IMPORTANCIA APOLOGETICA Y TEOLOGICA DE LA
CUESTION
¿Podremos afirmar que la
cuestión de si la permisión del pecado original cae fuera o dentro de una
economía reparadora es puramente de escuela, sin trascendencia alguna teológica
y apologética? La persuasión de que la tiene grandísima en cada uno de esos
órdenes es lo que me ha movido a traerla a estas sesiones.
De un siglo a esta parte viene repitiendo machaconamente el racionalismo
la afirmación de Strauss, según la cual "el pecado original repugna a la
razón y al sentimiento". Pues bien: los
argumentos alegados por el racionalista alemán para presentar el pecado
original como repugnante a la razón y al sentimiento, concluyendo que
"debe ser relegado a la región de las ficciones y los mitos", caen
por su base con sólo presentarlo encuadrado dentro de la economía reparadora
que hemos indicado preside en la Teología oriental a la encarnación del Verbo.
Comienza Strauss preguntando:
"¿Qué tenía de extraño, de inesperado el pecado del primer hombre para
trastornar toda la economía primitiva del plan divino?".
Es verdad que el pecado de Adán trastornó el primitivo plan divino en
las teorías tomista y escotista; según la primera de las cuales, en esa caída debemos
buscar la razón determinante de la encarnación del Verbo; y según la segunda,
de la encarnación en carne mortal y misión redentora; pero
la enseñanza de esas escuelas no es una verdad de fe ni mucho menos. Podemos responder al racionalismo que el
pecado de Adán no trastornó en su conjunto la economía del plan divino asentada
sobre Jesucristo, recapitulación, sustentación y reparación de todas las flaquezas
consiguientes a la condición humana.
Añade Strauss:
"El hombre había sido hecho de manera que podía pecar o no pecar. Al pecar
hacía, es cierto, lo que no debía, pero no obstante, lo que podía ¿Por qué
habría perdido la libertad que recibió de querer o no querer?".
La perdió según las escuelas occidentales, pero no según la teología
oriental. Si Adán no tenía en su libertad recursos para recuperar la gracia
perdida, la tenía en su vinculación sobrenatural a Jesucristo, que por encima
de él recapitulaba en Sí a todo el género humano.
Termina sus objeciones el
corifeo del racionalismo bíblico:
"Si es cierto que al hacer Adán uso de su libertad no podía atraer razonablemente
sobre su persona semejante abatimiento, ¿cómo podría arrastrar al abismo toda
su raza y esto por toda la eternidad?... ¿Quién ha imaginado jamás hacer gravar
sobre una conciencia inocente el peso de una culpabilidad extraña?".
También esta objeción cae
por su base con sólo tener en cuenta los principios de la teología oriental. Si Adán, como cabeza humana de nuestro
linaje, al concentrar en sí toda la naturaleza podía perjudicarnos, no podía en
contra de nuestra voluntad personal condenarnos eternamente; ya que por encima
de esa cabeza puramente humana estábamos solidarizados, con otra Cabeza
divino-humana, en la que teníamos un principio de rehabilitación y salvación.
Así es cómo la permisión
del pecado de Adán dentro del misterio
de Cristo, fin y coronamiento de
todo el universo, facilita extraordinariamente la respuesta a todas las impugnaciones
racionalistas.
LIMANDO ARISTAS
Aun respecto a los
católicos, debemos reconocer que la permisión del pecado original fuera de una
economía reparadora ofrece perspectivas muy poco gratas.
Evidentemente que Dios no
estaba obligado a crear el mejor de los mundos posibles. La comunicación de su
bondad deberá aparecer necesariamente limitada. Es natural que nos sea dado
comprobar sus confines. Pero eso de que
por una parte se ponga a colmar al primer hombre de dones naturales,
preternaturales y sobrenaturales para dejarle desguarnecido al borde del
precipicio, permita su caída a la primera ligera tentación; le deje sin
posibilidades de recuperarse, y sea su pecado, peccatum naturae,
arrastrando irremisiblemente consigo a todos sus míseros descendientes,
irresponsables de su culpa, es muy duro de admitir como plan primitivo sobre el
universo acariciado por la divina bondad.
Cualquier teología que nos ofrezca una estructuración
del mundo natural y del sobrenatural, en la que mejor resalten todos los
divinos atributos, que guarde mayores consideraciones con el hombre, y
singularmente se reconozca en Jesucristo mayor influjo sobre todo cuanto
existe, deberá ser aceptada incluso per
affectionem; presionando la voluntad sobre la inteligencia para que la
demuestre verdadera.
Todas estas aristas del
plan divino quedan limadas, y todos estos desacordes se resuelven en
maravillosa armonía, con sólo admitir que el universo, y singularmente el
hombre, con su elevación y flaqueza, cae dentro de la órbita y radio de
actividades de Cristo. El non omnis moriar, en nuestro caso
equivale a, "no quedaré irremisiblemente hundido en la catástrofe del
primer pecado".
Como quiera que todo gira
en torno a la divina Providencia sobre el universo y particularmente sobre el
hombre, vamos a estudiar los fuertes contrastes que ella ofrece en la teoría de
la permisión del pecado original fuera de una economía reparadora, para
estudiar a continuación los fundamentos teológicos de esa permisión dentro de
una economía reparadora.