La llave de David
Vamos a comenzar la sección con un caso que, creemos, tiene importantes
consecuencias.
Al comentar uno de los dos títulos de Jesucristo en la sexta Iglesia, la de Filadelfia, nos parece que Castellani comete un serio error.
Por ahora dejaremos de lado el análisis de las épocas a las cuales se refieren cada una de ellas y nos centraremos
sólo en un aspecto de la sexta.
El texto en cuestión es el siguiente[1]:
Esto es lo que dice el que es Santo
El que es veraz
El que tiene la llave de David
El que abre y nadie cierra
El que cierra y nadie abre.
Estas son las palabras de Nuestro Señor. Castellani trae este escueto comentario (énfasis nuestros; pag.
65):
“Jesucristo invoca aquí no
solamente su conocimiento y veracidad profetal (“la llave de David”) sino
también su poder discriminatorio: las
llaves de Pedro han vuelto a sus manos”.
Bien. Algunos podrán sacar de
aquí, hoy en día, argumentos para ciertas posturas, pero es preciso saber que el texto está hablando de una cosa muy
diversa a los sucesores de Pedro[2].
En primer lugar, y esto es clave
(valga el juego de palabras) para entender el texto en cuestión, hay que tener
en mente que estamos ante unas de las tantas citas del Antiguo Testamento
que se encuentran, passim, en el
Apocalipsis. En este caso está tomada del cap.
XXII de Isaías, vers. 15-25:
“Así dice el Señor, Yahvé de los Ejércitos: ve a
ver a ese ministro, a Sobná,
prefecto del palacio, (y le dirás): “¿Qué haces tú aquí? ¿Y quién eres
tú en este lugar? Ya que te labras aquí un sepulcro. Te haces un sepulcro en
lugar alto, tallando para ti una morada en la roca. He aquí que Yahvé te
arrojará con golpe viril, y te hará rodar con violencia. Te enrollará como
ovillo, te (lanzará) cual pelota en plaza espaciosa. Allí morirás y allí
quedarán tus gloriosas carrozas, oh vergüenza de la casa de tu Señor. Yo te
expulsaré de tu puesto, te arrancaré de tu lugar”.
“Y en aquel día llamaré a mi siervo Eliaquím, hijo de Helcías;
le vestiré con tu túnica, y le ceñiré con tu cinturón; pondré tu poder en su
mano, y él será como padre de los habitantes de Jerusalén y de la casa de Judá.
Pondré sobre tu hombro la llave de la casa de David; abrirá y nadie cerrará;
cerrará y nadie abrirá. Le colocaré como clavo hincado en lugar firme, y
será como trono de gloria para la casa de su padre. De él colgará toda la
gloria de la casa de su padre, los hijos y los nietos, todos los vasos pequeños,
desde la copa hasta toda clase de jarros”.
“En aquel día, oráculo de
Yahvé de los ejércitos, cederá el clavo hincado en lugar firme, será quebrado y
caerá; y la carga que había sobre él será destruida, pues Yahvé lo ha dicho”.
Sabido es que el Apocalipsis es una verdadera clave
de las profecías del Antiguo Testamento, como lo señala Lacunza, así que lo menos que se podría esperar de un exégeta es
una referencia a este pasaje para que
el lector esté sobre aviso. Pero no hay en Castellani
ni referencia, ni mucho menos una cita
del texto de Isaías y el lector es
dejado a las buenas de Dios.
Ahora ya sabemos que lo que hace Nuestro Señor es citar a Isaías, con lo cual tenemos fijado el tiempo en el cual sucede lo anunciado por el Profeta hebreo y se impone
la necesidad de indagar el sentido que estas palabras han tenido en su pluma.
Notemos, antes que nada, que se dice de Eliaquím que “será como padre de los habitantes de Jerusalén y de la casa de Judá”, con lo cual ya vemos de entrada
que la Iglesia no está ni nombrada ni figurada en modo alguno ¿a qué vienen
pues, las llaves de Pedro? ¿O es que vamos
a caer en la mala exégesis, propia de los alegoristas, que identifica al Israel
y Judá de los Profetas con la Iglesia?[3]
Además tengamos en cuenta
que el sacerdocio tampoco puede haber
sido aludido ya que se habla de la casa de Judá
y no de la de Leví, que era la tribu sacerdotal en el Antiguo Testamento.
Todo parece indicar, pues,
que el texto de Isaías está hablando de otra cosa ¿Qué es, pues, la
llave de David?
Para responder a esta
pregunta, a Castellani le hubiera bastado con releer el Fenómeno IX
de Lacunza: “El Tabernáculo de David” y allí se hubiera dado cuenta que la llave de David dice relación al Trono Real de la casa de David, trono prometido in aeternum a uno de sus descendientes: el Mesías.
Es curioso, o por lo
menos debería serlo para varios, que Castellani rechace por completo
todo un capítulo de Lacunza (casi cien páginas en la edición de Manuel
Belgrano), sin ni siquiera intentar un justificación de su postura o una
crítica de la de Lacunza.
