I Parte
A fin de poder continuar con
nuestro estudio, y a pesar que por lo dicho ya se puede ver o por lo menos
intuir nuestra posición, nos parece que lo mejor será hacer un breve repaso por
las diversas interpretaciones que se le han dado a esta profecía, para poder pasar
luego al análisis de las mismas. Creemos que de esta forma se apreciarán mejor
nuestros argumentos.
Con respecto a las
interpretaciones que los exégetas le han dado a esta dificilísima profecía, lo
mejor será dejar hablar a Mons. Straubinger, que en su comentario al versículo
27 trae esta larga nota[1]:
“Las interpretaciones se
dividen en tres grupos: la tradicional, la moderna y la escatológica, la cual
también pretende fundarse en la tradición.
1) Del grupo moderno, que ve el fin
histórico de esta profecía cumplida ya en la época de los Macabeos (cf. nota
v. 26, final), tomamos como ejemplo la interpretación de Nácar-Colunga,
que dice: “Queda una semana que va desde la muerte de Onías hasta la de Antíoco
(164). Esta semana será de persecución, la cual el intérprete (el ángel) divide
en dos mitades, por la supresión del sacrificio perpetuo, realizada por Antíoco
IV en 168 y que duró tres años. La salud Mesiánica vendrá después, pero
tampoco inmediatamente después, como acaece en los demás profetas. El número de
años de cada grupo no se ajusta matemáticamente a los años de la historia, pero
téngase en cuenta que Daniel es un profeta, no un historiador, y aún en
estos últimos cabrían tales aproximaciones (véase Jer. XXV, 11 s.; XXIX, 10)”.
2) Los defensores de la interpretación
tradicional dicen: por la muerte de Cristo se consumará el pacto con muchos, no con todos, pues no todos van a
convertirse inmediatamente a la doctrina de Cristo. Y cesarán los sacrificios, lo que significa que el
culto del Antiguo Testamento será sustituído por el verdadero sacrificio
expiatorio de Cristo. El Templo será destruido y profanado. Las palabras
abominación desoladora (Vulgata: abominación
de la desolación) se
refieren, según los intérpretes antiguos, al ídolo de Júpiter que erigió Antíoco
Epífanes (cfr. I Mac. I, 57) o a la imagen del César con que Pilato
profanó el Templo o a una profanación semejante”.
Hasta aquí las dos primeras
opiniones. Antes de pasar a la tercera, Straubinger se detiene un poco
en “la abominación de la desolación”:
“A este pasaje alude
Jesús en su gran discurso escatológico (Mt. XXIV, 15), enseñando que volverá a
cumplirse en los tiempos que Él anuncia. De ahí que no todos los Padres
apliquen esta profecía a la destrucción de Jerusalén, sino más bien a los
tiempos del fin. El mismo Doctor Máximo admite que puede tratarse del
Anticristo, lo que, entre otros, sostienen San Hipólito, San Cirilo de Jerusalén
y San Atanasio. Algunos Padres creen que en los últimos tiempos los judíos
edificarán un nuevo templo en Jerusalén, que sería objeto de esa desolación por
un falso Mesías, el Anticristo”.
3) Entre los modernos esta tesis escatológica
ha sido defendida por Caballero Sánchez en su libro “La Profecía de las 70 Semanas”, Madrid, Edit. Luz, 1946. Apoyándose
principalmente en las palabras de Jesucristo, quien combina este verso
con los acontecimientos del fin (Mt XXIV, 16-21; Lc. XXI, 20.24.28-31[2]),
resume dicho autor sus puntos de vista en las siguientes palabras (pag. 115): “Las
70 semanas son tiempo judíos y… deben
necesariamente interrumpirse durante los tiempos de la evacuación del Ungido y
arriendo de la viña (de Israel) a otras gentes. Se reanudarán cuando,
convirtiéndose a Cristo, las ramas naturales sean reinjertas en su Olivo
propio. Cesa entonces la evacuación de Israel. Vuelve el hijo pródigo (el
pueblo judío) a la casa paterna… Cesa también entonces el arriendo de la viña a
otras gentes. Jerusalén vuelve a ser la capital religiosa de la comunidad y
corre la última semana. Semana escatológica en que se atan los cabos de los
siglos: siglo presente: tiempo de los gentiles; siglo futuro: era del Emanuel.
