II Parte
Ahora precisamos pasar a la tercera
opinión, que creemos ser la verdadera.
La tercera solución
nos parece, por lejos, la más convincente. Lo que los autores pasan
generalmente por alto es el hecho de que esta profecía es una profecía judía y que, por lo tanto, la Iglesia no
interviene en ella para nada. Daniel leía sobre la liberación de Israel, pidió por ella a Dios, y el
Ángel le contestó su pregunta.
Las palabras del v. 24
son claras: las 70 Semanas de años están determinadas “para tu pueblo y para tu
Ciudad Santa” ¿A qué viene traer a colación la Iglesia? ¿Qué tiene que ver la
Iglesia con Jerusalén y el pueblo de Israel? ¿Hasta cuándo seguiremos confundiendo ambos pueblos? (sit venia verbo).
Escuchemos a Caballero
Sánchez[1]:
“Baste por ahora hacer
resaltar un rasgo del texto ordinariamente preterido. Las 70 Semanas son
recortadas sobre Jerusalén y el pueblo
judío en orden a los bienes mesiánicos.
Trátase de Israel en marcha hacia la plenitud mesiánica,
razón de su ser y objeto de todas sus aspiraciones. Sobre este Israel fecundado
por la savia divina del olivo cuyas ramas naturales él constituye, Dios recorta
las 70 semanas de años. Estos tiempos no son puras relaciones abstractas destinadas a medir cualquier sucesión
terrestre. Son tiempos concretos
esencialmente judíos, y no judíos de
cualquier modo, sino en cuanto Jerusalén
e Israel caminan bajo el influjo de la gracia hacia la plena realización de la
secular promesa. La razón es obvia. Dios recorta esos tiempos en la
vida del pueblo judío, en cuanto éste de veras vive dentro de la corriente
mesiánica, esto es, progresa, sostenido por la gracia, hacia el fin de su
vocación...”.
“… Luego, como se ve,
relativamente a las promesas del v. 24, estamos en presencia de dos sistemas de interpretación
exclusivos el uno del otro: cosas judías
del tiempo de los Macabeos, dicen aquéllos; cosas cristianas realizadas por Jesús
en la Iglesia, dicen éstos.
Aquéllos ven la necesidad
de aplicar estos anuncios a Jerusalén y al pueblo judío como tales.
Daniel, en efecto, está pensando en la ciudad santa y
en los judíos dispersos. Este es el objeto de su ardiente súplica: perdón
por la ciudad asolada, perdón por el pueblo prevaricador y castigado. Tal es la
oración que Dios escucha y a la cual responde con palabra de misericordia.
Por eso el texto del v. 24 contiene las expresiones
terminantes: «sobre tu pueblo y tu ciudad santa»; expresiones que sería
ridículo entender metafóricamente.
Por consiguiente, son cosas judías las que anuncia el arcángel
a Daniel. El Profeta ve necesariamente con luz de Dios todos los bienes
prometidos como incorporados en lontananza a Jerusalén y a Israel. La gran
prevaricación o apostasía es crimen nacional
judío que ve el profeta definitivamente contrarrestado por Dios. Los
múltiples pecados son los pecados de los
judíos que desaparecen para siempre por misericordia de Dios de la escena
de la historia. Las deudas perdonadas fueron deudas contraídas por el pueblo
judío para con la vindicta divina y quedan del todo remitidas por la generosidad
del ofendido acreedor. Asimismo la justicia sempiterna, don incomparable del
amor de Dios, la reciben el pueblo judío y la ciudad santa, como corona de
inmortalidad…”.
“… no hay, pues, escapatoria: los bienes del v. 24, según
el sentido natural del texto y del contexto, son necesariamente cosas judías.
Pero, y aquí viene el desliz de esa primera tanda de
comentadores, salta a la vista que semejantes bienes, no se realizaron con Cristo
sobre Jerusalén y el pueblo judío. Al contrario, tropezaron en Él como en
piedra de escándalo y lo perdieron todo...”.
