La primacía de Cristo en un célebre pasaje de
San Pablo
Hay un largo pasaje de San Pablo sobre el que los escotistas
tratan de asentar su teoría sobre la primacía absoluta y universal de Cristo con independencia de su misión
redentora. Vamos a transcribirlo, no en la traducción latina de la Vulgata,
bien conocida de todos, sino en la versión directa del griego hecha por el Padre Bover:
“Haciendo gracias al
Padre, que nos hizo capaces de compartir la herencia de los santos en la luz;
el cual nos libertó de la potestad de las tinieblas y nos trasladó al reino del
Hijo de su amor, en quien tenemos la redención, la remisión de los pecados; el
cual es imagen del Dios invisible, mayorazgo de toda la creación; porque en Él
fueron creadas todas las cosas... Todas han sido creadas por medio de Él y para
Él, y Él es antes que todas las cosas y todas tienen en Él su consistencia. Él
es la Cabeza del cuerpo de la Iglesia, como quien es el principio; primogénito
de entre los muertos, para que en todo obtenga la primacía; porque en Él tuvo a
bien morar toda la plenitud, y por medio de Él reconciliar todas las cosas consigo
haciendo las paces por la sangre de su cruz; por medio de Él, así las de la
tierra como las de los cielos. Y a vosotros que erais un tiempo extraños y
enemigos en vuestra mente por las malas obras, mas ahora os reconcilió en el
cuerpo de su carne por medio de la muerte para presentaros santos e inmaculados
e irreprochables en su acatamiento" (Col.
I, 12-22).
Salta a la vista la arbitrariedad de intentar aislar en este pasaje la
primacía de Cristo de su obra salvadora. De aquí el que nos sea fácil comprobar
(que) desfavorece a los escotistas mucho más de lo que les favorece.
Por ahora nos contentamos con recoger la verdad, por ellos y por nosotros admitida
de la absoluta y universal soberanía de Cristo
en cuanto Dios y en cuanto hombre.
Juzgamos superfluo
esclarecer su absoluta primacía en cuanto Dios, expuesta reiteradamente por los
Padres en sus polémicas con los arrianos. También defendieron con denuedo que
le corresponde esa primacía en cuanto hombre. Esclarecían el testimonio aducido por San Pablo con otros del mismo
apóstol donde llama a Jesucristo, primogenitus
in multis fratribus
(Rom. VIII, 29), y primogenitus ex
mortuis (Col. I, 18). También San Juan denomina a Jesucristo, testis fidelis; primogenitus ex mortuis (Ap. I, 5).
La primogenitura entre los hombres, y singularmente entre los muertos,
es evidente que sólo puede convenirle en cuanto hombre.
De aquí el que los testimonios
patrísticos a este respecto, aun entre los mismos Padres griegos, sean más
numerosos y expresivos que los anteriores[1].
Muy bien ha podido el Padre Pinto terminar el estudio del
testimonio de los Padres y exegetas antiguos a este respecto con las siguientes
palabras:
Scio haec Pauli velle plerosque de Christo Domino nonnisi
ut Deus est, interpretanda, quem Primogenitum, non absolute, sed cum Apostoli
addito, omnis creaturae, merito dicere, seu, ante omnem creaturam prodire
primogenitum"[2].
Los exegetas modernos
Los exegetas modernos
—singularmente los especializados en estudios paulinos— sostienen cada vez con
mayor firmeza esta absoluta y universal primacía de Cristo. Dejados aparte los concluyentes testimonios de los Padres Prat[3]
y Bover[4],
nos contentaremos con aducir, como más expresivos y recientes, los de Cerfaux, E. Boudes y González Ruiz.
Escribe el primero:
"Cristo es el primero
en la creación. Él creó el mundo invisible de las potestades y el visible, y
así el mundo creado es una imagen de
Dios, porque Cristo es imagen de Dios invisible. Para ejercer este influjo de
semejanza, siendo Cristo una persona, necesariamente debería participar en la
creación como causa eficiente: Él creó todas las cosas, todas han sido creadas
para Él y tienden hacia Él para realizar por su medio su propio fin, que es la
manifestación de Dios. Todo esto en un plano no meramente natural porque sería
difícil aislar esta creación en Cristo, por Cristo y para Cristo, de lo que
nosotros llamamos un orden sobrenatural, sino en el plano de una creación primera,
la del tiempo y del mundo presente. Aunque el primitivo plan se deshizo, sin
embargo Cristo es el principio de cohesión de todas las cosas, porque todas dependen
de Él intrínsecamente; no pueden sustraerse a su dominio"[5].
