miércoles, 27 de noviembre de 2013

Las LXX Semanas de Daniel, V. Las Diversas Teorías (II de II)

II Parte

Ahora precisamos pasar a la tercera opinión, que creemos ser la verdadera.

La tercera solución nos parece, por lejos, la más convincente. Lo que los autores pasan generalmente por alto es el hecho de que esta profecía es una profecía judía y que, por lo tanto, la Iglesia no interviene en ella para nada. Daniel leía sobre la liberación de Israel, pidió por ella a Dios, y el Ángel le contestó su pregunta.
Las palabras del v. 24 son claras: las 70 Semanas de años están determinadas “para tu pueblo y para tu Ciudad Santa” ¿A qué viene traer a colación la Iglesia? ¿Qué tiene que ver la Iglesia con Jerusalén y el pueblo de Israel? ¿Hasta cuándo seguiremos confundiendo ambos pueblos? (sit venia verbo).

Escuchemos a Caballero Sánchez[1]:

Baste por ahora hacer resaltar un rasgo del texto ordinariamente preterido. Las 70 Semanas son recortadas sobre Jerusalén y el pueblo judío en orden a los bienes mesiánicos.
Trátase de Israel en marcha hacia la plenitud mesiánica, razón de su ser y objeto de todas sus aspiraciones. Sobre este Israel fecundado por la savia divina del olivo cuyas ramas naturales él constituye, Dios recorta las 70 semanas de años. Estos tiempos no son puras relaciones abstractas destinadas a medir cualquier sucesión terrestre. Son tiempos concretos esencialmente judíos, y no judíos de cualquier modo, sino en cuanto Jerusalén e Israel caminan bajo el influjo de la gracia hacia la plena realización de la secular promesa. La razón es obvia. Dios recorta esos tiempos en la vida del pueblo judío, en cuanto éste de veras vive dentro de la corriente mesiánica, esto es, progresa, sostenido por la gracia, hacia el fin de su vocación...”.

“… Luego, como se ve, relativamente a las promesas del v. 24, estamos en  presencia de dos sistemas de interpretación exclusivos el uno del otro: cosas judías del tiempo de los Macabeos, dicen aquéllos; cosas cristianas realizadas por Jesús en la Iglesia, dicen éstos.
Aquéllos ven la necesidad de aplicar estos anuncios a Jerusalén y al pueblo judío como tales.
Daniel, en efecto, está pensando en la ciudad santa y en los judíos dispersos. Este es el objeto de su ardiente súplica: perdón por la ciudad asolada, perdón por el pueblo prevaricador y castigado. Tal es la oración que Dios escucha y a la cual responde con palabra de misericordia.
Por eso el texto del v. 24 contiene las expresiones terminantes: «sobre tu pueblo y tu ciudad santa»; expresiones que sería ridículo entender metafóricamente.
Por consiguiente, son cosas judías las que anuncia el arcángel a Daniel. El Profeta ve necesariamente con luz de Dios todos los bienes prometidos como incorporados en lontananza a Jerusalén y a Israel. La gran prevaricación o apostasía es crimen nacional judío que ve el profeta definitivamente contrarrestado por Dios. Los múltiples pecados son los pecados de los judíos que desaparecen para siempre por misericordia de Dios de la escena de la historia. Las deudas perdonadas fueron deudas contraídas por el pueblo judío para con la vindicta divina y quedan del todo remitidas por la generosidad del ofendido acreedor. Asimismo la justicia sempiterna, don incomparable del amor de Dios, la reciben el pueblo judío y la ciudad santa, como corona de inmortalidad…”.
“… no hay, pues, escapatoria: los bienes del v. 24, según el sentido natural del texto y del contexto, son necesariamente cosas judías.