“… luego, para conservar al v. 24 su necesario carácter
judaico, es menester vaciarlo de todo elemento propiamente mesiánico-cristiano
y encerrarlo, aunque él proteste, en el marco de la historia judía de los
tiempos de la restauración macabea.
Con la segunda serie de intérpretes, nos hallamos ante
un fenómeno parecido, pero a la inversa.
Estos, a toda costa, y con razón que les sobra,
habiendo penetrado en seguimiento de los SS. Padres dentro del sentido natural
del texto y saboreando sus divinas riquezas en desproporción absoluta con la
victoria macabea, retienen y defienden el
palpable y necesario mesianismo de los bienes aquí anunciados.
Pero ellos a su vez tropiezan con la misma dificultad.
Esos bienes mesiánicos no se han realizado, sino muy al contrario, sobre Jerusalén
y el pueblo judío.
Luego, para conservar el necesario carácter mesiánico
del v. 24 es menester vaciarlo de todo
elemento propiamente judío y aplicarlo,
aunque proteste, a un Israel espiritual que tomó cuerpo entre las Gentes…”.
Hasta aquí las palabras del
sabio sacerdote ecuatoriano. Con este principio en mente es fácil ver que la
profecía avanza cuando Israel es pueblo de Dios, y se detiene cuando deja
de serlo, y así se explica fácilmente la división que dimos en el Primer Artículo de nuestra serie, donde decíamos:
“Las palabras del Ángel San
Gabriel indican, si no nos equivocamos, la siguiente división de las 70
Semanas:
1) Desde la salida de la orden de restaurar y
edificar Jerusalén hasta su edificación hay 7 Semanas.
2) Después de esas 7 semanas y hasta la
venida de un Ungido, un Príncipe hay 62 semanas.
3) Después de las 62 semanas será muerto el
Ungido.
4) Él confirmará el pacto con muchos durante
1 semana”.
Así, según esto, estamos necesariamente
en la etapa del intervalo (punto 3), ya que el pueblo de Israel dejó de ser el
pueblo de Dios tras el rechazo del Mesías, y la profecía continuará cuando
Israel se convierta de nuevo a su Dios (sobre esto volveremos más adelante).
El v. 26, para
citarlo en su totalidad, dice así, según traducción de Straubinger:
“Al cabo de las sesenta y
dos semanas será muerto el Ungido y no será más. Y el pueblo de un príncipe que
ha de venir, destruirá la ciudad y el Santuario; mas su fin será en una
inundación; y hasta el fin habrá guerra (y) las devastaciones decretadas”.
Creemos que estamos en este
versículo. El Mesías fue muerto, y “el pueblo de un príncipe que ha de venir” a
fin de destruir “la ciudad y el santuario”, ha sido el pueblo romano y su
general Tito que destruyeron Jerusalén y el Templo, el cual pueblo, a su
vez, fue devastado por los bárbaros un par de siglos más tarde. Y hasta el fin
(del intervalo) vemos y padecemos las
guerras y devastaciones.
De esta forma hemos creído
explicar, siquiera someramente, el por qué de la suspensión del cómputo del tiempo en la profecía, como así también
los momentos a los cuales se refiere.
Nos quedaría por analizar
con algo más de detenimiento el v. 26 o Terminus ad quem y ver si podemos aprovecharnos desta profecía para
conocer la fecha exacta de la muerte de Jesucristo, como así también ver
el versículo final que es la verdadera clave
para entender tanto el Discurso Parusíaco como el Apocalipsis.
Nunca nos cansaremos de
decirlo: para poder comprender el Discurso Parusíaco y el Apocalipsis es del
todo necesario una recta comprensión de las Setenta Semanas de Daniel, por lo
mismo que son un desarrollo de la profecía daniélica. De hecho no es
difícil observar, las más de las veces, que en el fondo de todo error, sea en
el Discurso Parusíaco, sea en el Apocalipsis, se encuentra una mala exégesis de
las Setenta Semanas.
Vale!
[1] La Profecía de las 70 Semanas… p. 26 y 19 ss.