Nota del Blog: libro extraordinario si los hay. Todo cuanto se pueda decir de él es bien poco.
Sólo queremos indicar algunas noticias del autor y de la edición en la que basamos la transcripción. En cuanto al autor, podemos decir que formó parte del renacimiento de la Iglesia de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Con decir que San Pío X pensó seriamente en hacerlo Cardenal creemos que ya hemos dicho todo.
Este libro de Dom Gréa tuvo el grandísimo honor de haber sido citado por el teólogo más grande del siglo XX, nos referimos al Cardenal Billot, en el primer tomo de su momumental y conocidísimo De Ecclesia.
Aquel que quiera conocer la vida del ilustre autor podrá ver AQUI no sólo su vida sino también dos obras más: una la que estamos transcribiendo y otra sobre la Sagrada Liturgia (los tres últimos enlaces respectivamente y en francés).
En cuanto a la edición, la misma está tomada de una traducción del francés que publicó Herder en 1968, la cual a su vez es una reedición de la obra de Gréa, con algunas notas agregadas por el editor, el P. Louis Bouyer.
Por regla general y sin excepción, vamos a omitir no sólo el deplorable prólogo de Bouyer sino también toda otra nota en las que se citen autores como Danielou, Congar, Juan XXIII y otros semejantes.
Para ver la edición original de Gréa en francés cfr. ACA.
Dom Gréa |
LA
IGLESIA Y SU DIVINA CONSTITUCION
Parte Primera
VISIÓN DE CONJUNTO DEL
MISTERIO DE LA IGLESIA
I
PUESTO DE LA IGLESIA EN
EL PLAN DIVINO
«La
santa Iglesia católica es el comienzo» y la razón «de todas las cosas»[1]
Su nombre sagrado llena la historia; desde el
origen del mundo, los primeros siglos le sirvieron de preparación; los que
siguen, hasta el fin de las cosas, estarán llenos de su paso; la Iglesia los
atraviesa, y sólo ella da a cada acontecimiento su significación provisional.
Pero no está limitada por ellos, como todas las cosas
humanas; la Iglesia no termina acá abajo.
Más allá de los siglos la aguarda la eternidad para
consumarla en su reposo. Allá lleva todas las esperanzas del género humano que en ella reposan.
Arca inviolable, guardiana de este depósito sagrado,
flota sobre las olas de los tiempos y de los acontecimientos, agitada a veces y
levantada hasta las nubes por las grandes aguas del diluvio, pero por el ímpetu
de las mismas llevada cada vez más alto y más cerca del cielo.
Sólo
ella alcanzará la eternidad, y nada de lo que nace en el tiempo es salvado ni
vive para la eternidad fuera de ella.
Éste es el gran objeto que proponemos a nuestras
meditaciones. Acerquémonos con respeto e interroguemos a esta maravilla que no
tiene igual entre las cosas creadas.
Lo
que es la Iglesia.
¿Qué es la Iglesia? ¿Qué puesto ocupa en los designios
de Dios y entre sus demás obras? ¿Es solamente una sociedad útil a las almas de
los hombres y que responde a las necesidades de su naturaleza? ¿No es, con
rango distinguido, sino uno de los mil beneficios que ha derramado Días sobre el
mundo?
¿O hay más bien
un misterio más profundo en este nombre sagrado de la Iglesia?
Sí, así es ciertamente, y este misterio de la Iglesia es el misterio mismo de Cristo.
La
Iglesia es Cristo mismo: la Iglesia es «la plenitud», el cumplimiento mismo
de Cristo, «su cuerpo» y su desarrollo
real y místico: es el Cristo total y acabado, (Ef. I, 22-23).
Así
la Iglesia ocupa entre las obras de Dios el puesto mismo de Cristo; Cristo y la
Iglesia son una misma obra de Dios.
Ahora
bien, ¿cuál es este puesto de Cristo y de la Iglesia en la obra divina?
