La encíclica habla de los no-miembros que tienen un vero y sincero deseo,
aunque meramente implícito, de entrar en la Iglesia, diciendo que están en una
situación “en el que no pueden estar seguros de su propia salvación eterna” (in
quo de sempiterna cuiusque salute escurrí esse non possunt). Muchas de las
traducciones publicadas de la Mystici Corporis Christi emplean la expresión “en
el cual no pueden estar ciertos de su salvación”[1]. Esta terminología es tanto inexacta como seriamente engañosa. En nuestra
lengua “seguro” (sure) es uno de los sinónimos de la palabra “cierto” (certain).
Definitivamente, el Santo Padre, al negar que los que están dentro de la
Iglesia sólo por un deseo implícito[2]
están “securi” de su propia salvación, no quiso decir que los miembros
de la vera Iglesia puedan estar ciertos de estar predestinados por Dios a la
gloria del cielo.
De hecho, el Concilio de Trento, en su famoso Decreto
sobre la Justificación, nos advirtió solemnemente sobre este tema:
“Nadie, tampoco, mientras vive en esta mortalidad, debe
hasta tal punto presumir del oculto misterio de la divina predestinación, que
asiente como cierto hallarse indudablemente en el número de los predestinados,
como si fuera verdad que el justificado o no puede pecar más o, si pecare, debe
prometerse arrepentimiento cierto. En efecto, a no ser por revelación especial,
no puede saberse a quiénes haya Dios elegido para sí[3].
Una cosa es la certeza de la salvación. La Iglesia, a
través del Concilio de Trento, nos ha dicho que ésta sólo se puede tener por
medio de una revelación especial hecha por Dios mismo. Pero otra cosa es la seguridad en la línea de la salvación eterna. Este
es un favor del que pueden gozar los hombres como miembros de la Iglesia, y
sólo desta forma. Tal es la enseñanza de Pío XII en la Mystici Corporis Christi.
Tal seguridad, por su propia natura, está disponible sólo
para aquellos hombres que están en posición de gozar y utilizar los diversos
auxilios para la obtención de la vida eterna que Dios ofrece a los hombres en
Su reino sobrenatural o ecclesia. De hecho, la mayor parte de la Mystici
Corporis Christi está dedicada a la enumeración y descripción destos
factores que dan seguridad en el camino de la salvación al hombre que tiene el
privilegio de ser miembro de la vera Iglesia de Jesucristo. A la luz de la
enseñanza desta encíclica, las ventajas que están disponibles sólo para los
miembros de la Iglesia Católica, y que son tales como para ofrecer al hombre
una genuina seguridad de su propia salvación, pueden resumirse en término de
los lazos externos de unidad con Nuestro Señor en su ecclesia. Los
factores del llamado “lazo externo” son, de hecho, las cualidades por las
cuales únicamente el hombre pasa a ser miembro de la Iglesia Católica.
Como hemos visto la Mystici Corporis Christi nos
enseña que “Pero entre los miembros de la Iglesia, sólo se han
de contar de hecho los que recibieron las aguas regeneradoras del Bautismo y
profesan la verdadera fe y ni se han separado ellos mismos miserablemente de la
contextura del cuerpo, ni han sido apartados de él por la legítima autoridad a
causa de gravísimas culpas”. Esto está en
completo acuerdo con la enseñanza de San Roberto Belarmino, que define la
Iglesia Militante del Nuevo Testamento como “la asamblea de hombres unidos en
la profesión de la misma fe cristiana y en la comunión de los mismos
sacramentos, bajo el gobierno de los legítimos pastores, y en particular del
Vicario de Cristo en la tierra, el Romano Pontífice”[4].
Según la enseñanza del gran doctor de la Iglesia, expresada por la encíclica de
Pío XII, los componentes deste lazo
externo de unión por los cuales el hombre es miembro de la Iglesia, son: la profesión Católica de la fe; la comunión
o comunicación de los sacramentos, y la sujeción al gobierno de los legítimos
pastores, y básicamente al Obispo de Roma. Las ventajas, pues, por los cuales
los miembros de la vera Iglesia pueden estar seguros de su salvación, se deben
encontrar bajo estos tres ítems.
