Diametralmente opuesta a
la tesis milenista de los dos juicios es la explicación corriente en teología
del juicio único, estilizado en el llamado juicio final, la cual comenzó por
ser tímidamente antimilenaria y acabó por ser francamente antimilenista, sin
necesidad ninguna, y aun contra toda buena razón, como veremos luego,
reconociendo de paso las benemerencias de esta posición.
Ejemplar, en efecto, la oposición de los teólogos a las groserías con
que hombres heréticos o despreocupados contaminaron el reino milenario, groserías
que los mismos Padres milenarios son los primeros en impugnar. Razonable
su actitud, contraria a la presencia visible de Cristo rey y de los Santos correinantes en el reino, origen de tantas
fantasías, que ni aún algunos Santos acertaron a esquivar. Digna de respeto su
opinión en declararse, si así les place, contra toda clase de presencia, sea
visible o invisible, de Cristo y de
los Santos en el reino, traduciendo oportunamente el adventus personal en un mero interventus
providencial, según un modo de hablar no extraño a la Escritura. A la verdad, son innumerables los casos en
que el sagrado texto describe un mero interventus
divino como un verdadero adventus (parusía)
del Señor con todos los caracteres de la parusía escatológica. Vayan
algunos ejemplos: Tenéis un caso típico en el Salmo XVII, donde David describe el interventus divino en su favor como un verdadero adventus de estilo escatológico: Commota est, et contremuit terra; fundamenta
montium conturbata sunt, et commota sunt: quoniam iratus est eis. Ascendit
fumus in ira ejus, et ignis a facie ejus exarsit; carbones succensi sunt ab eo.
Inclinavit cælos, et descendit, et caligo sub pedibus ejus. Et ascendit super
cherubim, et volavit; volavit super pennas ventorum… Misit de summo, et accepit
me; et assumpsit me de aquis multis. (Ps.
XVII, 8-11.17[1]).
Del mismo tipo es la
decripción dada por Isaías del interventus divino en Egipto: Ecce Dominus ascendet super nubem levem et ingredietur
in Aegyptum et commovebuntur simulacra Aegypti a facie ejus (Is. XIX, 1[2]).
Descripciones semejantes del interventus
proyidencial bajo la imagen del adventus
personal las hallaréis por doquier en la Escritura, en Isaías, Sofonías, etc.
Para defender la pureza de la verdad revelada, esto pudo y debió bastar
a los teólogos, sin empeñarse, contra toda probabilidad, en negar la existencia
misma del futuro pacífico milenio, desarticulando y dislocando lo que está bien
articulado en la Escritura, es a saber, que Cristo ha de venir (o intervenir),
para establecer la justicia entre los
vivos con el juicio universal de las naciones y mantener luego esa justicia con el reino subsiguiente, y como secuela
de la justicia social, la paz y el honesto bienestar común, tantas veces
anunciado y prometido.
No nos quieran convencer, por Dios, que Cristo ha derrocado ya al
Anticristo, y con él y antes de él a la gran ramera, su aliada; que con ella y
con él fué ya aherrojado en el abismo Satán y sus satélites, para que no
seduzcan más a las naciones; que despejado el campo de todo peligro
inquietante, Cristo reina ya en paz con sus Santos en este bendito suelo, es
decir, que la Jerusalén celeste ha bajado ya a establecerse entre los hombres,
para celebrar sus místicas bodas con el Cordero divino; y que eso es, un festín
de bodas, el actual estadio de la Iglesia de Cristo, realización cumplida del
reino mesiano. Y es así que ya el Señor ha destruido en todo el mundo los
carros y pertrechos de guerra, y es un hecho el desarme universal, y los
hombres convierten las armas en instrumentos pacíficos, y no se ejercitan más
en el arte de guerrear. Ya la paz social es una realidad consoladora, y el lobo
mora en paz con el cordero, y el becerro se acuesta sin miedo al lado del león
que ha olvidado sus costumbres sanguinarias.