Si bien es cierto que Lacunza
no cita Isaías XXII en su Fenómeno
IX (como así tampoco en el resto de su obra, si no nos fallan nuestras
notas), sin embargo es claro por todo el contexto que la llave de David corresponde al “Tabernáculo” del Rey Profeta.
Citemos aquí y allá a Lacunza:
“Y es así verdad, que el
golpe que dio contra la tierra el tabernáculo, o el solio de David, fue tan
terrible por la violencia con que cayó, que desde Nabucodonosor hasta el día
presente, no se ha podido levantar, y ni hay apariencia, ni esperanza
alguna de que pueda levantarse jamás” (pag. 238).
“Mas estas palabras
“reino, tabernáculo, solio etc.”, hablando de la Iglesia presente son unas
palabras no propias, sino visiblemente prestadas… ¿la Iglesia presente es en
la realidad aquel mismo reino, tabernáculo o solio de David, que fue destruido
enteramente por Nabucodonosor? ¿Que desde entonces hasta ahora está
sepultado en el olvido?” (pag. 240 s.).
“Es pues Jesucristo
como soberano pontífice y sumo Sacerdote la verdadera cabeza de la
Iglesia; mas cabeza del todo invisible en sí misma y sólo visible en su vicario
sucesor legítimo de San Pedro, que el mismo Señor dejó en su lugar
con todas las llaves o con todas sus veces y autoridad…” (pag. 242).
“Del reino, pues, del
tabernáculo, del solio del santo rey David, que cayó del todo y se
redujo a polvo desde los principios del primer imperio[4], de este mismo anuncian los
profetas de Dios, que algún día se levantará de nuevo en la persona del Mesías
hijo de David secundum carnem[5].
Mas este reino, este tabernáculo, este trono, este solio (que de estos cuatro
nombres usan los profetas) ¿era acaso algún reino puramente espiritual? ¿Era
acaso el tabernáculo de la religión o el solio del sumo sacerdote? Cierto que
no. El sumo sacerdocio pertenecía por institución divina a la tribu de Leví y
familia de Aarón, no a la tribu de Judá, y Familia de David…” (pag. 244).
“En suma, es
ciertísimo, que ni el sacerdocio de Aarón, ni el de Melchisedech pertenecían a
David; luego ni el uno ni el otro se pueden llamar el reino o el tabernáculo o
el solio[6] de
David; luego el sacerdocio eterno, que se puso en la persona de Cristo,
y que ahora ejercita en la Iglesia presente, que llaman reino espiritual de Cristo,
no puede ser el reino, el tabernáculo, o solio de David, que cayó y se
disolvió enteramente más de dos mil años ha, no puede haberse verificado en
un reino, tabernáculo o solio puramente espiritual, en que David no tuvo parte
alguna; pues este tabernáculo o solio espiritual no es otra cosa en
realidad que el sumo sacerdocio de Cristo” (pag. 246).
Basta recorrer las páginas
que siguen a las que acabamos de citar para terminar de convencerse que los
términos “llave de David” y “llaves del Reino de los cielos” son dos cosas
diametralmente opuestas que generalmente identifican los alegoristas. Si Castellani
se hubiera tomado la molestia de releer estas cien páginas seguramente hubiera
cambiado de exégesis. Y si lo hizo y aún así mantuvo la identidad entre la
llave de David y las de Pedro, entonces hubiera correspondido que diera las razones,
puesto que Lacunza no es un autor más con el que se pueda diferir porque sí.
A la opinión de Lacunza
se le puede agregar la de un reconocido exégeta español cuando, al comentar el
pasaje de Isaías, dice:
“… Véase un caso semejantísimo en Isaías a
propósito de Eliacím, que en un momento particularmente difícil recoge las
llaves de la casa de David, y sostiene con honor sobre sus hombros la pública
autoridad, donde a través de la gestión de este varón histórico columbra el
profeta la ulterior gestión de un gran personaje por venir. En contraste con la
caída del intruso Sobna, con quien habla, añade con seguridad y con mayor
entonación: Et
erit in die illa: vocabo servum meum Eliacim, filium Helciæ, et induam illum
tunica tua, et cingulo tuo confortabo eum, et potestatem tuam dabo in manu
ejus; et erit quasi pater habitantibus Jerusalem et domui Juda. Et dabo clavem
domus David super humerum ejus; et aperiet, et non erit qui claudat; et
claudet, et non erit qui aperiat. Et
figam illum paxillum in loco fideli, et erit in solium gloriæ domui patris
ejus, etc. etc. (Is. XXII, 20-23: cf. Ap.
III, 7).
