domingo, 16 de marzo de 2014

Si la permisión del pecado original cae fuera o dentro de una economía reparadora, por el P. Basilio de San Pablo, C. P. (VI de VIII)

La primacía de Cristo en un célebre pasaje de San Pablo

Hay un largo pasaje de San Pablo sobre el que los escotistas tratan de asentar su teoría sobre la primacía absoluta y universal de Cristo con independencia de su misión redentora. Vamos a transcribirlo, no en la traducción latina de la Vulgata, bien conocida de todos, sino en la versión directa del griego hecha por el Padre Bover:

“Haciendo gracias al Padre, que nos hizo capaces de compartir la herencia de los santos en la luz; el cual nos libertó de la potestad de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención, la remisión de los pecados; el cual es imagen del Dios invisible, mayorazgo de toda la creación; porque en Él fueron creadas todas las cosas... Todas han sido creadas por medio de Él y para Él, y Él es antes que todas las cosas y todas tienen en Él su consistencia. Él es la Cabeza del cuerpo de la Iglesia, como quien es el principio; primogénito de entre los muertos, para que en todo obtenga la primacía; porque en Él tuvo a bien morar toda la plenitud, y por medio de Él reconciliar todas las cosas consigo haciendo las paces por la sangre de su cruz; por medio de Él, así las de la tierra como las de los cielos. Y a vosotros que erais un tiempo extraños y enemigos en vuestra mente por las malas obras, mas ahora os reconcilió en el cuerpo de su carne por medio de la muerte para presentaros santos e inmaculados e irreprochables en su acatamiento" (Col. I, 12-22).

Salta a la vista la arbitrariedad de intentar aislar en este pasaje la primacía de Cristo de su obra salvadora. De aquí el que nos sea fácil comprobar (que) desfavorece a los escotistas mucho más de lo que les favorece. Por ahora nos contentamos con recoger la verdad, por ellos y por nosotros admitida de la absoluta y universal soberanía de Cristo en cuanto Dios y en cuanto hombre.
Juzgamos superfluo esclarecer su absoluta primacía en cuanto Dios, expuesta reiteradamente por los Padres en sus polémicas con los arrianos. También defendieron con denuedo que le corresponde esa primacía en cuanto hombre. Esclarecían el testimonio aducido por San Pablo con otros del mismo apóstol donde llama a Jesucristo, primogenitus in multis fratribus (Rom. VIII, 29), y primogenitus ex mortuis (Col. I, 18). También San Juan denomina a Jesucristo, testis fidelis; primogenitus ex mortuis (Ap. I, 5).
La primogenitura entre los hombres, y singularmente entre los muertos, es evidente que sólo puede convenirle en cuanto hombre. De aquí el  que los testimonios patrísticos a este respecto, aun entre los mismos Padres griegos, sean más numerosos y expresivos que los anteriores[1].

Muy bien ha podido el Padre Pinto terminar el estudio del testimonio de los Padres y exegetas antiguos a este respecto con las siguientes palabras:

Scio haec Pauli velle plerosque de Christo Domino nonnisi ut Deus est, interpretanda, quem Primogenitum, non absolute, sed cum Apostoli addito, omnis creaturae, merito dicere, seu, ante omnem creaturam prodire primogenitum"[2].


Los exegetas modernos

Los exegetas modernos —singularmente los especializados en estudios paulinos— sostienen cada vez con mayor firmeza esta absoluta y universal primacía de Cristo. Dejados aparte los concluyentes testimonios de los Padres Prat[3] y Bover[4], nos contentaremos con aducir, como más expresivos y recientes, los de Cerfaux, E. Boudes y González Ruiz.

Escribe el primero:

"Cristo es el primero en la creación. Él creó el mundo invisible de las potestades y el visible, y así el mundo creado es una imagen de Dios, porque Cristo es imagen de Dios invisible. Para ejercer este influjo de semejanza, siendo Cristo una persona, necesariamente debería participar en la creación como causa eficiente: Él creó todas las cosas, todas han sido creadas para Él y tienden hacia Él para realizar por su medio su propio fin, que es la manifestación de Dios. Todo esto en un plano no meramente natural porque sería difícil aislar esta creación en Cristo, por Cristo y para Cristo, de lo que nosotros llamamos un orden sobrenatural, sino en el plano de una creación primera, la del tiempo y del mundo presente. Aunque el primitivo plan se deshizo, sin embargo Cristo es el principio de cohesión de todas las cosas, porque todas dependen de Él intrínsecamente; no pueden sustraerse a su dominio"[5].

