PRIMOGENITURA
Vale la pena meditar, a la luz de la Revelación
bíblica, sobre el misterio de la condición del Primogénito. Es algo muy grande
y muy profundo, muy dulce y muy terrible...
I
El
misterio, que tiene su plenitud en Cristo, “primogénito entre muchos hermanos”
(Rom. VIII, 29), se anuncia desde el principio de la Biblia. Es un misterio de
santidad y amor. Es Dios que pone sus ojos en el primogénito porque es el fruto
más deseado de los amores (de esos que El se aplica a sí mismo en el Cantar):
“Mío es todo primogénito" (Núm. III,
13). Él es Dueño de todos, pero se digna tener una preferencia: quiere para
Él solo a todo primogénito. ¡Qué dulce honor! “Al primogénito de tus hijos me
lo darás" (Ex. XXII; 29).
¡Qué honroso!...
y ¡qué apremiante! El misterio está ahí. Nobleza obliga. Abraham, bien sabemos cómo corrió a ofrecer al primogénito... ¡y
cómo le respondió la bondad de Dios!
Esaú,
terrible nombre. Como Satanás es el padre de los mentirosos, así éste es el
padre y caudillo de los que renuncian, de los que venden primogenitura por
lentejas. "Me estoy muriendo (de cansado), ¿de qué me servirá ser
primogénito?... Comió y bebió, y marchóse, dándosele muy poco de haber vendido
sus derechos de primogénito" (Gén. XXV,
32 ss.).
Jacob,
en cambio, el ambicioso, desde el seno materno se peleaba con el otro, y nació
agarrándole el talón. Si hay una primogenitura, si hay un privilegio, si hay un
tesoro que poseer, ¿por qué no para mí?... Y Dios aprobó y alabó esta ambición,
-corno Jesús hizo alabar al tramposo
que se hizo amigo con los tesoros de iniquidad-, y aprobó luego el ardid de Jacob y su madre, que arrebataron la
bendición destinada para Esaú (Gén. XXVII). Destinada para el primogénito, el privilegiado, el preferido
gratuitamente, el afortunado... que despreció el don y dijo: ¡a mí qué me importa!
"Los
celos son duros como el infierno" (Cant. VIII, 6), los celos del amor despreciado.
Y Dios dijo: "Amé a Jacob y aborrecí a Esaú” (Rom. IX, 13; Mal. 1, 2),
"para que nadie sea fornicario (que inspira celos al amante) o profano
(que desprecia los tesoros ofrecidos) como Esaú, que por comida vendió su
primogenitura (Hebr. XII, 16).
"Que
muera todo primogénito" (Ex. XI, 5), dijo Dios en el Egipto del Faraón,
como castigo supremo, porque sabía que nada duele tanto, "como suele llorarse
un primogénito” (Zac. XII, 10). ¡Terrible papel de los amados! Pero de los amados
que no son para Dios: "Al primogénito de tus hijos lo redimirás (Ex. XXIV,
20), es decir, tendrás que rescatarlo si no se lo das al Señor, puesto que El
ya ha dicho que los quiere y que son suyos.
II
Jesús, primogénito,
según ley judía, de la Sagrada Familia, había de cumplir hasta este punto de la
Ley, a fin de que en El "se cumpliese toda justicia", como en el Bautismo.
Fué rescatado por "dos palominos",
lo más barato, ¡pues Él nunca valió más de 30 dineros! ¿Para qué
rescatarlo? ¿Acaso El iba a ser como los que no se consagraban al Señor? ¿No
dijo, al entrar en la vida terrenal: Ecce
venio, ut facerem voluntatem tuam? (Sal.
XXXIX, 8-9). Precisamente por eso lo
hizo, para extremar la paradoja de la Redención: El, que "restituía lo que
no había robado" (Sal. LXVIII, 5); el único sin pecado, que "se hizo
pecado"; el único bendito, que se hizo maldición para que pudiera decirse
de Él: "maldito el que pende del madero" (Gál. V, 13; Deut. XXI, 23);
Ese, el Primogénito por excelencia (Rom. VIII, 29), de quien estaba escrito que
sería llamado Nazareno (Mat. II, 23), es decir, consagrado todo a Dios (Juec. XVI,
17), ¡fué rescatado! ¿Cómo habría,
entonces, de quedar sin rescate otro primogénito, otro elegido, que huyese del
amor del Padre que lo persigue como "el Lebrel del Cielo"?
Gozarse
amando, o temblar huyendo: es la elección del primogénito que camina entre dos
abismos. Israel, el pueblo elegido del Antiguo Testamento, tuvo la suerte de
ser llamado primogénito por el mismo Dios (Ex. IV, 22). La historia de su gran
caída, que aún perdura, es otro ejemplo terrible como el de Esaú. “El
mayor servirá al menor", se dijo de éste (Rom. IX, 12; Gén. XXV, 23), y así también el pueblo hebreo de hoy
es perseguido y oprimido, despreciado y odiado por parte de esos gentiles que
antes eran "un pueblo necio” (Deut.
XXXII, 21; Rom. X, 19), un pueblo que no era su pueblo (Os. II, 24; Rom. IX, 25; I Pedr. II, 10), y a quienes El eligió, sin embargo para dar celos a
aquel primogénito que despreció su amor como Esaú. Y los gentiles tienen
así, y para siempre, con aquellos pocos judíos que aceptaron a Cristo (Rom. IX, 24), una parte mejor, el
Cuerpo Místico, en tanto que de aquel Israel primogénito, ya el mundo no recuerda
ni cree que fué el pueblo más ilustre de la tierra, y hasta él mismo parece olvidar
hoy, en el descreimiento, la misericordia que al final le espera.
Recordemos que el primogénito Esaú “no consiguió que
mudase la resolución (de su padre) por más que lo implorase con lágrimas"
(Hebr. XII, 17; Gén. XXVII, 38). Porque su pecado fué contra el amor; y ya
vimos que los celos del amor despreciado son duros como el infierno (Cant. VIII,
6).