Semana escatológica, la del supremo combate: guerra destructora, culto
abominable, magna tribulación por un lado, y por el otro, formación del bloque
anticristo, estruendosa victoria de la cuarta bestia, “pueblo invasor” de
Palestina y apoteosis de su jefe. Semana escatológica que se clausura con la
tempestad divina, que limpia definitivamente la tierra del Emanuel para que
allí resplandezca el nuevo orden del reino de Dios, gloria de Israel”.
Estas son, básicamente, las
tres posturas.
Comencemos analizando
primero la que aplica toda la profecía a los tiempos Macabeos.
a) En cuanto a la fecha del comienzo de
la profecía, por fuerza están obligados a hacerla comenzar antes del 445 y generalmente toman o las palabras del ángel (539
a.C.) o el decreto de Ciro (538 a.C.) como fecha de partida. Pero ya
dijimos AQUI que esto es imposible.
b) Aún suponiendo que comience con alguna de
estas dos opciones, sin embargo los años tampoco coinciden ya que la
septuagésima semana, según estos autores, comenzó en el año 171-170 a.C. Ahora
bien, si a esta fecha le sumamos las 69 semanas nos da un total de 483 años,
los cuales, como veremos más adelante, pueden ser medidos en tres formas
diversas: lunares (354 días), solares (365 días) o proféticos (360 días). En
cualquier caso la profecía termina siendo falsa ya que tendríamos, años más,
años menos, el año 638, 653 o 646 respectivamente. Fecha muy lejana al 538.
No entendemos cómo esta
simple aritmética no hizo ver a grandes autores la imposibilidad de su exégesis.
c) Cuando Nácar-Colunga dicen: “La salud
Mesiánica vendrá después, pero tampoco inmediatamente después, como acaece en
los demás profetas”, ¿en qué se basan para decir que no viene inmediatamente después? ¿Cuál es la causa de la suspensión?
d) Además, y como si fuera poco, no vemos cómo salvar
la divina inspiración y la veracidad de Dios después de estas palabras: “El
número de años de cada grupo no se ajusta
matemáticamente a los años de la historia, pero téngase en cuenta que Daniel
es un profeta, no un historiador (?), y aún en estos últimos cabrían tales
aproximaciones (véase Jer. XXV, 11 s.; XXIX, 10[3])”.
Lo que puede una mala
exégesis. Realmente esto parece una burla
al Texto Sacro. Con esta clase de exégesis
podemos hacerle decir a Dios lo que nos plazca. ¡Exulta Loisy!
e) Tampoco se salva la exégesis si se quiere argüir
en base a la figura del tipo-antitipo,
es decir, afirmar que lo que sucedió bajo los Macabeos era un tipo de la liberación
que traería el Mesías, etc.[4],
primero porque esto no resuelve nada, además del hecho de que no es así
como funciona el tipo y el antitipo, y por si fuera poco, no hay un solo
argumento a favor para defender esto si no es el hecho de que ésta intenta
aparecer como una honrosa escapatoria
a los argumentos arriba dados que muestran la imposibilidad de aplicarlos a la
época de los Macabeos.
f) Nuestro Señor en el discurso Parusíaco citó a
Daniel IX, 27 como un evento todavía futuro.
Ergo no había tenido lugar todavía.
No son menores las
dificultades a la segunda opción, es decir, aquellos que ven realizados todas estas profecías con la primera
Venida.
a) Si bien esta teoría puede comenzar con el
edicto de Artajerjes I el año 445 (o 453, según otros autores), sin
embargo choca en la aplicación ya que el
pacto con muchos no puede tratarse de la muerte de Cristo dado que el
pacto del que habla Daniel dura solamente siete años, tras los cuales
vienen los bienes anunciados en el v. 24.
b) Tres años y medios después de la muerte de
Cristo tiene que haber tenido lugar la abominación de la desolación en el lugar
Santo. Ni siquiera la historia profana registra ningún hecho de importancia
en esos años.
c) La abominación
de la desolación no puede haber sido ni la de Antíoco Epífanes (ver
todo lo dicho en la crítica a la primera opinión), ni la imagen del César con
que Pilatos profanó el Templo.
