viernes, 25 de octubre de 2013

Espiritualidad Bíblica por Mons. Straubinger. Tercera Parte: El Misterio del Hijo, cap. II

PRIMOGENITURA

Vale la pena meditar, a la luz de la Revelación bíblica, sobre el misterio de la condición del Primogénito. Es algo muy grande y muy profundo, muy dulce y muy terrible...

I

El misterio, que tiene su plenitud en Cristo, “primogénito entre muchos hermanos” (Rom. VIII, 29), se anuncia desde el principio de la Biblia. Es un misterio de santidad y amor. Es Dios que pone sus ojos en el primogénito porque es el fruto más deseado de los amores (de esos que El se aplica a sí mismo en el Cantar): “Mío es todo primogénito" (Núm. III, 13). Él es Dueño de todos, pero se digna tener una preferencia: quiere para Él solo a todo primogénito. ¡Qué dulce honor! “Al primogénito de tus hijos me lo darás" (Ex. XXII; 29).
 ¡Qué honroso!... y ¡qué apremiante! El misterio está ahí. Nobleza obliga. Abraham, bien sabemos cómo corrió a ofrecer al primogénito... ¡y cómo le respondió la bondad de Dios!
Esaú, terrible nombre. Como Satanás es el padre de los mentirosos, así éste es el padre y caudillo de los que renuncian, de los que venden primogenitura por lentejas. "Me estoy muriendo (de cansado), ¿de qué me servirá ser primogénito?... Comió y bebió, y marchóse, dándosele muy poco de haber vendido sus derechos de primogénito" (Gén. XXV, 32 ss.).
Jacob, en cambio, el ambicioso, desde el seno materno se peleaba con el otro, y nació agarrándole el talón. Si hay una primogenitura, si hay un privilegio, si hay un tesoro que poseer, ¿por qué no para mí?... Y Dios aprobó y alabó esta ambición, -corno Jesús hizo alabar al tramposo que se hizo amigo con los tesoros de iniquidad-, y aprobó luego el ardid de Jacob y su madre, que arrebataron la bendición destinada para Esaú (Gén. XXVII). Destinada para el primogénito, el privilegiado, el preferido gratuitamente, el afortunado... que despreció el don y dijo: ¡a mí qué me importa!
"Los celos son duros como el infierno" (Cant. VIII, 6), los celos del amor despreciado. Y Dios dijo: "Amé a Jacob y aborrecí a Esaú” (Rom. IX, 13; Mal. 1, 2), "para que nadie sea fornicario (que inspira celos al amante) o profano (que desprecia los tesoros ofrecidos) como Esaú, que por comida vendió su primogenitura (Hebr. XII, 16).
"Que muera todo primogénito" (Ex. XI, 5), dijo Dios en el Egipto del Faraón, como castigo supremo, porque sabía que nada duele tanto, "como suele llorarse un primogénito” (Zac. XII, 10). ¡Terrible papel de los amados! Pero de los amados que no son para Dios: "Al primogénito de tus hijos lo redimirás (Ex. XXIV, 20), es decir, tendrás que rescatarlo si no se lo das al Señor, puesto que El ya ha dicho que los quiere y que son suyos.



II

Jesús, primogénito, según ley judía, de la Sagrada Familia, había de cumplir hasta este punto de la Ley, a fin de que en El "se cumpliese toda justicia", como en el Bautismo. Fué rescatado por "dos palominos", lo más barato, ¡pues Él nunca valió más de 30 dineros! ¿Para qué rescatarlo? ¿Acaso El iba a ser como los que no se consagraban al Señor? ¿No dijo, al entrar en la vida terrenal: Ecce venio, ut facerem voluntatem tuam? (Sal. XXXIX, 8-9). Precisamente por eso lo hizo, para extremar la paradoja de la Redención: El, que "restituía lo que no había robado" (Sal. LXVIII, 5); el único sin pecado, que "se hizo pecado"; el único bendito, que se hizo maldición para que pudiera decirse de Él: "maldito el que pende del madero" (Gál. V, 13; Deut. XXI, 23); Ese, el Primogénito por excelencia (Rom. VIII, 29), de quien estaba escrito que sería llamado Nazareno (Mat. II, 23), es decir, consagrado todo a Dios (Juec. XVI, 17), ¡fué rescatado! ¿Cómo habría, entonces, de quedar sin rescate otro primogénito, otro elegido, que huyese del amor del Padre que lo persigue como "el Lebrel del Cielo"?
Gozarse amando, o temblar huyendo: es la elección del primogénito que camina entre dos abismos. Israel, el pueblo elegido del Antiguo Testamento, tuvo la suerte de ser llamado primogénito por el mismo Dios (Ex. IV, 22). La historia de su gran caída, que aún perdura, es otro ejemplo terrible como el de Esaú. “El mayor servirá al menor", se dijo de éste (Rom. IX, 12; Gén. XXV, 23), y así también el pueblo hebreo de hoy es perseguido y oprimido, despreciado y odiado por parte de esos gentiles que antes eran "un pueblo necio” (Deut. XXXII, 21; Rom. X, 19), un pueblo que no era su pueblo (Os. II, 24; Rom. IX, 25; I Pedr. II, 10), y a quienes El eligió, sin embargo para dar celos a aquel primogénito que despreció su amor como Esaú. Y los gentiles tienen así, y para siempre, con aquellos pocos judíos que aceptaron a Cristo (Rom. IX, 24), una parte mejor, el Cuerpo Místico, en tanto que de aquel Israel primogénito, ya el mundo no recuerda ni cree que fué el pueblo más ilustre de la tierra, y hasta él mismo parece olvidar hoy, en el descreimiento, la misericordia que al final le espera.

Recordemos que el primogénito Esaú “no consiguió que mudase la resolución (de su padre) por más que lo implorase con lágrimas" (Hebr. XII, 17; Gén. XXVII, 38). Porque su pecado fué contra el amor; y ya vimos que los celos del amor despreciado son duros como el infierno (Cant. VIII, 6).