II. FUNDAMENTOS DE LA PERMISION DEL PECADO
ORIGINAL
DENTRO DE UNA ECONOMIA REPARADORA
Los fundamentos a la
afirmación de que el pecado original cae dentro de la economía reparadora no
pueden ser otros que la revelación del lugar que ocupa el Redentor en el plan
divino sobre el universo.
Los escotistas colocan al Verbo encarnado como vértice y coronamiento de
todos cuantos seres integran la creación. Solo que ese coronamiento es meramente
de excelencia, dignidad, orden y finalidad. En el plan primitivo no está Cristo concretamente
destinado a corregir las deficiencias consiguientes a la limitación esencial del
hombre.
Los tomistas le conceden desde el momento en que aparece en la existencia
la primacía universal y absoluta sobre todo cuanto existe; pero le niegan la
primacía de intención, estando condicionada su existencia por el pecado del hombre.
Ya dejamos indicado que para los Padres y para la teología oriental reúne
en el primitivo plan divino ambas primacías; la de intencionalidad, negada por
los tomistas, y la de influjo sobre todos los seres, negada por los escotistas.
Cristo aparece primogénito de todos los seres y
centro energético del que reciben su elevación, consistencia y reparación
consiguiente a su limitación esencial. Esto que afirman a coro los Padres y
teólogos griegos, impidiéndoles plantearse la cuestión de si hubiera dejado de
encarnarse el Verbo en el caso de no pecar el primer hombre, cabe esclarecerlo
oportunamente a la luz que la Escritura, los Padres y los exegetas proyectan
sobre la predestinación de Cristo y
sobre nuestra propia predestinación, abarcando esta última la deificación de
nuestro linaje por el Verbo Encarnado.
1. LA PREDESTINACION DE CRISTO
La cuestión de la predestinación de Cristo afirmará Billot que es valde perspicua et uno et simplici argumento demostratur[1]; mientras Zubizarreta advierte que non caret
difficultate[2].
La primera dificultad
recae sobre el texto del Apóstol que suele aducirse; qui praedestinatus est Filius
Dei (Rom. I, 4).
De aquí el que Cayetano no vea en
este texto sino la predestinación de Cristo
a obrar milagros[3]; mientras que otros
muchísimos teólogos con Escoto,
sostienen que comprende primariamente la predestinación de Cristo a la gloria de su alma[4].
La generalidad de los
teólogos sostendrá que primariamente fue predestinado a la filiación divina y
secundariamente a la gracia y demás bienes sobrenaturales. En ambos sentidos le
corresponde la primogenitura sobro todo lo creado. Al hablar de esta
primogenitura nos colocamos en el orden histórico-dogmático, dejando a un lado
el hipotético. En este último orden, así como Dios creó innumerables espíritus
puros, pudo haber creado un solo hombre, asumida su naturaleza humana por el
Verbo. En tal sentido, así como Jesucristo
es unigénito en cuanto Dios, lo hubiera sido también en cuanto hombre.
Ateniéndonos al orden
histórico, Jesucristo fue
predestinado juntamente a ser Hijo de Dios y un miembro de la familia humana;
quedando por este segundo concepto incorporado al universo que habitamos.
Decimos que en él se le
debe la primogenitura sobre todos sus hermanos; correspondiente a primacía,
mayorazgo o señorío. Esta primogenitura o primacía no es cronológica, por
cuanto no es el primero en venir a la existencia. Es de intención, orden,
excelencia y finalidad.
a) De intención.
Ante todo, de intención. Consiste esta primacía en que con
anterioridad lógica o de signo a ninguna otra hechura de sus manos acarició
Dios como la encarnación del Verbo. Fue su primero, y, ex parte termini, su más intenso querer. Nada quiso el Padre sin su
Verbo en la vida intratrinitaria, y nada quiso tampoco sin ordenación a Él en
cuanto hombre en sus manifestaciones ad
extra. Todo lo restante lo quiso en El, con El, por El, y para El.
Nada tan hermoso ni tan
frecuentemente recogido por la tradición como la primacía absoluta de Cristo en los diversos quereres y
decretos.
b) De orden.
A esta primacía y
prioridad de intención sigue la de orden. Si la primera mira a la sucesión
lógica de los divinos quereres, la segunda mira la jerarquía entre los mismos.
Jesucristo posee la primacía de orden, por cuanto es muy recibido por
todos los teólogos que en la jerarquía de los seres los inferiores sirven y
están subordinados a los superiores.
Si el Verbo divino se digna asumir una naturaleza humana uniéndola a su
persona divina, ese Hombre-Dios viene a constituir como una especie superior,
perteneciéndole por derecho propio la primacía sobre todos los seres inferiores
y sobre la universalidad de los hombres. Es lo que magníficamente recuerda San
Pablo cuando escribe: Omnia vestra sunt;
vos autem Christi; Christus autem Dei (I Cor. III, 23).
c) De excelencia.
También esta primacía es
evidente. La excelencia es causa y
fuente de primacía. Confiere un derecho natural a ella. Si existieran en el
mundo seres racionales de otro linaje, no elevados al orden sobrenatural, nos
correspondería con todo derecho a los hijos adoptivos de Dios la primacía sobre
ellos. Si por encima de los hijos adoptivos, aparece un hijo sustancial de
Dios, por terminar su naturaleza humana en una persona divina, su excelencia
sube de punto, alcanzando la suma de ella absolutamente posible. A esa suma
excelencia corresponde le estén subordinadas todas las restantes.
d) De finalidad.
Esta primacía aparece como
el broche de oro y última perfección de las restantes. El Sumo Bien constituye la cifra y fin de todos los bienes. El sumo
bien encerrado por Dios en el universo es su Unigénito. Natural es que
constituya el fin hacia el que gravitan todos los seres inferiores y hacia el
que singularmente tengan que gravitar, consciente e inconscientemente, todas
las criaturas inteligentes.
Cuando los escotistas objetan a los tomistas que el bien superior no
puede ordenarse al inferior, ni por consiguiente la encarnación del Hijo de
Dios primariamente a la redención del hombre, responden los tomistas que no
puede ordenar lo superior a lo inferior como a fin último, pero sí como a fin
intermediario, ordenado a su vez a un último fin convergente con el fin
superior. La encarnación se ordena inmediata y secundariamente al provecho del
hombre; pero por encima de ese provecho, aun inmediatamente, se ordena a la
gloria de Cristo, y como fin supremo y último, a la gloria de Dios.
Pudo no darse la encarnación del Verbo; pero desde el momento en que
queda decretada, habrán de ordenarse a Cristo, como fin inmediato, todos los
seres del universo.
[1] De Verbo Incarn., thesis 36.
[2] De Verbo Incarn., n. 810.
[3] Comm. in. III, 24, 1.
[4] In 3
Sent., d. 7, q. 3.