En los artículos anteriores
casi no hemos hablado de la septuagésima semana, con lo cual será bueno
dedicarle aunque más no sea unas cuantas palabras.
Como ya lo hemos dicho, la
profecía de Daniel es una profecía judía
y el cómputo de la misma avanza cuando Israel es pueblo de Dios y se detiene
cuando deja de serlo. Evidentemente estamos en la etapa en la cual el tiempo no
avanza.
Sin embargo, el versículo
27 claramente anuncia el comienzo del recuento de la última semana que
estaba faltando, cuando dice:
“El confirmará el pacto con
muchos durante una semana…”.
Sin dudas aquí está nombrada
la septuagésima semana que había quedado en suspenso tras el rechazo del
Mesías.
Veamos:
¿Cuándo tendrá lugar el comienzo de la misma?
La respuesta, a esta altura,
es bastante simple: la septuagésima semana comienza con la conversión de los
judíos. Pero es sabido por todos que los judíos no se convierten sino hasta que
venga Elías. Ergo, la septuagésima semana comienza con la venida de Elías y la conversión
parcial de los judíos.
Esto se puede apreciar sin
problemas por el análisis de las palabras del versículo en cuestión:
“Él confirmará el pacto con muchos…”.
Aquí surgen varias dudas:
I) ¿Quién es “Él”?
Muchos protestantes, e
incluso algún autor católico como Van Rixtel aplican este pronombre al Anticristo
y fabulan sobre un pacto de siete años entre Israel y los países árabes,
pero esto es imposible porque si esto fuera así entonces tendríamos una
duración del reinado del Anticristo de siete años, lo cual es contrario
al mismo Daniel y al Apocalipsis.
Y no se diga que el uso del
pronombre hace referencia a aquel nombrado con anterioridad en el v. 26
cuando se dice “. Y el pueblo de un príncipe
que ha de venir, destruirá la ciudad y el Santuario; mas su fin será en una
inundación; y hasta el fin habrá guerra (y) las devastaciones decretadas”,
y esto por dos razones: en primer lugar porque el príncipe no es el Anticristo
sino Tito, y además porque el texto habla de “el pueblo de un príncipe”, con lo cual el pronombre “Él” debería
referirse al pueblo romano y no al
príncipe.
Otra objeción podría estar
en el hecho de que si el mensaje de San Gabriel viene de parte de Dios[1],
entonces el “Él” no puede referirse a Dios porque está hablando en tercera
persona, con lo cual debía haber dicho “Yo
confirmaré el pacto, etc.”.
Sin embargo la solución es
más simple de lo que parece: cada vez que veamos alguna contradicción en Dios es necesario buscar la respuesta no en la Unidad
de la Sustancia, sino en la Trinidad de las Personas, y así nos parece que
quien da el mensaje a San Gabriel para que lo transmita a Daniel es la segunda
Persona, el Verbo. Y esto por dos razones[2]:
1) Así como la Iglesia es la Esposa del Verbo
y la Virgen lo es del Espíritu Santo, de la misma manera Israel es la Esposa
del Padre, y si aquí estamos hablando de Israel, nada mejor que aplicar el
pronombre al Padre, es decir se trata de un pacto entre el Padre e Israel.
2) Algunas versiones, como la de Teodoción según el
códice Vaticano, las latinas anteriores a San Jerónimo y la de Tertuliano, leen
“cesará mi sacrificio y mi oblación”, el cual no puede ser otro
sino el de Jesucristo[3].
II) ¿De qué pacto
está hablando?
Por el análisis de las
palabras y por el contexto, nos parece que se puede apreciar sin mayores
dificultades, la respuesta. En hebreo el término usado es “berith”, el
mismo que se encuentra numerosísimas veces para designar la alianza de Dios tanto
antes como después de la elección de Abraham: con Noé (Gen VI,
8, IX, 9 ss.) con el mismo Abraham (Gen. XV, 18, etc.), con Isaac
(Gen XVII, 19 ss), con Jacob (Ex. II, 24), con Moisés
en el desierto (XXIV, 7, etc. etc.), con Josué (Jos. XXIV, 25),
etc. y así a través de todo el AT.