Pero, y aquí viene el desliz de esa primera tanda de comentadores, salta a la vista que semejantes bienes, no se realizaron con Cristo sobre Jerusalén y el pueblo judío. Al contrario, tropezaron en Él como en piedra de escándalo y lo perdieron todo...”.
“… luego, para conservar al v. 24 su necesario carácter judaico, es menester vaciarlo de todo elemento propiamente mesiánico-cristiano y encerrarlo, aunque él proteste, en el marco de la historia judía de los tiempos de la restauración macabea.
Con la segunda serie de intérpretes, nos hallamos ante un fenómeno parecido, pero a la inversa.
Estos, a toda costa, y con razón que les sobra, habiendo penetrado en seguimiento de los SS. Padres dentro del sentido natural del texto y saboreando sus divinas riquezas en desproporción absoluta con la victoria macabea, retienen y defienden el palpable y necesario mesianismo de los bienes aquí anunciados.
Pero ellos a su vez tropiezan con la misma dificultad. Esos bienes mesiánicos no se han realizado, sino muy al contrario, sobre Jerusalén y el pueblo judío.
Luego, para conservar el necesario carácter mesiánico del v.  24 es menester vaciarlo de todo elemento propiamente  judío y aplicarlo, aunque proteste, a un Israel espiritual que tomó cuerpo entre las Gentes…”.

Hasta aquí las palabras del sabio sacerdote ecuatoriano. Con este principio en mente es fácil ver que la profecía avanza cuando Israel es pueblo de Dios, y se detiene cuando deja de serlo, y así se explica fácilmente la división que dimos en el Primer Artículo de nuestra serie, donde decíamos:

“Las palabras del Ángel San Gabriel indican, si no nos equivocamos, la siguiente división de las 70 Semanas:

1) Desde la salida de la orden de restaurar y edificar Jerusalén hasta su edificación hay 7 Semanas.

2) Después de esas 7 semanas y hasta la venida de un Ungido, un Príncipe hay 62 semanas.

3) Después de las 62 semanas será muerto el Ungido.

4) Él confirmará el pacto con muchos durante 1 semana”.

Así, según esto, estamos necesariamente en la etapa del intervalo (punto 3), ya que el pueblo de Israel dejó de ser el pueblo de Dios tras el rechazo del Mesías, y la profecía continuará cuando Israel se convierta de nuevo a su Dios (sobre esto volveremos más adelante).

El v. 26, para citarlo en su totalidad, dice así, según traducción de Straubinger:

“Al cabo de las sesenta y dos semanas será muerto el Ungido y no será más. Y el pueblo de un príncipe que ha de venir, destruirá la ciudad y el Santuario; mas su fin será en una inundación; y hasta el fin habrá guerra (y) las devastaciones decretadas”.

Creemos que estamos en este versículo. El Mesías fue muerto, y “el pueblo de un príncipe que ha de venir” a fin de destruir “la ciudad y el santuario”, ha sido el pueblo romano y su general Tito que destruyeron Jerusalén y el Templo, el cual pueblo, a su vez, fue devastado por los bárbaros un par de siglos más tarde. Y hasta el fin (del intervalo) vemos y padecemos las guerras y devastaciones.

De esta forma hemos creído explicar, siquiera someramente, el por qué de la suspensión del cómputo del tiempo en la profecía, como así también los momentos a los cuales se refiere.
Nos quedaría por analizar con algo más de detenimiento el v. 26 o Terminus ad quem y ver si podemos aprovecharnos desta profecía para conocer la fecha exacta de la muerte de Jesucristo, como así también ver el versículo final que es la verdadera clave para entender tanto el Discurso Parusíaco como el Apocalipsis.
Nunca nos cansaremos de decirlo: para poder comprender el Discurso Parusíaco y el Apocalipsis es del todo necesario una recta comprensión de las Setenta Semanas de Daniel, por lo mismo que son un desarrollo de la profecía daniélica. De hecho no es difícil observar, las más de las veces, que en el fondo de todo error, sea en el Discurso Parusíaco, sea en el Apocalipsis, se encuentra una mala exégesis de las Setenta Semanas.

Vale!



[1] La Profecía de las 70 Semanas… p. 26 y 19 ss.