Dejemos hablar a Maldonado
que, in Mt. XXIV, 15 dice:
“Más dificultad supone
concretar la abominación a que alude
aquí Cristo… Jerónimo, además de esta opinión[5],
cita otras dos, que cree igualmente probables. Una que afirma ser la imagen
del César, que Pilatos ordenó se colocase en el templo, dicha abominación; y la
otra, la de Adriano, que se mandó poner en aquel sitio. Ninguna de las dos
sentencias me parece probable a mí. Porque la imagen del César no la puso
Pilatos en el templo, sino sólo la introdujo en la ciudad y de noche,
clandestinamente; y se trataba únicamente de las insignias militares, que
apenas estuvieron en Jerusalén unos días, porque Pilatos, vencido de las
plegarias de los judíos, las mandó quitar, según Josefo dice. Además cuando
esto sucedió, todavía Cristo no había tenido el presente discurso; no pudo,
pues, el Maestro llamar a aquellas figuras la abominación. Mucho menos a la estatua de Adriano, cuya
erección fue muy posterior a la destrucción de Jerusalén. Habla, pues, Cristo
de otra abominación…”.
Contundente. Nada para
agregar.
d) Tampoco sirve afirmar que la abominación de la desolación fue la
muerte de Cristo y esto por varias razones:
- Tres años y medio antes tiene que haber tenido lugar el pacto con muchos. Lo único que puede
equipararse a esto es el comienzo de
la vida pública de Nuestro Señor (y para esto hay que suponer que hubo cuatro Pascuas, quod demonstrndum est),
pero por lo general los autores afirman que Nuestro Señor fue bautizado en
enero (sentencia común en los Padres Griegos), con lo cual tendríamos una
duración de su vida pública en tres años y unos tres meses.
- La cesación de los
sacrificios y la oblación se presenta como algo malo. Oñate, en su conocido trabajo exegético sobre el
discurso Parusíaco, dice lo siguiente:
“En los cuatro lugares supra citados[6] se
puede ver que la abominación de la desolación
sucede después de haberse hecho cesar el sacrificio perenne o el sacrificio y
la oblación, como si la abominación fuese la consumación de este acto”.[7]
- Nuestro Señor manda a
sus discípulos huir cuando vean la Abominación de la desolación, pero
nadie pretenderá que la huída y abandono de diez de los once Apóstoles haya
sido algo laudable mientras que lo de
San Juan al pie de la Cruz haya sido vituperable.
El lector atento podrá
encontrar numerosas razones más con un poco de esfuerzo, pero con lo dicho nos
parece más que suficiente.
Esto basta para combatir las
dos primeras posturas. En el siguiente artículo analizaremos la tercera de las
teorías.
Vale!
[4] No es así como funciona la figura del tipo y antitipo. En general se dan
como ejemplos désto: el discurso
Parusíaco (ruina de Jerusalén y del fin de siglo), el Apocalipsis (persecución de los emperadores romanos como figura de
la del Anticristo), ruina de Babilonia, y la Virgen de Isaías VII.
Del primero hemos dicho que parte de un falso supuesto, que es el
hecho de que se trata de un solo
discurso.
Sobre el Apocalipsis negamos absolutamente toda referencia basada a las persecuciones romanas,
por varias razones, entre ellas porque lo que hace San Juan es simplemente describir todo lo que ve y todo lo que se le muestra,
lo cual está relacionado con “el día del Señor”. La única referencia que vemos
en el Apocalipsis a las persecuciones romanas es una profecía en la Iglesia de Esmirna. Del tipo y antitipo ni una
palabra.
Con respecto a Babilonia, lo que hay, en líneas generales, por parte de los exégetas, es una confusión
entre la toma de Babilonia por los
persas y la caída o destrucción de
Babilonia, y cuando el texto protesta la violencia que se le hace al
aplicar esas profecías a la toma de
Babilonia por Ciro, utilizan el comodín del tipo y antitipo. Floja
defensa que se repite una y otra vez en los tres ejemplos dados.
Nos está
quedando la de la doncella/Virgen que da a luz. Sobre esto, y a la espera de un
estudio más profundo, lo único que diremos por ahora es que las
interpretaciones varían de tal forma que no todos aplican aquí esta figura
bíblica.
Sirva esto como
resumen a lo que sería la segunda parte de “Derribando Mitos”.