Pero además están profetizadas
dos cosas: por un lado que el pueblo de Israel le sería infiel a Dios y quebraría
ese pacto, y por el otro la promesa, por boca de los Profetas, que al fin de
los tiempos y en un exceso de misericordia, Dios hará con ellos un nuevo pacto sempiterno: cfr. Is. LXIX, 8;
léase el bellísimo capítulo LIV donde Dios le promete volver a tomarla
de nuevo como Esposa; LV, 3: LIX, 20 (citado por San Pablo,
Rom. XI, 26-27); LXI, 8; Jer. XXXI, 31 (“he aquí que vienen días,
dice Yahvé, en que haré una nueva Alianza
con la casa de Israel, y con la casa de Judá, no como la alianza que hice con
sus padres…”), XXXII, 40; XXXIII, 20 ss; L, 5; Ez. XVI, 59 ss; XXXIV, 23 ss;
XXXVII, 26 ss etc.
Notemos también que en la
LXX se lee el pacto (ἡ διαθήκη), con artículo, queriendo
significar un pacto específico, el pacto por excelencia[4].
III) ¿Quiénes son los muchos?
Los muchos no pueden ser
sino una parte del pueblo de Israel.
Estamos en la época de la conversión parcial
de los judíos en contraposición a la conversión total que tendrá lugar con la
Parusía.
Ahora bien, si por un lado
sabemos que la Septuagésima Semana tiene comienzo con la venida de Elías
y que su predicación va a durar tres años y medio (Apoc. XI, 3),
sabemos igualmente por Daniel dos cosas: la primera que lo que
marca el quiebre de la última semana es la
Abominación de la desolación en el lugar
Santo (IX, 27), y la segunda que ésta ha de durar mil
doscientos sesenta días (XII, 11[5]).
Si tenemos en cuenta que la Abominación de la desolación en el lugar
Santo es el Anticristo profanando el Templo[6],
entonces tenemos ya aquí claramente explicitada la Septuagésima Semana, es
decir los últimos siete años de la profecía, tras los cuales han de venir los
bienes prometidos en el v. 24.
Así vemos claramente que cae por tierra uno de los
tantos mitos que pasa de autor en autor, a saber, aquel que afirma la simultaneidad de la prédica de Elías y del
reinado del Anticristo.
Tanto entre los Padres como
entre los autores modernos podemos encontrar, con diversos matices, la exégesis
que hace terminar esta profecía no con la primera sino con la segunda Venida.
Entre los Padres podemos citar a Amonio, Ireneo, Hipólito,
el Africano, el Pseudo Cipriano, Victorino, Hilario
y Ambrosio[7],
mientras que entre los modernos, además de Caballero Sánchez encontramos
a Van Rixtel y al mismo Lacunza. Straubinger, por su
parte, parece inclinarse también por esta posición.
Entre estos baste citar a Amonio
que claramente afirma lo que decimos: “Dice
una semana por siete años, cuando Elías y Enoc vendrán y permanecerán tres años
y medio; y vendrá el Anticristo, los matará, y permanecerá él mismo también
tres años y medio; finalmente vendrá Cristo y pondrá fin al siglo”
(MG 85, 1378)[8].
No tenemos ninguna duda que la SSEE habla desta semana casi a cada paso: a
ella van encaminadas la gran mayoría de las profecías bíblicas y sobre ella nos
ilustran no sólo todos los
Profetas del AT, sino también todos
los Salmos, el Cantar de los Cantares, el libro de la Sabiduría,
y hasta podemos ver una imagen o tipo de ella (o del Milenio) en varios de los
libros como en el de Josué. En lo que respecta al NT tenemos no sólo el Apocalipsis
y el Discurso Parusíaco sino que también hablan de ella todas las Epístolas de San Pablo, todas las epístolas Católicas y en
los mismos Evangelios vemos alusiones a ella o al Milenio prácticamente
en cada capítulo.
Ya hemos hablado algo de
esto en otra parte y no vale la pena detenerse ahora a probar esta aserción.
Nos está quedando un
análisis somero del v. 25, que hemos dejado para el último por razones
que allí quedarán claras.
Vale!
[1] La objeción se confirma porque el mensaje no es de San Gabriel sino que él es un simple mensajero. El texto no deja
lugar a dudas al respecto ya que el mismo ángel le dice a Daniel: “… cuando te pusiste a orar salió una orden y he venido a anunciarla…” (v. 23). Es decir, lo único que hace San Gabriel es repetir un mensaje de parte de otra persona.
[2] No hay duda de que ninguno de los dos argumentos es concluyente. El
primero es de orden negativo y meramente prueba que el mensaje puede no provenir del Padre, mientras
que el segundo es positivo y prueba que puede
venir del Hijo. Sin embargo, esta posibilidad nos basta y sobra para nuestra exégesis.
[5] El texto dice “mil doscientos noventa
días”. Ya hemos hablado al respecto en otra ocasión: Cfr. AQUI.