viernes, 27 de diciembre de 2013

Las LXX Semanas de Daniel, VI, La última Semana.

En los artículos anteriores casi no hemos hablado de la septuagésima semana, con lo cual será bueno dedicarle aunque más no sea unas cuantas palabras.
Como ya lo hemos dicho, la profecía de Daniel es una profecía judía y el cómputo de la misma avanza cuando Israel es pueblo de Dios y se detiene cuando deja de serlo. Evidentemente estamos en la etapa en la cual el tiempo no avanza.
Sin embargo, el versículo 27 claramente anuncia el comienzo del recuento de la última semana que estaba faltando, cuando dice:

“El confirmará el pacto con muchos durante una semana…”.

Sin dudas aquí está nombrada la septuagésima semana que había quedado en suspenso tras el rechazo del Mesías.

Veamos:

¿Cuándo tendrá lugar el comienzo de la misma?

La respuesta, a esta altura, es bastante simple: la septuagésima semana comienza con la conversión de los judíos. Pero es sabido por todos que los judíos no se convierten sino hasta que venga Elías. Ergo, la septuagésima semana comienza con la venida de Elías y la conversión parcial de los judíos.

Esto se puede apreciar sin problemas por el análisis de las palabras del versículo en cuestión:

“Él confirmará el pacto con muchos…”.

Aquí surgen varias dudas:

I) ¿Quién es “Él”?


Muchos protestantes, e incluso algún autor católico como Van Rixtel aplican este pronombre al Anticristo y fabulan sobre un pacto de siete años entre Israel y los países árabes, pero esto es imposible porque si esto fuera así entonces tendríamos una duración del reinado del Anticristo de siete años, lo cual es contrario al mismo Daniel y al Apocalipsis.
Y no se diga que el uso del pronombre hace referencia a aquel nombrado con anterioridad en el v. 26 cuando se dice “. Y el pueblo de un príncipe que ha de venir, destruirá la ciudad y el Santuario; mas su fin será en una inundación; y hasta el fin habrá guerra (y) las devastaciones decretadas”, y esto por dos razones: en primer lugar porque el príncipe no es el Anticristo sino Tito, y además porque el texto habla de “el pueblo de un príncipe”, con lo cual el pronombre “Él” debería referirse al pueblo romano y no al príncipe.
Otra objeción podría estar en el hecho de que si el mensaje de San Gabriel viene de parte de Dios[1], entonces el “Él” no puede referirse a Dios porque está hablando en tercera persona, con lo cual debía haber dicho “Yo confirmaré el pacto, etc.”.
Sin embargo la solución es más simple de lo que parece: cada vez que veamos alguna contradicción en Dios es necesario buscar la respuesta no en la Unidad de la Sustancia, sino en la Trinidad de las Personas, y así nos parece que quien da el mensaje a San Gabriel para que lo transmita a Daniel es la segunda Persona, el Verbo. Y esto por dos razones[2]:

1) Así como la Iglesia es la Esposa del Verbo y la Virgen lo es del Espíritu Santo, de la misma manera Israel es la Esposa del Padre, y si aquí estamos hablando de Israel, nada mejor que aplicar el pronombre al Padre, es decir se trata de un pacto entre el Padre e Israel.

2) Algunas versiones, como la de Teodoción según el códice Vaticano, las latinas anteriores a San Jerónimo y la de Tertuliano, leen “cesará mi sacrificio y mi oblación”, el cual no puede ser otro sino el de Jesucristo[3].


II) ¿De qué pacto está hablando?

Por el análisis de las palabras y por el contexto, nos parece que se puede apreciar sin mayores dificultades, la respuesta. En hebreo el término usado es “berith”, el mismo que se encuentra numerosísimas veces para designar la alianza de Dios tanto antes como después de la elección de Abraham: con Noé (Gen VI, 8, IX, 9 ss.) con el mismo Abraham (Gen. XV, 18, etc.), con Isaac (Gen XVII, 19 ss), con Jacob (Ex. II, 24), con Moisés en el desierto (XXIV, 7, etc. etc.), con Josué (Jos. XXIV, 25), etc. y así a través de todo el AT.
Pero además están profetizadas dos cosas: por un lado que el pueblo de Israel le sería infiel a Dios y quebraría ese pacto, y por el otro la promesa, por boca de los Profetas, que al fin de los tiempos y en un exceso de misericordia, Dios hará con ellos un nuevo pacto sempiterno: cfr. Is. LXIX, 8; léase el bellísimo capítulo LIV donde Dios le promete volver a tomarla de nuevo como Esposa; LV, 3: LIX, 20 (citado por San Pablo, Rom. XI, 26-27); LXI, 8; Jer. XXXI, 31 (“he aquí que vienen días, dice Yahvé, en que haré una nueva Alianza con la casa de Israel, y con la casa de Judá, no como la alianza que hice con sus padres…”), XXXII, 40; XXXIII, 20 ss; L, 5; Ez. XVI, 59 ss; XXXIV, 23 ss; XXXVII, 26 ss etc.
Notemos también que en la LXX se lee el pacto ( διαθήκη), con artículo, queriendo significar un pacto específico, el pacto por excelencia[4].

