domingo, 2 de marzo de 2014

Si la permisión del pecado original cae fuera o dentro de una economía reparadora, por el P. Basilio de San Pablo, C. P. (I de VIII)

   Nota del Blog: hay ensayos teológicos que simplemente hacen historia, es decir, marcan un antes y un después. Creemos que este es un buen ejemplo. Con este ensayo debiera haberse dado por terminada, definitivamente, la eterna discusión entre tomistas y escotistas sobre el motivo de la Encarnación. 
   Estas dos escuelas habían llegado a un callejón sin salida debido a que la cuestión estaba mal planteada y sumado al hecho de que estaban discutiendo algo irreal.
   La solución a este tema se encontraba desde siempre en los teólogos orientales, de quienes seguramente la teología occidental tiene mucho que aprender.
   El presente trabajo fue publicado en las XVII Semana Española de Teología, pag. 137 ss. Madrid, 1960.

SUMARIO

PLANTEAMIENTO DE LA CUESTIÓN. - ENCONTRADAS OPINIONES DE LOS TEÓLOGOS OCCIDENTALES. - LA TEOLOGÍA ORIENTAL. - IMPORTANCIA APOLOGÉTICA Y TEOLÓGICA DE LA CUESTIÓN. - LIMANDO ARISTAS.

I. - CONTRASTES QUE OFRECE LA PERMISIÓN DEL PECADO FUERA DE UNA ECONOMÍA REPARADORA. 1. Las obras de Dios nunca fallan en su conjunto. 2. La condición del hombre es ser defectible y recuperable. 3. Dios sólo permite el mal dentro de la Providencia del bien.

II. — FUNDAMENTOS DE LA PERMISIÓN DEL PECADO ORIGINAL DENTRO DE UNA ECONOMÍA REPARADORA. 1. La predestinación de Cristo: a) De intención; b) De orden; c) De excelencia; d) De finalidad. La primacía de Cristo en un célebre pasaje de San Pablo. — Los exegetas modernos. 2. Nuestra predestinación. A) Predestinación en Cristo; B) Predestinación a participar de la vida de Cristo. —  Algunos expresivos testimonios.
CONCLUSIÓN.


PLANTEAMIENTO DE LA CUESTION

La proposición condicional formulada en este título fácilmente podría reducirse a esta obra, propuesta ya por Honorio de Autum, y no contestada directamente por la Teología occidental : Utrum Verbum incarnatum est ut deificaret creaturas rationales angelos et ho-mines, an tantummodo ut hominem a deificatione delapsum restitueret[1].
Que nuestra actual deificación en la condición de naturaleza reparada se verifique por el Verbo encarnado, es de fe; por cuanto, según el Tridentino, nadie queda justificado sino por los méritos de Cristo[2].
La cuestión debatida es si también la deificación del primer hombre es, por parte de la Trinidad, actuando de mediador el Verbo y en atención a su encarnación futura. Porque si la deificación primitiva fue ya en el Verbo, y por el Verbo ut incarnandum, con sólo admitir el principio del Angélico, de que, artifex per forman artis conceptam qua artificiatum condidit, ipsum si collapsum fuerit, restaurat[3], tendremos por lo pronto que aquella deificación hubo de ser conforme a la naturaleza defectible y reparable del hombre, y que la encarnación deificante del Verbo llevaba consigo la función reparadora de todas las quiebras consiguientes a la esencial defectibilidad de la naturaleza humana.
La permisión del peccatum naturae caería, por tanto, ya de lleno dentro de la economía reparadora.



ENCONTRADAS OPINIONES DE LOS TEOLOGOS OCCIDENTALES

Conocida es a este respecto la divergencia de opiniones que reina entre las escuelas teológicas occidentales y la teología oriental.
Las escuelas teológicas occidentales conciben la permisión del pecado original fuera de toda economía redentora.
Para los tomistas, la filiación divina o deificación del primer hombre fue totalmente independiente de la encarnación del Verbo. El Hijo de Dios se ha encarnado primariamente —ya que no principalmente— como Redentor. De no haber pecado Adán, no consta que se hubiera revestido de nuestra carne.
Cuando se ponen a ordenar los signos de razón en las disposiciones divinas, lo hacen, con Billuart, en la forma siguiente:

1. Deus se et omnia possibilia in essentia sua intelligens, voluit gloriam suam per effusionem suae bonitatis suorumque attributorum manifestare. 2. Ad talenm gloriam propalandam hunc mundum ex multis possibilibus elegit. 3. Creaturam intellectualem ad ordinem supernaturalem evehere constituit. 4. Inscrutabili iudiciorum abysso eius lapsum permittere voluit. 5. Ad tale remedium Filium suum incarnari decrevit[4].