Esa
llave de la casa de David, como sabemos por el Apocalipsis (Ap. III, 7), está
ahora en manos de Cristo, que la tiene por derecho de devolución, mientras dura la apostasía de Israel, de Él
la recibirá algún día Eliacím, como expondremos oportunamente. Para mí que bajo
las dos figuras históricas de Eliacím y Zorobabel se oculta un mismo gran
personaje venidero, providencial, apoderado de la potestad davídica,
y su restaurador afortunado, a quien llamaremos indistintamente el Eliacím o el Zorobabel escatológico; ni es ésta la única identificación en este
punto. Efectivamente, a través del texto de Zacarías se advierte sin dificultad que ese Zorobabel escatológico es el vir
oriens, en hebreo tsémah, que introduce aquí el profeta (Zac. III, 8), y que vuelve a presentar
más adelante (Zac. VI, 12, s.), como a restaurador del templo y de la
dignidad real de concierto con el sumo sacerdote. Tsémah significa germen, renuevo, retoño, vástago, pimpollo, como
propio calificativo de ese magistrado excepcional. Ni es esto una invención de Zacarías; lo usan como tal antes que
él: Is. IV, 2; Jer. XXIII, 5; Ez. XXIX,
21; al.; y de una serie de lugares paralelos que no podemos hacer más que
indicar, es fácil concluir que el profético tsémah
de Is., Jer. y Ez., es idéntico
al David escatológico de Os. III,
5
(cf. Am. IX, 11; Jer. XXIII, 5; XXXIII,
15 ss); de Is. LV, 3; Ez. XXXIV, 23,
ss.; XXXVII, 15 ss. (cf. Os. I, 11;
Is. XI, 16; Jer. III,
15 ss.); y tenemos así otro nombre simbólico que añadir a
los de Eliacím y Zorobabel.
Trátase
en realidad de un gran monarca providencial y justiciero que Isaías divisa en
lontananza (Is. XXXII, 1 ss.; XLI, 1 ss.: al.); de un gran Caudillo teocrático,
el caput unum de Os. I, 11, bajo el
cual se reunirán de nuevo, para formar un solo reino, los hijos de Judá e
Israel, nunca antes reunidos desde el cisma
(cf. Is. XI, 13; Jer. III, 15 ss.; Ez.
XXXVII, 15 ss.); de un vir masculus,
en fin, que se le muestra al propio Isaías
al final de su profecía (Is. LXVI, 7),
en relación con la reconstrucción de la ciudad y el templo y del desquite de
Israel contra sus opresores (…) Como el histórico
mayordomo recogió del suelo las llaves de la casa de David, así algún día el
futuro Caudillo de Israel las recogerá con mayor gloria (Is. XXII, 20 ss),
recibiéndolas de manos del mismo Cristo… que con ellas le transmitirá su
realeza suprema, como con parecida figura simbólica transmitió a Pedro el
supremo sacerdocio”.[7]
Summa summarum: confundir la llave de David (notar el singular) con las llaves de Pedro (plural), implica confundir el poder real con el sacerdotal;
implica espiritualizar todas las profecías que anuncian una era de prosperidad,
incluso material; implica confundir Israel con la Iglesia, implica confundir el
Trono Sacerdotal sobre el cual sede
ahora Nuestro Señor (Trono de Gracia
y Misericordia: Heb. IV, 16;
cfr. VII, 25; Apoc. III, 21) con el Trono Real sobre el cual se sentará junto con los Santos en el Milenio (Trono
de Justicia: Lc. I, 32-33.68-75; Mt.
XIX, 28; Apoc. III, 21; Salmos II y CIX, etc.[8]) implica, para decirlo
todo de una buena vez, confundir en última instancia, la Jerusalén Terrestre
con la Jerusalén Celeste durante el milenio[9].
Vale!
[1] Citamos siempre según el texto de Castellani.
[2] No nos vamos a detener a analizar la infundada afirmación de que la llave de David implica el
“conocimiento y veracidad profetal” (?).
[3] No se nos escapa que en la nota de la pag. 76 Castellani comenta: “Identificar la Iglesia actual con la Casa de
Jacob me parece lúdico. Los cristianos actuales no se acuerdan de Jacob a no ser para llamar jacoibos a los judíos”.
Pero esto lo único que
prueba es que en teoría los
distinguía, pero no siempre en la
práctica.
[4] Lacunza se refiere a la visión de la estatua del cap. II de Daniel donde el primer imperio es el de Nabucodonosor.
[5] Esto no contradice en nada nuestra exégesis de la llave de David de la que habla el Apocalipsis ya que creemos que
cuando venga Elías “y lo restaure todo”, además de la conversión de los
judíos, se va a reconstruir el Templo e Israel va a volver a tener rey, por lo
menos hasta que venga el Anticristo.
De hecho el mismo
pasaje de Isaías que estamos analizando
confirma lo que decimos, ya que después
de decir de Eliaquím que “le
colocaré como clavo hincado en lugar firme”, agrega: “en aquel día, oráculo de Yahvé
de los ejércitos, cederá el clavo hincado
en lugar firme, será quebrado y caerá; y la carga que había sobre él será
destruida, pues Yahvé lo ha dicho”, con lo cual parece indicarse su
destrucción por manos de otra persona, que a todas luces sería el Anticristo.
[6] “o la llave”, agregamos nosotros.
[7] Ramos García, "La restauración de Israel". Estudios
Bíblicos, 1949, pp. 109 y 121.
Próximamente lo estaremos publicando.
La última parte es
citada por Straubinger, in loco.
[8] Cfr.
Ramos García, op. cit. pag. 78 ss.
[9] Esta confusión de Castellani
de las dos “Jerusalén” se ve también en otras partes de su comentario, sobre
las que volveremos más adelante.