ESCATOLOGÍA
LOS CINCO MISTERIOS DE SAN PABLO
El P. Sales hace notar que el Apóstol usa la palabra
"misterio" a menudo acompañada de la expresión "no quiero que ignoréis",
cuando quiere dar una enseñanza de gran importancia. Se destacan así, en la
enseñanza e San Pablo, cinco misterios principales, que podemos llamar: 1) Mysterium
sapientiae: 2) Mysterium iniquitatis; 3) Mysterium
Ecclesiae; 4) Mysterium resurrectionis et vitae; 5) Mysterium
salvationis Israel.
I
El primero es el que se llama de la sabiduría
de Dios, que se predica "en misterio" (I Cor. II, 7), presentando
las cosas espirituales para los hombres espirituales (ibid. 13), de modo que no pueda percibirlas el hombre simplemente
razonable o "psíquico" (ibid.
14) en tanto que, a los
espirituales, el Espíritu Santo les hace penetrar "aún las profundidades
de Dios" (ibid. 10). Por
eso no entienden la Sabiduría los sabios según la razón, sino los pequeños. Es el mismo misterio que revela Jesús al decir
gozoso a su Padre que lo alaba porque ocultó a aquéllos estas cosas que reveló a
los pequeños (Luc. 10, 21).
II
El misterio de iniquidad (II Tes. II, 7), que culminará en el Anticristo y su triunfo sobre todos los que no
aceptan aquel misterio de la sabiduría, y "ya está operando" desde el
principio, en forma de cizaña mezclada con el trigo, a causa del dominio adquirido
por Satanás sobre Adán, y mantenido sobre todos sus descendientes que no aprovechan
plenamente la redención de Cristo. Es, no sólo el gran misterio de la existencia
del pecado y del mal en el mundo, no obstante la omnipotente bondad de Dios,
sino principalmente, y en particular, el misterio de la apostasía (II Tes. II,
3) con el triunfo del Anticristo sobre los santos (Apoc. XIII, 7), con la
mengua de la fe en la tierra (Luc. XVIII, 8) y, en una palabra, con la aparente
victoria del Diablo y aparente derrota del Redentor por la apostasía que nos rodea
hasta que Él venga a juzgar el mundo y triunfar gloriosamente en los
misterios más adelante señalados para el fin.
III
El misterio de la Iglesia, que el
Apóstol llama también misterio del
Evangelio, y "misterio grande"
(Ef. V, 32) en cuanto contiene la unión íntima de Cristo con su
cuerpo místico y las Bodas del Cordero con su Esposa la Iglesia, anunciadas en
el Apocalipsis (Apoc. 19, 6 ss.). Es
el misterio por el cual Dios resuelve formarse de entre los gentiles un pueblo
para su nombre (Hech. XV, 14) derribando, por la Sangre de Cristo, el muro que los
separaba de Israel (Ef. II, 14), en su propósito de reunir en uno a todos los
hijos de Dios (Juan XI, 52) a fin de que, finalmente hubiese, incluso las doce
tribus de Israel, un solo rebaño bajo un solo Pastor (Juan X, 16).
Se llama misterio, porque en vano se habría pretendido
descubrirlo en el Antiguo Testamento, ya que sólo a Pablo, "el último de todos los santos", le fué dado
"revelar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido en Dios
desde todos los siglos" (Ef. III, 9)
y desde todas las generaciones (Col. I,
26) y aún para los ángeles (Ef. III,
10) desde los tiempos eternos (Rom. XVI,
25). Esto, no obstante haber existido "antes de la creación el mundo",
en la mente del Padre Celestial que, según el deseo de su benevolencia hacia nosotros,
nos había predestinado a ser hijos por obra de Jesucristo (Ef. I, 4-5),
e iguales a Él (Rom. VIII, 29) en
nuestro cuerpo glorificado (Filip. III,
20-21).
IV
El misterio de la resurrección y de la vida,
según el cual no sólo resucitaremos y seremos
transformados, sino que habrá hombres que serán transformados vivos (I Cor. XV, 51 ss. texto griego), y que los
que vivamos en la segunda venida del Señor "seremos arrebatados al
encuentro de Cristo en los aires" (I Tes. IV, 16 ss.) junto con los hermanos
resucitados. Llama a esto “misterio",
porque es la derrota definitiva de la muerte, que entró en el mundo por aquel
misterio de iniquidad, y a la cual se le quitará: 1) su victoria ya obtenida,
pues los muertos resucitarán; 2) su aguijón, o espada, pues ésta ya no podrá
matar a los que serán transformados (I Cor. XV, 54 ss.)[1]. Es lo que Jesús dice Marta: El que cree en Mí,
si hubiere muerto vivirá, y todo viviente y creyente en mí, no morirá nunca
(Juan XI, 25).
Sobre este gran misterio véase el artículo del P. Latte, S. J., publicado en el núm.
41 de la Revista Bíblica, bajo el título: “La versión Vulgata de I Corintios XV,
51”.
V
El misterio de la salvación de Israel (Rom. XI, 25 ss.), que es misterio: a) porque será obra gratuita
de la misericordia, sin mérito alguno de los hombres, y esa misericordia para
con los unos hallará motivo en la incredulidad de los otros (Rom. XI, 21 s.),
así como la incredulidad de Israel fué motivo para que los gentiles fuesen
admitidos (Rom. XI, 30); b) es misterio porque con esto terminarán los actuales
"tiempos de las naciones" (Luc XXI, 24)[2]; c) porque se cumplirán las maravillosas
promesas de los Profetas acerca de la santidad del reino mesiánico y la sublime
glorificación de Jesús (Sal. II, IV, XLIV, LXXI, CIX, etc).
Quien medita en estos Misterios, está cerca de Cristo, porque Él es quien los reveló a
su discípulo Pablo.