "Aunque estos testimonios no se hallen ahora ya en el Thesaurus, no se puede dudar de ellos, por una parte por razón de la autoridad de santo Tomás y por otra porque sabemos que se han perdido diversos libros del Thesaurus

[9] Concilio II de Florencia (1439), Decreto para los griegos, Labbe, 13, 515; Mansi, 31 A, 1031; Dz 1307.