3. DIOS SOLO PERMITE EL MAL DENTRO DE LA PROVIDENCIA DEL BIEN
El tercer contraste que ofrece
la permisión del pecado fuera de una economía reparadora es aparecer en pugna
con el principio general de que Dios sólo permite el mal con vistas a un bien
mayor. Es la razón que da el Angélico para justificar la providencia divina en
los males del universo.
Provisor particularis excludit defectum ab eo quod eius
curae subditur, quantum potest: sed provisor universalis permittit aliquem
defectum in aliquo particulari accidere, ne impediatur bonum totius... Cum
igitur Deus sit universalis provisor totius entis, ad ipsius providentiam
pertinet ut permittat quosdam defectus esse in aliquibus particularibus rebus
ne impediatur bonum universi perfectum. Si enim omnia mala impedirentur multa
bona deessent universo: non enim esset vita leonis, si non esset occisio
animalium; nec esset patientia martyrum, si non esset persecutio tyrannorum[1].
Lo que se dice del mal
físico debe afirmarse con mucha mayor razón del mal moral, permitido por Dios
para realce del bien. San Agustín
funda en esos mayores bienes el aguante de Dios frente a la provocación de los
pecados[2].
Sin decreto de la encarnación con anterioridad a la permisión del pecado
original ¿dónde estaría el bien mayor que nos dé razón de esa permisión y de
sus consecuencias?
Los tomistas se ven y se desean para señalarlo, sin que aparezcan de
acuerdo en este punto concreto. Se preguntan —como todos los teólogos— por qué
Dios permitió el pecado de Adán, y al no poder señalar taxativamente un bien
mayor, se contentan los más con adorar en un silencio poco teológico los
designios de Dios.
Así Billuart cuando escribe:
Respondeo cum
Contenson nos non posse nec debere praescribere rationes cur Deus voluerit
peccatum permittere, judicia enim Dei abyssus multa: praesertim cum habeamus ex
Scriptura Incarnationem esse propter peccatum, neutiquam autem peccaturn propter
Incarnationem: non enim dicitur: sic Deus dilexit Christum, ut peccatum
permiserit, sed e contra dicitur: sic Deus dilexit mundum, ut Filium suum
unigenitum daret[3].
Otros van más adelante, negando el principio general de que la permisión
del mal tenga que estar ordenada a un bien mayor.
Así Medina, cuando escribe:
Exploratum est quod maior potest ordinari ad id quod
minus est, ut illud foveat et conservet tamquam causam ad effectum, secundum
quem modum caeli ordinantur tamquam causae ad effectus harum rerum inferiorum
fovendos et vindicandos: imo non est formidandum concedere, quod Incarnatio
Domini sit ordinata ad hominum salutem tamquam ad finem proximum, qui tamen
finis proximus tandem ordinatur ad gloriam Dei et Christi, tamquam ad ultimum
finem[4].
Cabe todo eso. Los que conceden de plano el principio de
la permisión de los males, ordenada a mayores bienes, no pueden por menos de
reconocer que Dios permitió el pecado porque tenía preparado su remedio. Así
entre los antiguos, Báñez[5], y entre los modernos, Garrigou-Lagrange, quien reconociendo
que la Encarnación, debet ad maius bonum ordinari, añade:
Ex hoc inmediate sequitur quod Deus non potuit permittere
peccatum originale, quod universaliter ad totum genus humanum extenditur, nisi
propter maius bonum. Quid est hoc maius bonum? Certo hoc non potest dici a priori. Sed, post factum, facta et revelata
Incarnatione, videmus quod hoc maius bonum est Incarnatio redemptiva, quae
pariter ad totum genus humanum extenditur, prout Christus pro omnibus hominibus
mortuus est[6].
A la misma conclusión
llegaba Donoso Cortés, llevado meramente
de su fe y geniales intuiciones:
"Si Dios permitió la prevaricación de Adán ,consistió esto en que
guardaba en reserva al Salvador del mundo, el que había de venir en la plenitud
de los tiempos; aquel supremo mal era necesario para el bien supremo; y para
esta gran ventura era necesaria aquella gran catástrofe. El hombre pecó porque
Dios había determinado hacerse hombre; y hecho hombre sin dejar de ser Dios,
tenía bastante sangre en sus venas y sobrada virtud en su sangre para lavar el
pecado"[7].
Esta misma divergencia entre los tomistas más representativos revela los
graves inconvenientes que efectivamente se descubren en colocar la permisión
del pecado original fuera de la economía redentora.
Otro tanto ocurre a los escotistas. Permitido el pecado fuera de la
economía en que de hecho lo vemos reparado, cabe preguntarles qué bien se
propuso Dios con semejante permisión. Ese bien no pudo ser la encarnación del
Verbo, decretada según ellos en signo anterior. Si nos dicen que la gloria de
la redención en el Verbo encarnado, tenemos el mismo caso de los tomistas.
Estos graves
inconvenientes, o duros contrastes, que descubrimos en la permisión del pecado
fuera de toda economía reparadora, deberán llevarnos cuando menos a la
suposición de que muy bien puede caer dentro de ella.
[1] I, 22,
2 ad 2.
[2] Serm. 301 de Sanctis; PL 38, 1382.
[4] Comment. in III P. Sti. Thomae, q. 1, a. 3.
[5] Comentarios inéditos a la Tercera Parte de
Santo Tomás (Madrid 1951), q.
1 a. 3, n. 12.
[6] Motivum Incarnationis fuit motivum
misericordiae, en
"Angelicum", 7 (1930).
[7] Ensayo..., L, 2, c. 7.