Jesucristo
dice de Sí mismo que es el alfa y la omega, el comienzo y el fin de las cosas
(Ap. XXII, 13). En otro lugar nos dice la Sagrada Escritura que todo fue hecho
en Él y por Él, que todas las cosas tienen en Él su razón de ser, es decir su
punto de partida y su destino (Col. I, 16-18)
Para entender bien todo el desarrollo de esta verdad
entremos en la contemplación del gran espectáculo de Dios en su obrar fuera de
Sí mismo y al salir de su eterno secreto para hacer brotar sus obras en el
tiempo.
Tres
veces salió Dios de su eternidad para aparecer en el tiempo por medio de sus
obras: sus tres salidas fueron la creación del ángel, la creación del hombre,
la encarnación.
Creación
del ángel y del hombre.
Al
comienzo creó Dios los ángeles y, distribuyéndolos según la escala armoniosa de
sus naturalezas diversas y de sus grados
innumerables como sus esencias, los elevó a la gracia proporcionando el don
sobrenatural a la capacidad diversa y total de cada uno de ellos; los llamó a
la gloria según la misma proporción jerárquica, y al mismo tiempo les hizo un
como paraíso inferior y un magnífico jardín de la naturaleza corpórea[2]:
los astros respondieron a su llamada «y brillaron» para sus ángeles a la vez
que «para Él mismo» (cf. Bar III, 34-35).
El
pecado del ángel vino a turbar esta primera armonía. Dios puso remedio a este pecado saliendo por
segunda vez del santuario de su eternidad y de su vida íntima para aparecer al
exterior y manifestarse en sus obras.
Y
creó al hombre: al hombre, criatura a la vez espiritual y corporal; al hombre,
al que bendijo Dios con esta, doble bendición: «Sed fecundos, multiplicaos» (Gen.
I, 28).
Así
pues, el hombre, que puede crecer en su
inteligencia y en su voluntad, que puede
ensanchar el vaso en que derrama Dios su gracia y crecer por el aumento de los
méritos en el orden sobrenatural y por los hábitos de la vida de la gracia, el
hombre puede ascender en este orden a los diversos grados que la caída de los
ángeles dejó vacantes en la jerarquía de la gloria[3] y, aunque de naturaleza inferior, tiene para elevarse el poder de una
actividad sucesiva y que progresa[4].
Al mismo tiempo
la naturaleza del hombre es susceptible de número: se multiplicará en la medida
en que entre en los designios de Dios (cf. Hech. XVII, 26), y una sola
naturaleza humana bastará para suplir una multitud de formas angélicas caídas.
Así
pudo Dios reparar el mal del pecado del ángel: pero, por el hecho mismo, hizo
que toda su obra hiciera un progreso admirable. La unión del espíritu y de la
materia eleva la sustancia corpórea hasta la vida;
y Dios, reuniendo en el hombre como en un resumen del mundo[5]
una y otra naturaleza[6] acerca a Sí mismo, por su
gracia que le comunica, a todo el conjunto de la creación, lo más alto y lo más
bajo de este compendio que la contiene.
Y
así como al principio hizo para el ángel, espíritu separado de la materia, un
paraíso inanimado de las naturalezas corpóreas separadas del espíritu, así hace
para el hombre, espíritu vivo que anima
un cuerpo, y cuerpo animado por el espíritu, un paraíso animado y vivo formado
por la naturaleza orgánica; y para el hombre hace que descienda la vida en
grados inferiores a las plantas y a los animales.
[1] San Epifanio (muerto en el 403), Contra los herejes L, 1, 5; PG 41, 181. Hermas (hacia 90?), El Pastor, visión segunda, 4, 1: “¿Quién
crees tú que es la anciana de quien recibiste aquel librito? La Iglesia — me
contestó — ¿Por qué entonces — le repliqué—, se me apareció vieja? — Porque fue
creada — me contestó— antes que todas las cosas. Por eso parece vieja y
por causa de ella fue ordenado el mundo”, según la traducción de D. Ruiz Bueno, Padres apostólicos, BAC Madrid 1950, p. 946.