Escribe a su vez Boudes:

"Del estudio de los textos de San Pablo se deduce que Cristo aparece como la sola y única cabeza de toda la comunidad humana, como la fuente, siempre actual, de vida divina, en tanto que Adán no ha sido otra cosa que un canal, y "la figura de aquél que debía venir"[6].

No aparecerá menos concluyente el último, cuando al estudiar el lugar que en la teología de San Pablo ocupa Cristo ya en el cosmos, decía en una de nuestras Semanas:

"Toda la Biblia insiste en presentarnos el plan soteriológico divino enmarcado en una indesmontable unidad. La historia de la salud es única: tiene el mismo argumento que se desarrolla en una área extensa, desde el proyecto creacional hasta la consumación escatológica de todos los seres... Cristo es el mediador de todo lo que existe, tanto en el orden cósmico como en el orden histórico. En la concepción de los primeros cristianos, cada vez que se trata del acto por el cual Dios se revela —y el primero es la creación— se trata de Cristo, de ese mismo Cristo, cuya encarnación puede ser fechada en la cronología ordinaria. El período anterior a la creación se concibe a partir de Cristo que ya entonces fue predestinado en el consejo de Dios a ser el mediador, y esto desde antes de la fundación del mundo (Jn. XVII, 24; I Petr. I, 20). Es también mediador en la creación misma (Jn. I, 1; Hebr. I, 2, y sobre todo vv. 10 ss.; I Cor. VIII, 6; Col. I, 16). Con esto resalta el papel eminente que allí se atribuye al hombre. Así el mediador de la creación es el mismo que en cuanto hombre, en cuanto "hijo del hombre", cumplirá sobre la tierra la obra de la salud"[7].

No hará falta añadir que la predestinación de Cristo a la primogenitura de todo lo creado incluye su predestinación a reparar nuestras inevitables caídas. Para limitarla los escotistas a lo primero tienen que truncar el grandioso pasaje de San Pablo. El Verbo que, según el Apóstol, es "imagen de Dios Invisible.., en el que fueron creadas todas las cosas", nos ha sido revelado juntamente como "Cabeza del Cuerpo de la Iglesia, reconciliador y pacificador, por la sangre de su cruz, así de las cosas de la tierra como de las del cielo."
Pues si este Verbo revestido de nuestra carne ha sido predestinado desde toda la eternidad para hijo y mayorazgo, no cabe admitir que con una nueva predestinación o modificación de la anterior lo haya sido como Redentor. Reconozcamos que el primer divino querer sobre el mundo actual fue Jesucristo, en cuanto elevador, sustentador y reparador de todo lo creado.
Sólo juntando todas estas grandezas y excelencias, en la forma que lo hace la tradición y la teología oriental, abarcaremos el sentido adecuado de su predestinación, tan magníficamente recogido por San Pablo en ese primer capítulo de la Epístola a los Colosenses.
Admitida esta espléndida doctrina, tenemos bien claramente enseñado que la permisión del pecado original cae de lleno dentro de una economía reparadora.




[1] Vd. De Petit Bornand, Proludium de Primatu D. N. J. Ch., (Barcinone 1902), c. 11.

[2] De Christo Crucifixo, vol. 1, L. 2, tit. 1, loc. 1, n. 1.

[3] La Theol. de S. Paul. 18. edición (París 1930) vol. 1, p. 343.

[4] La Teología de San Pablo (Madrid 1946) 307.

[5] Jesucristo en San Pablo (Bilbao 1956) 357-358.

[6] Reflexions sur le solidarité des hommes avec le Christ, en NRT (1949) 593.

[7] Gravitación escatológica del cosmos en el Nuevo Testamento, en "XIV Semana Bíblica Española" (Madrid 1954) 119-120.