C) Conclusión:
destino providencial de la milagrosa pervivencia de Israel en la historia.
De
todo lo expuesto se sigue que la pervivencia de Israel en la historia, con las
características reseñadas, pertenece a la categoría de hechos colectivos
providenciales.
Israel
ha sido reservado por Dios, en medio del torbellino de la historia, para
cumplir un destino providencial en la Economía de la salvación.
“Debiendo
ellos —escribe Bossuet— volver un día a este Mesías que ellos han despreciado,
y siendo así que el Dios de Abrahán no ha agotado aún sus misericordias sobre
la raza, aunque infiel, de este patriarca, ha encontrada un medio del cual no hay
un solo ejemplo en el mundo, para conservar a los judíos fuera de su país y
sumidos en sus propias ruinas más tiempo aún que los pueblos que los vencieron.
Hoy no vemos ningún resto de los antiguos asirios, ni de los antiguos medos ni
de los antiguos persas, ni de los antiguos griegos, ni aun de los antiguos romanos.
Se ha perdido su huella, y se han
confundido con los demás pueblos. Los judíos, que fueron siempre la presa de
aquellas naciones antiguas tan célebres en la historia, les han sobrevivido, y
Dios, al conservarlos, nos pone en la espera de los que quiere hacer aún de las
desgraciadas reliquias de un pueblo tan favorecido”[1].
3.
La historia post-cristiana de Israel y su estado actual coinciden con las viejas profecías sobre la Dispersión y el
Retorno del pueblo escogido.
El
estudio que hemos hecho sobre el sentido de las profecías nos ha abierto, por
lo menos, la vehemente sospecha de que en ellos se promete para Israel una gran
Diáspora y un gran Retorno, que rebasan por completo las realizaciones
históricas de la época precristiana del pueblo hebreo.
Por
otra parte, no nos satisfacen las explicaciones exclusivamente simbolistas que
lo refieren todo a un Israel espiritual, sin referencia alguna a un Israel
racial.
Con el
estudio solo de las profecías, no podemos tener una solución satisfactoria: solamente
se nos presenta un enigma, incapaz de resolverse por sí propio.
Pero
para eso tenemos los dos subsidios arriba indicados: San Pablo y la
historia.
San
Pablo nos habla
de un destino histórico del Israel racial, que será milagrosamente conservado
por Dios hasta que reingrese en la nueva Alianza mesiánica y cumpla una misión
apostólica en el seno mismo de la Iglesia.
La
historia, por otra parte, nos ofrece el gran milagro de la pervivencia de
Israel en medio de todos los pueblos, inconfundido, odiado y perseguido, y
suspirando constantemente por su reinstalación en el terruño mezquino de un pobre
y oscuro rincón del Asia.
Esta
permanencia del pueblo israelita, su incomprensible odiosidad y su psicosis
milenaria por la vuelta a Palestina, revisten los caracteres de un milagro
moral de la historia.
Pues
bien, si el pueblo de Israel sigue siendo objeto de la Providencia divina,
dentro de los planes de la Economía de la Salud, ¿Por qué no suponer que
aquella plenitud desbordante de las viejas profecías bíblicas se agote en la
historia post-cristiana de Israel y en su futuro inmediato?
O
sea: que es sumamente razonable suponer que las profecías se refieren a un futuro
mesiánico de Israel; y que este futuro no se agotó en su época precristiana,
sino que sigue aún desarrollándose según un viejo plan divino.
Por
consiguiente, podemos establecer un perfecto paralelismo entre las profecías y
la historia.
En las
profecías se anuncia un estado de dispersión del pueblo de Israel, que no se
puede referir plenamente a las dispersiones pre-cristianas. En la historia se
da el hecho insólito de una dispersión bimilenaria de un pueblo inasimilable a
las naciones que lo reciben.
En
las profecías se anuncia un estado de desprecio y de opresión, de tan magnos
alcances, que no bastan para explicarlo los hechos de la historia bíblica de la
cautividad.
En
la historia se da el caso, asimismo misterioso e incomprensible, de un perpetuo
antisemitismo, inspirado en los más diversos e inverosímiles motivos.
En
las profecías se anuncia una cesación de esta dispersión, un retorno al hogar palestinense,
y con ello una grandeza de orden temporal-mesiánico, de ninguna manera un
imperialismo político.
¿Qué
hecho corresponderá en la historia a esta promesa de las profecías?
Ya San
Pablo nos descorre un poco el velo del misterio. Israel quedará reservado
en la historia, en primer lugar, para ser bautizado, para ser “reinjertado en
el viejo tronco del olivo patriarcal” (Rom. XI, 24)[2].
Pero,
además, para producir un ascenso de pleamar en la vida de la Iglesia, “un retornar
de muerte a vida”.
Israel
se convertirá en pleno y su entrada en la Iglesia no significará el simple alistamiento
de una nación más en los ficheros milenarios de la Iglesia.