Todas estas cosas y otras muchas más, que anunciaron claramente los
profetas para los tiempos mesianos, hanse ya cumplido plenamente, y no hay más
que pedir ni que esperar en este lugar de destierro y valle de lágrimas. Quien
otra cosa espera judaíza, por seguir la letra que mata y no el espíritu que
vivifica. La Iglesia continuará siempre clavada con Cristo en la Cruz; ésa es
su herencia en este suelo; ésa su dote nupcial; ésas, en fin, son aquí sus
bodas, y ésas las de sus hijos; que no ha de ser el discípulo de mejor condición
que su Maestro. Olvidan estos tales que Cristo, después de su Pasión, se tomó
en este nuestro suelo sus buenos cuarenta días de bien merecido refrigerio en
compañía de sus amados discípulos, y que las oraciones y gemidos de la Iglesia
no pueden dejar de ser oídos. Lo que con
eso consiguen estos espiritualistas a ultranza es el desprestigio de las
profecías, y que se las oiga leer con la mayor indiferencia, como a cosa vacía
de sentido, o de una tautología insoportable, cuando son en realidad la parte
más primorosa de la revelación divina[3].
Concretando más los inconvenientes de arrancar de su lugar la dovela central
del sistema milenista, que es el lapso de tiempo entre ambos juicios, observo
que, como consecuencia, éstos se confunden en un solo juicio final de atributos
encontrados, ya que ha de ser a la vez de vivos y de muertos, social e
individual, con asesores y sin ellos. Bien es verdad que echando mano del fácil
recurso de la alegoría, toman los vivos por justos y los muertos por pecadores;
pero el recurso es improcedente, tratándose de fórmulas dogmáticas, y no remedia
más que en parte los dichos inconvenientes.
El juicio único, así considerado, es en puridad, el juicio universal de
muertos, apenas recordado en la Escritura, pues sólo se habla de él en dos lugares
del Nuevo Testamento, mientras del juicio universal de vivos hay descripciones
y alusiones por doquier, principalmente en el final de los sellos, trompetas y
copas apocalípticas, en el discurso escatológico del Señor y en los oráculos de
los antiguos Profetas de Israel, que ignoran, por el contrario, el hoy para
nosotros familiar juicio final.
Cuantas veces los
Apóstoles aluden al cumplimiento perfecto de las antiguas profecías, se
refieren al juicio universal de vivos y reinado mesiano subsiguiente, término
final de la perspectiva profética del Antiguo Testamento. El juicio final, o
juicio universal de muertos, único que tienen en vista esos autores, se debe a
una revelación novísima, consignada en solos dos lugares, el Evangelio de S. Mateo (XXV, 31 ss.[4])
y el Apocalipsis de S. Juan (Ap. XX, 11 ss.).
* * *
Y al juzgar así de ciertas
opiniones teológicas, no creemos meter la hoz en mies ajena, pues les
concedemos de buen grado a los teólogos que esas sus opiniones pueden ser teológicamente verdaderas, y sólo exegéticamente las damos por erróneas o
dudosas. Cuanto, en efecto, afirman de positivo sobre su único juicio final es
teo-lógicamente verdadero, ya que coincide, o quieren que coincida, con lo que
la Escritura nos dice del universal juicio de muertos, pero creemos que yerran
exegéticamente al querer refundir en ese único juicio el otro juicio universal,
anterior a él, que es el de vivos, y del que están llenas las páginas sagradas;
lo cual procede de otro error exegético, que es el haber suprimido el lapso de
tiempo que separa a ambos juicios entre sí. Asimismo puede pasar por teológicamente
cierto cuanto enseñan de la Iglesia de Cristo
en su estadio presente con su paz y serenidad interna imperturbable, mas
juzgamos exegéticamente erróneo el encuadrar de cualquier modo en ese estadio
los vaticinios mesianos sobre el reino, los cuales literalmente se refieren a
un estadio ulterior de paz externa, circunscrito por entrambos juicios.
Igualmente puede darse pór teológicamente verdadero cuanto enseñan sobre la
resurrección espiritual, ya se la tome como el tránsito del pecado a la gracia,
o de la gracia a la gloria, o bien a una posición de privilegio dentro de la
misma gloria; pero es exegéticamente discutible que sea precisamente eso lo que
signifique el entronizamiento de las almas escogidas, dicha (el entronizamiento)
resurrección primera, de que nos habla S.
