viernes, 14 de marzo de 2014

Si la permisión del pecado original cae fuera o dentro de una economía reparadora, por el P. Basilio de San Pablo, C. P. (V de VIII)

II. FUNDAMENTOS DE LA PERMISION DEL PECADO ORIGINAL
DENTRO DE UNA ECONOMIA REPARADORA

Los fundamentos a la afirmación de que el pecado original cae dentro de la economía reparadora no pueden ser otros que la revelación del lugar que ocupa el Redentor en el plan divino sobre el universo.
Los escotistas colocan al Verbo encarnado como vértice y coronamiento de todos cuantos seres integran la creación. Solo que ese coronamiento es meramente de excelencia, dignidad, orden y finalidad. En el plan  primitivo no está Cristo concretamente destinado a corregir las deficiencias consiguientes a la limitación esencial del hombre.
Los tomistas le conceden desde el momento en que aparece en la existencia la primacía universal y absoluta sobre todo cuanto existe; pero le niegan la primacía de intención, estando condicionada su existencia por el pecado del hombre.
Ya dejamos indicado que para los Padres y para la teología oriental reúne en el primitivo plan divino ambas primacías; la de intencionalidad, negada por los tomistas, y la de influjo sobre todos los seres, negada por los escotistas.
Cristo aparece primogénito de todos los seres y centro energético del que reciben su elevación, consistencia y reparación consiguiente a su limitación esencial. Esto que afirman a coro los Padres y teólogos griegos, impidiéndoles plantearse la cuestión de si hubiera dejado de encarnarse el Verbo en el caso de no pecar el primer hombre, cabe esclarecerlo oportunamente a la luz que la Escritura, los Padres y los exegetas proyectan sobre la predestinación de Cristo y sobre nuestra propia predestinación, abarcando esta última la deificación de nuestro linaje por el Verbo Encarnado.


1. LA PREDESTINACION DE CRISTO

La cuestión de la predestinación de Cristo afirmará Billot que es valde perspicua et uno et simplici argumento demostratur[1]; mientras Zubizarreta advierte que non caret difficultate[2].
La primera dificultad recae sobre el texto del Apóstol que suele aducirse; qui praedestinatus est Filius Dei (Rom. I, 4). De aquí el que Cayetano no vea en este texto sino la predestinación de Cristo a obrar milagros[3]; mientras que otros muchísimos teólogos con Escoto, sostienen que comprende primariamente la predestinación de Cristo a la gloria de su alma[4].

La generalidad de los teólogos sostendrá que primariamente fue predestinado a la filiación divina y secundariamente a la gracia y demás bienes sobrenaturales. En ambos sentidos le corresponde la primogenitura sobro todo lo creado. Al hablar de esta primogenitura nos colocamos en el orden histórico-dogmático, dejando a un lado el hipotético. En este último orden, así como Dios creó innumerables espíritus puros, pudo haber creado un solo hombre, asumida su naturaleza humana por el Verbo. En tal sentido, así como Jesucristo es unigénito en cuanto Dios, lo hubiera sido también en cuanto hombre.
Ateniéndonos al orden histórico, Jesucristo fue predestinado juntamente a ser Hijo de Dios y un miembro de la familia humana; quedando por este segundo concepto incorporado al universo que habitamos.
Decimos que en él se le debe la primogenitura sobre todos sus hermanos; correspondiente a primacía, mayorazgo o señorío. Esta primogenitura o primacía no es cronológica, por cuanto no es el primero en venir a la existencia. Es de intención, orden, excelencia y finalidad.

a) De intención.

Ante todo, de intención. Consiste esta primacía en que con anterioridad lógica o de signo a ninguna otra hechura de sus manos acarició Dios como la encarnación del Verbo. Fue su primero, y, ex parte termini, su más intenso querer. Nada quiso el Padre sin su Verbo en la vida intratrinitaria, y nada quiso tampoco sin ordenación a Él en cuanto hombre en sus manifestaciones ad extra. Todo lo restante lo quiso en El, con El, por El, y para El.
Nada tan hermoso ni tan frecuentemente recogido por la tradición como la primacía absoluta de Cristo en los diversos quereres y decretos.

b) De orden.

A esta primacía y prioridad de intención sigue la de orden. Si la primera mira a la sucesión lógica de los divinos quereres, la segunda mira la jerarquía entre los mismos.
Jesucristo posee la primacía de orden, por cuanto es muy recibido por todos los teólogos que en la jerarquía de los seres los inferiores sirven y están subordinados a los superiores.
Si el Verbo divino se digna asumir una naturaleza humana uniéndola a su persona divina, ese Hombre-Dios viene a constituir como una especie superior, perteneciéndole por derecho propio la primacía sobre todos los seres inferiores y sobre la universalidad de los hombres. Es lo que magníficamente recuerda San Pablo cuando escribe: Omnia vestra sunt; vos autem Christi; Christus autem Dei (I Cor. III, 23).

c) De excelencia.

También esta primacía es evidente. La excelencia es causa y fuente de primacía. Confiere un derecho natural a ella. Si existieran en el mundo seres racionales de otro linaje, no elevados al orden sobrenatural, nos correspondería con todo derecho a los hijos adoptivos de Dios la primacía sobre ellos. Si por encima de los hijos adoptivos, aparece un hijo sustancial de Dios, por terminar su naturaleza humana en una persona divina, su excelencia sube de punto, alcanzando la suma de ella absolutamente posible. A esa suma excelencia corresponde le estén subordinadas todas las restantes.

d) De finalidad.

Esta primacía aparece como el broche de oro y última perfección de las restantes. El Sumo Bien constituye la cifra y fin de todos los bienes. El sumo bien encerrado por Dios en el universo es su Unigénito. Natural es que constituya el fin hacia el que gravitan todos los seres inferiores y hacia el que singularmente tengan que gravitar, consciente e inconscientemente, todas las criaturas inteligentes.
Cuando los escotistas objetan a los tomistas que el bien superior no puede ordenarse al inferior, ni por consiguiente la encarnación del Hijo de Dios primariamente a la redención del hombre, responden los tomistas que no puede ordenar lo superior a lo inferior como a fin último, pero sí como a fin intermediario, ordenado a su vez a un último fin convergente con el fin superior. La encarnación se ordena inmediata y secundariamente al provecho del hombre; pero por encima de ese provecho, aun inmediatamente, se ordena a la gloria de Cristo, y como fin supremo y último, a la gloria de Dios.
Pudo no darse la encarnación del Verbo; pero desde el momento en que queda decretada, habrán de ordenarse a Cristo, como fin inmediato, todos los seres del universo.




[1] De Verbo Incarn., thesis 36.

[2] De Verbo Incarn., n. 810.

[3] Comm. in. III, 24, 1.

[4] In 3 Sent., d. 7, q. 3.