Será
como una nueva época en la historia de la Iglesia. Israel entonces agotará todo
el contenido de las profecías sobre su carácter mesiánico[3].
En una
palabra: en las profecías se promete para Israel una grandeza de orden temporal
que, según todo lo expuesto, tendrá las siguientes características:
1) Se trata de una grandeza
mesiánica: Israel será bautizado, y al mismo tiempo será el gran
instrumento social de la Iglesia en una nueva etapa de su catolicidad.
2) El bautizo de Israel supone el levantamiento
del castigo colectivo del desprecio de las naciones: cesará el antisemitismo e Israel
volverá a ser considerado en el consorcio de las naciones.
3) Por un viejo designio de Dios, Palestina
es el marco providencial en donde el pueblo de Israel, reintegrado en su unidad
nacional, podrá desarrollar su grandeza de orden temporal-mesiánico, que
consistirá en ser el gran pueblo misionero, difusor de la catolicidad de la
Iglesia en todas las latitudes del mundo.
IV. CONCLUSIÓN
En las
profecías del Antiguo Testamento se anuncia una grandeza temporal como un
futuro venturoso para el pueblo de Israel. Esta grandeza está esencialmente
vinculada a la idea mesiánica. Nunca se trata de una ventaja temporal, ni de un
imperialismo político.
El
cumplimiento de estas profecías no se agota en la historia hebrea precristiana,
ni tampoco basta con darles una interpretación exclusivamente espiritual, ya
que siempre se refieren al Israel racial y a su reinstalación en la Tierra de
Canaán.
Estudiando
estas profecías a la luz de San Pablo y de la historia, hemos concluido
que en ellas se promete una condición temporal para el pueblo de Israel, que
volverá a ser reinsertado en el verdadero mesianismo, volverá a la tierra de
sus padres, no para mejorar materialmente, sino para cumplir el viejo designio
de Dios de ser el gran pueblo misionero, el gran instrumento social en la
difusión del mesianismo en una última y esplendorosa etapa de la Iglesia.
Israel
es comparado en la Sagrada Escritura a una paloma (Cant. II, 10.14; VI, 8[4]; Os. XI, 14). Pues bien, ya como la paloma
que envió Noé fuera del arca, no encontrando dónde reposar su pie,
quiere volver a nido. Ya se va cumpliendo la profecía de Oseas:
“Acudirán
presurosos como pájaro desde Egipto cual paloma desde el país de Asiria, y
haréles habitar en sus casas, dice Yahvéh”. (Os. XI, 11).
Todo
está encuadrado dentro de un plan maravilloso de la Providencia divina: tantos
años y siglos de dispersión, durante los cuales Israel se ha asimilado todas
las culturas y las idiosincrasias de todos los pueblos de la tierra, han hecho
de este pueblo privilegiado un instrumento aptísimo para dilatar los ámbitos de
la catolicidad de la Iglesia. La Paloma de Israel, al volver jadeante a su
nido, lleva en sus alas plateadas el polvillo de oro de todas las
civilizaciones del globo (Ps. LXVII, 14). Y al caer sobre sus alas el
agua regeneradora del bautismo, quedarán cristianizadas todas las culturas de
la humanidad.
“Los
judíos —termino con León Bloy— son los padres del comercio como
fueron los padres de este Hijo del Hombre, que es su más pura Sangre y que por
un decreto divino ellos deberían comprar y vender un cierto día... Cuando ellos
se conviertan, como está anunciado, su poder comercial se convertirá también. En
lugar de vender caro lo que les haya costado poco, darán a manos llenas lo que
les habrá costado toda su fortuna. Sus treinta dineros, empapados en la Sangre
del Salvador, se convertirán en treinta siglos de humildad y de esperanza, y esto será inimaginablemente
bello”[5].
[1] Discours, 2º parte, cap. 20.
[3] Nota del Blog: notemos que esta grandeza de Israel se dará después de la
conversión de los judíos, pero he aquí que los judíos no se convierten en su
totalidad sino con la Parusía como consta por Zacarías XII, 9 ss:
“… pondrán sus ojos en Mí, a quien traspasaron” y se complementa con lo
que dice Nuestro Señor: “Por eso os digo, ya no me volveréis a ver, hasta
que digáis: “Bendito el que viene en nombre del Señor” (Mt. XXIII, 39).
De todo lo
cual se sigue, lógicamente, digan otros lo que quieran, que la Parusía o
segunda Venida de Nuestro Señor no coincide con el fin del mundo y por
lo tanto hemos de esperar un tiempo en el cual el Nombre de Dios sea
santificado en la tierra, en el cual venga el Reino de Dios a la tierra,
y en el cual se haga la voluntad de Dios en la tierra de la misma forma
que se hace en el cielo. Y a esto llamamos Milenio.