Juan en el Apocalipsis a
propósito del reino milenario (Ap. XX,
4-6; cf. I Thes. IV, 14-16;
al.). Finalmente, es asimismo teológicamente cierto cuanto con S. Agustín afirman y documentan sobre
la prisión de Satanás por Cristo
Redentor, pero es exegéticamente erróneo el decir que ésa, y no otra, es la
prisión del dragón apocalíptico por el ángel, como comienzo y razón del
pacífico milenio (Ap. XX, 1.2.7), pues la prisión de que nos habla S. Agustín
es muy precaria y harto relativa,
perfectamente compatible con la girovagancia maleante del demonio, mientras la
prisión de que nos habla S. Juan es absoluta,
y excluye positivamente entrambas cosas. Por eso la santa Iglesia, que no funda
su fe en humanas opiniones, ruega insistentemente a S. Miguel ut Satanam aliosque spiritus malignos, qui
ad perditionem, animarum pervagantur in mundo divina virtute, in infernum detrudat.
Esta súplica de la Iglesia prueba dos cosas: primera, que Satanás sigue suelto
todavía; segunda, que algún día será atado, como ella pide, pues no puede dejar
de ser oída.
A la eliminación de Satanás (Ap. cap. XX) ha precedido la del Anticristo
con sus huestes (Ap. cap. XIX), y a la de éste, la de la gran ramera su aliada
(Ap. cap. XVII y XVIII), es decir, que de los tres enemigos del hombre, quedan
eliminados los dos externos, que son el mundo con sus escándalos (Mt. XIII, 41;
cf. XVIII, 7) y el demonio con sus seducciones (Ap. XX, 3; cf. XII, 7), siguiendo
en vigor sólo el interno, esto es, la carne, que acompañará al hombre hasta la
sepultura; y en esto erró gravemente el Dr. Rohling, pues sostenía la
eliminación conjunta de este tercer enemigo y por eso fue justamente condenado
por el S. O. (v. Hetzenauer, Exegesis Ap. ad usum priv., Romae, 1914; pág.
384).
Puestos fuera de combate los dos enemigos externos del hombre, es consiguiente
que suceda en el mundo la paz externa de la sociedad humana, continuando, sin
embargo, en cada uno la lucha interna por la virtud, aunque muy favorecida y
facilitada por el nuevo ambiente. Es esto una manera de redención escatológica,
debida como la histórica a los méritos de Cristo, admitida la cual se explican
fácilmente un buen número de textos apostólicos, que miran la redención como
una cosa futura, entre ellos aquel paso del discurso escatológico del Señor
según S. Lucas, que tanto embarazaba a algunos exégetas: His autem fieri incipientibus respicite et levate capita vestra,
quoniam appropinquat redemptio vestra; y variando un poco la frase, dice
luego: Ita el vos, cum videritis haec
fieri, scitote quoniam prope est regnum Dei (Lc. XXI, 28.31). Ese reino de
Dios, de que aquí habla, no es la Iglesia en su primer estadio, en que ejerce
sólo el sacerdocio de Cristo, sino la misma Iglesia en un estadio ulterior en
que recibirá además en dote su realeza.
Distinguimos, pues, en la
Iglesia dos estadios o etapas sucesivas, la una histórica (llamémosla así), que corre hasta el juicio universal de
las naciones, y la otra escatológica,
que va desde este juicio universal de vivos hasta el juicio universal de
muertos, llamado también juicio final. Cada etapa tiene su meta propia. La meta
de la primera etapa es el juicio universal de vivos, o simplemente juicio universal; la meta de la segunda etapa es el juicio universal de
muertos, o más sencillamente juicio final.
Con este esquema histórico-escatológico a la vista encuadraréis fácilmente cualquier
vaticinio mesiano tanto del Viejo como del Nuevo Testamento. Sin él os haréis un
lío, y las profecías serán para vosotros una madeja inextricable, cuyos hilos
no desenreda, sino corta, el espiritualismo alegorista.
Al final de la primera
etapa, ¿viene Cristo con sus Santos en persona, siquiera sea invisiblemente o
sólo interviene providencialmente,
para asegurar eficazmente en el mundo la justicia con el juicio universal y
reinado subsiguiente? Es cuestión que
han de ventilar entre sí amigablemente interventistas y adventistas. Lo
que a nosotros aquí nos interesa es la afirmación de la segunda etapa, o sea
del pacífico milenio, como lapso de tiempo determinado o indeterminado entre el
juicio universal (de vivos) y el juicio final (de muertos), adonde vengan a
converger los grandes vaticinios y esperanzas sobre el reino mesiano, que a
tenor de lo expuesto no se cumplen, ni se cumplirán, al menos plenamente, en la
presente etapa de la Iglesia. Causas semejantes traen siempre aparejados
efectos semejantes.