III) ¿Quiénes son los muchos?

Los muchos no pueden ser sino una parte del pueblo de Israel. Estamos en la época de la conversión parcial de los judíos en contraposición a la conversión total que tendrá lugar con la Parusía.

Ahora bien, si por un lado sabemos que la Septuagésima Semana tiene comienzo con la venida de Elías y que su predicación va a durar tres años y medio (Apoc. XI, 3), sabemos igualmente por Daniel dos cosas: la primera que lo que marca el quiebre de la última semana es la Abominación de la desolación en el lugar Santo (IX, 27), y la segunda que ésta ha de durar mil doscientos sesenta días (XII, 11[5]).
Si tenemos en cuenta que la Abominación de la desolación en el lugar Santo es el Anticristo profanando el Templo[6], entonces tenemos ya aquí claramente explicitada la Septuagésima Semana, es decir los últimos siete años de la profecía, tras los cuales han de venir los bienes prometidos en el v. 24.
Así vemos claramente que cae por tierra uno de los tantos mitos que pasa de autor en autor, a saber, aquel que afirma la simultaneidad de la prédica de Elías y del reinado del Anticristo.

Tanto entre los Padres como entre los autores modernos podemos encontrar, con diversos matices, la exégesis que hace terminar esta profecía no con la primera sino con la segunda Venida. Entre los Padres podemos citar a Amonio, Ireneo, Hipólito, el Africano, el Pseudo Cipriano, Victorino, Hilario y Ambrosio[7], mientras que entre los modernos, además de Caballero Sánchez encontramos a Van Rixtel y al mismo Lacunza. Straubinger, por su parte, parece inclinarse también por esta posición.
Entre estos baste citar a Amonio que claramente afirma lo que decimos: Dice una semana por siete años, cuando Elías y Enoc vendrán y permanecerán tres años y medio; y vendrá el Anticristo, los matará, y permanecerá él mismo también tres años y medio; finalmente vendrá Cristo y pondrá fin al siglo” (MG 85, 1378)[8].

No tenemos ninguna duda que la SSEE habla desta semana casi a cada paso: a ella van encaminadas la gran mayoría de las profecías bíblicas y sobre ella nos ilustran no sólo todos los Profetas del AT, sino también todos los Salmos, el Cantar de los Cantares, el libro de la Sabiduría, y hasta podemos ver una imagen o tipo de ella (o del Milenio) en varios de los libros como en el de Josué. En lo que respecta al NT tenemos no sólo el Apocalipsis y el Discurso Parusíaco sino que también hablan de ella todas las Epístolas de San Pablo, todas las epístolas Católicas y en los mismos Evangelios vemos alusiones a ella o al Milenio prácticamente en cada capítulo.
Ya hemos hablado algo de esto en otra parte y no vale la pena detenerse ahora a probar esta aserción.

Nos está quedando un análisis somero del v. 25, que hemos dejado para el último por razones que allí quedarán claras.

Vale!





[1] La objeción se confirma porque el mensaje no es de San Gabriel sino que él es un simple mensajero. El texto no deja lugar a dudas al respecto ya que el mismo ángel le dice a Daniel: “… cuando te pusiste a orar salió una orden y he venido a anunciarla…” (v. 23). Es decir, lo único que hace San Gabriel es repetir un mensaje de parte de otra persona.

[2] No hay duda de que ninguno de los dos argumentos es concluyente. El primero es de orden negativo y meramente prueba que el mensaje puede no provenir del Padre, mientras que el segundo es positivo y prueba que puede venir del Hijo. Sin embargo, esta posibilidad nos basta y sobra para nuestra exégesis.

[3] Obviamente no decimos que el texto efectivamente usa el pronombre posesivo, sino que nos parece interesante observar el sentido que ya desde antiguo tenía esta profecía en algunas de sus versiones.

[4] No olvidemos que esta versión es la que citó Nuestro Señor en su Discurso Parusíaco.

[5] El texto dice “mil doscientos noventa días”. Ya hemos hablado al respecto en otra ocasión: Cfr. AQUI.

[6] No podemos detenernos ahora en este tema. Nos remitimos a la sección dedicada al estudio del Discurso Parusíaco.

[7] Citados por Linder en su comentario a Daniel, pag. 414-415.

[8] Septimanam unam dicit septem annos, quando Elias et Enoch venient et manebunt tres annos et dimidium; et veniet Antichristus, eosque interficiet, ac manebit ipse quoque tres annos et dimidium; denique vero adveniet Christus, atque tunc saeculum ad finem ferget”.