martes, 4 de marzo de 2014

Si la permisión del pecado original cae fuera o dentro de una economía reparadora, por el P. Basilio de San Pablo, C. P. (II de VIII)

IMPORTANCIA APOLOGETICA Y TEOLOGICA DE LA CUESTION

¿Podremos afirmar que la cuestión de si la permisión del pecado original cae fuera o dentro de una economía reparadora es puramente de escuela, sin trascendencia alguna teológica y apologética? La persuasión de que la tiene grandísima en cada uno de esos órdenes es lo que me ha movido a traerla a estas sesiones.
De un siglo a esta parte viene repitiendo machaconamente el racionalismo la afirmación de Strauss, según la cual "el pecado original repugna a la razón y al sentimiento". Pues bien: los argumentos alegados por el racionalista alemán para presentar el pecado original como repugnante a la razón y al sentimiento, concluyendo que "debe ser relegado a la región de las ficciones y los mitos", caen por su base con sólo presentarlo encuadrado dentro de la economía reparadora que hemos indicado preside en la Teología oriental a la encarnación del Verbo.

Comienza Strauss preguntando:

"¿Qué tenía de extraño, de inesperado el pecado del primer hombre para trastornar toda la economía primitiva del plan divino?".

Es verdad que el pecado de Adán trastornó el primitivo plan divino en las teorías tomista y escotista; según la primera de las cuales, en esa caída debemos buscar la razón determinante de la encarnación del Verbo; y según la segunda, de la encarnación en carne mortal y misión redentora; pero la enseñanza de esas escuelas no es una verdad de fe ni mucho menos. Podemos responder al racionalismo que el pecado de Adán no trastornó en su conjunto la economía del plan divino asentada sobre Jesucristo, recapitulación, sustentación y reparación de todas las flaquezas consiguientes a la condición humana.

Añade Strauss:

"El hombre había sido hecho de manera que podía pecar o no pecar. Al pecar hacía, es cierto, lo que no debía, pero no obstante, lo que podía ¿Por qué habría perdido la libertad que recibió de querer o no querer?".


La perdió según las escuelas occidentales, pero no según la teología oriental. Si Adán no tenía en su libertad recursos para recuperar la gracia perdida, la tenía en su vinculación sobrenatural a Jesucristo, que por encima de él recapitulaba en Sí a todo el género humano.
Termina sus objeciones el corifeo del racionalismo bíblico:

"Si es cierto que al hacer Adán uso de su libertad no podía atraer razonablemente sobre su persona semejante abatimiento, ¿cómo podría arrastrar al abismo toda su raza y esto por toda la eternidad?... ¿Quién ha imaginado jamás hacer gravar sobre una conciencia inocente el peso de una culpabilidad extraña?".

También esta objeción cae por su base con sólo tener en cuenta los principios de la teología oriental. Si Adán, como cabeza humana de nuestro linaje, al concentrar en sí toda la naturaleza podía perjudicarnos, no podía en contra de nuestra voluntad personal condenarnos eternamente; ya que por encima de esa cabeza puramente humana estábamos solidarizados, con otra Cabeza divino-humana, en la que teníamos un principio de rehabilitación y salvación.
Así es cómo la permisión del pecado de Adán dentro del misterio de Cristo, fin y coronamiento de todo el universo, facilita extraordinariamente la respuesta a todas las impugnaciones racionalistas.


LIMANDO ARISTAS

Aun respecto a los católicos, debemos reconocer que la permisión del pecado original fuera de una economía reparadora ofrece perspectivas muy poco gratas.
Evidentemente que Dios no estaba obligado a crear el mejor de los mundos posibles. La comunicación de su bondad deberá aparecer necesariamente limitada. Es natural que nos sea dado comprobar sus confines. Pero eso de que por una parte se ponga a colmar al primer hombre de dones naturales, preternaturales y sobrenaturales para dejarle desguarnecido al borde del precipicio, permita su caída a la primera ligera tentación; le deje sin posibilidades de recuperarse, y sea su pecado, peccatum naturae, arrastrando irremisiblemente consigo a todos sus míseros descendientes, irresponsables de su culpa, es muy duro de admitir como plan primitivo sobre el universo acariciado por la divina bondad.
Cualquier teología que nos ofrezca una estructuración del mundo natural y del sobrenatural, en la que mejor resalten todos los divinos atributos, que guarde mayores consideraciones con el hombre, y singularmente se reconozca en Jesucristo mayor influjo sobre todo cuanto existe, deberá ser aceptada incluso per affectionem; presionando la voluntad sobre la inteligencia para que la demuestre verdadera.
Todas estas aristas del plan divino quedan limadas, y todos estos desacordes se resuelven en maravillosa armonía, con sólo admitir que el universo, y singularmente el hombre, con su elevación y flaqueza, cae dentro de la órbita y radio de actividades de Cristo. El non omnis moriar, en nuestro caso equivale a, "no quedaré irremisiblemente hundido en la catástrofe del primer pecado".

Como quiera que todo gira en torno a la divina Providencia sobre el universo y particularmente sobre el hombre, vamos a estudiar los fuertes contrastes que ella ofrece en la teoría de la permisión del pecado original fuera de una economía reparadora, para estudiar a continuación los fundamentos teológicos de esa permisión dentro de una economía reparadora.