***
Por el solo hecho de admitir la existencia futura del milenio apocalíptico,
sin prejuzgar nada en concreto acerca de su esencia, llamamos a este sistema
milenismo. Ni hay en esto, tal vez, otra
novedad que la del nombre, pues no son raros los intérpretes, aun fuera
del campo milenario, que con C. Alápide (in Dan. cap VII) y Allioli (in Ap. cap.
XX) admiten un lapso de tiempo no pequeño entre la muerte del Anticristo y el
juicio final; y eso es cabalmente lo que hacemos también aquí nosotros.
Si todavía el nombre de milenismo desasosiega a alguno, suscitando en él la
idea del milenarismo histórico, vea lo que en su Retórica, cap. 4, dice Aristóteles,
poniendo ejemplo en la nariz humana, es a saber, que tal variación se puede
introducir en lo romo o aguileño de ella, que la nariz deje de ser nariz, sic nasum afficiant, ut ne nasus quidem esse
videatur. Y ése es aquí nuestro caso.
Por consiguiente, nadie
quiera pensar que nuestro milenismo no es más que un milenarismo disfrazado;
algo así como un lazo para cazar incautos; un puente por do hacer pasar
fácilmente del antimilenarismo teológico al milenarismo histórico. Yo concedo
de buen grado que nuestro milenismo es un puente, pero un puente como todos los
demás, como el internacional sobre el Bidasoa, por ejemplo, que lo mismo sirve
para pasar de España a Francia que de Francia a España. Os puedo asegurar, sin
temor de equivocarme, que más de un milenarista de cepa se ha de ver
desagradablemente sorprendido ante la desconcertante ecuación del adventus-interventus, que él no se esperaba, y que parece trastornar todas
sus concepciones milenarias[5].
Y con esto damos por
terminada la exposición del esquema escatológico que a tenor de un literalismo
sano era necesario esbozar siquiera, para poder encuadrar debidamente la restauración
nacional de Israel, de que diremos ahora. Bien veo que la exposición ha sido
muy breve, mas para ilustrados lectores juzgo muy suficiente lo apuntado: intelligenti pauca.
[1] Nota del Blog: Este Salmo
es, al igual que todos los demás, claramente escatológico. Aquí se narran las
peripecias de la huída de Israel hacia el desierto (cfr. Apoc. XII), por ejemplo comparar:
1) El v. 5 “olas de muertes me rodeaban, me
alarmaban torrentes de iniquidad” con
lo que se dice en Apoc. XII, 15 s: “Y
la serpiente arrojó de su boca en pos de la Mujer agua como un río, para
que ella fuese arrastrada por el río.
Y la tierra ayudó a la Mujer, y la tierra abrió su boca y sorbióse el río que el dragón había arrojado de su
boca”.
2) El v. 7 habla de la
“angustia”, término quasi técnico a
través de todos los salmos y profetas en lo cual se narra la persecución de
Satanás y la huída al desierto por parte de la Mujer. Las citas podrían
multiplicarse casi hasta el infinito.
3) Los v. 8-11 bien podrían ser
una narración de la Parusía y la consiguiente destrucción de los enemigos.
4) El resto del Salmo parece una descirpción más detallada de la huída al
desierto y la posterior supremacía de Israel por sobre las naciones durante el
milenio.
[2] Nota del Blog: Sea. No
negamos el principio del autor. Sólo
que nos parece que los ejemplos no terminan de convencer. Este “oráculo contra
Egipto” es claramente escatológico y se refiere a “aquel día”, es decir a “el día
del Señor”, vale decir, a los sucesos inmediatamente anteriores y posteriores a
la segunda Venida.
[3] Nota del Blog: Poco se
puede agregar a estos dos últimos párrafos, de una claridad meridiana. El
peligro de espiritualizar las Escrituras no es más que vaciar las profecías de
todo contenido real y por consiguiente, hacerlas tediosas para el simple
Católico, cuando en realidad son una parte riquísima y extremadamente actual a la cual es preciso recurrir en
estos dificilísimos tiempos. ¡Quiera Dios que esta advertencia de Ramos García no caiga en oídos sordos!
[4] Nota del Blog: recordar lo
que dijimos más arriba al respecto.
[5] Nota del Blog: el autor nos
parece demasiado optimista con su teoría.