De modo que el decreto de la encarnación dice esencial relación —ya que no subordinación— al pecado original. Para esta escuela, todo cuanto sea salir de ese orden equivale a fantasear, función propia de novelistas y poetas, pero muy impropia de teólogos, obligados como tales a levantar sus construcciones sobre la base inconmovible de los datos revelados.
La escuela denominada con mayor o menor justicia "escotista", conviene con la tomista en situar la permisión del pecado original fuera de toda economía reparadora. Coloca respecto a Dios la encarnación del Verbo in initio viarum suarum, pero con independencia de la culpa adámica. Según Escoto:

Incarnatio Christi non fuit occasionaliter praevisa, sed, sicut finis immediate videbatur a Deo ab aeterno, ita Christus in natura humana, cum sit propinquior fini, caeteris prius praedestinabatur, loquendo de his quae praedestinantur. Tunc iste fuit ordo in praevisione divina: Primo enim Deus intellexit se sub ratione summi boni; in secundo signo intellexit omnes creaturas; in tertio praedestinavit aliquos ad gloriam et gratiam, et circa alios habuit actum negativum non praedestinando; in quarto praevidit illos casuros in Adam; in quinto praeordinavit, sive praevidit de remedio quomodo redimerentur per passionem ita quod Christus in carne, sicut omnes electi, prius praevidebatur et praedestinabatur ad gratiam et gloriam, quam praevideretur passio Christi, ut medicina contra lapsum, sicut medicus prius vult sanitatem hominis, quam ordinet de medicina ad sanandum[5].

No recojo aquí el pensamiento de determinados teólogos occidentales militantes fuera de esas dos famosas escuelas. Lo interesante por ahora es que las dos escuelas conciben el pecado original al margen de toda economía redentora.


LA TEOLOGIA ORIENTAL

Comparadas entre sí la Teología occidental y la oriental, se apuntan entre las características de la primera sus ansias de progreso, a las que corresponden legítimos y preciosos avances. En el haber de la segunda cabe señalar su firme apego a la tradición en el empeño por conservarse fiel a la enseñanza de los Padres.
Respecto a la cuestión de si la permisión del pecado cae fuera o dentro de una economía reparadora, estamos viendo que tiene muy estrechas relaciones con los fines de la encarnación del Verbo, o signo en que aparece situada.
Es muy de notar que los orientales comienzan por ni siquiera acertar a proponerse esa cuestión. Especialista tan insigne en estas cuestiones como el Padre M. Jugie hace constar respecto a los católicos bizantinos que, nulla inter eos exorta est controversia de motivo seu ratione ob quam Deus praesenti rerum ordine Incarnationem Verbi de facto decrevit[6].
Respecto a los griegos cismáticos, el P. De Meester, que se ha dedicado a un especial estudio de la cuestión, afirma que, eam non invenit[7].
El motivo de no haberse planteado una cuestión, que tanto ha agitado a la Teología occidental, es por su incompatibilidad con el puesto que reconocen al Logos encarnado en el universo. Ordenado intrínsecamente en la mente divina todo cuanto existe a Jesucristo, constituye Él la razón de ser de todas las cosas, "la luz que ilumina a todos los seres venidos a la existencia", el sustentador de quien reciben la consistencia que poseen, el perfeccionador que corrige las deficiencias consiguientes a su condición de devenir. No es cuestión por resolver el lugar que Jesucristo ocupa en el Universo, sino el lugar que cada uno de los seres del Universo ocupa en Jesucristo. Carece consiguientemente de sentido en esa teología la pregunta de si se hubiera encarnado el Logos sin el pecado del hombre, lo propio que si debe modificarse su predestinación o misión en el mundo al permitir Dios la culpa adámica.
El Padre Jugie cree resumir a este propósito la enseñanza de los Padres y teólogos orientales cuando escribe:

Haud pauci clari nominis theologi, inde a saeculo VII, docuerunt Incarnationem Verbi esse opus Dei praestantissimum ad extra, ad quod Deus de facto ordinavit creationem universi, angelis non exceptis. Hujus autem divini propositi quidam hanc ponunt rationem scilicet quod Deus per incarnationem sibi quodammodo unire voluerit omnem creaturam, quod horno sit microcosmos in se comprehendens ac recolligens omnes res creatas. Unde docent Verburn naturam angelicam ideo non assumpsisse, quod haec per se non sit, sicut est homo, quasi summa totius creaturae. Quidam vero usque pergunt ut dicant: Si incarnatio Filii sui non futura esset Deus opus creationis non intendisset nec lapsum Adami permisisset, quia tunc opus hujusmodi quasi nullius momenti atque inutile fuisset. Unde quasi duplex momentum duplicem stationem in divini consilii statuunt: primam quidem, qua Deus creavit totum hunc universum tanquam typum et figuram quandam incarnationis futurae; permittens etiam Adami lapsum quia Verbum incarnatum humanam naturam reformaturum erat; alteram vero qua incarnationis opus perfecit per hoc omnem creaturam sibi quodammodo uniens, lapsum Adami reparans et omnes creaturas intellectuales deificans, ut ita ipse fiat omnia in omnibus[8].

