Nota del Blog: hay ensayos teológicos que simplemente hacen historia, es decir, marcan un antes y un después. Creemos que este es un buen ejemplo. Con este ensayo debiera haberse dado por terminada, definitivamente, la eterna discusión entre tomistas y escotistas sobre el motivo de la Encarnación.
Estas dos escuelas habían llegado a un callejón sin salida debido a que la cuestión estaba mal planteada y sumado al hecho de que estaban discutiendo algo irreal.
La solución a este tema se encontraba desde siempre en los teólogos orientales, de quienes seguramente la teología occidental tiene mucho que aprender.
El presente trabajo fue publicado en las XVII Semana Española de Teología, pag. 137 ss. Madrid, 1960.
SUMARIO
PLANTEAMIENTO DE LA CUESTIÓN. - ENCONTRADAS
OPINIONES DE LOS TEÓLOGOS OCCIDENTALES. - LA TEOLOGÍA ORIENTAL. - IMPORTANCIA
APOLOGÉTICA Y TEOLÓGICA DE LA CUESTIÓN. - LIMANDO ARISTAS.
I. - CONTRASTES QUE OFRECE LA PERMISIÓN DEL
PECADO FUERA DE UNA ECONOMÍA REPARADORA. 1. Las obras de Dios nunca fallan en
su conjunto. 2. La condición del hombre es ser defectible y recuperable. 3.
Dios sólo permite el mal dentro de la Providencia del bien.
II. — FUNDAMENTOS DE LA PERMISIÓN DEL PECADO
ORIGINAL DENTRO DE UNA ECONOMÍA REPARADORA. 1. La predestinación de Cristo: a) De intención; b) De orden;
c) De excelencia; d) De finalidad. La primacía de Cristo en un célebre pasaje de San
Pablo. — Los exegetas modernos. 2. Nuestra predestinación. A)
Predestinación en Cristo; B)
Predestinación a participar de la vida de Cristo.
— Algunos expresivos testimonios.
CONCLUSIÓN.
PLANTEAMIENTO DE LA CUESTION
La proposición condicional
formulada en este título fácilmente podría reducirse a esta obra, propuesta ya
por Honorio de Autum, y no
contestada directamente por la Teología occidental : Utrum Verbum incarnatum est ut deificaret creaturas rationales angelos et
ho-mines, an tantummodo ut hominem a deificatione delapsum restitueret[1].
Que nuestra actual
deificación en la condición de naturaleza reparada se verifique por el Verbo
encarnado, es de fe; por cuanto, según el Tridentino, nadie queda justificado
sino por los méritos de Cristo[2].
La cuestión debatida es si también la deificación del primer hombre es,
por parte de la Trinidad, actuando de mediador el Verbo y en atención a su
encarnación futura. Porque si la deificación primitiva fue ya en el Verbo, y
por el Verbo ut incarnandum, con sólo
admitir el principio del Angélico, de que, artifex
per forman artis conceptam qua artificiatum condidit, ipsum si collapsum
fuerit, restaurat[3], tendremos por lo pronto que aquella deificación hubo de ser
conforme a la naturaleza defectible y reparable del hombre, y que la
encarnación deificante del Verbo llevaba consigo la función reparadora de todas
las quiebras consiguientes a la esencial defectibilidad de la naturaleza
humana.
La permisión del peccatum naturae
caería, por tanto, ya de lleno dentro de la economía reparadora.
ENCONTRADAS OPINIONES DE LOS TEOLOGOS
OCCIDENTALES
Conocida es a este
respecto la divergencia de opiniones que reina entre las escuelas teológicas
occidentales y la teología oriental.
Las escuelas teológicas occidentales conciben la permisión del pecado original
fuera de toda economía redentora.
Para los tomistas, la filiación divina o deificación del primer hombre
fue totalmente independiente de la encarnación del Verbo. El Hijo de Dios se ha
encarnado primariamente —ya que no principalmente— como Redentor. De no haber
pecado Adán, no consta que se hubiera revestido de nuestra carne.