La primera ventaja
y las más fundamental destas ventajas es la
profesión Católica de la fe divina. El
miembro de la Iglesia Católica forma parte de una sociedad dentro de la cual se
guarda y propone infaliblemente el mensaje que Nuestro Señor enseñó y predicó
como revelación divina sobrenatural. Este mensaje es el cuerpo de verdades que
los hombres deben aceptar con asentimiento de fe divina. Es el cuerpo de la revelación
pública. Es la enseñanza que Dios ha dado a los hombres para guiarlos y dirigirlos
hacia la posesión eterna de la Visión Beatífica.
El miembro de la Iglesia Católica está en una posición de recibir esta enseñanza
divina de una manera adecuada y precisa. La Iglesia a la cual pertenece siempre
ha predicado este mensaje infaliblemente y lo continuará predicando y
exponiendo infaliblemente hasta la consumación del siglo. De hecho, la Iglesia es el instrumento de Cristo Doctor, que vive y enseña en la Iglesia, que es su Cuerpo
Místico. Uno de los pasajes más lindos y luminosos de la Mystici Corporis
Christi trae a colación esta verdad muy claramente. Pues, después de
asegurarnos que “Cristo ilumina a toda su Iglesia, lo cual se prueba con casi
innumerables textos de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres”, la
encíclica nos dice:
“Y aún hoy día es para nosotros, que moramos en este
destierro, autor de nuestra fe, como será un día su consumador en la patria. Él
es el que infunde en los fieles la luz de la fe; Él quien enriquece con los
dones sobrenaturales de ciencia, inteligencia y sabiduría a los Pastores y
Doctores, y principalmente a su Vicario en la tierra, para que conserven
fielmente el tesoro de la fe, lo defiendan con valentía y lo expliquen y corroboren
piadosa y diligentemente; Él es, por fin, el que, aunque invisible, preside e
ilumina los Concilios de la Iglesia”.
Por supuesto que puede objetarse que la Iglesia no afirma
que todos y cada uno de sus pronunciamientos doctrinales autoritativos es
presentado precisamente como una proposición infalible. La teología católica
tiene en cuenta el hecho de que algunas de las decisiones doctrinales de la
enseñanza ordinaria de la Iglesia no son designadas como infalibles, aunque
ciertamente demandan de parte de los fieles un vero e interno asentimiento ¿El hecho de que existan en el cuerpo de
los actos doctrinales de la Iglesia Católica declaraciones que, aunque son
completamente autoritativas, no están cubiertas por una garantía de
infalibilidad doctrinal, resta valor de alguna manera a las ventajas que le
corresponden al miembro de la Iglesia Católica desde el punto de vista de la
precisión de la presentación de la doctrina revelada?
La respuesta es que no. Toda la enseñanza de la Iglesia de Dios está cubierta
por lo que los teólogos, después de Franzelin, llaman la garantía de la
“seguridad infalible”, distinta de la “verdad infalible”[5]. El objeto primario de la responsabilidad y autoridad de la Iglesia en el
campo doctrinal es la presentación precisa y la defensa efectiva de la
enseñanza que los Apóstoles entregaron a la Iglesia como divinamente revelada.
Tal es el significado expresado en el Concilio Vaticano en la declaración de la
función de la Iglesia con respecto a la fe divina.
“Mas porque “sin la fe... es imposible agradar a Dios” y
llegar al consorcio de los hijos de Dios; de ahí que nadie obtuvo jamás la
justificación sin ella, y nadie alcanzará la salvación eterna, si no perseverara
en ella hasta el fin. Ahora bien, para que pudiéramos cumplir el deber de abrazar
la fe verdadera y perseverar constantemente en ella, instituyó Dios la Iglesia
por medio de su Hijo unigénito y la proveyó de notas claras de su institución,
a fin de que pudiera ser reconocida por todos como guardiana y maestra de la palabra
revelada”[6].