Escribe a su vez Boudes:
"Del estudio de los textos de San Pablo se deduce que Cristo aparece como la sola y única cabeza de toda la
comunidad humana, como la fuente, siempre
actual, de vida divina, en tanto que Adán no ha sido otra cosa que un canal, y "la figura de aquél que
debía venir"[6].
No aparecerá menos
concluyente el último, cuando al estudiar el lugar que en la teología de San Pablo ocupa Cristo ya en el cosmos, decía en una de nuestras Semanas:
"Toda la Biblia
insiste en presentarnos el plan soteriológico divino enmarcado en una
indesmontable unidad. La historia de la salud es única: tiene el mismo
argumento que se desarrolla en una área extensa, desde el proyecto creacional
hasta la consumación escatológica de todos los seres... Cristo es el mediador de todo lo que existe, tanto en el orden
cósmico como en el orden histórico. En la concepción de los primeros cristianos,
cada vez que se trata del acto por el cual Dios se revela —y el primero es la
creación— se trata de Cristo, de ese
mismo Cristo, cuya encarnación puede
ser fechada en la cronología ordinaria. El período anterior a la creación se
concibe a partir de Cristo que ya
entonces fue predestinado en el consejo de Dios a ser el mediador, y esto desde
antes de la fundación del mundo (Jn. XVII,
24; I Petr. I, 20). Es también mediador en la creación misma (Jn. I,
1; Hebr. I, 2, y sobre todo vv. 10 ss.; I Cor.
VIII, 6; Col. I, 16). Con esto resalta el papel eminente que allí se
atribuye al hombre. Así el mediador de la creación es el mismo que en cuanto hombre,
en cuanto "hijo del hombre", cumplirá sobre la tierra la obra de la
salud"[7].
No hará falta añadir que la predestinación de Cristo a la primogenitura
de todo lo creado incluye su predestinación a reparar nuestras inevitables caídas.
Para limitarla los escotistas a lo primero tienen que truncar el grandioso
pasaje de San Pablo. El Verbo que, según el Apóstol, es "imagen de Dios Invisible..,
en el que fueron creadas todas las cosas", nos ha sido revelado juntamente
como "Cabeza del Cuerpo de la Iglesia, reconciliador y pacificador, por la
sangre de su cruz, así de las cosas de la tierra como de las del cielo."
Pues si este Verbo revestido de nuestra carne ha sido predestinado desde
toda la eternidad para hijo y mayorazgo, no cabe admitir que con una nueva
predestinación o modificación de la anterior lo haya sido como Redentor.
Reconozcamos que el primer divino querer sobre el mundo actual fue Jesucristo,
en cuanto elevador, sustentador y reparador de todo lo creado.
Sólo juntando todas estas
grandezas y excelencias, en la forma que lo hace la tradición y la teología
oriental, abarcaremos el sentido adecuado de su predestinación, tan
magníficamente recogido por San Pablo
en ese primer capítulo de la Epístola a
los Colosenses.
Admitida esta espléndida
doctrina, tenemos bien claramente enseñado que la permisión del pecado original
cae de lleno dentro de una economía reparadora.
[1] Vd. De Petit Bornand, Proludium de Primatu D. N. J. Ch.,
(Barcinone 1902), c. 11.
[2] De Christo Crucifixo, vol. 1, L. 2, tit. 1, loc. 1, n.
1.
[3] La Theol. de S. Paul. 18. edición (París 1930) vol. 1, p. 343.
[4] La Teología de San Pablo (Madrid 1946) 307.
[5] Jesucristo en San Pablo (Bilbao 1956) 357-358.
[6] Reflexions sur le solidarité des hommes
avec le Christ, en
NRT (1949) 593.
[7] Gravitación escatológica del cosmos en el Nuevo
Testamento, en "XIV
Semana Bíblica Española" (Madrid 1954) 119-120.