Cuando se ponen a ordenar
los signos de razón en las disposiciones divinas, lo hacen, con Billuart, en la forma siguiente:
1. Deus se et omnia
possibilia in essentia sua intelligens, voluit gloriam suam per effusionem suae
bonitatis suorumque attributorum manifestare. 2. Ad talenm gloriam propalandam hunc mundum ex multis possibilibus
elegit. 3. Creaturam intellectualem
ad ordinem supernaturalem evehere constituit. 4. Inscrutabili iudiciorum abysso eius lapsum permittere voluit. 5. Ad tale remedium Filium suum
incarnari decrevit[4].
De modo que el decreto de la encarnación dice esencial relación —ya que
no subordinación— al pecado original. Para esta escuela, todo cuanto sea salir
de ese orden equivale a fantasear, función propia de novelistas y poetas, pero
muy impropia de teólogos, obligados como tales a levantar sus construcciones
sobre la base inconmovible de los datos revelados.
La escuela denominada con mayor o menor justicia "escotista",
conviene con la tomista en situar la permisión del pecado original fuera de
toda economía reparadora. Coloca respecto a Dios la encarnación del Verbo in initio viarum suarum, pero con
independencia de la culpa adámica. Según Escoto:
Incarnatio
Christi non fuit occasionaliter praevisa, sed, sicut finis immediate videbatur a Deo ab
aeterno, ita Christus in natura
humana, cum sit propinquior fini, caeteris prius praedestinabatur, loquendo de
his quae praedestinantur. Tunc iste fuit ordo in praevisione divina: Primo enim
Deus intellexit se sub ratione summi boni; in secundo signo intellexit omnes
creaturas; in tertio praedestinavit aliquos ad gloriam et gratiam, et circa
alios habuit actum negativum non praedestinando; in quarto praevidit illos casuros in Adam; in quinto praeordinavit,
sive praevidit de remedio quomodo redimerentur per passionem ita quod Christus
in carne, sicut omnes electi, prius praevidebatur et praedestinabatur ad
gratiam et gloriam, quam praevideretur passio Christi, ut medicina contra
lapsum, sicut medicus prius vult sanitatem hominis, quam ordinet de medicina ad
sanandum[5].
No recojo aquí el
pensamiento de determinados teólogos occidentales militantes fuera de esas dos
famosas escuelas. Lo interesante por ahora es que las dos escuelas conciben el
pecado original al margen de toda economía redentora.
LA TEOLOGIA ORIENTAL
Comparadas entre sí la Teología occidental y la oriental, se apuntan
entre las características de la primera sus ansias de progreso, a las que
corresponden legítimos y preciosos avances. En el haber de la segunda cabe
señalar su firme apego a la tradición en el empeño por conservarse fiel a la
enseñanza de los Padres.
Respecto a la cuestión de
si la permisión del pecado cae fuera o dentro de una economía reparadora,
estamos viendo que tiene muy estrechas relaciones con los fines de la
encarnación del Verbo, o signo en que aparece situada.
Es muy de notar que los orientales comienzan por ni siquiera acertar a
proponerse esa cuestión. Especialista tan insigne en estas cuestiones como el
Padre M. Jugie hace constar respecto a los católicos bizantinos que, nulla inter eos exorta est controversia de motivo seu ratione ob quam
Deus praesenti rerum ordine Incarnationem Verbi de facto decrevit[6].
Respecto a los griegos cismáticos, el P. De Meester, que se ha dedicado
a un especial estudio de la cuestión, afirma que, eam non invenit[7].