De modo que el designio creador de Dios recae inmediatamente sobre la encarnación del Verbo, al que se ordenan y quedan subordinadas cuantas criaturas inferiores habrán de integrar el universo. En su naturaleza humana recoge y recapitula todos cuantos seres integran el universo; ninguno de ellos cae fuera de su órbita, mucho menos el hombre con todas las contingencias consiguientes a su condición, de criatura defectible.
Esa doctrina la han recogido recientemente dos insignes teólogos rusos: uno cismático y otro católico: Bulgakov y Kologrivof. Para el primero, el fin inmediato de la venida de Cristo es la redención, pero "el fin último y universal" es "recapitular todas las cosas en Cristo, tanto las del cielo como las de la tierra". En el señalamiento de los fines no cabe proponerse el aut, aut, ya que se da un verdadero et, et.

Consiguientemente, la mejor solución que puede darse a la cuestión de si se hubiera dado la encarnación de no existir el pecado original, consiste en desechar su mismo planteamiento como un casus irrealis, o de un antropomorfismo desdeñable, con respecto a la obra de Dios... El casus irrealis consiste en admitir que Dios podía no haberse encarnado de no pecar el hombre, con lo que la encarnación viene a quedar subordinada al hombre, o por mejor decir, al pecado original, y en su último análisis, a la serpiente"[9].

Parecido lenguaje emplea el Padre Kologrivof:

"Cristo, con relación a nosotros, no es algo accidental, sobreañadido, sino algo esencial y constitutivo, el fundamento mismo de nuestro ser... Aunque la encarnación, como consecuencia del pecado, ha sido en primer lugar un medio de redención y salvación, no ha perdido por ello su plenitud de efecto, que sobrepasa a la redención. La razón de esto es que la redención no agota esa abundancia. Se la puede expresar más claramente aún: la encarnación ha adquirido en este momento una misión salvífica, y así es cómo en algún modo se ha convertido en el medio, es decir: Si Cristo es nuestro Salvador, que nos libra de todos los pecados, si es nuestro mediador e intercesor ante el Padre, es porque en primer lugar Él es el mediador por quien todos nosotros subsistimos y vivimos... Según la enseñanza del más grande de los Doctores de la encarnación, San Cirilo Alejandrino, Cristo es para la humanidad, tal como Dios la pensó y la quiso, algo esencial, porque todo lo que ha nacido corruptible no podría ser vivificado si no estuviera unido con una unión vital con el cuerpo mismo de la vida, es decir, con el Monógeno"[10].

Aquí tenemos por tanto una Teología, firmemente adherida a la tradición, para la cual no puede por menos de caer el pecado original dentro de la órbita de Cristo, iluminador, sustentador y reparador del humano linaje.


Hemos recogido la sugestión de varios amigos de la Sagrada Escritura que deseaban ver conservados en volumen una serie de trabajos y estudios, en parte nuevos, en parte extraídos del acervo doctrinal que durante muchos años hemos venido publicando en las páginas de la Revista Bíblica y en otros periódicos, ora bajo seudónimos ora con nuestra propia firma. La razón que nos ha parecido más convincente es que las revistas no suelen quedar como elementos de consulta, en tanto que los estudios de orden bíblico, siendo por su asunto de interés permanente, no deben desaparecer como sucede con los artículos de simple actualidad o pasatiempo y conviene sacarlos del estrecho marco de los suscriptores periódicos para entregarlos al público en general.
Hemos incorporado a este libro también algunas “Respuestas” de la Revista Bíblica, ampliándolas y enfocando mediante ellas los problemas espirituales que aquí se tratan. La sección "Respuestas" ha sido una de las más activas de la Revista, y muchos nos han expresado el interés con que leían, y a veces recortaban, para aprovecharlos, esos breves repertorios donde repartíamos los raudales de luz y de consuelo que la divina Escritura prodiga siempre, tanto al alma afligida por las pruebas, cuanto a la que se debate en la duda y a la que, aún sólo a titulo de curiosidad, busca saciarse con los tesoros de la sabiduría ocultos en las páginas, tan ignoradas, de la Revelación.
No obstante la amplia diversidad de los temas, es indudable, como nos observaba uno de los benévolos lectores, que todos guardan, como la Biblia misma, la unidad que les viene de su común principio que es el divino Espíritu, y de su único fin que es la gloria del Padre por Jesucristo; y también la armonía que les viene de haber nacido todos en un solo ideal nunca abandonado hasta ahora por el favor de Dios: difundir el amor y el goce de las Sagradas Escrituras, multiplicando los frutos que ellas producen a través de su progresivo y nunca exhausto entendimiento, que es como decir de su siempre creciente admiración.




[1] Libellus octo quaest. c. 2; PL, 172, 1187.

[2] DB 799.

[3] III, 3,8.

[4] De Incarn. tr. 21, disp.. 1, dubium 1 parr. 1, n. 6-7.

[5] In 3 Sent, d. 19, q. unica, n. 6.

[6] Theol. Dogm. christ. orentalium, t. 2, De Verbo Incarn. et Redemp. (Paris 1933) 676.

[7] "Besarione", 26 (1922) 271; ap. D'Ales, De Verbo Incarn (París 1930) 361.

[8] Ib. lb., p. 677.

[9] Du Verbe Incarné (París 1943) 95-96.

[10] El Verbo de vida (Buenos Aires 1953) 60-63.