Así, según el mismo Concilio Vaticano, una de las razones
fundamentales de la existencia de la verdadera Iglesia de Dios en este mundo es
la de tener la posibilidad de aceptar la fe divina y de perseverar en nuestra
creencia. Para llevar a cabo su misión
doctrinal la Iglesia trabaja de dos maneras diversas. Primero, promulga
declaraciones y definiciones que los fieles deben acatar sea con una fe divina
y católica, sea por lo que algunas veces es llamado simplemente fe eclesiástica.
En segundo lugar promulga decisiones doctrinales que son autoritativas, esto
es, deben ser recibidas por los fieles por medio de un acto de asentimiento
religioso verdadero e interno, pero que la Iglesia misma no propone como
infalible. La primera clase de actos, es decir, aquellos que sólo pueden ser
rechazados a costa de herejía o error doctrinal, tienen la infalibilidad de
verdad. La segunda clase de declaraciones o decisiones, que sólo pueden ser
rechazados a costa de un pecado de imprudencia contra la fe o de desobediencia
doctrinal a la Iglesia, tienen la garantía de la infalibilidad de seguridad.
Son promulgados por la Iglesia, no como declaraciones verdaderas para ser
aceptadas por sí mismas, sino como medidas de seguridad para la protección y
seguridad de la fe divina. Nuestro Señor, la Cabeza del Cuerpo Místico, vela
para que estas decisiones cumplan el fin para el cual fueron dadas. Realmente
protegen la pureza y seguridad de la fe.
Así, en el campo de la profesión de la vera fe cristiana,
el miembro de la Iglesia Católica ventaja indescriptiblemente importante de
pertenecer a una sociedad dentro de la cual el mensaje revelado por Dios es
preservado, enseñado y defendido de forma tal que la pureza e integridad de la
fe está siempre protegida. Aquel que no es miembro de la vera Iglesia, sino que
está dentro de ella solamente por la fuerza de un deseo o intención implícito
de entrar en ella, carece de esta ventaja. No posee norma alguna de creencia
inmediata visible y confiable.
Si tal individuo es miembro de una organización religiosa herética está
también en forma parecida en una tremenda desventaja. La organización a la que
pertenece es la que presenta, como objeto de su propia creencia, un cuerpo de
doctrina completamente diverso del que Dios reveló a la humanidad a través de
Su divino Hijo. Obviamente es cierto que el mensaje doctrinal de la organización
religiosa no Católica contiene algunas afirmaciones que de hecho forman parte
de la enseñanza revelada por Dios. Es posible que un hombre haga un acto de fe
divina al aceptar esas enseñanzas como ciertas, basado en la autoridad de Dios
que las ha revelado. Pero la pureza e integridad de esta creencia está siempre
amenazada por la presencia, en el cuerpo doctrinal de la institución del cual
es miembro, de afirmaciones en desacuerdo con el contenido de la revelación pública
divina. Y supuesta la fundamental necesidad de la fe para vivir la vida sobrenatural
y para la obtención de la salvación eterna, es fácil ver que el que no es
miembro de la Iglesia Católica está en una tremenda desventaja comparado con el
Católico.
[1] Nota del traductor: aquí la terminología se vuelve un tanto compleja y
es preciso aclarar los términos. En latín la palabra usada por Pío XII
es “securi”. En inglés Fenton dice que hay que traducirlo como “sure” y
que traducirla por “certain”, como algunos hicieron, es un error. En español
vamos a mantener el término “seguro” para traducir “sure”, y “cierto” para
traducir “certain”.
[2] El original
dice “explícito”.
[3] DZ. 805.
[4]
S. Roberto, loc. cit.
[5] Cfr. Franzelin, De divina traditione et Scriptura (Rome, 1875), pag. 127 ss.
[6] Dz. 1793.