El motivo de no haberse
planteado una cuestión, que tanto ha agitado a la Teología occidental, es por
su incompatibilidad con el puesto que reconocen al Logos encarnado en el
universo. Ordenado intrínsecamente en la mente divina todo cuanto existe a Jesucristo, constituye Él la razón de
ser de todas las cosas, "la luz que ilumina a todos los seres venidos a la
existencia", el sustentador de quien reciben la consistencia que poseen,
el perfeccionador que corrige las deficiencias consiguientes a su condición de
devenir. No es cuestión por resolver el
lugar que Jesucristo ocupa en el Universo, sino el lugar que cada uno de los
seres del Universo ocupa en Jesucristo. Carece consiguientemente de sentido
en esa teología la pregunta de si se hubiera encarnado el Logos sin el pecado
del hombre, lo propio que si debe modificarse su predestinación o misión en el
mundo al permitir Dios la culpa adámica.
El Padre Jugie cree resumir a este propósito la enseñanza de los
Padres y teólogos orientales cuando escribe:
Haud pauci clari
nominis theologi, inde a saeculo VII, docuerunt Incarnationem Verbi esse opus
Dei praestantissimum ad extra, ad quod Deus de facto ordinavit creationem
universi, angelis non exceptis. Hujus autem divini propositi quidam hanc ponunt
rationem scilicet quod Deus per incarnationem sibi quodammodo unire voluerit
omnem creaturam, quod horno sit microcosmos in se comprehendens ac recolligens
omnes res creatas. Unde docent Verburn naturam angelicam ideo non assumpsisse,
quod haec per se non sit, sicut est homo, quasi summa totius creaturae. Quidam vero
usque pergunt ut dicant: Si incarnatio Filii sui non futura esset Deus opus
creationis non intendisset nec lapsum Adami permisisset, quia tunc opus
hujusmodi quasi nullius momenti atque inutile fuisset. Unde quasi duplex
momentum duplicem stationem in divini consilii statuunt: primam quidem, qua Deus
creavit totum hunc universum tanquam typum et figuram quandam incarnationis
futurae; permittens etiam Adami lapsum quia Verbum incarnatum humanam naturam
reformaturum erat; alteram vero qua incarnationis opus perfecit per hoc omnem
creaturam sibi quodammodo uniens, lapsum Adami reparans et omnes creaturas
intellectuales deificans, ut ita ipse fiat omnia in omnibus[8].
De modo que el designio creador de Dios recae
inmediatamente sobre la encarnación del Verbo, al que se ordenan y quedan
subordinadas cuantas criaturas inferiores habrán de integrar el universo. En su
naturaleza humana recoge y recapitula todos cuantos seres integran el universo;
ninguno de ellos cae fuera de su órbita, mucho menos el hombre con todas las
contingencias consiguientes a su condición, de criatura defectible.
Esa doctrina la han
recogido recientemente dos insignes teólogos rusos: uno cismático y otro
católico: Bulgakov y Kologrivof. Para el primero, el fin
inmediato de la venida de Cristo es
la redención, pero "el fin último y universal" es "recapitular
todas las cosas en Cristo, tanto las
del cielo como las de la tierra". En
el señalamiento de los fines no cabe proponerse el aut, aut, ya que se da un
verdadero et, et.
“Consiguientemente, la mejor solución que puede darse a la cuestión
de si se hubiera dado la encarnación de no existir el pecado original, consiste
en desechar su mismo planteamiento como un casus irrealis, o de un
antropomorfismo desdeñable, con respecto a la obra de Dios... El casus irrealis
consiste en admitir que Dios podía no haberse encarnado de no pecar el hombre,
con lo que la encarnación viene a quedar subordinada al hombre, o por mejor
decir, al pecado original, y en su último análisis, a la serpiente"[9].