[2] Santo Tomás (1222-1274), Summa Theol. I q. 108, art. 3: “Si
conociéramos perfectamente los oficios de los ángeles, sabríamos muy bien que cada ángel tiene su oficio propio y por
tanto su orden particular en el mundo”; cf. CH. V. Héris O.P., Le
gouvernement divin (RJ) t. 1, p. 161. Ibíd., q. 62, a. 6: “Los dones de la gracia y la perfección de
la bienaventuranza se asignaron a los ángeles según su grado de perfección
natural. De ello se pueden dar dos razones: primero, una razón tomada de parte
de Dios, que según el orden de su sabiduría estableció diversos grados en la
naturaleza angélica. Ahora bien, así como la naturaleza angélica fue producida
por Dios con vistas a la gracia y a la bienaventuranza, así parece que los
diversos grados de la naturaleza angélica fueron ordenados a diversos grados de
gracia y de gloria... Parece igualmente normal que habiendo dado Dios a ciertos
ángeles una naturaleza más elevada, les destinase mayores dones de gracia y una
bienaventuranza más perfecta”.
La segunda razón está
tomada del ángel mismo. El ángel, en efecto, no está compuesto de diversas
naturalezas, una de las cuales, por su inclinación contrariará o retardará el
movimiento de la otra: tal es el caso del hombre... Es, por tanto, razonable
pensar que aquellos ángeles que tienen una naturaleza más perfecta se tornaran
también hacia Dios con más fuerza y eficacia... Parece, por tanto, que los ángeles
que recibieron una naturaleza más perfecta obtuvieron también más gracia y más
gloria”; cf. CH.-V. Héris, Les anges (RJ) p. 284-287. Ibíd., q. 61,
a. 4: “Hay, por tanto, cierto orden entre ellas, y las espirituales presiden a
las corporales”; cf. loc, cit., p. 257.
[3] Santo Tomás 1, q. 23, a. 6, ad 1: «En
efecto, Dios no permite que caigan unos
sin elevar a otros... Así en el lugar de los ángeles caídos colocó a hombres;
cf. A. D. SERTILLANGES, O.P., Dieu (RJ) t. 3, p. 198.199. San Agustín (354-430), Enchiridion, 9, 29; PL, 40, 246: «Y como
la criatura racional, constituída por los hombres, toda ella había perecido por
los pecados... Dios la reparó en aquella parte en que la sociedad angélica
había quedado disminuida por la caída diabólica, para suplir a los ángeles
caídos; esto nos da a entender la
promesa del Señor, en la que afirma que los santos resucitados serán iguales a
los ángeles de Dios (Lc. XX, 36).
De este modo, la celestial Jerusalén,
madre nuestra, ciudad de Dios, no será defraudada en la innumerable muchedumbre
de sus ciudadanos» según la traducción de A. Centeno, en Obras de San
Agustín IV, BAC, Madrid, 1948, p. 505-507; cf. J. Riviére, Exposés genéraux
de la foi, p. 157.
[4] Santo Tomás I-II, q. 5, a. 7: «Siendo el
ángel, por naturaleza, superior al hombre, según los designios de Dios
adquirió el bien supremo por un solo movimiento, por una sola operación
meritoria... Los hombres no adquieren este mismo bien sino por gran número de
movimientos sucesivos o de operaciones, a las que se llama méritos»; cf.
ed. Vivés, París 1856, p. 309. I q. 108, a. 8: «Por medio de la gracia pueden
los hombres merecer una gloria tal que los sitúe en igualdad con los ángeles en
uno u otro de sus órdenes»; Ch.-V. Héris, Le gouvernement divin (RJ), p. 198. I, q. 62, a. 5, ad. 1: «El hombre no está como el ángel destinado según su naturaleza a
adquirir inmediatamente su ultima perfección. Por ello se le da un espacio más
largo de tiempo para merecer la bienaventuranza»; cf. Ch. V. Héris, Les anges
(RJ) p. 282.
[6] IV concilio
de Letrán (1215), profesión de fe Firmiter,
Dz 800; «Dios creó de la nada a una y otra criatura, la espiritual y la
corporal, es decir, la angélica y la mundana, y después la humana, como común,
compuesta de espíritu y de cuerpo.» Texto reasumido en el concilio Vaticano
I (1870), constitución Dei Filius, cap.
1, CL 7, 250, Dz 3002.