Parecido lenguaje emplea
el Padre Kologrivof:
"Cristo, con relación a nosotros, no es algo accidental, sobreañadido,
sino algo esencial y constitutivo, el fundamento mismo de nuestro ser... Aunque
la encarnación, como consecuencia del pecado, ha sido en primer lugar un medio
de redención y salvación, no ha perdido por ello su plenitud de efecto, que
sobrepasa a la redención. La razón de esto es que la redención no agota esa
abundancia. Se la puede expresar más claramente aún: la encarnación ha adquirido en este momento una misión salvífica, y así
es cómo en algún modo se ha convertido en el medio, es decir: Si Cristo es
nuestro Salvador, que nos libra de todos los pecados, si es nuestro mediador e
intercesor ante el Padre, es porque en primer lugar Él es el mediador por quien
todos nosotros subsistimos y vivimos... Según la enseñanza del más grande de los Doctores de la encarnación,
San Cirilo Alejandrino, Cristo es para la humanidad, tal como Dios la pensó y
la quiso, algo esencial, porque todo lo que ha nacido corruptible no podría ser
vivificado si no estuviera unido con una unión vital con el cuerpo mismo de la
vida, es decir, con el Monógeno"[10].
Aquí tenemos por tanto una
Teología, firmemente adherida a la tradición, para la cual no puede por menos
de caer el pecado original dentro de la órbita de Cristo, iluminador, sustentador y reparador del humano linaje.
Hemos recogido la
sugestión de varios amigos de la Sagrada Escritura que deseaban ver conservados
en volumen una serie de trabajos y estudios, en parte nuevos, en parte
extraídos del acervo doctrinal que durante muchos años hemos venido publicando
en las páginas de la Revista Bíblica y en otros periódicos, ora bajo
seudónimos ora con nuestra propia firma. La razón que nos ha parecido más convincente
es que las revistas no suelen quedar como elementos de consulta, en tanto que
los estudios de orden bíblico, siendo por su asunto de interés permanente, no
deben desaparecer como sucede con los artículos de simple actualidad o
pasatiempo y conviene sacarlos del estrecho marco de los suscriptores periódicos
para entregarlos al público en general.
Hemos incorporado a
este libro también algunas “Respuestas” de la Revista Bíblica,
ampliándolas y enfocando mediante ellas los problemas espirituales que aquí se
tratan. La sección "Respuestas" ha sido una de las más activas de
la Revista, y muchos nos han expresado el interés con que leían, y a veces
recortaban, para aprovecharlos, esos breves repertorios donde repartíamos los
raudales de luz y de consuelo que la divina Escritura prodiga siempre, tanto al
alma afligida por las pruebas, cuanto a la que se debate en la duda y a la que,
aún sólo a titulo de curiosidad, busca saciarse con los tesoros de la sabiduría
ocultos en las páginas, tan ignoradas, de la Revelación.
No obstante la amplia
diversidad de los temas, es indudable, como nos observaba uno de los benévolos
lectores, que todos guardan, como la Biblia misma, la unidad que les viene de
su común principio que es el divino Espíritu, y de su único fin que es la
gloria del Padre por Jesucristo; y también la armonía que les viene de
haber nacido todos en un solo ideal nunca abandonado hasta ahora por el favor
de Dios: difundir el amor y el goce de las Sagradas Escrituras, multiplicando
los frutos que ellas producen a través de su progresivo y nunca exhausto entendimiento,
que es como decir de su siempre creciente admiración.
[1] Libellus octo quaest. c. 2; PL, 172, 1187.
[2] DB 799.
[3] III, 3,8.
[4] De Incarn. tr. 21, disp.. 1, dubium 1 parr. 1, n. 6-7.
[5] In 3 Sent, d. 19, q. unica, n. 6.
[6] Theol. Dogm. christ. orentalium, t. 2, De Verbo Incarn. et Redemp. (Paris
1933) 676.
[7] "Besarione", 26 (1922) 271; ap. D'Ales, De Verbo Incarn (París 1930) 361.
[8] Ib. lb., p. 677.
[9] Du Verbe Incarné (París 1943) 95-96.
[10] El Verbo de vida (Buenos Aires 1953) 60-63.